La relojería de Álvarez
Había una vez un relojero llamado Gabriel
Álvarez que tenía una tienda
repleta de todo tipo de relojes; más grandes, más chicos, algunos con más valor
que otros. Los traía de Europa, Estados Unidos, Oriente y de muchos lugares
importantes. Todos funcionaban y estaban en hora. El sonido del tic tac aturdía
el recinto.
Él
era un hombre joven, delgado, no muy alto, formal y con pocas amistades. Tenía
una hermosa familia que lo ayudaba en su negocio.
Una noche encontró una caja en la
puerta y pensó que el cartero seguramente la había dejado, sin embargo, le
pareció muy extraño.La abrió con cuidado y allí estaba. Era un reloj
despertador de forma muy peculiar. No tenía remitente. Álvarez lo puso en hora
para probarlo y esa noche en vez de usar el despertador de siempre, programó
ese, exactamente para las 7:40.
Esa mañana se despertó activo y
emocionado porque el nuevo reloj había
funcionado muy bien, pero cuando quiso ir camino hacia la relojería descubrió
que su esposa e hijos ya no estaban, y salió a la calle muy preocupado.
Vio que toda la ciudad estaba
rejuvenecida, llena de nuevas cosas que él jamás había visto, entonces le
preguntó a cada persona que caminaba por allí por qué todo estaba tan cambiado y remodelado. Nadie
le respondió, hasta que llegó a la calle de su relojería. Era la única que no
estaba renovada, pero sí la única rota y arruinada. Su negocio, cerrado y en
muy mal estado.
Con las llaves decidió abrir las
puertas. Cuando entró vio todo un desastre, los relojes estaban tirados y
rotos, las paredes manchadas y descascaradas con un intenso olor a humedad.
Parecía un lugar abandonado. En eso Álvarez sintió un ruido y muy asustado se
acercó al lugar de donde provenían. Allí estaban sus tres hijos y su esposa,
escondidos y temerosos. En ese momento Álvarez se acercó a su familia
preguntándole qué había pasado, por qué todo estaba así. Al principio no los
reconoció, pero ellos le explicaron quiénes eran y sobre el tiempo
transcurrido. Le dijeron que desde que había abandonado a su familia y su
trabajo la vida se les había derrumbado.
Álvarez muy sorprendido preguntó qué
año era, qué había hecho él y por qué estaban escondidos. Respondieron que los había dejado por falta de
dinero, que la relojería era su hogar ahora, que transcurría el año 2040 y que todos pensaban que estaba muerto.
Álvarez, ya entrado en razón y
vislumbrando lo que había sucedido, puso
el despertador 7:10 para volver a su año que era el 2010 y se fue a dormir.
Al otro día despertó y bajó
velozmente para ver si había algo anormal;
cuando fue a la habitación de sus hijos los vio ahí y respiró aliviado. Después
fue a la cocina, para ver si hallaba a su esposa, al entrar se topó con ella.
Se acercó y le dio un gran abrazo diciéndole que nunca la iba a dejar, ni a
ella ni a sus hijos. La
esposa no entendió nada pero igual le siguió la corriente. Después subió a su habitación y tiró por la ventana
el despertador para asegurase de romperlo y no verlo más. Luego partió a la
relojería, allí observó que todo estaba como antes: los relojes funcionando y
en hora. Se encontraban como los había dejado. Pero el momento que sufrió
pensando que había abandonado a sus seres queridos nunca se lo pudo borrar de
la mente. Y por eso lo anotó en su diario para recordar el intenso desconsuelo
y amargura que se siente cuando desaparece la familia.
Alumno de 1º de Escuela de Educación Secundaria Nº 3 “Carmelo Sánchez”
No hay comentarios:
Publicar un comentario