Otra
oportunidad
En un día como cualquier otro David
Bennet, un exitoso empresario millonario, ambicioso y egoísta llegó a su mansión.
Como de costumbre dejó las llaves de su Ferrari rojo colgadas en el llavero de
la pared.Estaba completamente solo, ese era el día libre de sus criadas y
mayordomo. Su mujer, también empresaria y embarazada de dos semanas se hallaba
en un viaje de negocios y no volvería hasta el día siguiente. Abrió la
heladera, sacó una lata de cerveza y se puso a beber mientras disfrutaba del
partido de River y Boca. Así, tranquilo y relajado se encontraba cuando de
repente sintió que había alguien detrás de él. Pensando que era una de sus
criadas se dio vuelta y se topó cara a cara con un ladrón enmascarado, el cual
con un grueso palo lo golpeó en la cabeza y sin remedio se desmayó. Al
despertar se hallaba en el jardín de su casa rodeado por cinco hombres
musculosos que le parecieron conocidos, pero no logró identificarlos. Uno de
ellos tenía un arma en la mano y en un descuido de éste, con un rápido
movimiento que había aprendido en lecciones de autodefensa se la quitó y
comenzó a apuntarles a todos alejándose. Luego de distanciarse lo suficiente
echó a correr por el extenso jardín. Como dueño conocía bien su terreno y entró
por un pasaje secreto que había en una estatua de las tantas fuentes del patio.
Al entrar en la habitación secreta se encontró nuevamente con el enmascarado
que lo aplaudía lento y de forma sarcástica.
- ¿Quién
sos? ¿Qué querés de mí? – preguntó David
Sin responder, el
misterioso sujeto le disparó con una pistola, pero a él no le dolió nada, de
hecho, sentía mucho sueño. Luego miró donde le había asestado el disparo y
observó que era un dardo tranquilizante y no recordó nada más. Al despertar se
encontraba de nuevo en el jardín, rodeado por todos esos grandotes a los cuales
se le sumaba el misterioso enmascarado quien se sentó en la hierba mientras
observaba como sus cómplices le daban una golpiza. Lo dejaron inmóvil tendido
sobre el suelo. El de la máscara se acercó, lo escupió, se sacó la careta y
dijo:
-¿Te acordás de mí?
-Sí, ya me acuerdo, sos Ju…
De repente, pareció haber
recordado algo y…:
-¿Qué buscás?
-Venganza -Lo tomó del cabello y le
dijo- jamás te voy a perdonar. Luego de esto David se desmayó.
No podía reanimarse, pero aún así oía ruidos,
susurros muy extraños y luego, comenzó a sentir malestares en su cuerpo.Al despertar,
sin saber el tiempo transcurrido, se
hallaba en una selva que no conocía.
Se encontró con todo su cuerpo
adolorido, golpeado y magullado. Notó una cortadura en su pierna izquierda. Se
preguntaba qué había pasado. Y pronto lo recordó todo: aquel tipo enmascarado
era Juan Martín Peñaloza, su mayor competidor, al cual con un poco de suerte y
empeño hundió y dejó en la
calle. Al
parecer había cumplido su promesa de venganza y ahora trataba de matarlo pero,
¿por qué lo había abandonado en la jungla? David no lo sabía hasta que sacó
conclusiones y se dio cuenta que lo habían tirado a baja altura de una avioneta
posiblemente de contrabandistas. Cayó amortiguado por las ramas de los árboles
y hojas muy grandes.
Lo que recordaba era que más de una vez
este personaje había tratado de
conquistar a su esposa, pero ella siempre lo había rechazado, por lo que podía
suponer que ahora, en estas condiciones, todos lo iban a considerar muerto o
fugado por algún crimen o negocio sucio y Peñaloza aprovecharía la oportunidad para
tomar su lugar en la empresa y a su mujer. Este pensamiento lo disgustó mucho,
asique decidió que debía volver a su casa y desenmascararlo antes de que todo
esto sucediera. Lamentablemente no podía hacerlo porque no tenía idea de donde
estaba. Se hallaba con la ropa desgarrada, sucio y con una herida infestada en
la pierna que apenas le permitía moverse.
Miró a su alrededor; de pronto en el
cielo, creyó distinguir aves esbeltas, blancas, adornadas con plumas doradas y otras
anaranjadas en la cabeza y cuello. Eran ibis, propias de la selva Amazónica.
Como sabia que ellas, al igual
que los flamencos o martines pescadores sobreviven cerca del agua comiendo
pescado, tomó una rama del suelo y apoyándose en ella porque le dolía mucho la pierna, comenzó a
caminar en la dirección en la que iba el pájaro. Minutos después, llegó a una
especie de laguna en la que revoloteaban hermosas aves, nadaban peces coloridos
y saltaban juguetones monos. Tenía mucha hambre y pensó en comer algún pez.
Pero en ese lugar había algo que le transmitía tanta paz que no podía quitarle
la vida a ningún animalito. Al cabo de unos momentos pensó que si continuaba
así se iba a morir de hambre. Por lo tanto, cortó una rama verde muy larga más
o menos de su estatura y
comenzó a afilarla contra una roca. De repente, se escuchó un rugido seguido de
un griterío de monos y otro de pájaros. David se sintió aterrado y alterado y
apuró su trabajo. Ni bien terminó se subió a un árbol y esperó.
¿Qué pudo haber producido ese rugido?
Seguramente sería un animal muy grande. Pronto encontró la respuesta, había un
jaguar abajo que caminaba rugiendo de fastidio. Tiró un zarpazo al agua y sacó
un pez. Con una de sus
garras se disponía a comerlo cuando a David que estaba escondido con los monos
sobre un árbol, se le cayó un pedazo de corteza de la rama en la que estaba
parado. El felino salvaje escuchó el ruido y miró hacia arriba. Vio al hombre
con un montón de monos. Se puso a saltar tratando de alcanzarlos. Pero el inteligente
humano con su lanza recién afilada se sentía capaz de hacerle frente al feroz
animal. La bestia tomó carrera y dio un salto mucho más alto que los otros y
consiguió aferrarse un poco a la rama en la que estaba él. No conseguía subirse
hasta que cayó herido al suelo con una lanza clavada dentro de su aún abierta
boca. El triunfador bajó del árbol con un aullido ensordecedor de monos.
El dolor de su pierna ya era
insoportable. Al cabo
de unas horas la infección era tan grande que ya no podía moverse. Comenzó a
alucinar hasta que se
desmayó y se golpeó la cabeza contra una roca.
-Menino acorda- muchacho despierta –dijo una voz extraña y David
volvió en sí. Sus primeras palabras fueron:-¿eh? ¿Dónde estoy?
-¡Ah!, veo que hablas en español. –dijo
el desconocido.
-¿Qué? ¿Quién sos?
-Soy Patacamaya, chamán de los
Pacasáma, la única ciudad Inca que queda en el mundo, aunque gracias a
Viracocha no nos han descubierto todavía.
-¿A quién?
-El dios creador- ignorante.
-Como te decía; todavía no nos han
descubierto porque de lo contrario seríamos obligados a decirles donde esta la
fuente de la juventud. No te asombres yo curé tu pierna con unas gotas de
esa agua y con algunas hierbas y yuyos.
-Ahhhh. Pero… hablas mi lengua.
-Tengo 1113 años, recorrí el mundo
entero y hablo más de veinte idiomas
- ¿Cómo? – Ah, ya entiendo.
-Ven, sígueme. Te mostraré algunas
cosas y tal vez otras cuando estés listo.
Comenzaron a caminar y a charlar de
ese lugar, de los dioses, también de unas jóvenes incas que pasaron cerca y
muchos secretos que jamás se revelarán. Así pasó un año aprendiendo,
conociendo, enseñando sobre algunas invenciones que ellos no conocían como la
televisión y aunque no dejaba de pensar en su familia le agradaba estar allí. Patacamaya notaba esto y le dijo:
-Mira, ya tienes mucha de nuestra
sabiduría y sé que te gustaría quedarte, pero no es posible. Recuerda lo que
has aprendido: el amor siempre es primero, nada de lo demás importa, aunque sea
un bien material necesario como una manta en una noche de frío.
-Lo comprendo, pero algún día volveré.
-No lo harás. Quiero que sepas que te
extrañaré mucho y que siempre te llevaré en mi corazón. Adiós.- Y sopló un misterioso polvo en su cara.
De pronto, despertó en un buque
carguero vestido con un uniforme de trabajo. En su bolsillo tenía cinco monedas
de oro, un frasquito con agua y una carta que decía: “querido David te damos
este dinero para que lo uses como tú quieras. El agua de la fuente de la
juventud espero que la emplees con sabiduría y que no olvides jamás lo que
aprendiste con nosotros. Que la luz te guíe”. Patacamaya firmaba ese corto
mensaje.
El barco entró en el Río de la Plata.
Nadie se fijó en él y después de bajar a puerto se dirigió a su casa. Pensó que no podía entrar así como
así, recordó lo que había asimilado en Pacasáma y al caer la noche preparó
trampas en el parque y esperó.
Después de mucho trabajo y con los
rufianes atrapados e inmovilizados, buscó a Juan, su captor y lo redujo muy
fácilmente antes de que pudiera entrar a la residencia. Llamó a la policía y más tarde la justicia se ocupó de ellos.
Antes del veredicto David dijo: - “yo
los perdono, he aprendido a no odiar” y sin decir más se retiró.
Al regresar a su casa se reencontró
con su esposa a quién abrazó eufórico de alegría, luego conoció a su hijita
Sofía.
Al pasar unos meses todo volvió a la
normalidad, había donado dinero para cinco escuelas especiales e instrumental
para varios hospitales. El diminuto frasco que era el tesoro más valioso del
mundo lo guardó en una caja
fuerte de diez centímetros de espesor para usar el agua cuando los seres
celestiales se lo pidieran.
Su empresa estaba lista para continuar
funcionando, solo que esta vez haría las cosas bien. Recordó lo que le enseñó
Patacamaya:
Ve el amor, habla amor, se amor.
Ve luz, envía luz, se luz.
Ve verdad, habla verdad, se
verdad.
David contó la aventura a su esposa
quien se emocionó mucho al escuchar a su marido narrar las aventuras que había
vivido en Pacasáma y lo cambiado que estaba, porque no hacía menos de dos años
hubiera enviado a matar a
sus enemigos.
Volvió muchas veces a Brasil
buscando la ciudad perdida. Encontró el lago, la pradera que estaba cerca de
ahí, pero por más que buscó no pudo hallar la gruta por la que él tantas veces
había pasado para salir a cazar. Extrañaba mucho charlar al calor del fuego y
las enseñanzas de Patacamaya.
Alumno de 2º
año de Escuela de Educación Secundaria Nº 3 “Carmelo Sánchez”
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