miércoles, 28 de agosto de 2013

"Contate un cuento V" - MENCIÓN DE HONOR CATEGORÍA C - Camila Landeyro

El cuarto verde


- No lo sé… Necesito irme, necesito cambiar. Pero tengo miedo, no entiendo por qué me siento así…
-Es el recuerdo Martín, no te preocupes.- dijo Raúl.
-¡Otra vez no!- agregó Pablo.
-¿Qué pasa?- expresó Catalina.
-Es otro de sus ataques.-respondió Estrella
-Es que la extraño. Aunque sea, solo quiero verla un minuto. Por momentos deseo estar con ella,  y es lógico, pero de repente la odio con todo mi ser. Es su presencia lo que necesito. ¡Qué digo! Es la de todos.
- Martín ¿Qué es lo que te sucede? Acá es donde perteneces. ¿O te olvidas que todo esto es tuyo?- le preguntó Raúl.
- No me olvido de eso, pero tampoco de mi familia. Mira si tratan de buscarme, no  van a poder encontrarme. No es un capricho, necesito sentirlos, necesito estar con ellos.
-Dejalo tranquilo, ya se le va a pasar.- susurró Estrella.
-Es imposible que te olvides de ella. Tampoco nosotros nos hemos olvidado de ellos, sino que al contrario, ellos se olvidaron de nosotros.- contestó enojado Raúl.
- No sé. Puede ser, tal vez ocurrió eso. Pero si yo no estoy más que en un portarretrato, en un cuadro, en un dibujo de heladera ¡Cómo no me van a olvidar si no estuve en sus momentos más importantes! Gabriel ya debe estar recibido, todo un doctor…Y Juanpa debe estar metido en esos líos de abogados- rió con cierta nostalgia mientras rascaba su barbilla-. Bruno debe ser un gran profesor, siempre fue tan aplicado y prolijo hasta para tirar bombuchas.
-Martín…- suspiró Raúl.
-Dejalo viejo, es Martín. Siempre fue así. ¿O no te acordas que para comprar caramelos tardaba tres horas porque no sabía si elegir entre palitos de la selva o billiken? Además, no es la primera vez que sucede esto- acotó Estrella.
-¡Tenés razón!-rió estrepitosamente Raúl-. Es Martín, ya se le va a pasar.
Sin escuchar a nadie, totalmente confundido y perdido, me alejé de ellos y de aquel árbol. Todavía, a pesar de mis años no logro entenderme. Estoy en donde siempre quise estar, logré mi objetivo, mi sueño, tengo lo que nadie tiene, sin embargo no me siento bien. Dudo por momentos de ser feliz.
Necesito despejarme tan solo unos segundos, pensar en algo más. Hace tiempo que no veo por la ventana, tal vez suceda algo nuevo o las cosas hayan mejorado. Las imágenes cada vez son más borrosas, no alcanzo a distinguir, pero siempre lo mismo, guerras, asesinatos, inflación, pobreza, y un perro que salva a alguien. ¡Cómo estarán que el héroe es un perro! Ahora entiendo por qué decidí estar acá. Pero quién me asegura si la hubiese pasado mal allá, tal vez sería todo lo contrario. Mi infancia fue hermosa, no me arrepiento de todo lo vivido en aquel lugar.  Ahora que me pongo a pensar en aquel tiempo, fueron años mágicos, llenos de sueños, de ilusiones, de guerras de agua, de carreras, de juegos, de aventuras. ¡Qué hubiese sido de mí sin mis abuelos! Ellos se desvivieron por la familia, amaban verla unida y feliz. Ayudaron mucho a la vieja en esos años difíciles cuando mi papá la abandonó con cuatro hijos. Ella trabajaba día y noche, pero nunca nos negó un abrazo, un beso, una conversación aún estando cansada. Tal vez será  por eso que la extraño, a pesar de que la mayoría de las veces la odio porque nunca pudo entenderme.
Mis abuelos eran “famosos” en donde vivían. Estrella es el nombre de mi abuela, sí, Estrella, y no sé si es casualidad o no pero ella  tiene un brillo especial, es única, es incomparable, en resumidas palabras es mi abuela. Ella era una gran artista plástica de la ciudad, a decir verdad -no es porque sea mi abuela- pero pintaba muy bien. Tenía  el poder de convertir al mismo Diablo en Dios con tan solo unas pinceladas.  En cambio, mi abuelo Raúl era periodista y trabajaba en una radio de la ciudad.
Recuerdo especialmente las vacaciones de verano del año ’96, con mis hermanos y mis primos de Bahía Blanca -que siempre venían para ésta época-emprendimos  una aventura inolvidable para mí, pero pasajera para ellos. Como todas las tardes de verano nos metímos en la pelopincho hasta que nuestra piel quedara como una pasa de uva -bien arrugada- y luego nos bombardeábamos con bombuchas, corrímos carreras, y realizamos juegos en donde- como era el más chiquito- siempre perdía. El abuelo rara vez se metía en la pelopincho, ya que pasaba todas las tardes encerrado en su “cuarto verde” como él mismo lo definía, y todos, “incluso mi abuela”, teníamos prohibida la entrada. Cuando le preguntábamos a ella qué hacía él allí adentro, nos respondía que como había mucho barullo en la casa para escribir sus informes, prefería aislarse del ruido y así lograr concentrarse ¡Cómo mentía la gringa! Con mis hermanos y mis primos continuamente intentábamos espiar por la cerradura de la puerta, pero la abuela siempre nos pescaba y nos sacaba a plumerazos de allí. Es cierto que lo prohibido llama la atención, y mucho más cuando uno es niño.
Cierta tarde, esperamos que la abuela se fuera a la peluquería para saber qué nos estaban ocultando en ese cuarto. Mi abuelo no estaba, asique no había problema, lo único que nos preocupaba era que la puerta estuviese cerrada con llave. Al llegar arriba, la puerta del “cuarto verde” brillaba más que otros días, se veía tan tentadora. Juanpa fue el primero que tanteó el picaporte. Estaba abierta y solo teníamos que dar tres pasos para enfrentarnos a la verdad. Ahora que me acuerdo, “los gigantones”-como yo les decía- tenían miedo y me enviaron a mí para mirar por el ojo de la cerradura. No podía creer lo que estaba viendo ¡Era una especie de dragón! Al principio me asusté, no sabía qué pasaba. Debí quedar tan asombrado y pasmado, que no esperaron a que les dijera lo que había visto, sino que me empujaron a un lado y abrieron la puerta. Una luz se emitió desde allí, y a medida que entrábamos  se iba haciendo cada vez más fuerte, más fuerte, hasta el punto de dejarnos ciegos por unos segundos. Cuando recobramos la visión, nos encontramos con un mundo totalmente diferente al que vivíamos. Nos parecía estar en un cuento de hadas cuando vimos esos paisajes tan fantasiosos, tan únicos y a la vez tan mágicos. Montañas tan altas como el mismo cielo, árboles de todos los colores, grandes cataratas, ríos, lagos. Yo refregué mis ojos varias veces y me pellizqué para comprobar que todo lo que veía no era un sueño. Mis primos y mis hermanos, mientras que yo me encontraba tieso como una momia, comenzaron a recorrer el lugar. Mi primo Ramiro capturó a una especie de conejo con alas, algo rarísimo. Cuando empecé a caminar vi pájaros cantando tangos y fumando un pucho, sapos de color rosa y con piernas humanas, veredas de espuma, pozos de horas, montículos de recuerdos, faroles de esperanzas, elefantes sin trompas, serpientes con piernas, gatos sin uñas pero con escamas, y hasta había un ratón que en vez de cola tenía un martillo. ¡Era todo tan raro! Estábamos maravillados por lo que veíamos, pero a la vez teníamos miedo de no regresar con nuestra familia. Nos preguntábamos si viviría alguien allí, porque solo cruzábamos “animales”. En un momento, una mano se posó sobre el hombre de Fabián, mi primo mayor. Fue tan grande el grito que emitió, que tuve un pequeño accidente, no vale la pena decir cual fue pero a decir verdad me sentí muy húmedo. Cuando nos dimos vuelta, vimos que era una especie de casi humano, aunque su cuerpo era de hombre, todas sus partes se encontraban fuera de lugar y su rostro tenía forma de signo de interrogación. Sus ojos estaban en el cuello, su boca sobre su mano, las orejas en los pies, la mano izquierda en la rodilla derecha, la cabeza en el brazo y el cuello en el dedo gordo de la mano. A primera vista daba miedo, pero tenía una voz tan dulce que lo hacía parecer amigable. Le preguntamos dónde estaba la salida y muy amablemente nos la indicó. En un abrir y cerrar de ojos estábamos en el “cuarto verde”. Permanecimos en silencio por unos segundos, pero no había nadie. Esa fue nuestra última tarde de vacaciones juntos, pero prometimos regresar allí, era nuestro pacto, nuestro juramento. Aunque prácticamente vivía con mis abuelos, respeté la promesa hasta que La Barra se volvió a juntar nuevamente después de tres años de estar separados. Yo tenía entonces diez años, mientras que mis primos y hermanos rondaban los dieciocho…Creo ir entendiendo más la situación ahora.
Cuando nos volvimos a reunir, me dejaron de lado, era el “nene” de la familia. Sus conversaciones giraban en “temas de grandes”, como las definían. Cuando les pregunté si íbamos a volver al cuarto verde, se rieron, se burlaron de mí. Incluso me dijeron que ellos ya habían ido, pero habían entrado de otra manera a ese mundo. Cuando les pregunté “¿Cómo?”, sacaron una bolsita de polvo  blanco y me dijeron que era “polvo de hadas”. Ante tal tomada de pelo-que mis hermanos consintieron con sus risotadas- me alejé de ellos para siempre. Totalmente desilusionado y consternado fui a mi pieza y lloré hasta quedarme dormido. Quería regresar a aquel lugar  con mis hermanos y primos, quería sentirlos nuevamente cerca, quería volver a llamarlos amigos, pero comprendí en ese momento que nunca más podía confiar en ellos y muchos menos contar con ellos. Me juré a mi mismo que nunca más iba a entrar  al cuarto verde, me convencí de que todo lo que había visto era un sueño, una irrealidad y de que lo único real en mi vida era el suelo que yo estaba pisando. Aquella experiencia vivida quedó totalmente eliminada de mis recuerdos, pero solo fue por un tiempo.
Pasaron algunos años y llegué a la adolescencia. Muchos cambios hubo en mi vida, nuevas situaciones y más problemas. Justo antes de cumplir dieciocho años, perdí lo que tanto quería y amaba: a mis abuelos. Cuando me dijeron la noticia, pensé que era una de esas horribles pesadillas, pero no era así. Me sentí totalmente despavorido, solo, sin nadie en quien confiar.
El velatorio fue una cosa rápida, personas llorando, mis primos y hermanos conversando de sus temas políticos, financieros, de mujeres, de autos, discutiendo por la herencia ¡Qué más da! Mi vieja fue la que más sufrió, no se lo veía venir, lloró como una desgraciada, me partió el alma, me sentí  impotente. Luego de que pasó todo ese “trámite” me fui a casa, pero antes quise dar un último recorrido a la casa de mis abuelos. El olor de ellos aún permanecía en el aire, el televisor apagado, las agujas tiradas, el sillón del abuelo vacío, revelaban la ausencia de sus dueños. Pasé unos segundos recorriendo la casa, dándole de comer al gato, regando el jardín, hasta que subí las escaleras y me detuve ante el famoso cuarto verde. Miré la puerta durante varios minutos, hasta que decidí abrirla. No podía ser, otra vez se emitió de allí una luz que me dejó ciego por unos segundos. Pero cuando recobré la visión, todo estaba tal cual a cuando entré por primera vez. Mientras que observaba fascinado todo lo que me rodeaba, algo pasó tan rápido que voló mi gorra. Cuando miré hacia arriba vi un avión plateado con letras bien grandes que decía: AEROLÍNEAS TIYÚ. “¿Qué cuerno es Tiyú?”, dije bien fuerte. Una voz indicando total autoridad dijo:
-Más respeto por este mundo.
Me quedé pensando, mi mente tenía registrado ese timbre de voz. ¡Cómo dudarlo! Era él, nada menos que mi abuelo Raúl.  Me di vuelta y ahí estaba, con sus manos en la cintura preguntándome sobre cómo había llegado a Tiyú. Le expliqué sobre esa aventura de verano y de lo que había pasado. Me acuerdo que me dijo: “Yo sabía que esos andaban en cosas raras, nunca les gustó el trabajo,  parece mentira que lleven mi sangre.”  Mientras que escuchaba todo su repertorio, comencé a sentir un olor muy familiar, similar al de las magnolias, era el “olor a abuela”. Unos gritos comenzaron a oírse a lo lejos mezclado con voces extrañas que decían: “¿Qué Martín?”, “Ah, es él.”, “Heredó mis genes”, “¡Se nos están cayendo las hojas!”. De repente unas manos suaves y arrugadas taparon mis ojos, y unos labios ya marchitos se apoderaron de mis cachetes. ¡Era mi abuela! ¡Cuánta alegría tuve ese día! Los tres conversamos un buen rato,  pero mucho de lo que ellos me decían no presté atención, porque el sonido del avión plateado me desconcentraba. El abuelo compartía conmigo el gusto por los aviones, asique me invitó a dar una vuelta. Cuando subimos, él me dijo que lo podía pilotear, solo necesitaba mucha imaginación y concentración- requisitos que los tenía en demasía-, por lo que piloteé aquel avión como todo un profesional. Cuando aterrizamos, quedé tan impresionado y maravillado, que quería saber cómo habían hecho todo eso, porque no eran proyecciones ni nada virtual, era un mundo de verdad, totalmente tangible. Él abuelo sin decir nada me mostró un lápiz, y me explicó que era el lápiz creador. También me dijo que ellos-mis abuelos- confiaban en mi imaginación, por lo que el lápiz ahora estaba en mi poder. Con semejante regalo, poco a poco comencé a hacer todo esto, aunque no fue nada fácil. En primer lugar, comenzar a crear mi mundo teniendo como base al anterior era “pan comido”, pero mis abuelos para complicármela un poco más, tras un chasquido de dedos, dejaron la escena en blanco, borraron al viejo Tiyú dejando solamente un gran árbol.
-¡Nosotros!- dijeron todos a la misma vez
-Silencio que estoy pensando… A ver… Al principio solo me salían garabatos, no entendía cómo funcionaba el lápiz. Recuerdo que un viento escalofriante erizó mi imaginación y exaltó mi concentración. Mi mente quedó en blanco y sin pensar, empecé a dar trazos al azar siguiendo el ritmo de una melodía. Cuando abrí los ojos, tenía ante mí un gran lago,  montañas, una cabaña, y un hombrecito con cabeza de signo de interrogación que fue mi ayudante en los inicios del nuevo Tiyú.
Desde aquel momento decidí vivir allí, no crecer más, inmortalizarme con mis abuelos y con la vieja, que si ella me hubiese entendido, hoy estaría acá conmigo.
-¿Era bonita? Porque si querés la convenzo.- Dijo Pablo, el abuelo del abuelo de la tía de Raúl.
- ¡No me interrumpas Pablo!
- ¡Mocoso insolente!
- Callate Pablo, Martín tiene razón- dijo Juan José.
Tiyú para mi fue como una droga del mundo real. Al igual que mis abuelos, lo utilizaba para despejarme de los agotadores días que me tocaban vivir en el trabajo. Allí, junto con ellos iba remodelando mi mundo. Por ejemplo, mi abuela pintó hermosos atardeceres similares al viejo Tiyú, y mi abuelo se encargó de los aviones y de los “wifu”- delfines con cuerpo de dragón.  La fauna que yo hice es bastante rara. Los sapos tiene cola de conejos, los perros dientes de murciélagos, los gatos alas de pájaro, las ballenas cola de ratón, las tortugas patas de conejo, las mariposas alas de águila, los caballos patas de ñandú, los canguros melena y patas de león. Decidí crear personas para habitar un poco más al nuevo Tiyú. Dibujé a mis hermanos, a mis primos y a mí mismo cuando éramos solo niños, para que le dieran un toque de alegría a ese lugar. Después la fui llenando de personas adultas pero con corazón de niños. Además, también me dediqué a construir otras cosas, pero la más importante fue el Puente del Olvido, que conectaba al mundo en donde yo vivía con Tiyú.
Estaba tan absorto en mis creaciones, que no me di cuenta que poco a poco comenzaba a envejecer. En realidad, no era tan así, yo sabía que era un “hombre de edad”, pero lo que pasaba era que en Tiyú el tiempo no corría, yo siempre ahí tenia diecisiete años. Cuando iba del cuarto verde hacia Tiyú, el Puente del Olvido hacia que mis brazos se acortaran, que mi voz se enflautara, que mi panza se achicara, desaparecía mi barba y el pelo volvía a crecer en mi cabeza, pero cuando lo cruzaba para ir al otro lado, sucedía todo lo contrario y… ¡Claro! Ahora entiendo porque borré el puente.
-¡Abuela, abuela! ¿Dónde estás?
-Martín acá estoy. ¿Qué pasa?
-La odio con todo mi ser, yo quise lo mejor para ella, quise tenerla para siempre a mi lado. Cuando su pelo se hizo blanco, y su voz se debilitó, le conté de Tiyú pero ella no me creyó, pensó que estaba loco, que había perdido el juicio. La llevé del brazo hacia la puerta del cuarto para mostrarle Tiyú. Pero me olvidé de que solo podían ver ese mundo aquellas personas que tuviesen mucha imaginación. Yo le señalé el jardín, le dije de ir a buscarlos a ustedes, comencé a gritar sus nombres, pero ella no veía nada, solo la habitación en la cual no había ni una ventana. Ella murió a los pocos días creyendo que estaba loco y que debían internarme. En su funeral, les hablé a mis hermanos de que los había vuelto a ver a ustedes, y que mamá se murió porque ella quiso, porque había rechazado vivir en Tiyú. Ellos me explicaron que mamá estaba enferma hacía ya varios años, pero que no me lo habían querido decir por miedo a mi reacción. ¡Yo le podría haber advertido a mamá!... pero no pude abuela.
-Martín, tranquilo, no llores, respira profundo. Mi hija no nació con el don que tenemos nosotros. Ella nació solo para una vida.
-Ya lo sé. Pero con solo acordarme que al otro día tiraron la puerta abajo de tu casa, y entraron mis tres hermanos con la policía como si fuese un criminal, se me congela la sangre. Su plan era llevarme al psiquiátrico. Pero menos mal que me encerré en el cuarto verde y fui a Tiyú. Ahí fue cuando  borré el puente, y en su lugar dibujé una ventana bien grande para ver cada tanto hacia al otro lado. ¿Te acordás abuela cuando entraron todos a la habitación y no encontraron más que una silla y un escritorio? Además al no haber ni una ventana, no pudieron decir que me había escapado.
-Me acuerdo todavía de sus caras. Ellos sabían que te podían encontrar ahí. Se volvieron locos al entender que Tiyú existe.
-Me dio lástima Bruno, que no le podían poner el chaleco de fuerza por la panza… Abuela, a veces no sé qué me pasa, fue una basura vivir allá, jamás estuve tan feliz en mi vida como ahora. ¡Te amo abuela!
- ¿Y yo que soy?-dijo Raúl.
- Tombié amió bibi. (También te amo abuelito) Bueno basta de recuerdos inútiles, tenemos que mejorar todavía la lengua tishulsence.
 -¿Viste que era otro de sus ataques?- susurró Estrella.
-Como siempre…- le respondió Raúl.
-¡Él es así porque ustedes lo miman demasiado!- dijo Noelia.
-Calláte abuela, no pedí tu opinión.-dijo Estrella.
- Más respeto por tu abuela- dijo Adolfo, el papá de Estrella.
-¡TIÚ JALLÓN STIYÓS! (¡SE CALLAN ESPÍRITUS!)-dijo Martín.
Y el árbol dejó de mover sus hojas.

alumna de la Escuela Secundaria Nº 2 de Loberia.

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