miércoles, 28 de agosto de 2013

"Contate un cuento V" - MENCIÓN DE HONOR CATEGORÍA B - Yanina Martinez

Ante todo, la esperanza

Una tarde de primavera, Natalia, de 28 años, salía de su médico con su compañero de vida, como ya era costumbre. Hacía dos meses le habían diagnosticado leucemia, una enfermedad por la cual solamente le quedaban, según los médicos, dos semanas de vida.  Pero, ella seguía adelante. Tenía una familia que pertenecía a una clase social media alta. La mamá era dueña de una oficina de modelos;  el papá, jefe de una muy importante empresa. Sin embargo, a ella nunca le importó el dinero. No había salido a sus padres para quienes lo más importante era el dinero, la posición social, el status. Ella creía que el amor, la amistad, la confianza, valían mucho más que un poco de plata.
Hacía tres años que conocía a su compañero de vida, un chico de una clase social baja, pero con quien se sentía vital, feliz.  Ella sentía que al lado de él todo era posible. El médico le había dicho que hiciera  todo lo que ella quisiera, que nada se lo impedía…  Ella decía que iba a vivir cada día como si fuera el último, iba a hacer lo que siempre soñó hacer y que por distintas razones nunca había podido cumplir. Ahora era el momento de sentirse viva,  de hacer todo aquello que nunca había hecho.
Los médicos la había sometido a un tratamiento de quimioterapia tres veces  al  mes, luego de lo cual quedaba con muy pocas energías, agotada.  Los médicos estaban sorprendidos por sus ganas de vivir, su fuerza…Las dos semanas de vida se transformaron en  tres años de  lucha constante  con esta enfermedad , pero  una noche, cuando estaba durmiendo en su casa , la mamá sintió un quejido.  Inmediatamente llamaron a la ambulancia y  la trasladaron hasta el hospital.  Natalia ya no reaccionaba, los médicos, la familia creyó que, Natalia los había dejado, pero no así Ivo, el compañero de vida de Natalia, él seguía rezando sin perder las esperanzas de que se despertara como arte de magia.  Todos creían que había enloquecido, cómo podía seguir  rezando y pidiendo que Natalia se despertara si ya había perdido todos los signos vitales.  No, pero no los había perdido todos, ella escuchaba, estaba en otro mundo pero todavía no se había ido completamente de éste.
Ivo seguía rezando en el hospital donde ella estaba. Habían pasado tres días y él seguía ahí a su lado, no se iba a ir hasta que ella se despertara. Él tenía  la esperanza de que ella abriera los ojos. Así pasaron meses, y la familia iba a visitarla pero ella no lo sabía, respiraba gracias a motores. Los doctores le decían que ya creían que era tiempo de desconectarla de  todos esos aparatos, pero Ivo se oponía…Le dieron la última noche, él estaba desesperado al lado de ella, no podía comprender que se fuera de su lado… Esa última noche que los papás cedieron para ver si había algún cambio, Natalia abrió los ojos, la emoción de Ivo era impresionante, llamó a los médicos, nadie lo podía creer…  Natalia tenía otros síntomas muy buenos, la leucemia había disminuido un 90 por ciento. 
Después de 4 años de una lucha constante, Natalia se curó. Formaron una familia con Ivo, tuvieron dos hijos.  Ella creó una fundación cuyo lema es “ hay que vivir a pleno”, sin perder hasta último momento la esperanza como hizo Ivo con ella.  ¡Todo puede cambiar con  la esperanza, la fe y el amor! 


Alumna de 4º año de la Escuela Secundaria Nº 3 “Carmelo Sánchez”

"Contate un cuento V" - MENCIÓN DE HONOR CATEGORÍA C - Mariel Chavez

Paranoia

Una noche más de insomnio. Solo una noche más, tan rutinaria y amarga como las anteriores. Reina el silencio en mi recámara, haciendo eco a mi soledad, y el frío eterno me cala hasta los huesos y hace temblar mi pulso. Mi único ojo sano gira sobre su órbita escrutando las sombras de cada rincón temiendo descubrir a los demonios del pasado acechándome. Sin embargo, todas las noches escribo. Estoy condenado a hacerlo por el resto de mis días hasta exhalar mi último suspiro. Mientras tanto, espero. Espero a que en algún momento de estas infinitas noches el descanso eterno llegue a mí y me abrace con sus alas negras, para así amanecer muerto. Y olvidar. Ese es mi mayor anhelo, pues mis recuerdos me torturan, y los revivo cada noche en el espacio blanco del papel al igual que lo haré ahora.
La idea tomó posesión de mi mente esa tarde, mientras observaba detenidamente el retrato de Edgar, situado sobre la chimenea. Al observar su postura imponente, desafiante, su expresión dura, pero más aún sus negros y profundos ojos, tuve la certeza de que era cierto. Él iba a matarme.
A pesar de que se pudiera percibir cierta oscuridad en su persona, Edgar había sido siempre muy amable y tranquilo. Sin embargo, los últimos días había estado demasiado extraño. Yo percibía cierta falsedad en cada gesto y cada palabra, y de a poco las sospechas cayeron sobre mí hasta la locura, haciéndome ver en su rostro, durante tanto tiempo asociado con una amistad irreprochable, a un desconocido con mil secretos aterradores detrás de una sonrisa fingida y casi burlona. Y fue esa tarde cuando, sentado en un sillón cerca del fuego, llegué a la temible conclusión de que mis suposiciones eran ciertas.
Con la llegada de la noche, la súbita aparición de su rostro pálido a través de uno de los arcos del salón me sacó de mis horribles reflexiones. Su seriedad era absoluta y con un gesto me indicó que lo siguiera. Así lo hice a través de pasillos y subiendo escaleras hasta entrar en lo que parecía un estudio. Hacía varios días que yo vivía en su mansión, por razones que no daré a conocer, pero aún había habitaciones que no conocía, y ésa era una de ellas. Las paredes estaban casi completamente cubiertas por estantes con libros, y había un escritorio ubicado frente a una única y enorme ventana. A través de ella entraba débilmente la luz de la luna, y competía con la luz artificial de un velador situado sobre el escritorio.
Edgar me invitó a sentarme tan cortésmente que no pude rechazar su oferta, aunque mi alma ardía inquieta dentro de mí. Me sentía indefenso. Estaba a solas con un hombre en cuyos ojos percibía un insondable abismo y una morbosa sed de sangre, de mí sangre.
Al salir de estos pensamientos en los que embebido estaba, mi mirada cayó como un rayo sobre un objeto que Edgar sostenía en su mano derecha. Era punzante, parecido a un cuchillo, y mi amigo lo sujetaba mientras volvía a dirigirme su infame sonrisa. De pronto me sentí aturdido, cegado por una ira implacable y abrasadora. Clavé mis ojos enrojecidos en los suyos y me abalancé sobre él. Entonces su burlona sonrisa se convirtió en una expresión de inconmensurable terror y sorpresa. En pocos segundos mis manos rodearon su cuello y lo oprimieron hasta sentir el acelerado palpitar de su corazón en mis palmas. Sus ojos, clavados en los míos, desmesuradamente abiertos, se tornaron rojos al igual que sus mejillas pero yo seguí presionando. Pronto abrió la boca en busca de aire, pero le fue imposible inspirar la más mínima bocanada. Sus ojos comenzaron a desorbitarse hasta quedar totalmente blancos, y su corazón disminuyó su ritmo. De repente su cuello dejó de palpitar bajo mis manos, que se aflojaron al instante. Edgar se desplomó como un castillo de cartas, mientras yo lo miraba confundido.
Los segundos que pasaban caían pesadamente sobre mí como gotas de lluvia, y yo permanecía tan inmóvil como el cuerpo de Edgar. Mientras tanto, las sombras nocturnas parecían apoderarse de mi mente, y una horrible e irrefrenable idea se mantenía latente en uno de los rincones más oscuros de mi conciencia. La frialdad con la que realicé los actos siguientes se debió, quiero creer, a una grave insensibilización de mis sentidos y al aturdimiento que sufría luego de haber perpetrado un crimen tan atroz. El hecho es que tomé a Edgar por los brazos, lo arrastré hasta la ventana y, abierta ésta, aventé su cuerpo al abismo, en un estado de inexpresión completa. Sin embargo, el sonido del impacto resonó en mis oídos y me devolvió la lucidez. Mis sentidos parecieron agudizarse en una explosión sensorial y, al mirar hacia abajo no sólo vi el retorcido cuerpo de Edgar sobre el pavimento, sino que llegué a percibir la ausencia de su ojo derecho, que había reventado, siendo reemplazado por un horrible agujero negro que se destacaba en el charco carmesí que rodeaba el cuerpo. Entonces surgió de lo profundo de mi garganta un aterrador grito, y luego todo se volvió silencio y oscuridad absoluta.
Mis recuerdos vuelven a enlazarse con la realidad durante el funeral y el posterior entierro. Vuelvo a esos momentos y siento que me embarga una escalofriante sensación de nerviosismo e inquietud. Las más horrendas fantasías se presentaban en mi mente al observar el ataúd en el que descansaba Edgar, imaginándolo absolutamente consciente, rasguñando la tapa y con su único ojo completamente abierto intentando penetrar la densa oscuridad interior de la caja. Un enorme alivio sentía luego, mientras veía la tierra cayendo sobre el cajón, alejando de mí al único testigo, y además víctima, de mi impune crimen (las sospechas de la gente no cayeron jamás sobre mí, puesto a que la muerte de mi amigo fue vista como un simple suicidio).
Los días pasaron y la tranquilidad comenzó a cubrirme lentamente. Continué viviendo en la casa de Edgar y nadie pareció oponerse. Jamás me atreví a violar el cuarto cuyas paredes lo habían visto todo, aunque no pude evitar que por las noches los murmullos de los muros perturbaran mi sueño hasta que despuntaba el alba. A esto se debió que, luego de un tiempo, comenzara a volverme taciturno. Mi piel palideció poco a poco, y crecieron bajo mis ojos unas oscuras sombras. Un enorme terror me oprimía el alma al ver en el espejo a una figura parecida a la mismísima muerte.
Una noche, falto de sueño, comencé a deambular por la casa. Como un alma en pena atravesé pasillos y subí escaleras hasta dar con la puerta del estudio, escenario del despreciable crimen. En cuanto entré, una helada brisa azotó mi rostro, pues la ventana aún estaba abierta. Avancé despacio hasta que sentí un dolor agudo en la planta del pie izquierdo. Me agaché y un escalofrío recorrió mi espalda al ver el objeto que Edgar sujetaba aquella noche. Brillaba con un color plateado apagado y el rojo de mi propia sangre a la luz de la luna. No era más que un antiguo abrecartas. Lo levanté del suelo y me dispuse a ponerlo sobre el escritorio, pero entonces reparé en un sobre ubicado junto al velador ahora apagado. Tenía escrito mi nombre en una caligrafía que me pareció familiar. Lo abrí distraídamente con el abrecartas, manchando el papel con mi sangre, y saqué de él una hoja escrita con tinta negra. Comencé a leerla: “Mi querido amigo, debes saber que…” Pero mi vista empezó a nublarse. Parpadeé varias veces pero fue en vano. No fue hasta que me refregué los ojos con la mano que mi vista se aclaró, aunque desearía que no lo hubiera hecho. La carta había sufrido una horrible transformación, la tinta negra se había corrido y tornado color sangre, y el mensaje era ahora una simple pero macabra frase en una caligrafía oscilante y aguda: “Tú me mataste, ahora sufrirás.” El horror más intenso inundó todos los recovecos de mi alma ante la certeza de que era el mismísimo Edgar quien había escrito ese mensaje, volviendo desde el otro lado de la muerte para hacerme pagar por mi crimen. No. Era imposible. Edgar estaba enterrado varios metros bajo tierra en un cajón con la tapa clavada. Sin embargo, la idea era tan formidable que no tuve más opción que cerciorarme si era o no cierta.
La luna llena arrojaba su blanca luz sobre mí, dibujando una distorsionada sombra en el camino que me llevaba al cementerio. Llevaba en mi mano una pala, y había decidido caminar para no perturbar el silencio de la noche. Los árboles que bordeaban el sendero parecían susurrar palabras ininteligibles mientras intentaban vanamente alcanzarme con sus retorcidas ramas. De vez en cuando miraba hacia atrás ante la súbita sensación de que alguien me seguía, y el nerviosismo se iba apoderando lentamente de mi corazón, acelerando su ritmo.
Al divisar las oxidadas rejas de entrada al cementerio, me detuve en seco. Había oído un claro crujir de ramas tras de mí y la adrenalina comenzaba a fluir por todo mi cuerpo. Giré súbitamente y vi que mi perseguidor no era más que un enorme cuervo, que entonces estaba posado en la rama de un árbol. Mi corazón se calmó y me dispuse a entrar al cementerio. Primero lancé la pala hacia adentro y luego comencé a trepar el muro. Cuando llegué a la cima y miré hacia abajo vi al cuervo posado junto a la pala con sus ojos fijos en mí, como si me invitara a continuar. Ese animal comenzaba a provocarme una profunda sensación de repulsión. Sin embargo, no creí conveniente permanecer mucho más tiempo trepado al muro, así que descendí hacia el interior del cementerio.
La lúgubre atmósfera que creaban las lápidas en contraste con las sombras nocturnas me provocó escalofríos, por lo que tomé la pala y comencé la búsqueda de la tumba de Edgar. No reparé en el detalle de que el cuervo ya no estaba allí.
Debí leer varias lápidas antes de dar con la que buscaba. La luz de la luna no conseguía penetrar el follaje de los árboles del cementerio y la penumbra parecía volverse más densa a cada segundo. Sin embargo, el árbol más cercano a la tumba de Edgar estaba desnudo, tal vez seco, y en una de sus ramas estaba el cuervo, extendiendo su sombra sobre la sepultura. Tomé la pala con firmeza y la enterré en la tierra removida de la tumba, comenzando así una larga tarea.
Durante horas cavé sin descanso, y el cuervo no me quitó los ojos de encima por un momento. Cuando ya había hecho un pozo de unos dos metros la pala topó con una superficie dura, y mi corazón pareció congelarse junto con mi respiración. Corrí suavemente la tierra y descubrí la tapa del ataúd. Entonces hice silencio, y todas las criaturas de la noche parecieron hacer lo mismo. La quietud era absoluta y, por lo tanto, comenzó a llegar a mis oídos un leve y apagado sonido. Miré hacia el cajón y me agaché, el ruido pareció aumentar su volumen. Edgar estaba vivo. Estaba rasguñando la madera tratando de salir, y no podía gritar porque su mandíbula estaba atada como la de los muertos. Bajo mis pies aún desnudos pude sentir los golpes de los puños de Edgar contra la madera, e incluso llegué a oír los acelerados latidos de su corazón. La desesperación se apoderó de mí, y me dispuse precipitadamente a hacer palanca con la pala para arrancar la tapa del ataúd. En segundos los clavos cedieron y la tapa se abrió bruscamente. Entonces debí cubrirme la boca con ambas manos para no gritar. Allí estaba Edgar, o lo que quedaba de él, pues la descomposición había avanzado sobre su cuerpo hasta dejar visibles algunos de sus huesos, y lo que había permanecido inalterado era su único ojo negro como las alas de la muerte, o como los ojos del cuervo que ahora me observaba cínicamente complacido con mi horror.
Una amarga lágrima comenzó a rodar por mi mejilla al descubrirme esperanzado de que Edgar realmente estuviera vivo. Se deslizó lentamente hasta mi barbilla y cayó exactamente sobre el agujero negro que estaba en el lugar del ojo derecho de Edgar. De pronto una mano esquelética me tomó por el tobillo y el hasta entonces inerte cadáver se incorporó con su ojo clavado en mí. Entonces trepó por mi cuerpo hasta conseguir pararse y cuando me soltó caí de espaldas, para luego empezar a arrastrarme hacia atrás. ¡Necesitaba alejarme de esa monstruosidad, de ese ente venido del mismísimo infierno para cobrarme mi crimen! Pero Edgar comenzó a avanzar hacia mí, y extendió su huesudo dedo índice como acusándome por las horribles penurias que  seguramente lo torturaban en el mundo infernal. De pronto se desvaneció en una bandada de cuervos que se precipitaron hacia mí, rasguñándome y clavándome sus picos. Entonces pude reconocer al imponente cuervo que me había seguido hasta allí. Y en sus ojos pude ver la satisfacción que le causaba mi sufrimiento, pero más aún la idea de lo que estaba a punto de hacer. Se posó sobre mi pecho y acercó lentamente su asqueroso pico a mi ojo derecho. Cuando estuvo a unos centímetros, lo hundió en mi cráneo y arrancó mi ojo de un tirón. Y el silencio de la noche fue perturbado por mis gritos hasta que apareció el sol en el horizonte, marcando el comienzo de mi castigo.
Ahora, habiendo cumplido mi condena por una noche más, y con lágrimas rodando por mi mejilla izquierda, puedo sentir las frías caricias de la muerte en mi rostro. Aunque lentamente me siento desfallecer, deseo dedicar mis últimos momentos de lucidez a escribir con mi propia sangre estas palabras: Edgar, lo siento.

Alumna de 5º año de Escuela de Educación Secundaria Nº 3 “Carmelo Sánchez”

"Contate un cuento V" - MENCIÓN DE HONOR CATEGORÍA C - Camila Landeyro

El cuarto verde


- No lo sé… Necesito irme, necesito cambiar. Pero tengo miedo, no entiendo por qué me siento así…
-Es el recuerdo Martín, no te preocupes.- dijo Raúl.
-¡Otra vez no!- agregó Pablo.
-¿Qué pasa?- expresó Catalina.
-Es otro de sus ataques.-respondió Estrella
-Es que la extraño. Aunque sea, solo quiero verla un minuto. Por momentos deseo estar con ella,  y es lógico, pero de repente la odio con todo mi ser. Es su presencia lo que necesito. ¡Qué digo! Es la de todos.
- Martín ¿Qué es lo que te sucede? Acá es donde perteneces. ¿O te olvidas que todo esto es tuyo?- le preguntó Raúl.
- No me olvido de eso, pero tampoco de mi familia. Mira si tratan de buscarme, no  van a poder encontrarme. No es un capricho, necesito sentirlos, necesito estar con ellos.
-Dejalo tranquilo, ya se le va a pasar.- susurró Estrella.
-Es imposible que te olvides de ella. Tampoco nosotros nos hemos olvidado de ellos, sino que al contrario, ellos se olvidaron de nosotros.- contestó enojado Raúl.
- No sé. Puede ser, tal vez ocurrió eso. Pero si yo no estoy más que en un portarretrato, en un cuadro, en un dibujo de heladera ¡Cómo no me van a olvidar si no estuve en sus momentos más importantes! Gabriel ya debe estar recibido, todo un doctor…Y Juanpa debe estar metido en esos líos de abogados- rió con cierta nostalgia mientras rascaba su barbilla-. Bruno debe ser un gran profesor, siempre fue tan aplicado y prolijo hasta para tirar bombuchas.
-Martín…- suspiró Raúl.
-Dejalo viejo, es Martín. Siempre fue así. ¿O no te acordas que para comprar caramelos tardaba tres horas porque no sabía si elegir entre palitos de la selva o billiken? Además, no es la primera vez que sucede esto- acotó Estrella.
-¡Tenés razón!-rió estrepitosamente Raúl-. Es Martín, ya se le va a pasar.
Sin escuchar a nadie, totalmente confundido y perdido, me alejé de ellos y de aquel árbol. Todavía, a pesar de mis años no logro entenderme. Estoy en donde siempre quise estar, logré mi objetivo, mi sueño, tengo lo que nadie tiene, sin embargo no me siento bien. Dudo por momentos de ser feliz.
Necesito despejarme tan solo unos segundos, pensar en algo más. Hace tiempo que no veo por la ventana, tal vez suceda algo nuevo o las cosas hayan mejorado. Las imágenes cada vez son más borrosas, no alcanzo a distinguir, pero siempre lo mismo, guerras, asesinatos, inflación, pobreza, y un perro que salva a alguien. ¡Cómo estarán que el héroe es un perro! Ahora entiendo por qué decidí estar acá. Pero quién me asegura si la hubiese pasado mal allá, tal vez sería todo lo contrario. Mi infancia fue hermosa, no me arrepiento de todo lo vivido en aquel lugar.  Ahora que me pongo a pensar en aquel tiempo, fueron años mágicos, llenos de sueños, de ilusiones, de guerras de agua, de carreras, de juegos, de aventuras. ¡Qué hubiese sido de mí sin mis abuelos! Ellos se desvivieron por la familia, amaban verla unida y feliz. Ayudaron mucho a la vieja en esos años difíciles cuando mi papá la abandonó con cuatro hijos. Ella trabajaba día y noche, pero nunca nos negó un abrazo, un beso, una conversación aún estando cansada. Tal vez será  por eso que la extraño, a pesar de que la mayoría de las veces la odio porque nunca pudo entenderme.
Mis abuelos eran “famosos” en donde vivían. Estrella es el nombre de mi abuela, sí, Estrella, y no sé si es casualidad o no pero ella  tiene un brillo especial, es única, es incomparable, en resumidas palabras es mi abuela. Ella era una gran artista plástica de la ciudad, a decir verdad -no es porque sea mi abuela- pero pintaba muy bien. Tenía  el poder de convertir al mismo Diablo en Dios con tan solo unas pinceladas.  En cambio, mi abuelo Raúl era periodista y trabajaba en una radio de la ciudad.
Recuerdo especialmente las vacaciones de verano del año ’96, con mis hermanos y mis primos de Bahía Blanca -que siempre venían para ésta época-emprendimos  una aventura inolvidable para mí, pero pasajera para ellos. Como todas las tardes de verano nos metímos en la pelopincho hasta que nuestra piel quedara como una pasa de uva -bien arrugada- y luego nos bombardeábamos con bombuchas, corrímos carreras, y realizamos juegos en donde- como era el más chiquito- siempre perdía. El abuelo rara vez se metía en la pelopincho, ya que pasaba todas las tardes encerrado en su “cuarto verde” como él mismo lo definía, y todos, “incluso mi abuela”, teníamos prohibida la entrada. Cuando le preguntábamos a ella qué hacía él allí adentro, nos respondía que como había mucho barullo en la casa para escribir sus informes, prefería aislarse del ruido y así lograr concentrarse ¡Cómo mentía la gringa! Con mis hermanos y mis primos continuamente intentábamos espiar por la cerradura de la puerta, pero la abuela siempre nos pescaba y nos sacaba a plumerazos de allí. Es cierto que lo prohibido llama la atención, y mucho más cuando uno es niño.
Cierta tarde, esperamos que la abuela se fuera a la peluquería para saber qué nos estaban ocultando en ese cuarto. Mi abuelo no estaba, asique no había problema, lo único que nos preocupaba era que la puerta estuviese cerrada con llave. Al llegar arriba, la puerta del “cuarto verde” brillaba más que otros días, se veía tan tentadora. Juanpa fue el primero que tanteó el picaporte. Estaba abierta y solo teníamos que dar tres pasos para enfrentarnos a la verdad. Ahora que me acuerdo, “los gigantones”-como yo les decía- tenían miedo y me enviaron a mí para mirar por el ojo de la cerradura. No podía creer lo que estaba viendo ¡Era una especie de dragón! Al principio me asusté, no sabía qué pasaba. Debí quedar tan asombrado y pasmado, que no esperaron a que les dijera lo que había visto, sino que me empujaron a un lado y abrieron la puerta. Una luz se emitió desde allí, y a medida que entrábamos  se iba haciendo cada vez más fuerte, más fuerte, hasta el punto de dejarnos ciegos por unos segundos. Cuando recobramos la visión, nos encontramos con un mundo totalmente diferente al que vivíamos. Nos parecía estar en un cuento de hadas cuando vimos esos paisajes tan fantasiosos, tan únicos y a la vez tan mágicos. Montañas tan altas como el mismo cielo, árboles de todos los colores, grandes cataratas, ríos, lagos. Yo refregué mis ojos varias veces y me pellizqué para comprobar que todo lo que veía no era un sueño. Mis primos y mis hermanos, mientras que yo me encontraba tieso como una momia, comenzaron a recorrer el lugar. Mi primo Ramiro capturó a una especie de conejo con alas, algo rarísimo. Cuando empecé a caminar vi pájaros cantando tangos y fumando un pucho, sapos de color rosa y con piernas humanas, veredas de espuma, pozos de horas, montículos de recuerdos, faroles de esperanzas, elefantes sin trompas, serpientes con piernas, gatos sin uñas pero con escamas, y hasta había un ratón que en vez de cola tenía un martillo. ¡Era todo tan raro! Estábamos maravillados por lo que veíamos, pero a la vez teníamos miedo de no regresar con nuestra familia. Nos preguntábamos si viviría alguien allí, porque solo cruzábamos “animales”. En un momento, una mano se posó sobre el hombre de Fabián, mi primo mayor. Fue tan grande el grito que emitió, que tuve un pequeño accidente, no vale la pena decir cual fue pero a decir verdad me sentí muy húmedo. Cuando nos dimos vuelta, vimos que era una especie de casi humano, aunque su cuerpo era de hombre, todas sus partes se encontraban fuera de lugar y su rostro tenía forma de signo de interrogación. Sus ojos estaban en el cuello, su boca sobre su mano, las orejas en los pies, la mano izquierda en la rodilla derecha, la cabeza en el brazo y el cuello en el dedo gordo de la mano. A primera vista daba miedo, pero tenía una voz tan dulce que lo hacía parecer amigable. Le preguntamos dónde estaba la salida y muy amablemente nos la indicó. En un abrir y cerrar de ojos estábamos en el “cuarto verde”. Permanecimos en silencio por unos segundos, pero no había nadie. Esa fue nuestra última tarde de vacaciones juntos, pero prometimos regresar allí, era nuestro pacto, nuestro juramento. Aunque prácticamente vivía con mis abuelos, respeté la promesa hasta que La Barra se volvió a juntar nuevamente después de tres años de estar separados. Yo tenía entonces diez años, mientras que mis primos y hermanos rondaban los dieciocho…Creo ir entendiendo más la situación ahora.
Cuando nos volvimos a reunir, me dejaron de lado, era el “nene” de la familia. Sus conversaciones giraban en “temas de grandes”, como las definían. Cuando les pregunté si íbamos a volver al cuarto verde, se rieron, se burlaron de mí. Incluso me dijeron que ellos ya habían ido, pero habían entrado de otra manera a ese mundo. Cuando les pregunté “¿Cómo?”, sacaron una bolsita de polvo  blanco y me dijeron que era “polvo de hadas”. Ante tal tomada de pelo-que mis hermanos consintieron con sus risotadas- me alejé de ellos para siempre. Totalmente desilusionado y consternado fui a mi pieza y lloré hasta quedarme dormido. Quería regresar a aquel lugar  con mis hermanos y primos, quería sentirlos nuevamente cerca, quería volver a llamarlos amigos, pero comprendí en ese momento que nunca más podía confiar en ellos y muchos menos contar con ellos. Me juré a mi mismo que nunca más iba a entrar  al cuarto verde, me convencí de que todo lo que había visto era un sueño, una irrealidad y de que lo único real en mi vida era el suelo que yo estaba pisando. Aquella experiencia vivida quedó totalmente eliminada de mis recuerdos, pero solo fue por un tiempo.
Pasaron algunos años y llegué a la adolescencia. Muchos cambios hubo en mi vida, nuevas situaciones y más problemas. Justo antes de cumplir dieciocho años, perdí lo que tanto quería y amaba: a mis abuelos. Cuando me dijeron la noticia, pensé que era una de esas horribles pesadillas, pero no era así. Me sentí totalmente despavorido, solo, sin nadie en quien confiar.
El velatorio fue una cosa rápida, personas llorando, mis primos y hermanos conversando de sus temas políticos, financieros, de mujeres, de autos, discutiendo por la herencia ¡Qué más da! Mi vieja fue la que más sufrió, no se lo veía venir, lloró como una desgraciada, me partió el alma, me sentí  impotente. Luego de que pasó todo ese “trámite” me fui a casa, pero antes quise dar un último recorrido a la casa de mis abuelos. El olor de ellos aún permanecía en el aire, el televisor apagado, las agujas tiradas, el sillón del abuelo vacío, revelaban la ausencia de sus dueños. Pasé unos segundos recorriendo la casa, dándole de comer al gato, regando el jardín, hasta que subí las escaleras y me detuve ante el famoso cuarto verde. Miré la puerta durante varios minutos, hasta que decidí abrirla. No podía ser, otra vez se emitió de allí una luz que me dejó ciego por unos segundos. Pero cuando recobré la visión, todo estaba tal cual a cuando entré por primera vez. Mientras que observaba fascinado todo lo que me rodeaba, algo pasó tan rápido que voló mi gorra. Cuando miré hacia arriba vi un avión plateado con letras bien grandes que decía: AEROLÍNEAS TIYÚ. “¿Qué cuerno es Tiyú?”, dije bien fuerte. Una voz indicando total autoridad dijo:
-Más respeto por este mundo.
Me quedé pensando, mi mente tenía registrado ese timbre de voz. ¡Cómo dudarlo! Era él, nada menos que mi abuelo Raúl.  Me di vuelta y ahí estaba, con sus manos en la cintura preguntándome sobre cómo había llegado a Tiyú. Le expliqué sobre esa aventura de verano y de lo que había pasado. Me acuerdo que me dijo: “Yo sabía que esos andaban en cosas raras, nunca les gustó el trabajo,  parece mentira que lleven mi sangre.”  Mientras que escuchaba todo su repertorio, comencé a sentir un olor muy familiar, similar al de las magnolias, era el “olor a abuela”. Unos gritos comenzaron a oírse a lo lejos mezclado con voces extrañas que decían: “¿Qué Martín?”, “Ah, es él.”, “Heredó mis genes”, “¡Se nos están cayendo las hojas!”. De repente unas manos suaves y arrugadas taparon mis ojos, y unos labios ya marchitos se apoderaron de mis cachetes. ¡Era mi abuela! ¡Cuánta alegría tuve ese día! Los tres conversamos un buen rato,  pero mucho de lo que ellos me decían no presté atención, porque el sonido del avión plateado me desconcentraba. El abuelo compartía conmigo el gusto por los aviones, asique me invitó a dar una vuelta. Cuando subimos, él me dijo que lo podía pilotear, solo necesitaba mucha imaginación y concentración- requisitos que los tenía en demasía-, por lo que piloteé aquel avión como todo un profesional. Cuando aterrizamos, quedé tan impresionado y maravillado, que quería saber cómo habían hecho todo eso, porque no eran proyecciones ni nada virtual, era un mundo de verdad, totalmente tangible. Él abuelo sin decir nada me mostró un lápiz, y me explicó que era el lápiz creador. También me dijo que ellos-mis abuelos- confiaban en mi imaginación, por lo que el lápiz ahora estaba en mi poder. Con semejante regalo, poco a poco comencé a hacer todo esto, aunque no fue nada fácil. En primer lugar, comenzar a crear mi mundo teniendo como base al anterior era “pan comido”, pero mis abuelos para complicármela un poco más, tras un chasquido de dedos, dejaron la escena en blanco, borraron al viejo Tiyú dejando solamente un gran árbol.
-¡Nosotros!- dijeron todos a la misma vez
-Silencio que estoy pensando… A ver… Al principio solo me salían garabatos, no entendía cómo funcionaba el lápiz. Recuerdo que un viento escalofriante erizó mi imaginación y exaltó mi concentración. Mi mente quedó en blanco y sin pensar, empecé a dar trazos al azar siguiendo el ritmo de una melodía. Cuando abrí los ojos, tenía ante mí un gran lago,  montañas, una cabaña, y un hombrecito con cabeza de signo de interrogación que fue mi ayudante en los inicios del nuevo Tiyú.
Desde aquel momento decidí vivir allí, no crecer más, inmortalizarme con mis abuelos y con la vieja, que si ella me hubiese entendido, hoy estaría acá conmigo.
-¿Era bonita? Porque si querés la convenzo.- Dijo Pablo, el abuelo del abuelo de la tía de Raúl.
- ¡No me interrumpas Pablo!
- ¡Mocoso insolente!
- Callate Pablo, Martín tiene razón- dijo Juan José.
Tiyú para mi fue como una droga del mundo real. Al igual que mis abuelos, lo utilizaba para despejarme de los agotadores días que me tocaban vivir en el trabajo. Allí, junto con ellos iba remodelando mi mundo. Por ejemplo, mi abuela pintó hermosos atardeceres similares al viejo Tiyú, y mi abuelo se encargó de los aviones y de los “wifu”- delfines con cuerpo de dragón.  La fauna que yo hice es bastante rara. Los sapos tiene cola de conejos, los perros dientes de murciélagos, los gatos alas de pájaro, las ballenas cola de ratón, las tortugas patas de conejo, las mariposas alas de águila, los caballos patas de ñandú, los canguros melena y patas de león. Decidí crear personas para habitar un poco más al nuevo Tiyú. Dibujé a mis hermanos, a mis primos y a mí mismo cuando éramos solo niños, para que le dieran un toque de alegría a ese lugar. Después la fui llenando de personas adultas pero con corazón de niños. Además, también me dediqué a construir otras cosas, pero la más importante fue el Puente del Olvido, que conectaba al mundo en donde yo vivía con Tiyú.
Estaba tan absorto en mis creaciones, que no me di cuenta que poco a poco comenzaba a envejecer. En realidad, no era tan así, yo sabía que era un “hombre de edad”, pero lo que pasaba era que en Tiyú el tiempo no corría, yo siempre ahí tenia diecisiete años. Cuando iba del cuarto verde hacia Tiyú, el Puente del Olvido hacia que mis brazos se acortaran, que mi voz se enflautara, que mi panza se achicara, desaparecía mi barba y el pelo volvía a crecer en mi cabeza, pero cuando lo cruzaba para ir al otro lado, sucedía todo lo contrario y… ¡Claro! Ahora entiendo porque borré el puente.
-¡Abuela, abuela! ¿Dónde estás?
-Martín acá estoy. ¿Qué pasa?
-La odio con todo mi ser, yo quise lo mejor para ella, quise tenerla para siempre a mi lado. Cuando su pelo se hizo blanco, y su voz se debilitó, le conté de Tiyú pero ella no me creyó, pensó que estaba loco, que había perdido el juicio. La llevé del brazo hacia la puerta del cuarto para mostrarle Tiyú. Pero me olvidé de que solo podían ver ese mundo aquellas personas que tuviesen mucha imaginación. Yo le señalé el jardín, le dije de ir a buscarlos a ustedes, comencé a gritar sus nombres, pero ella no veía nada, solo la habitación en la cual no había ni una ventana. Ella murió a los pocos días creyendo que estaba loco y que debían internarme. En su funeral, les hablé a mis hermanos de que los había vuelto a ver a ustedes, y que mamá se murió porque ella quiso, porque había rechazado vivir en Tiyú. Ellos me explicaron que mamá estaba enferma hacía ya varios años, pero que no me lo habían querido decir por miedo a mi reacción. ¡Yo le podría haber advertido a mamá!... pero no pude abuela.
-Martín, tranquilo, no llores, respira profundo. Mi hija no nació con el don que tenemos nosotros. Ella nació solo para una vida.
-Ya lo sé. Pero con solo acordarme que al otro día tiraron la puerta abajo de tu casa, y entraron mis tres hermanos con la policía como si fuese un criminal, se me congela la sangre. Su plan era llevarme al psiquiátrico. Pero menos mal que me encerré en el cuarto verde y fui a Tiyú. Ahí fue cuando  borré el puente, y en su lugar dibujé una ventana bien grande para ver cada tanto hacia al otro lado. ¿Te acordás abuela cuando entraron todos a la habitación y no encontraron más que una silla y un escritorio? Además al no haber ni una ventana, no pudieron decir que me había escapado.
-Me acuerdo todavía de sus caras. Ellos sabían que te podían encontrar ahí. Se volvieron locos al entender que Tiyú existe.
-Me dio lástima Bruno, que no le podían poner el chaleco de fuerza por la panza… Abuela, a veces no sé qué me pasa, fue una basura vivir allá, jamás estuve tan feliz en mi vida como ahora. ¡Te amo abuela!
- ¿Y yo que soy?-dijo Raúl.
- Tombié amió bibi. (También te amo abuelito) Bueno basta de recuerdos inútiles, tenemos que mejorar todavía la lengua tishulsence.
 -¿Viste que era otro de sus ataques?- susurró Estrella.
-Como siempre…- le respondió Raúl.
-¡Él es así porque ustedes lo miman demasiado!- dijo Noelia.
-Calláte abuela, no pedí tu opinión.-dijo Estrella.
- Más respeto por tu abuela- dijo Adolfo, el papá de Estrella.
-¡TIÚ JALLÓN STIYÓS! (¡SE CALLAN ESPÍRITUS!)-dijo Martín.
Y el árbol dejó de mover sus hojas.

alumna de la Escuela Secundaria Nº 2 de Loberia.

"Contate un cuento V" - MENCIÓN DE HONOR CATEGORÍA C - Emiliano Manuel

Dos años de amor, un día de error y cuatro días de arrepentimiento

-  ¡No quiero morir! – decía mientras su lágrimas surcaban su cara y yo en frente suyo, trataba de revertir esta difícil situación  Todo el personal aguantaba el llanto, y ahora que miro a mí alrededor pienso en lo poco profesionales que fuimos, nos habíamos encariñado   con  un paciente ¿Qué pasó? , me preguntaba, ¿cómo había llegado a esto?
 Cierto domingo a la tarde, había recibió una mala noticia. Una chica, “los ojos que siempre lo miraron con dulzura” como él le decía en su anécdota, le comunicaron el final del amor. La joven pareja tenían dos años ya juntos, siempre se habían tenido  un gran amor mutuo, pero todo cambia… ¿o no? Resulta que esta chica encontró a otro tipo que, por casualidad, tenía una mejor situación económica que él, y el dinero terminó matando el amor. Muchos dicen que las heridas que deja el amor, como a toda herida, hay que limpiarlas con alcohol cuanto antes, pero el remedio fue peor que la enfermedad. Una simple borrachera no hubiese sido un gran escándalo, pero en su estado el alcohol le trajo malas decisiones a la cabeza, y lo que empezó con unas copas de vino terminó con un largo trago de herbicida industrial con los que el chico acostumbraba a trabajar.
   El lavado de estómago lo hicimos  ese mismo día, al parecer entre media hora y cuarenta minutos después de haber sido ingerido el herbicida. Nos tomó una hora  concluir con el lavado gástrico, y una vez hecho, el paciente entro en la zona de terapia intensiva hasta ver como avanzaba el estado de su cuerpo. Se le administró lo necesario para estabilizar su tambaleante salud. Al cabo de un periodo de ocho horas  despertó.
    Como es normal el personal hizo las preguntas de rutinas para generar un ambiente en el que el paciente se sintiera cómodo, pudimos saber su historia, no es que estos casos sean inusuales, no se confundan ya que lamentablemente esto pasa muy seguido, pero fue un relato que se supo en todo el hospital en un instante, al parecer la gente disfrutaba con las trágicas historias de desamor. En fin, el chico se llamaba Lucas, la chica… nunca supimos, siempre ponía una cara de perdido cuando se le preguntaba por ella así que simplemente dejamos de hacerlo. Su historia no es mucho más larga de lo ya comentado; un amor de dos años, una pelea de un día, una borrachera de una hora y un error de quince minutos, el resto de su historia quedaría en nuestras manos.
   Ya en la tarde del lunes se veía su disgusto por estar en el hospital, su salud se estabilizó y fue trasladado a una habitación común, tercer piso, cuarto 243, habitación compartida. Mientras yo leía su historial médico un enfermero le anunciaba los cuidados que se le harían y que él mismo debía hacerse, cosas como solo ingerir comida del hospital, no comer sólidos, no levantarse de la cama, anunciar inmediatamente a un enfermero si llegaba a notar una irregularidad, entre otras cosas. A pesar de estar estabilizado, su situación era de cuidado, el lavado gástrico se hizo en un momento en el cual el herbicida ya había causado una debilidad muscular intensa y había llegado a perjudicar su estómago e hígado, temíamos por futuros fallos hepáticos y todavía quedaba analizar si el efecto tóxico había llegado a otros órganos; pero no se podían dar conclusiones antes de saber hasta qué punto el herbicida había afectado al cuerpo.
   Se mandó a realizar con urgencia un nuevo análisis de orina, del cual tendríamos el resultado el día martes, por lo que tuvimos tiempo de conocer mejor a Lucas tanto yo por ser su doctor asignado, como los enfermeros que estaban a cargo de atenderlo en el tercer piso.
- ¿A qué te dedicas? – dije en una de mis recorridas.
- Si me hablas de lo que hago para vivir, entonces te diría que trabajo para un contratista rural, pero no creo que esa sea mi dedicación.
- ¿Y cuál es entonces?
Lucas suspiro profundamente y empezó a recitar:
“Del árbol nace la rama,
De la tierra nace la flor.
¿Sabe usted hermano
De dónde nace el amor?
El amor nace con una sonrisa,
Crece con una ilusión,
Se marchita con un beso
Y se muere con una traición.”
- Un poeta. Es raro en estos días.
- Si, sobre todo porque es raro un amor verdadero, ya no hay damas que esperen de un enamorado las locuras más grandes y los versos más románticos. Ya no hay una noche tranquila para contemplar la luna y las estrellas. Los poetas murieron
- No todos, vos seguís acá.
- Cuando un poeta pierde a “los ojos que lo miran con dulzura”, su musa muere, al igual que su pluma. Además, puedo parecer tonto, pero no lo soy. Tomé un herbicida, de esta no puedo salir bien parado.
- Eso todavía no lo sabemos. Lo último que se pierde es la esperanza
   No dijo nada. Se dio media vuelta y se puso a dormir. Ese día se pasó volando, llegó el martes, y con él  las malas noticias. El análisis de orina era bastante claro, todo indicaba insuficiencia renal aguda.
   A pesar de los números el paciente se sentía bien, podía caminar sin fatigarse.
- ¡Che! En una de esas puede ser que no todos los poetas mueran. Me siento mucho mejor – nos decía
- No camines.
- ¿Pero por qué? Ya me siento mucho mejor ¿En cuántos días puedo volver a casa?
- Vos te quedas acá. Las cosas no van bien. Acuéstate, por favor.
- ¿Qué no van bien? ¡Mírame! Ya estoy mejor, ya camino, ya no me siento cansado ¿Qué puede “no ir bien”?
- Los análisis muestran fallas renales. Si las cosas avanzan como lo pensamos tendrás que volver a la zona de cuidados intensivos.
- ¡Si seguro! ¡Yo estoy mejor! No digas estupideces… voy a tomar aire.
Salió de la habitación con paso apurado, no sabía en qué situación se encontraba. En cuanto atravesó  la puerta se escuchó un golpe. Era una caída. Salí rápido y vi a Lucas en el suelo. Había sangre, que brotaba de su nariz y de su boca.
- ¡Enfermeras! ¡Vengan rápido!
Lo que más me deprimió en ese momento fue su cara de desilusión, acostado en una camilla, conectado a un respirador, no había palabras para describir la imagen que quedó en mi cabeza, lo demacrado que se veía Lucas. Otro día que pasó rápido, ya era miércoles, y seguían las piedras en el camino. Ahora fallaban  los pulmones, si es que a eso se le podía llamar pulmones, las tomografías no mostraban resultados prometedores, ese órgano ahora era básicamente una coladera.
   Créanme que no hay mayor sentimiento de impotencia que el de querer ayudar a alguien, buscar salvarle la vida, y no poder hacer nada. Tratamos de encontrar soluciones, pero a cada idea de posible solución había impedimentos. Había vuelto la fatiga muscular al cuerpo de Lucas y contando la falla renal, la falla hepática, el daño en el estómago y la condición de sus pulmones, llegamos a la conclusión de que no podíamos hacer nada. El moría  poco a poco, de la manera más dolorosa.
   Sabía lo que pasaba, leía nuestros pensamientos mientras actuábamos como si no pasara nada, simulando otro día normal de rutina. Y es que… ¿Cómo anunciarle a alguien su muerte? Nadie nos enseña eso, siempre son situaciones difíciles de vivir. Al final de la jornada decidimos decirle la obvia noticia por mucho que nos costó. Solo lloró hasta dormirse, en ese llanto sin consuelo.
   Y hoy… hoy es jueves, su familia vino a verlo, sabiendo ya las malas noticias, y acá nos encontramos en el punto de partida de esta historia.
-  ¡No quiero morir!
   Apenas podía hablar, pero el decidía hacerlo.
- Tengo miedo, miedo de morir… aunque antes de hacer la estupidez por la que estoy acá me sentía muerto. Pero morir… ¡Morir no lo soluciona! hubiese sido mejor vivir hasta sentirme vivo, que muerto en vida darme fin. Soy un estúpido.Hizo una pausa, le costaba respirar, solo se escuchaba  la ahogada respiración, solo eso. Miró a su madre mientras lloraba.
- ¿Me van a olvidar con el tiempo? ¿Me van a recordar por mis buenos momentos? Por favor no dejes que mi presente y mi pasado se apaguen solo porque me quité el futuro.
  A pesar de estar llorando se lo veía calmado, de pronto  me miró a mí.
- Tenía razón doctor, lo último que se pierde es la esperanza… porque ella se va conmigo.
Como si supiera que ésta era la última imagen que iban a tener de él, miró a su familia y les dedicó una sonrisa, y estando su último recuerdo hecho, cerró los ojos. Se fue, se fue arrepentido de sus actos, se fue rodeado de sus seres queridos, se fue con lágrimas en sus mejillas y una sonrisa en el rostro.
Hoy murió un poeta.

Alumno de 6º año de Colegio Santa Rosa de Lima 

"Contate un cuento V" - MENCIÓN DE HONOR CATEGORÍA B - Manuel Clemente

El milagro

Ya corrían 46 segundos y el tiempo se consumía más rápido que nunca. Pero yo realmente no sabía si iban 15 o 120, el cansancio no me dejaba ni pensar, ya había perdido noción del tiempo. Me acerqué a la media luna del área, apoyé mis manos sobre mis rodillas y respiré agitadamente. Después,  miré alrededor, ahí estaban, mis amigos, esos compañeros del alma que me habían acompañado en el mismo sacrificio que ahora me pasaba factura. Sus caras también mostraban cansancio, pero siempre con esas miradas, que me decían, que lo íbamos a ganar. No sabía cómo, no sabía por qué, nunca fuimos habilidosos ni físicamente superiores, ni teníamos ninguna ventaja deportiva que nos hiciera acreedores de esa convicción. Pero son esos días que nada puede salir mal y uno simplemente sabe, sabe que lo va a lograr contra todo pronóstico.
   Nacho me miró, lo miré y me hizo una seña como diciéndome: “Lo tiro yo”, a lo cual asentí .Con el viento en contra y el cansancio acumulados de todos, me pareció ideal, el todavía tenía un resto.
  Me erguí, Nacho acomodó la pelota en el  triángulo pintado con cal, al lado del banderín de corner. Después de tanto amagar  el cielo rompió a  llover, lo cual agradecí enormemente, por lo pesado que estaba el día, y porque no hay nada más hermoso que jugar al fútbol bajo la lluvia.
  Al lado mío estaba Lucio, que seguramente iría a buscar el cabezazo al área, y un poco más atrás Julián, ése que podríamos llamar nuestro jugador “habilidoso”, rápido y con una derecha prodigiosa, pero ojo, también solidario en el juego y una gran persona. Esperaba el rebote en las puertas del área.
    Amigos, eso éramos, amigos nada más, siempre habíamos tenido las de perder, y muchas veces así resultaba finalmente, pero no hay nada más lindo que jugar con tus amigos al deporte de tus amores, bueno quizás jugar en la lluvia.
    El árbitro hizo sonar el silbato y con un esfuerzo enorme Nacho mandó la pelota al área. El centro se cerró un poco y fui al encuentro de la pelota desenfrenadamente;  cuando estuvo a poco más de medio metro salté  lo más alto que pude, llegué  a sentir el viento que con ella traía, pero justo en ese momento el 2 de ellos me anticipó y logró rechazar. Caí, mi corazón se sintió destrozado por un segundo, no podía explicar cómo habíamos aguantado ese partido sin que nos metieran un gol. Nuestros contrincantes  jugaban como los dioses, y ahora dejaba pasar esta oportunidad celestial de ganar el partido. No, no podía ser, simplemente no podía ser, la mayor de las injusticias, pensé.

Pero, paré, me levanté, miré atrás, estaba Fede , aunque yo ni siquiera me había percatado de su presencia, esperando la pelota rechazada por su defensor. Nunca fue un tipo de hacer goles y distaba mucho de ser habilidoso, pero sabe Dios por qué se encontraba en ese momento tan crucial e importante, en ese lugar, con la oportunidad de  cambiar el curso de las cosas. La pelota se acercó a él casi en cámara lenta. Se acomodó, para tomarla bien de derecha. La empalmó con la totalidad del pie, con lo que se dice el “empeine” y majestuosamente salió disparada en dirección al arco rival, y en lo que me parecieron siglos, la misma viajó a través de los jugadores que se encontraban en el área, elevándose a cada paso, surcando el viento sin que nada la inmute. Esbocé una sonrisa. La pelota, esa hermosa circunferencia perfecta que causa alegrías con sólo tenerla entre los pies, se colocó en el segundo palo del arquero, impactó el palo con fiereza descomunal y por último infló la red del arco. Esta será una  de las imágenes más hermosas que me llevo de esta vida. Corrimos a abrazarlo, decir que a algunos se les caían las lagrimas era poco, casi todos llorábamos. Lo levantamos entre todos. Dios existe pensé, y mientras la lluvia me hacía más y más pesada la ropa y me empapaba la cara grité: ¡Dios existe! Porque cosas tan maravillosas e improbables sólo pueden ser calificadas como un milagro.

alumno de 4º año de Escuela de Educación Secundaria Nº 3 “Carmelo Sánchez”

"Contate un cuento V" - MENCIÓN DE HONOR CATEGORÍA B - Gladys Aguilar

Un miau para mi soledad


Yo siempre quise un gato, pero mi madre nunca me lo quiso comprar, me decía que los gatos a la noche se transforman en seres extraños, seres que andan vagando por las casas, observando la vida humana y estudiando cada uno de nuestros movimientos. Sí, mi madre piensa que los gatos van a dominar el mundo y nos van a tener como esclavos. Y yo pienso que mi madre está loca.
  Yo quiero un gato, quiero tener uno, son unos animales muy tranquilos, silenciosos y no molestan. Pero no, mi madre prefiere los perros. A mí no me gustan, me molestan, no quiero un perro en mi casa; no obstante eso para completar mi mal humor, mi madre vio un caniche toy en una veterinaria  y se lo quiere comprar. Detesto pelearme con ella, pero me da rabia que no me entienda. Les tengo terror a los perros,  quiero un gato. Me pone mal estar peleando con ella desde hace unas semanas por este tema. Nunca me escucha, nunca me entiende, ni me presta atención a lo que me pasa. Me siento solo, incomprendido.  Hace un tiempo me alejé de unos amigos, porque me trataban mal, me aislaban, siento como que no tengo a nadie cerca de mí. También debe ser por eso que quiero un gato, para que me acompañe, para hablar con él y que me escuche.  Además tengo que estudiar bastante, me estoy a punto de llevar 4 materias, aunque  estoy a tiempo de levantar Historia. Tengo que dar un oral de la Guerra Mundial, pero no. No puedo estudiar. Estoy decaído. No tengo ganas de nada. Me parece ilógico tener que estudiar sobre algo que pasó hace muchísimo, y que ni siquiera tiene que ver con Argentina. No entiendo porqué tenemos que estudiar cosas que no nos interesan, así como tener materias estúpidas. No sé por qué tenemos que tener inglés, si hablamos Español.
   Tengo 15 años y estoy perdido en el mundo, no tengo amigos, siento que mi familia no me entiende. Estoy solo y quiero un  gato. Tampoco entienden eso. Necesito una compañía.
    Estoy frito, tengo prueba de Matemática y Literatura mañana, no entiendo nada de nada. Listo, otras dos que me llevo.
    No sé qué le cuesta a mi mamá comprarme un gato, si yo me voy a hacer cargo de él. Lo voy a alimentar, cuidar y llevarlo a vacunar.  Si para la semana que viene no me compra mi gato, empiezo a ahorrar y me lo compro yo, aunque tenga que tenerlo escondido. También  debo arriesgarme a los riesgos que puede correr el animal si mi mamá lo descubre. Elena es tremenda, es la única madre histérica que vi en mi vida. Todas las madres de mis compañeros hablan con ellos, los ayudan siempre, en cambio ella no, al contrario, me echa la culpa de todo. A veces me gustaría escaparme e irme a vivir solo, comprarme el gato y listo. Pero pienso en mis hermanitos, me da lástima dejarlos con esa loca, yo siempre los defiendo, y si me voy no sé qué pasaría.
    Hace un rato volví a insistirle con el tema del gato, pero fui en un mal momento y casi me echa a zapatazos de su habitación.  Capaz que piensa que voy a comprar una gata que después viene el tema de los gatitos, que puede ser madre, que no podemos tener tantos animales en casa y que esto o aquello. Pero no, quiero un gato, no una gata. Un gato. De cualquier color,  no me importa si es de raza o no. Quiero un gato, para que me haga la compañía que el resto de los seres humanos no me hacen. Llevo mucho tiempo sintiéndome así, solo. Mi vieja que me trata así, mis amigos  que no me hablan, es más, me ignoran, y mi viejo … a mi viejo  nunca lo conocí. La única compañía que puedo tener es la de un gato.  Voy a hacer lo posible por conseguirlo. Siempre fui un luchador, hice todo lo posible e imposible para conseguir lo que quería. Esta vez no me voy a rendir, no. No es imposible tener un simple gato. Lucharé por él un siglo si es necesario, pero voy a tener un gato. Punto.
   Ya sé que tampoco  debería rendirme con el tema de la escuela, pero eso es algo que sé que no voy a poder superar. Estoy mal en todas las materias, me peleo seguido con los profesores. Las daré en diciembre y febrero. Cuando mucho repetiré. Si repito  mi madre se enoja, y si lo hace, tengo el derecho de reprocharle que no puedo hacer nada con mi vida, que nunca me apoya en nada de lo que hago. Eso también va a ser otro motivo de enojo.
   La vida es injusta con todos, no solo conmigo. Sé que hay gente con peores problemas que los míos y que sin embargo siguen adelante, pero yo no sé qué hacer ni cómo seguir. No tengo a nadie con quien hablar. Nadie que me ayude. Quiero ir al psicólogo para que me dé una orientación, me escuche, pero es caro y nadie me lo quiere pagar. Mis tíos porque no tienen plata y la idiota de Elena, porque si me paga el psicólogo, se queda sin dinero para comprarse su par de zapatos semanales. No sé porqué se compra tacos nuevos todas las semanas si nunca los usa. Tiene como 10 pares sin estrenar. Siempre usa los mismos. Yo le digo que podría sacrificar 2 pares de zapatos para comprarme el gato, pero dice que necesita comprarse zapatos. Creo que tiene una manía con los tacos esos.  Yo casi no tengo plata, así que tampoco me lo puedo pagar.
   Sigo insistiendo con el gato, juré una y mil veces que si me compraban el gato, nunca más iba a pedir nada, pero siempre recibo la misma respuesta: no
   Cuando era más chico, todo era diferente, pedía algo y me lo compraban, si no lo hacían, lloraba un rato, como cualquier capricho de todo chico. Pero ahora no. No sé qué hice mal como hijo y como amigo para estar sufriendo esto. Siento que tengo la culpa de todo lo que me pasa. Pero no sé qué es lo que les hice. Siempre fui bueno, los ayudé en todo lo que me pidieron, hice todo por mi familia y amigos. Y de un día para otro empezamos con esto. No lo soporto más. Soy un buen pibe,  y la vida me paga con esto. Le doy la razón a todos los que me dijeron que por más buena que sea una persona, la vida le va a dar miles de cachetadas, golpes y caídas. Es injusta con todos. Aunque también dicen que después de los malos momentos, vienen las alegrías. Pero para mí  no llegan, al contrario, se alejan, estoy cada vez más solo y triste. Siento como si fuera invisible ante los ojos de todos. No puedo dormir a la noche, casi no como. Tengo unas ojeras terribles, y estoy cada vez más flaco. El resto ni se da cuenta, varias veces siento ganas de llorar, pero me trago las lágrimas, soy hombre y si lloro se burlan de mí, entonces me las aguanto. No quiero más cargadas. Trato de ver para adelante, pero cada vez se me nubla más el camino. No veo un más allá. Me siento  enterrado en este presente horrible. Siento como que no hay más camino, que llegué al final. No puedo salir de esto.  Entiendo perfectamente que con un gato no voy a revertir esta situación, pero por lo menos, si lo tuviera, tendría a alguien que me escuche, y así podría descargarme un poco. Antes, me descargaba haciendo deportes, jugaba al rugby, pero  dejé porque era muy caro y porque tampoco me lo querían  pagar. Podría volver, pero no tengo fuerzas. Me siento desanimado para correr. No recuerdo como jugar,  ni como entablar una conversación con gente desconocida.
   Paso muchísimo tiempo encerrado en mi habitación. Solo. Acostado mirando a la nada  o dibujando gatos en la computadora. Tengo Internet y redes sociales, pero ni me molesto en abrirlas, si total nadie me habla. ¿Para qué las quiero? ¿Para ver como los demás tienen amigos  y se divierten mientras yo estoy acá solo? No, no quiero deprimirme más por eso.
   No entiendo porqué soy así, porqué me encierro en mi burbuja, porqué estoy solo, si siempre fui un pibe sociable, alegre. Ahora soy todo lo contrario.  Me encantaba salir, iba de acá para allá, feliz de la vida. Ahora se dio vuelta mi mundo. No sé cómo  explicar lo que siento, es una sensación repugnante de soledad, tristeza e incomprensión.
   Anoche, hablé con una prima que vive lejos de acá, para que llame a mi mamá y la convenza,             quiero  que me compre el gato, pero dudo que lo haga. Nunca lo intenta, no sé porqué le pedí ayuda a ella. Tal vez, es a la única persona a la que puedo recurrir en estos momentos.  También busqué en Internet formas para convencer a alguien,  pero  todas me resultaron bastante inútiles. Eran para convencer a la gente de cosas más importantes, no de una simple estupidez como comprar un gato. Ningún hijo necesita ayuda para que le compren un gato, lo piden y se lo dan, es simple. Pero a mí, no me lo dan. No conozco ningún otro método para utilizar, solo resignarme a que no me lo van a dar, pero no, no me voy a rendir.
  Falta una semana para mi cumpleaños, voy a esperar  un poco más. Capaz que me regala el gato, sería un regalo maravilloso. Creo que no estoy de ánimo para aceptar otros regalos. Solo deseo un gato. Todavía recuerdo cuando mi hermanito quería un auto de carreras para jugar, estuvo pidiéndolo todo un año, lloraba e insistía como yo en estos momentos. Para su cumpleaños se lo regalaron, y él tenía una emoción increíble. Amaba ese autito, es más, con lo bruto que es para jugar, todavía lo tiene sanito, eso que ya pasaron 2 años. Por eso, voy a tener fe, quién dice que para mi cumpleaños no me regalan un gato. Puede ser que hagan lo mismo que con mi hermano. Nunca hay que perder la fe, si uno tiene un sueño, debe luchar hasta cumplirlos, y si cree que lo hará, lo va a hacer. Yo creo que voy a conseguir finalmente a mi gato. Tengo ese presentimiento. Capaz que esta sea la última semana que pase solo.  Creo que de tanta ilusión, me volvió a venir el sueño, después de casi dos semanas sin poder dormir, por el insomnio.  Ya que ahora tengo sueño, voy a dormir, esta semana voy a hacer eso, dormir, lo más que pueda. Voy a recuperar toda la energía posible para celebrar y festejar cuando me regalen mi gato. Estoy cansado, quizás lea un poco de lo de Historia y duerma un rato…

   Hoy es mi cumpleaños. Amanecí muy bien, y de muy buen humor. Me pasé toda la semana acostado, estudiando y durmiendo. Se me pasó rápido. Creo que estoy volviendo a ser yo. Bajaré a desayunar, seguro me darán algunos regalos. 
   Cuánto hacía que no bajaba estas malditas escaleras, algún día me voy a terminar cayendo y quebrando todo, los escalones son pésimos.   No importa. Lo importante es que no me caí y que llegué tranquilo a la cocina para tomar mi desayuno.  Tengo ganas de tomar té. Un té de tilo.  Se ve muy tranquila la cocina. Ningún movimiento. ¿Se acordarán que es mi cumpleaños? Sí, tienen que hacerlo, son mi familia.  Si olvidan mi cumpleaños, estuve pensando seriamente en terminar con mi vida. Creo que no hay nadie en casa. Daré una vuelta. Me resulta muy extraño estar dando vueltas por mi casa buscando a mi propia familia para que me feliciten por mi cumpleaños. Ellos tendrían que hacerlo por su cuenta. Qué raro. Mi mamá está en la entrada, recién llegó de la calle, pero no trae ningún paquete o caja que pueda contener un gato. Mamá no me va a regalar el gato. Pero trae una  bolsita. Seguro es el par de medias que me regala todos los años.  Me iré a sentar al sillón y ver un poco de tele. 
   La bolsita era para mí. La abrí mirando indiferente, pensando que eran las medias de todos los años. Mamá estaba parada a mi lado , esperaba que abriera la bolsa.   ¿Qué es esto? ¿Una cajita? no me regaló el gato, pero al menos, cambió las medias.
   Genial, una mascotita virtual. Pareceré un idiota hablando y cuidando a una maquinita casi invisible.  De todas formas la encendí. Tiene gatos. Es genial.
Elegí uno de los gatos que tenía y aquí estoy. Tirado bajo un árbol cuidando al gato virtual. No es un gato real, pero un gato es un gato.


Alumna de 4º año de Escuela de Educación Secundaria Nº 1

"Contate un cuento V" - MENCIÓN DE HONOR CATEGORÍA B - Eugenia Busccichio

Las verdaderas cosas no se compran


Desde pequeño fui criado con las mejores cosas, concurrí a  los colegios más costosos, realicé los viajes más caros, estaba rodeado de personas que  eran felices solo si estaban sentados en uno de los mejores lugares con una de las bebidas más deliciosa en sus manos. Y así fue, como yo Julian Storseneger terminé siendo feliz repleto de cosas materiales: vivía  en una casa inmensa, colmada de lujos, andaba en  autos de alta gama guardados en mi cochera, me atendían mucamas y mayordomos. Era el dueño de AGES, una de las empresas más importante de todo el mundo.
 Estaba feliz con todo lo que tenia, o eso creía, hasta que un día me desperté normalmente, fui a mi trabajo, pase ahí toda la mañana y almorcé en un lugar a unas cuadras de la oficina. Allí me encontré con varios  vecinos de la infancia que me miraron fijo durante unos minutos pero no me reconocieron o simplemente no les gustó la idea de volverme a ver, por eso no me saludaron.
Más tarde regresé a la agencia y pasé ahí toda la tarde; estaba muy atareado, tuve que asistir a miles de reuniones, me contacté con agencias de otros países, hice informes.  Mi día fue muy largo. Los trabajadores terminaron su jornada laboral y el edificio poco a poco fue quedando solitario.
En ese momento ingresó a la oficina un hombre que pertenecía al personal de maestranza. Me saludó como si fuéramos viejos conocidos. Aunque hice el esfuerzo para recordarlo, no acudía a mi mente ninguna imagen del individuo. Asombrado le pregunté:
-¿Tan tarde trabajando?
En ese momento me explicó que hacía horas extras porque tenía una familia numerosa que mantener. Le pregunte cuánto hacía que trabajaba en la empresa, y el hombre sonriente me contestó:
-Desde que eras muy chiquito, tu papá fue mi primer patrón.
No podía creer como un hombre que tenia que sacrificarse tanto se mostraba tan tranquilo y satisfecho.
Le dije que me perdonara, porque no lo había reconocido. Juan, ese era su nombre, me  habló de su familia y me dijo que su hija había hecho el secundario conmigo. Era increíble la manera en la que nombraba a su esposa e hijos. Los mencionaba con tanto amor y felicidad. Yo estaba en duda de porqué tenía esa sensación extraña cuando el empleado me contaba parte de su vida-
Ya finalizando la conversación, él me dijo que al día siguiente tenía un almuerzo familiar. Me invitó a su casa, para conocer a su familia y disfrutar un momento con ellos. Al principio me sorprendió mucho su propuesta, pero luego me di cuenta que fue un gesto muy amable y acepté muy satisfecho. Así, me fui a mi casa, estaba raro, muy pensativo pero en fin, feliz.
Al otro día desperté, compré una buena botella de vino tinto y me encamine para el hogar de Juan. Allí me esperaba junto a su esposa y sus tres hijos. Muy grata fue mi sorpresa al ver como se trataban. Era demasiado extraño para mi sentirse acompañado durante una comida, esa sensación de protección que me brindaba esta familia me era desconocida.
Cuando empezaron a conversar me sentía incómodo, luego noté la confianza que me tenían y pude relajarme. Cuando quise acordar ya había llegado la noche y no sentía ganas de irme.
Al llegar a mi mansión todo se me hacia extraño, deseaba volver a lo de Juan, y poder compartir más tiempo con su hija Manuela, quien había robado mi corazón. Impaciente esperé la llegada del lunes para encontrarme con mi hospitalario empleado y agradecerle el domingo diferente y hermoso que había pasado.
Desde ese momento supe lo que era el calor de la familia y aprecié todo aquello que el dinero no puede comprar: amistad, amor, risas, confianza, comprensión y respeto. 


Alumna de 2º año de Escuela de Educación Secundaria Nº 3 “Carmelo Sánchez”

"Contate un cuento V" - MENCIÓN DE HONOR CATEGORÍA A - Victoria Abril de Llanes

Al mal tiempo buena cara


Mi nombre es Abigail, soy argentina y  vivo en un pueblito aislado, tan tranquilo que se torna  aburrido, sinceramente adoro las aventuras: los libros de aventuras, las películas de aventuras y sobre todo las historias de aventuras narradas por mi abuela, pero hoy les voy a contar mi propia aventura …
     Todo comenzó el día 13 de febrero, un martes y como dice mi abuela no te cases ni te embarques, pero mis padres y yo teníamos planeadas unas hermosas vacaciones en las Cataratas del Iguazú, había que conocer una de las siete maravillas del mundo y hacia allí fuimos.  En realidad mi mamá prefería ir a Bariloche donde ya habíamos ido, pero siempre ir al mismo lugar nos  aburría. El problema comenzó a las 7:10 cuando llegamos al aeropuerto, nos dijeron que no tenían espacio y debíamos esperar al próximo vuelo que iba hacia las cataratas. Nos habían venido tres pasajes y el cupo ya estaba completo, ¡Teníamos que esperar 3 horas! porque los otros aviones no iban a ese lugar. Mi papá estaba muy enojado y se negó a tomar el próximo vuelo, entonces decidió ir en el colectivo que pasaba en ese momento por allí. Mi mamá no quería, pero era la única forma en la que podríamos irnos, además  si no subía debía esperar al siguiente vuelo y sola porque papá estaba decidido a llevarme con él. Finalmente subimos todos al colectivo, aunque las caras no mejoraban porque todos teníamos un gesto de enojo pintado en ella, estuvimos  frunciendo el seño todo el camino y no  emitimos ni siquiera un sonido. Me dormí durante unas horas, no sé qué ocurrió mientras, seguramente nada interesante; me desperté cuando el colectivero grito:
-  Frenamos para cargar gasoil, si quieren bajen a comprar algo e ir al baño, ¡no tarden mucho! Si no llegan a tiempo igual reinicio mi marcha.
    Era un hombre muy alto y gruñón, no me caía para nada bien. Yo acompañé a mi mamá que fue a comprar masitas y una gaseosa para mí, mientras que mi papá fue al baño. Cuando terminamos de comprar las cosas miramos si todavía estaba el colectivo,  seguía ahí  pero nos quedaba solo un ratito antes de que continúe el viaje, entonces nos fuimos a buscar a mi papá; él estaba totalmente despreocupado hablando con Manuel, un viejo amigo de la infancia a quien no veía desde hacia años. Con mi mamá nos enojamos, nos había hecho  tomar el colectivo y ni le importa si estaba o se había ido, mi mamá saludó a Manuel y le dijo a mi papá disimuladamente:
- ¡Qué tarde es,  la gente está yendo al colectivo!, con Abigail  vamos a subir ahora, chau Manuel
     Mi papá entendió el mensaje y  se despidió de su amigo. Tuvo que correr unos metros porque el colectivo ya había partido con nosotras arriba.
     En la siguiente estación de servicio ocurrió otra vez lo mismo, pero esta vez se puso a hablar con un colega de trabajo que también se estaba yendo de vacaciones, aunque quisimos no pudimos hacer que se apurase para no perder el ómnibus y finalmente todos en plena calle, sin saber  qué íbamos a hacer,  estábamos literalmente perdidos y acabábamos de ser abandonados por el micro.
      Mi papá tuvo otra idea, pensó en alquilar un auto, no nos quedaba mucho dinero así que solo conseguimos un auto pequeño que apenas funcionaba, tenía muchos kilómetros recorridos , la radio no prendía, los asientos eran muy duros, había un olor horrible y solo funcionaba una luz delantera; al menos seguíamos juntos, aunque nadie decía nada. Pronto se hizo de noche, comimos algunos sándwiches, mientras seguíamos viaje . En la inmensidad de la noche  de repente se sintió un fuerte ruido
-  ¡trassssssssh!_
     El auto se descontroló, gracias a dios no pasó nada grave, mi papá salió a ver qué había ocurrido, luego entró al auto y dijo triste:
- Se pinchó una goma y no tenemos un repuesto, nos tendremos que quedar aquí toda la noche, ya es muy tarde mañana temprano voy a ver si hay algún lugar cercano para poder solucionar esto, duerman tranquilas
   Ninguna dijo nada , estábamos sorprendidas, pensábamos que estas iban a ser las mejores vacaciones, pero nos equivocamos, después de un rato mis papas se durmieron, yo me quedé pensando qué podía hacer para ayudarlos y se me ocurrió una gran idea que la concretaría durante la madrugada.
   Cuando amaneció me desperté primera y  realicé el plan que tenia para sacarnos de allí; mi idea había sido conseguir otra goma en un depósito cercano que había visto en el camino, en ese lugar había partes de autos, seguramente encontraría alguna goma que estuviera sana. Abrí casi sin hacer ruido la puerta y fui rápidamente hacia allí.  Encontré dos gomas, primero lleve una hacia el auto y luego la otra, cuando mis papas despertaron y supieron lo que había hecho me felicitaron y agradecieron, a ellos nunca se les hubiera ocurrido esa idea.
   Cuando mi papá término de colocar la rueda seguimos con el viaje, no creían que ocurriría otro inconveniente pero se equivocaron, unos kilómetros después nos quedamos sin gasoil,
 -  ¡Esto es increíble, no lo puedo creer! - dijo mi mamá.
Mi papá muy enojado nos grito:
-  ¡Bájense del auto vamos a ir caminando hasta alguna estación de servicio para traer gas oil!
   Yo no quería caminar me dolían los pies, ya había llevado las gomas hasta el auto, y había llevado dos, no solo una; aun así tuve que acompañarlos.
    En el camino trate de pensar algo para levantar el ánimo, no se me ocurría nada, era muy difícil alentar a personas que no te escuchan, y digo esto porque cuando hablaba me decían los dos al mismo tiempo:
_ ¡Hacé  silencio Abigail!, sin siquiera preguntar qué quería me retaban, hubiera sido más lindo que me dijeran:
_ ¿Qué te pasa hija, te sentís bien?_ pero su respuesta fue totalmente diferente.
   Cuando llegamos a la estación de servicio cada uno fue para un lado distinto, mi mamá se fue a comprar el diario, papá a ver con qué llenar el tanque del auto, y yo me quedé sentada en un banco, que por cierto estaba muuuy sucio, Estuve como dos horas sentada en ese banco,  yo quería estar sola, me sentía muy triste y decepcionada, nunca hubiera creído que nuestras vacaciones terminarían con un final tan absurdo.
   Cuando mis papas terminaron de hacer lo que sea que estaban haciendo regresamos al auto, en el camino hablamos poco, casi nada, bueno en realidad no se oyó ni un ruido, todos seguíamos enojados con todos y  así continuo toda la noche. A la mañana siguiente  cuando el auto al fin arrancó emprendimos el viaje pero hacia una terminal, ya que ninguno quería seguir en ese auto que sinceramente nos había complicado muchísimo el viaje. Más tarde llegamos a la terminal y esperamos un rato hasta que llegó el colectivo que iba a Misiones; cuando subimos, tomamos asiento y  nos llamó la atención que los pasajeros iban acompañados de sus mascotas, pero no crean que eran perritos de razas sino chancos, mulitas, zorrinos, loros. A pesar de ello no  quedamos dormidos al instante. Despertamos al día siguiente,  estábamos cerca de Entre Ríos, mi papá le dijo al colectivero:
_ ¿Por qué no llegamos todavía? ya tendríamos que estar en Misiones - El colectivero que era muy diferente al otro que habíamos conocido en el aeropuerto, le respondió a mi papá:
_ Tuve que ir a otros lugares,  pero ya estamos por llegar_
    Al final todo salió bien, bueno casi porque perdimos las maletas ya que iban atadas con una soga sobre el techo del autobús y gastamos bastante dinero en el auto que término siendo un problema.
     Cuando estábamos por llegar me asomé por la ventana y vi las hermosas Cataratas del Iguazú. Su inmensidad y el estruendo que provocaba el choque del agua contra las rocas era maravilloso. Bajamos de aquel colectivo y los tres nos tomamos de las manos, caminamos libremente por los pasillos disfrutando del paisaje, de pronto nos miramos y ya no había enojo en nuestras miradas sino un gran amor.  En ese momento entendí que todo lo que habíamos pasado valió la pena; me di cuenta que decir que había sido el peor viaje del mundo estaba mal, gracias a este viaje nos dimos cuenta de nuestros errores, ahora mi papá sabe que es muy gruñón e impulsivo, de no ser por él hubiéramos tomado el avión, mi mamá se dio cuenta de que hay otros lugares por descubrir y no siempre lo mejor es lo que ya conocemos, a veces hay que tomar riesgos, nunca se sabe lo que va a pasar ,pero hay que pensar siempre lo mejor, y  yo aprendí que en las buenas y en las malas  uno nunca debe deprimirse porque hay algo hermoso que se puede descubrir.  

    Esta fue la mejor aventura que viví, siempre me voy a acordar del sonido del agua chocando contra las rocas,  de la emoción que tuve al llegar a las cataratas,  tampoco olvidaré el asqueroso olor del auto que alquilamos, ni al malhumorado colectivero, pero como siempre, siempre, siempre digo, a mal tiempo buena cara…


Alumna de 1º año de Escuela de Educación Secundaria Nº 3 “Carmelo Sánchez”