sábado, 30 de enero de 2016

Escuela Secundaria Nº 3 “Carmelo Sánchez” - Concurso literario “Contate un Cuento VIII” Mención de Honor de la Categoría C: Ignacio Capeccio alumno de 5º año de E.S.y T Nº 1 “Lucas Kraglevich”

Hojas secas…Cerezos florecidos


           En el alma de Cristian podía verse la misma combinación de tristeza, fragilidad y depresión que se llega a ver en un otoño. Se hacían presentes en su cuerpo, como en esta estación del año; matices pardos, acompañados de una feroz galerna, hojas secas y el umbral del frío. Su corazón dañado y su mente perpleja generaban la excelente fórmula para poder incorporarlo a cualquier lugar turbio. La disconformidad con su cuerpo, el maltrato hacia su persona, le hacían pensar que su lugar no era este planeta, ni la vida misma. En él todo se volvía soledad y dolor.  A su vida algunos llegaban, otros se iban, pero su marca jamás quedaba.  A lo que se preguntaba día tras día: ¿esos eran amigos? En estas circunstancias estaba Cristian. Muchos  se acercaban preguntándole:
-¿Por qué cargas esa cara de tristeza?
A lo que solía responder. Sinceramente no lo sé.
Él sí lo sabía. Su vida rutinaria se caracterizaba por una superabundancia de estrés, compromiso y responsabilidad. Tenía sueños y metas, pero siempre emergía la duda ¿Se podrá?... Esta pregunta le producía una sensación de escalofríos, que lo llevó a lugares oscuros y se le volcó encima.
Lo que él deseaba era algo innovador, diferente. Quizás… ¿Adrenalina? ¿Excitación? No tenía la respuesta.
Tomó conocimiento de ello el día en que su amigo Ramiro, para los allegados “El tupa”, le presentó un cigarrillo de origen paraguayo, formado por un intenso color verde por dentro, rodeado de un caído matiz blanco (…)
El primer beso que le cedió se hizo notar en pocos segundos. ¡Impresionante! Con él eliminó la duda. Por primera vez sintió en su cuerpo adrenalina y seguridad. ¿Cómo algo así podía surgir de la naturaleza? Se preguntó una y mil veces. Sintió excitación, energía y sus venas tiesas. El humo se enredó entre sus prendas y la risa se apoderó en minutos de él y de su compañero.
Luego de un tiempo comenzó a necesitar de esa energía, de ese deseo de vivir, de…Hacía rato que no estaba en contacto con la misma. Tenía muchas ganas, ganas que lentamente se distorsionaban en fatiga y hacían regresar esa brisa de otoño que antes sentía.
Llamó a su amigo y arregló encontrarse con él en el parque. “El tupa” se encargaría de llevar esos cigarros que lo hacían olvidar sus problemas, pero en este caso eran mejores y más alucinantes.
¿Para qué describir la sensación? Sintió un efecto similar a la primera ocasión, y en pocos días fue reprimida por una nueva adicción. (…)
De color azul zafiro era el interior de sus pupilas rodeadas por un brilloso color blanco. Su melena rubia, sus mejillas suavemente coloradas y su estatura que encajaba perfecto en él. En estas condiciones encaminó una relación, sin nada que fingir. Se había enamorado. Aunque se propuso ir paso a paso, los momentos junto a la joven en cuanto a tiempo y sensación aumentaron vertiginosamente. Los “te amo” brotaban de su esencia como las lágrimas al perder un ser querido. Junto a ella, Evelin, la muchacha que lo conquistó perdidamente, olvidaba el paso del tiempo; reían, peleaban y aprendían juntos. El amor se fusionó con la pasión y entre sábanas se encontraban. Su cuerpo le pedía más…
La gracia de vivir se estaba haciendo realidad, la duda se iba, pero llegaba a su alma el miedo. El miedo a renunciar a sus sueños, de los cuales había podido suprimir la duda. Cambiarlo todo por una locura linda, pero locura al fin. Su corazón por la mitad pedía a gritos una respuesta inmediata, de la cual poco tiempo después se arrepintió. Era excesiva la adrenalina que corría por su cuerpo y, como todo exceso hacía mal y decidió abandonar la compañía de esa gran mujer.
Evelin le enseñó que por la locura se mueve el mundo. Le hizo generar excitación, una nueva rigidez en las venas, ganas de vivir, instintos que nunca había podido sentir. En su interior se producía la sensación de escalofríos que lo llevaron, en esta ocasión, a una época de brisa canicular, lapachos y  cerezos florecidos, días soleados, en particular a esa estación del año,  la primavera. Aprendió que no era indispensable incorporar sustancias, lugares, personas y acciones que lo dañaban para poder ser feliz. Que era preferible una sonrisa en el rostro producida por las ganas de vivir, que la sonrisa generada por esa droga. Y se alejó. Fugándose de esa enajenación, sin dudarlo, sin pretender que ella le rogara, ni nada. Su silencio le bastaba…
Al igual que Evelin, el joven no podía olvidar tantos momentos lindos, ni siquiera podía dormir por las noches y cuando lo hacía se despertaba agitado, con las mismas pocas ganas de vivir que cuando comenzó a ingerir la droga.
Pocos meses después, su autopista era paralela a una línea recta, pero en su camino había un bache muy profundo, como solemos encontrar al transitar por la vida. Se encontraba con su amigo Ramiro en el parque, donde la felicidad abundaba al igual que el humo, como lo solían hacer habitualmente. A pesar de que seguía completamente enamorado de esa muchacha, él no había podido sacarla de su cabeza, pero... Acostados bajo un árbol, el cual les ofrecía una panorámica completa del lugar, Ramiro y Cristian visualizaron a Evelin, acompañada de un hombre mayor, que posiblemente sería el padre. Inmediatamente ambos vieron el volumen de su abdomen. Por supuesto, el fruto del amor era lo que la joven llevaba.
Para Cristian este día fue igual a los tiempos de aquel otoño, sólo veía cómo se desintegraban sus sueños y metas, ya no había tiempo. El tren había pasado, y él no se había subido. El miedo se aferró en su alma, como el vagón a la locomotora o la silla contra el suelo cuando te sentás. Prófugo, de quizá la madre de su hijo, se instaló en su casa con un breve tiempo para acabar esto…
Los detalles en oro del Winchester lo hechizaban, se sentía como una rata visualizando a una trampera que porta un queso. Recordaba que su padre hacía poco se había ido a cazar y por lo cual el arma se encontraba cargada. Sabía que se arriesgaba, pero al igual que el roedor, no distinguió y no dudó ( …)
“Yo hablo solo en este pequeño lugar, donde apenas muevo las extremidades que se encuentran en su totalidad escarchadas. Un frío, similar al que sentía hace tiempo atrás. Degluto polvo, que pareciera una mezcla de talco de bebé, tierra y un poco de harina de los ñoquis del veintinueve. Rebosan las telarañas. Su aroma impregna mi cuerpo. El llanto es permanente. Me encuentro mirando hacia arriba, lo único que puedo observar son los mismos matices tristes y apagados del otoño”

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