miércoles, 28 de agosto de 2013

"Contate un cuento V" - MENCIÓN DE HONOR CATEGORÍA A - Lucio Dantaz

Otra oportunidad

En un día como cualquier otro David Bennet, un exitoso empresario millonario, ambicioso y egoísta llegó a su mansión. Como de costumbre dejó las llaves de su Ferrari rojo colgadas en el llavero de la pared.Estaba completamente solo, ese era el día libre de sus criadas y mayordomo. Su mujer, también empresaria y embarazada de dos semanas se hallaba en un viaje de negocios y no volvería hasta el día siguiente. Abrió la heladera, sacó una lata de cerveza y se puso a beber mientras disfrutaba del partido de River y Boca. Así, tranquilo y relajado se encontraba cuando de repente sintió que había alguien detrás de él. Pensando que era una de sus criadas se dio vuelta y se topó cara a cara con un ladrón enmascarado, el cual con un grueso palo lo golpeó en la cabeza y sin remedio se desmayó. Al despertar se hallaba en el jardín de su casa rodeado por cinco hombres musculosos que le parecieron conocidos, pero no logró identificarlos. Uno de ellos tenía un arma en la mano y en un descuido de éste, con un rápido movimiento que había aprendido en lecciones de autodefensa se la quitó y comenzó a apuntarles a todos alejándose. Luego de distanciarse lo suficiente echó a correr por el extenso jardín. Como dueño conocía bien su terreno y entró por un pasaje secreto que había en una estatua de las tantas fuentes del patio. Al entrar en la habitación secreta se encontró nuevamente con el enmascarado que lo aplaudía lento y de forma sarcástica.
   - ¿Quién sos? ¿Qué querés de mí? – preguntó David
   Sin responder, el misterioso sujeto le disparó con una pistola, pero a él no le dolió nada, de hecho, sentía mucho sueño. Luego miró donde le había asestado el disparo y observó que era un dardo tranquilizante y no recordó nada más. Al despertar se encontraba de nuevo en el jardín, rodeado por todos esos grandotes a los cuales se le sumaba el misterioso enmascarado quien se sentó en la hierba mientras observaba como sus cómplices le daban una golpiza. Lo dejaron inmóvil tendido sobre el suelo. El de la máscara se acercó, lo escupió, se sacó la careta y dijo:
   -¿Te acordás de mí?
   -Sí, ya me acuerdo, sos Ju…
   De repente, pareció haber recordado algo y…:
   -¿Qué buscás?
   -Venganza -Lo tomó del cabello y le dijo- jamás te voy a perdonar. Luego de esto David se desmayó.
    No podía reanimarse, pero aún así oía ruidos, susurros muy extraños y luego, comenzó a sentir malestares en su cuerpo.Al despertar, sin saber el tiempo transcurrido,  se hallaba en una selva que no conocía.
    Se encontró con todo su cuerpo adolorido, golpeado y magullado. Notó una cortadura en su pierna izquierda. Se preguntaba qué había pasado. Y pronto lo recordó todo: aquel tipo enmascarado era Juan Martín Peñaloza, su mayor competidor, al cual con un poco de suerte y empeño hundió y  dejó en la calle.     Al parecer había cumplido su promesa de venganza y ahora trataba de matarlo pero, ¿por qué lo había abandonado en la jungla? David no lo sabía hasta que sacó conclusiones y se dio cuenta que lo habían tirado a baja altura de una avioneta posiblemente de contrabandistas. Cayó amortiguado por las ramas de los árboles y hojas muy grandes.
   Lo que  recordaba era que más de una vez este personaje había tratado  de conquistar a su esposa, pero ella siempre lo había rechazado, por lo que podía suponer que ahora, en estas condiciones, todos lo iban a considerar muerto o fugado por algún crimen o negocio sucio y Peñaloza  aprovecharía la oportunidad para tomar su lugar en la empresa y a su mujer. Este pensamiento lo disgustó mucho, asique decidió que debía volver a su casa y desenmascararlo antes de que todo esto sucediera. Lamentablemente no podía hacerlo porque no tenía idea de donde estaba. Se hallaba con la ropa desgarrada, sucio y con una herida infestada en la pierna que apenas le permitía moverse.
    Miró a su alrededor; de pronto en el cielo, creyó distinguir aves esbeltas, blancas, adornadas con plumas doradas y otras anaranjadas en la cabeza y cuello. Eran ibis, propias de la selva Amazónica.
    Como sabia que ellas, al igual que los flamencos o martines pescadores sobreviven cerca del agua comiendo pescado, tomó una rama del suelo y apoyándose en ella porque le  dolía mucho la pierna, comenzó a caminar en la dirección en la que iba el pájaro. Minutos después, llegó a una especie de laguna en la que revoloteaban hermosas aves, nadaban peces coloridos y saltaban juguetones monos. Tenía mucha hambre y pensó en comer algún pez. Pero en ese lugar había algo que le transmitía tanta paz que no podía quitarle la vida a ningún animalito. Al cabo de unos momentos pensó que si continuaba así se iba a morir de hambre. Por lo tanto, cortó una rama verde muy larga más o menos de su estatura  y comenzó a afilarla contra una roca. De repente, se escuchó un rugido seguido de un griterío de monos y otro de pájaros. David se sintió aterrado y alterado y apuró su trabajo. Ni bien terminó se subió a un árbol y esperó.
   ¿Qué pudo haber producido ese rugido? Seguramente sería un animal muy grande. Pronto encontró la respuesta, había un jaguar abajo que caminaba rugiendo de fastidio. Tiró un zarpazo al agua y sacó un pez. Con  una de sus garras se disponía a comerlo cuando a David que estaba escondido con los monos sobre un árbol, se le cayó un pedazo de corteza de la rama en la que estaba parado. El felino salvaje escuchó el ruido y miró hacia arriba. Vio al hombre con un montón de monos. Se puso a saltar tratando de alcanzarlos. Pero el inteligente humano con su lanza recién afilada se sentía capaz de hacerle frente al feroz animal. La bestia tomó carrera y dio un salto mucho más alto que los otros y consiguió aferrarse un poco a la rama en la que estaba él. No conseguía subirse hasta que cayó herido al suelo con una lanza clavada dentro de su aún abierta boca. El triunfador bajó del árbol con un aullido ensordecedor de monos.
   El dolor de su pierna ya era insoportable.   Al cabo de unas horas la infección era tan grande que ya no podía moverse. Comenzó a alucinar  hasta que se desmayó y se golpeó la cabeza contra una roca.
   -Menino acorda- muchacho despierta  –dijo una voz extraña y David volvió en sí. Sus primeras palabras fueron:-¿eh? ¿Dónde estoy?
   -¡Ah!, veo que hablas en español. –dijo el desconocido.
   -¿Qué? ¿Quién sos?
   -Soy Patacamaya, chamán de los Pacasáma, la única ciudad Inca que queda en el mundo, aunque gracias a Viracocha no nos han descubierto todavía.
   -¿A quién?
   -El dios creador- ignorante.
   -Como te decía; todavía no nos han descubierto porque de lo contrario seríamos obligados a decirles donde esta la fuente de la juventud. No te asombres yo curé tu pierna con unas gotas de esa agua y con algunas hierbas y yuyos.
   -Ahhhh. Pero… hablas mi lengua.
   -Tengo 1113 años, recorrí el mundo entero y hablo más de veinte idiomas
   - ¿Cómo? – Ah, ya entiendo.
   -Ven, sígueme. Te mostraré algunas cosas y tal vez otras cuando estés listo.
   Comenzaron a caminar y a charlar de ese lugar, de los dioses, también de unas jóvenes incas que pasaron cerca y muchos secretos que jamás se revelarán. Así pasó un año aprendiendo, conociendo, enseñando sobre algunas invenciones que ellos no conocían como la televisión y aunque no dejaba de pensar en su familia le agradaba estar allí. Patacamaya notaba esto y le dijo:
    -Mira, ya tienes mucha de nuestra sabiduría y sé que te gustaría quedarte, pero no es posible. Recuerda lo que has aprendido: el amor siempre es primero, nada de lo demás importa, aunque sea un bien material necesario como una manta en una noche de frío.
   -Lo comprendo, pero algún día volveré.
   -No lo harás. Quiero que sepas que te extrañaré mucho y que siempre te llevaré en mi corazón. Adiós.-  Y sopló un misterioso polvo en su cara.
   De pronto, despertó en un buque carguero vestido con un uniforme de trabajo. En su bolsillo tenía cinco monedas de oro, un frasquito con agua y una carta que decía: “querido David te damos este dinero para que lo uses como tú quieras. El agua de la fuente de la juventud espero que la emplees con sabiduría y que no olvides jamás lo que aprendiste con nosotros. Que la luz te guíe”. Patacamaya firmaba ese corto mensaje.
   El barco entró en el Río de la Plata. Nadie se fijó en él y después de bajar a puerto se dirigió a su casa.  Pensó que no podía entrar así como así, recordó lo que había asimilado en Pacasáma y al caer la noche preparó trampas en el parque y esperó.
   Después de mucho trabajo y con los rufianes atrapados e inmovilizados, buscó a Juan, su captor y lo redujo muy fácilmente antes de que pudiera entrar a la residencia. Llamó a la policía y más tarde la justicia se ocupó de ellos.
   Antes del veredicto David dijo: - “yo los perdono, he aprendido a no odiar” y sin decir más se retiró.
   Al regresar a su casa se reencontró con su esposa a quién abrazó eufórico de alegría, luego conoció a su hijita Sofía.
   Al pasar unos meses todo volvió a la normalidad, había donado dinero para cinco escuelas especiales e instrumental para varios hospitales. El diminuto frasco que era el tesoro más valioso del mundo lo guardó  en una caja fuerte de diez centímetros de espesor para usar el agua cuando los seres celestiales se lo pidieran.
    Su empresa estaba lista para continuar funcionando, solo que esta vez haría las cosas bien. Recordó lo que le enseñó Patacamaya:
    Ve el amor, habla amor, se amor.
    Ve luz, envía luz, se luz.
    Ve verdad, habla verdad, se verdad.
    David contó la aventura a su esposa quien se emocionó mucho al escuchar a su marido narrar las aventuras que había vivido en Pacasáma y lo cambiado que estaba, porque no hacía menos de dos años hubiera enviado a  matar a sus enemigos.
    Volvió muchas veces a Brasil buscando la ciudad perdida. Encontró el lago, la pradera que estaba cerca de ahí, pero por más que buscó no pudo hallar la gruta por la que él tantas veces había pasado para salir a cazar. Extrañaba mucho charlar al calor del fuego y las enseñanzas de Patacamaya.




Alumno de 2º año de Escuela de Educación Secundaria Nº 3 “Carmelo Sánchez”

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