sábado, 31 de marzo de 2018

Las cinco dificultades para decir la verdad Por Bertolt Brecht Berlín (Alemania), 1934. -1° parte.

El que quiera luchar hoy contra la mentira y la ignorancia y escribir la verdad tendrá que vencer por lo menos cinco dificultades. Tendrá que tener el valor de escribir la verdad aunque se la desfigure por doquier; la inteligencia necesaria para descubrirla; el arte de hacerla manejable como un arma; el discernimiento indispensable para difundirla. Tales dificultades son enormes para los que escriben bajo el fascismo, pero también para los exiliados y los expulsados, y para los que viven en las democracias burguesas.

I. El valor de escribir la verdad

Para mucha gente es evidente que el escritor debe escribir la verdad; es decir, no debe rechazarla ni ocultarla, ni deformarla. No debe doblegarse ante los poderosos; no debe engañar a los débiles. Pero es difícil resistir a los poderosos y muy provechoso engañar a los débiles. Incurrir en la desgracia ante los poderosos equivale a la renuncia, y renunciar al trabajo es renunciar al salario. Renunciar a la gloria de los poderosos significa frecuentemente renunciar a la gloria en general. Para todo ello se necesita mucho valor.
Cuando impera la represión más feroz gusta hablar de cosas grandes y nobles. Es entonces cuando se necesita valor para hablar de las cosas pequeñas y vulgares, como la alimentación y la vivienda de los obreros. Por doquier aparece la consigna: «No hay pasión más noble que el amor al sacrificio».
En lugar de entonar ditirambos sobre el campesino hay que hablar de máquinas y de abonos que facilitarían el trabajo que se ensalza. Cuando se clama por todas las antenas que el hombre inculto e ignorante es mejor que el hombre cultivado e instruido, hay que tener valor para plantearse el interrogante: ¿Mejor para quién? Cuando se habla de razas perfectas y razas imperfectas, el valor está en decir: ¿Es que el hambre, la ignorancia y la guerra no crean taras?
También se necesita valor para decir la verdad sobre sí mismo cuando se es un vencido. Muchos perseguidos pierden la facultad de reconocer sus errores, la persecución les parece la injusticia suprema; los verdugos persiguen, luego son malos; las víctimas se consideran perseguidas por su bondad. En realidad esa bondad ha sido vencida. Por consiguiente, era una bondad débil e impropia, una bondad incierta, pues no es justo pensar que la bondad implica la debilidad, como la lluvia la humedad. Decir que los buenos fueron vencidos no porque eran buenos sino porque eran débiles requiere cierto valor.
Escribir la verdad es luchar contra la mentira, pero la verdad no debe ser algo general, elevado y ambiguo, pues son estas las brechas por donde se desliza la mentira. El mentiroso se reconoce por su afición a las generalidades, como el hombre verídico por su vocación a las cosas prácticas, reales, tangibles. No se necesita un gran valor para deplorar en general la maldad del mundo y el triunfo de la brutalidad, ni para anunciar con estruendo el triunfo del espíritu en países donde éste es todavía concebible. Muchos se creen apuntados por cañones cuando solamente gemelos de teatro se orientan hacia ellos. Formulan reclamaciones generales en un mundo de amigos inofensivos y reclaman una justicia general por la que no han combatido nunca. También reclaman una libertad general: la de seguir percibiendo su parte habitual del botín. En síntesis sólo admiten una verdad: la que les suena bien. Pero si la verdad se presenta bajo una forma seca, en cifras y en hechos, y exige ser confirmada, ya no sabrán qué hacer. Tal verdad no les exalta. Del hombre veraz sólo tienen la apariencia. Su gran desgracia es que no conocen la verdad.                               

“Contate un cuento X” Mención de honor Categoría B: “El misterio de la fórmula perdida” Por Lara Suarez Mira Reija de España

El cuerpo inmóvil y en una extraña postura se encontraba en el suelo de la bodega. La policía no observó ninguna señal de violencia en él. A pocos centímetros había un hueco donde, horas antes, descansaba una botella legendaria, de esas que uno mataría por beber. Reconocieron fácilmente al muerto. Era Luis, el hijo del bodeguero, un joven inquieto e inteligente que ante la estupefacción de su padre, prefería leer un libro a colaborar en las faenas propias del mantenimiento de la bodega. De hecho, su lugar favorito era la antigua biblioteca de la casa donde se guardaban libros seleccionados desde el siglo XVIII y que habían sido traídos por su familia al instalarse en ella. El número de volúmenes había ido creciendo a lo largo de los años porque los descendientes se dedicaron a coleccionar y preservar todos los que les parecían interesantes.
Carlos, su padre, se desesperaba con su actitud y no comprendía por qué se pasaba tantas horas encerrado en aquel oscuro lugar leyendo continuamente viejos y anticuados libros. Lo consideraba una pérdida de tiempo y sufría porque Luis no mostraba el menor interés por mejorar las propiedades del vino que elaboraban según la fórmula tradicional heredada de sus antepasados. Su único hijo, heredero de su imperio, no había cumplido sus expectativas y solo estaba interesado en la ávida lectura y clasificación de los incontables volúmenes que caían en sus manos.
El policía se dirigió a él y, tras darle el pésame por su pérdida, solicitó su ayuda para poder entender lo sucedido. Carlos no salía de su asombro e intentó explicarle que no tenía ni idea de lo ocurrido y que no sabía por qué su hijo Luis estaba en la bodega, ya que era una estancia que no solía frecuentar, salvo por orden expresa. Realmente ni siquiera recordaba la última vez que había puesto los pies allí. Tras analizar las escasas pruebas halladas, se dirigieron a la biblioteca hábitat natural del muchacho para localizar nuevas pistas. Allí se toparon con un libro abierto por una página curiosa donde se explicaba que la fórmula secreta para fabricar el mejor vino estaba escondida en una determinada botella de la bodega (que era precisamente la que faltaba). Se dieron cuenta de que Luis había intentado hacerse con el secreto; lo que no  acertaban a comprender era lo que había sucedido con la botella y, sobre todo, por qué había muerto. Fueron a la habitación de Luis. Sorprendidos encontraron una especie de diario donde describía y anotaba todos los pasos que había dado hasta el hallazgo del preciado recipiente, con una minuciosa descripción de indicios, pistas y contraseñas. Averiguaron que, finalmente y tras muchas vueltas y decepciones, lo había conseguido. Y esa era la noche en la que iba a descorcharlo y obtener la fórmula mágica que a todos sorprendería. Todo lo demás son suposiciones que nunca pudieron confirmar ante la ausencia de pruebas o testigos de lo ocurrido. Pensaron que pudo haberla cogido y, al abrirla, sufrir un mareo y golpearse al caer, pero entonces, ¿dónde estaba la botella? La autopsia confirmó que había muerto por el golpe recibido en la caída, pero se mantuvo la incertidumbre sobre el destino final de la antigüedad de cristal que le había obsesionado durante los últimos meses de su vida.
Pasaron los años y Carlos decidió cambiar de lugar un enorme abeto colocado muy cerca del muro de la finca. Llevaba mucho tiempo plantado en ese lugar, lo habían hecho Luis y su padre como regalo de cumpleaños cuando el niño cumplió los tres años, y estaba provocando la aparición de enormes grietas en el muro protector. No querían que se muriese. Simplemente, cambiarlo de lugar. Al excavar para sacarlo, encontraron una botella deteriorada escondida entre sus raíces. Sorprendidos comprendieron que era, precisamente, la desaparecida la noche en la que el joven falleció. En su interior no había nada, absolutamente nada. Tras un análisis exhaustivo en el que no faltó ninguna de las pruebas que se conocían, los científicos determinaron que había contenido un pergamino. Lo dedujeron porque había dejado indelebles marcas de tinta en su interior: la fórmula que había costado la vida al hijo del bodeguero. Las respuestas a por qué estaba allí o cómo la habían enterrado se escapaban de sus posibilidades y se convertirían en una incógnita que no podría ser resuelta…de momento. Carlos por fin le comprendió y asumió lo sucedido. Entendió su necesidad de estar rodeado de libros, de bucear en sus páginas, de aprender sus contenidos…y se sintió fatal por no haberlo entendido antes, por no haber aceptado su manera de ser y haberle apoyado sin trabas.
Había intentado que su hijo fuera una persona diferente, sin valorar la que era realmente… y le había perdido para siempre sin haber podido decirle lo orgulloso que sentía de él y lo mucho que le quería. Por fin se daba cuenta de lo sucedido. A su hijo Luis no le gustaba el trabajo de la bodega pero deseaba hacerle feliz… y perdió su vida en el intento. Todos aquellos libros que él consideraba inútiles le habían servido para algo importante. Luis había conseguido la fórmula del vino perfecto, lo que más deseaba su padre, lo que lograría unirlos para siempre… aunque nunca llegó a entregársela. El papel en el que estaba escrita se descompuso en cuanto le dio el aire, como si el corcho de un buen vino estuviese agujereado y dejase entrar el aire en el caldo hasta avinagrarlo.

jueves, 29 de marzo de 2018

CERTAMEN DE POESÍA CON RIMA “CENTENARIO” 2018

COLEGIO DE ABOGADOS DEL DEPARTAMENTO JUDICIAL DE DOLORES
Belgrano Nº 160 . CP 7100 DOLORES, provincia Buenos Aires. ARGENTINA
literario@colabdol.com.ar


CERTAMEN DE POESÍA CON RIMA  “CENTENARIO” 2018

Con motivo de cumplirse este año el centenario de su fundación, el Colegio de Abogados del Departamento Judicial de Dolores, convoca a escritores de todo el país y Uruguay,  sin límite de edad, a participar en el Certamen de Poesías inéditas  con Rima, cuyo plazo de admisión expirará el 20 de julio de 2018, y ajustado a las siguientes               
BASES:

Art. 1°- Podrán participar escritores residentes en la Argentina y Uruguay, sin límites de edad.

Art. 2°- La convocatoria es para poesías con rima escritas en idioma castellano, el tema será de libre elección. La extensión máxima será de 40 versos y  la mínima de 14, y la construcción estrófica  puede ser en cuarteta, sextilla, octava, décima, etc. y la métrica octosílaba, endecasílaba, versos alejandrinos y cualquier otra medida con rima asonante o consonante.

Art. 3°- La obra debe ser inédita y no haber recibido premio ni mención en otro certamen.

Art. 4°-. El jurado otorgará un 1º, un 2º y un 3er.  Premio y las menciones que considere, consistentes en medallas y diplomas, y el resultado se dará a conocer en un plazo no mayor de 40 días de haber cerrado la fecha de admisión de los trabajos.

Art. 5°- El hecho de participar implica aceptar las condiciones de estas bases, y todo asunto no previsto en las mismas, será resuelto por la organización de acuerdo con el jurado.

Art. 6°- La obra debe presentarse por correo electrónico: literario@colabdol.com.ar , con dos archivos adjuntos; en uno estarán los datos del autor (Nombres y apellido, seudónimo, título de la poesía, dirección postal, E-mail y teléfono) en otro adjunto estará la poesía con el seudónimo al pie. Quienes deseen pueden enviar el trabajo por correo postal en hoja tipo A4 por triplicado y en un sobre interior cerrado, en cuyo frente figure título y seudónimo, contendrá todos los datos del autor  a la siguiente dirección: calle Belgrano Nº 160 , CP 7100 DOLORES. Provincia Buenos Aires, Argentina, con fecha de admisión de trabajos el 20 de julio de 2018.

Art. 7°- El Jurado  tendrá en cuenta para dictaminar, ortografía, originalidad del tema, uso del lenguaje, correcta utilización de la rima y recursos poéticos.

Art. 8º - Se aconseja leer detenidamente este reglamento.

sábado, 24 de marzo de 2018

Julio Cortázar: “De la tierra al cielo” Por Héctor Fuentes

         Rayuela se llamaba el libro en donde vos tirabas una piedrita y te acercabas al cielo. Al dar vuelta la hoja del primer capítulo, la tierra se te empezaba a despegar de los dedos.
Una música de jazz lo inundaba todo. Un tal Horacio Oliveira buscaba a "La Maga". Un departamento parisino alojaba a un grupo de amigos.
Corría el año 1963 y las palabras comenzaban a mostrar su hartazgo. Julio Cortázar lo sabía, por eso había empezado a jugar con ellas: "Pureza. Horrible palabra. Puré y después za."
Esos ojos enigmáticos que te miraban desde la solapa del libro, veían más allá.
Jamás el mundo vuelve a ser el mismo cuando alguien te permite mirarlo a través de la vida de un trompetista de jazz.
En ese swing incomparable, se narra la verdadera vida. Aquella que enlaza el caos buscando la belleza.
Su pluma es el lápiz invisible que va dejando al descubierto el sedimento que esconden las Costumbres.
El gesto mecánico se nos destroza. De pronto vemos los intersticios. Un hilo frágil comienza a deshilacharse, y ya no volvemos a caer en la trampa.
No hay papel carbónico para la experiencia. No hay recetas magistrales para los intereses del alma. No hay un único camino. Hay un sendero cambiante, signado por la intermitencia de los deseos.
El azar se antepone a la lógica. Los sueños sabotean la realidad: unos Cronopios forajidos irrumpen de repente, la toman por asalto del pescuezo y la obligan a desembuchar su arco iris escondido.
El hombre vuelve a ser hombre. Y la palabra vuelve a ser un milagro que grita al nacer.
Las horas ya no pasan solamente en el reloj. Alguien ha roto las agujas. Alguien ha jugado en las vías del tren. Alguien ha superpuesto las encrucijadas con el mismo desdén de quien mezcla un mazo de cartas.
Jugar, jugándose la vida. Vivir el juego, sin despreciar las reglas. Saltar los casilleros en busca del cielo. Abandonar tierra firme con la alegría de un Marinero.
Gracias Julio por legarnos un mundo nuevo. Gracias por señalarnos que la vida, es juego.

Epigramas Por Vital Aza

Tuerto, cojo y mal nutrido
vino Facundo a este mundo;
con el forceps fue extraído.
¡y aún dice el pobre Facundo
que es un hombre bien nacido!

 ...

Un conde, de no sé dónde
que en el misterio se esconde
por causa que no se sabe,
yo no sé qué cuestión grave
tuvo con no sé qué conde.

El uno del otro en pos
salieron de madrugada...
Mas ya el juez, ¡gracias a Dios!,
sabe... ¡que no sabe nada
de ninguno de los dos!

...

Afirma Inés, la taimada,
en tono humilde y dengoso,
que ella como esposa honrada
sólo es de su amante esposo.

Y así, de un modo insinuante,
confiesa la honrada Inés,
que primero es del amante
y del esposo después.

...

Juan a Domingo reñía
porque nunca trabajaba;
y mientras Juan se enfadaba,
el buen Domingo decía:

Yo no debo trabajar;
estoy, Juan, en mi derecho,
pues los Domingos se han hecho
sólo para descansar.

A Rocío Yasmin Frías en sus 15 años

Un 13 de marzo volaron mariposas
y aun no era primavera
y llegaste al caer el sol cuando bajan las estrellas
y bajaron los ángeles del cielo
para mirar tu belleza.
Mama y papá te esperaban
y Bety, tu dulce abuela,
en medio de la tristeza fue feliz
teniendo su primer nieta.

Dios quiso que llegaras en cuaresma
para llenarlos a todos de alegrías y luces nuevas.

Entonces te convertiste en un hada mensajera
y a la vida de tus tíos, padrinos y bisabuelos
les regalaste 15 años ..de sorpresas.

Hoy brillaran los pétalos de las rosas
el aire aroma a jazmín. y tu camino
será mágico... para que todos tus sueños se hagan realidad 

Feliz 15 años Rocío! 
Te deseamos desde Balcarce ....tu tía Minu ...Maria
 ...y tu padrino Guillermo

A Rocío Yasmin Frías por Nilda Scarvaglieri

.. Y volaron golondrinas por el aire,
y corrieron las agujas del reloj.
Y volaron los segundos aquel día
y aquel verano se fugó
¡Tanto amor y tanta alegría;
 los juegos en la arena
el mar tumultuoso los borró.
Y los niños corrieron por la playa,
y el tiempo no perdona y todo pasa
los niños crecieron hoy no están.
¡Y me encuentro muy sola en esta casa
recordando los tiempos del ayer!
Parece que los veo
nuevamente jugando y creciendo a la vez
¡tiempo ingrato!
¡no perdonas ni un segundo!
Las agujas del reloj oxidado vuelven a correr
si escribiendo el tiempo me ha pasado
ya no veo este papel,
apenas escucho el canto de los pájaros,
y al lado de mi silla algo esta esperándome
¡un viejo bastón que me ayudará a no caer!

LA CONFESIÓN - Por Vital Aza

¡Señor cura! ¡Señor cura!
¿Qué tendré en mi corazón,
que a veces siento dulzura
y otras tanta agitación?
¿Qué tendré que el alma mía
ríe y llora sin cesar,
y a veces siento alegría
y otras me mata el pesar?
¿Qué tendré, que aquí en las sienes
llega el calor a abrasarme?...
¡Hija mía, lo que tienes
es ganas de fastidiarme!

Mi terraza - Por Egle Frattoni Romano

En éste, mi lugar,
el aire flota como la música,
como el humo;
a veces golpea con puños de tormenta.
El aire es un libro cargado de presencias.
Es el mar de este lugar
su continente de movimiento y vida.
La casa del sol,
un espejo donde el mundo se contempla.
Donde este pájaro eterno
que canta
viene a enseñarnos,
a pesar de todo,
Cómo subir al cielo.

Éxodo - Por José Rodolfo Espasa

Tal vez no sabes que te sigo amando,
y que aún recuerdo tus manos de harina,
volando sobre la mesa del hogar florido.
Mientras un viento de pobreza, por una puerta oscura,

me arrastró hacia las latitudes duras;
tu lealtad era la polea trabajando en mi sangre.
Y ahora, reunidos, después de sortear el mar y las raíces,
nuestros hijos (como animalitos perdidos)

deambulan día y noche por nuestro dormitorio;
quieren preguntarnos y no se atreven;
los acecha una melancolía de rostros borrados por la lluvia,

y el contraste de una pobre vecina vieja;
confinada en un desdichado balcón sin música:
a la que le robaron hasta sus flores, y no lo sabe.

sábado, 17 de marzo de 2018

El maestro Por Oscar Wilde

         Y cuando las tinieblas cayeron sobre la tierra, José de Arimatea, después de haber encendido una antorcha de madera resinosa, descendió desde la colina al valle.
Porque tenía que hacer en su casa. Y arrodillándose sobre los pedernales del Valle de la Desolación, vio a un joven desnudo que lloraba.
Sus cabellos eran color de miel y su cuerpo como una flor blanca; pero las espinas habían desgarrado su cuerpo, y a guisa de corona, llevaba ceniza sobre sus cabellos.
Y José, que tenía grandes riquezas, dijo al joven desnudo que lloraba.
-Comprendo que sea grande tu dolor porque verdaderamente Él era justo.
Mas el joven le respondió:
-No lloro por él sino por mí mismo. Yo también he convertido el agua en vino y he curado al leproso y he devuelto la vista al ciego. Me he paseado sobre la superficie de las aguas y he arrojado a los demonios que habitan en los sepulcros. He dado de comer a los hambrientos en el desierto, allí donde no hay ningún alimento, y he hecho levantarse a los muertos de sus lechos angostos, y por mandato mío y delante de una gran multitud, una higuera seca ha florecido de nuevo. Todo cuanto él hizo, lo he hecho yo.-¿Y por qué lloras, entonces?
-Porque a mí no me han crucificado.

“Contate un cuento X” Mención de honor Categoría B: “Cain” Por Carolina Villar, alumna de 3° año del Colegio Nuestra Sra. De Fátima de Castelar

         Aquella era una tarde lluviosa, en la que la única luz en el cielo era la de los relámpagos. Agustín, sentado sobre el colchón, pensó que ese escenario le habría encantado a su hermano. Sonrió con amargura, mientras rezaba a Dios o al Diablo por volver el tiempo atrás. Al abrir los ojos nuevamente, descubrió que nada había cambiado. En una mano, un arrugado papel con una dirección escrita en él. En la otra, un arma calibre 45.
  Se puso de pie y paseó por su habitación, el único refugio que le quedaba y que, aun así, anhelaba abandonar. Revisó cada mancha de humedad, cada telaraña, cada reluciente bala. La angustia se apoderó de él de un momento al otro.
- Todo podría acabar en este mismo instante-  pensó, observando su rostro reflejado en el reluciente metal del cañón. Segundos después, el recuerdo de su infancia destruyó sus deseos suicidas. Sus amigos, sus padres. Su hermano.
-Si quiero terminar con esto, debo comenzar desde el inicio- , se dijo.
La niñez de Agustín no había sido la peor, pero tampoco la mejor. Sus padres, enfermizos del trabajo, apenas aparecían en la noche. Su condición de promedios altos y esfuerzos bajos lo habían convertido en un objeto de su orgullo absoluto, un título que siempre había odiado. A pesar de las expectativas que sus padres habían depositado en él, jamás se había preocupado más de la cuenta por la escuela. No le tenía miedo a unos números en un papel.
A sus diez años, contaba con las manos las cosas que le causaban temor. Si había una araña en su cuarto, él con gusto la aplastaba. Si oía un ruido en la noche, él se levantaba a cerrar la ventana. Pero definitivamente, el merecido primer puesto de su terror se lo llevaban las historias de su hermano.
Ciro era tres años mayor que él, un chico de largo cabello oscuro y mirada nostálgica. A ojos de los adultos, era la sombra de su hermano menor, la oveja negra de una familia exitosa. Pero, a ojos de Agustín, era el ser que le daba una materialización a la palabra miedo, a través de sus palabras. Más de una vez había imaginado su mente como un lugar repleto de acertijos, sombras y demonios. Y le resultaba fascinante.
Todas las noches su hermano ilustraba un mundo injusto y desmoralizado en el que su protagonista, Caín Black, cometía un nuevo crimen tan retorcido como astuto que dejaba al niño perplejo por el resto de la noche.
Para Agustín, aquellos relatos eran la vía de escape del falso mundo perfecto que sus padres siempre le habían ilustrado. Su inteligencia no le permitía entender la mentira utópica que vivía a diario, y llegaba a creer que Ciro era la única persona en el mundo que podía contarle la verdad. Por ese y mil motivos, no podía evitar que sus ojos lanzaran puñales al escuchar el apodo “Bala perdida” sobre su hermano.
Pero para el Agustín que estaba aquella tarde de lluvia en la oscura habitación, esa frase significaba algo más.
Una noche igual a todas las demás, antes de que sus padres volvieran del trabajo, Ciro narraba otra de sus historias. En aquella ocasión, Caín Black diseñaba un macabro plan para acabar con la vida de un deshonesto político al que no podía dejar de imaginar en el rostro de su padre. En medio de la descripción de la casa presidencial, su hermano detuvo su relato. Entre el silencio, oyeron la puerta de la casa cerrarse con disimulo.
-¿Qué pasa?- preguntó Agustín, ansioso.
El joven le indicó que hiciera silencio, mientras que atravesaba el umbral. El menor escuchó sus pasos ligeros alejarse por el pasillo, perderse en las escaleras. No le dio demasiada importancia a sus acciones y se perdió imaginando una posible resolución al crimen que rondaba por su mente. Pero al oír un estruendo en la planta baja, un miedo irracional se hizo presente en Agustín. Poseído por la idea de que Ciro hubiera tropezado en las escaleras, salió con la velocidad de un tornado de su habitación. Al encontrar las escaleras desiertas, se dirigió al salón, pero también lo halló desierto. Al principio cruzó por su mente el suponer que su hermano le gastaba una broma, pero segundos después, al sentir la presión en la nuca y la habitación girar a su alrededor, supo que estaba equivocado. Su rostro sintió el frío contacto de la cerámica, y lo último que oyó antes de que la oscuridad lo tragara, fue a su hermano gritar su nombre, y el estridente rugido que tantas miles de veces había imaginado en su mente, cuando Caín Black acababa con la miserable existencia de sus víctimas. Horas más tarde, al despertar en un hospital con el más horrible dolor de cabeza de su vida, descubrió que Ciro jamás volvería a contarle una historia.
Diecisiete años después, sigue convencido de que la historia más espeluznante no contada por su hermano fue la de su propia muerte. Con un impulso casi eléctrico, se puso de pie. Tenía veintisiete años y un futuro que jamás había imaginado. Consumido por la rabia, avanzó hacia la calle, que se presentaba con un aspecto fantasmal, como si adivinara sus intenciones. Entre la niebla, su mente volvió a perderse en el pasado. El momento en que decidió desaparecer de su casa, hacían ya ocho años. El apoyo nulo que le habían brindado sus padres tras la tragedia. Su mente, destrozándose poco a poco. Su plan de venganza, la dirección en el papel que llevaba en su mano. El arma que ocultaba en la otra.
Agustín, una sombra del niño brillante que había sido, llegó a su destino con una sonrisa lobuna dibujada en el dolor que sentía. Se adentró en el oscuro galpón cuya dirección coincidía con la del papel, camuflándose en medio de la oscuridad. Los años de sufrimiento y soledad lo habían transformado en un ser detallista y cínico, uno que empuñaba un arma sin la más mínima duda ni remordimiento.
Y al notar a un hombre de espaldas a sólo metros de él, sintió que su nombre se desvanecía tras uno que, años atrás, había asociado a todo el mal del existente en el mundo. Silenciosamente, introdujo una bala en la recámara y alzó firmemente sus manos a la altura de la espalda del hombre. Cerró los ojos y conjuró la imagen de su hermano en su mente. Segundos después, escuchó el detonar del cañón.
Al mirar nuevamente, pudo distinguir el humo del disparo, con un charco de sangre como escenario. No sintió culpa al ver el cadáver, tampoco alegría. Simplemente un sentimiento de alivio que, instantes después, fue reemplazado por uno de vacío. Estaba más vacío que aquel galpón. Tenía menos sangre en las venas que el cuerpo rendido frente a sus pies. Con la indiferencia digna de un buitre, se acercó a su víctima. No sentía nada, pero se negaba a no darse el gusto de ver su rostro. Deseaba apreciar su última expresión de sufrimiento, a darle rasgos y gestos al fantasma que había perseguido durante todos esos años.
Pero cuando volteó al muerto, notó que su última expresión había sido una de confusión. Sus gestos y rasgos, como siempre los había visualizado. Habían pasado dos décadas de la tragedia, y sin embargo, no temió equivocarse.
Con las manos bañadas en sangre y lágrimas amargas recorriendo su rostro, recogió el arma nuevamente. De rodillas frente al cuerpo, no llegó a entender con claridad lo que le estaba sucediendo. Supuso que era más simple contarle a un niño pequeño que su hermano había muerto a que jamás habían encontrado su cadáver. Supuso  que la cantidad de sangre hallada en la habitación había eliminado la posibilidad de que sobreviviera. Pero allí estaba, ensuciando sus manos con un charco de sangre. De su propia sangre.
Agustín se preguntó cómo, con su tan aclamada inteligencia, nunca había pensado en esa posibilidad. Cómo se había rendido ante las pruebas tan rápidamente. Cómo había tenido la cobardía de disparar al asesino sin mirarlo a los ojos.
Arrodillado frente al cadáver de Ciro, se llevó al arma a la cabeza, sintiendo el frío metálico sobre su sien. A pesar de todo, haría justicia. Había jurado acabar con el asesino de su hermano.
Las últimas palabras que atravesaron la mente de Agustín fueron lo que siempre había sabido, lo que Ciro había anticipado. El nombre que contenía todo el mal existente del mundo.
-Soy Caín- susurró, al apretar el gatillo.

sábado, 10 de marzo de 2018

La Casa del Juicio Por Oscar Wilde

Y el silencio reinaba en la Casa del Juicio, y el Hombre compareció desnudo ante Dios.
Y Dios abrió el Libro de la Vida del Hombre.
Y Dios dijo al Hombre:
-Tu vida ha sido mala y te has mostrado cruel con los que necesitaban socorro, y con los que carecían de apoyo has sido cruel y duro de corazón. El pobre te llamó y tú no lo oíste y cerraste tus oídos al grito del hombre afligido. Te apoderaste, para tu beneficio personal, de la herencia del huérfano y lanzaste las zorras a la viña del campo de tu vecino. Cogiste el pan de los niños y se lo diste a comer a los perros, y a mis leprosos, que vivían en los pantanos y que me alababan, los perseguiste por los caminos; y sobre mi tierra, esta tierra con la que te formé, vertiste sangre inocente.
Y el Hombre respondió y dijo:
-Si, eso hice.
Y Dios abrió de nuevo el Libro de la Vida del Hombre.
Y Dios dijo al Hombre:
-Tu vida ha sido mala y has ocultado la belleza que mostré, y el bien que yo he escondido lo olvidaste. Las paredes de tus habitaciones estaban pintadas con imágenes, y te levantabas de tu lecho de abominación al son de las flautas. Erigiste siete altares a los pecados que yo padecí, y comiste lo que no se debe comer, y la púrpura de tus vestidos estaba bordada con los tres signos infamantes. Tus ídolos no eran de oro ni de plata perdurables, sino de carne perecedera. Bañaban sus cabelleras en perfumes y ponías granadas en sus manos. Ungías sus pies con azafrán y desplegabas tapices ante ellos. Pintabas con antimonio sus párpados y untabas con mirra sus cuerpos. Te prosternaste hasta la tierra ante ellos, y los tronos de tus ídolos se han elevado hasta el sol. Has mostrado al sol tu vergüenza, y a la luna tu demencia.
Y el Hombre contestó, y dijo:
-Sí, eso hice también.
Y por tercera vez abrió Dios el Libro de la Vida de Hombre.
Y Dios dijo al Hombre:
-Tu vida ha sido mala y has pagado el bien con el mal, y con la impostura la bondad. Has herido las manos que te alimentaron y has despreciado los senos que te amamantaron. El que vino a ti con agua se marchó sediento, y a los hombres fuera de la ley que te escondieron de noche en sus tiendas los traicionaste antes del alba. Tendiste una emboscada a tu enemigo que te había perdonado, y al amigo que caminaba en tu compañía lo vendiste por dinero, y a los que te trajeron amor les diste en pago lujuria.
Y el Hombre respondió:
-Si, eso hice también.
Y Dios cerró el Libro de la Vida del Hombre y dijo:
-En verdad, debía enviarte al infierno. Sí, al infierno debo enviarte.
Y el Hombre gritó:
-No puedes.
Y Dios dijo al Hombre:
-¿Por qué no puedo enviarte al infierno? ¿Por qué razón?
-Porque he vivido siempre en el infierno -respondió el Hombre.
Y el silencio reinó en la Casa del Juicio.
Y al cabo de un momento. Dios habló y dijo al Hombre.
-Ya que no puedo enviarte al infierno, te enviaré al Cielo. Sí, al cielo te enviaré.
Y el Hombre clamó:
-No puedes.
Y Dios dijo al Hombre:
-¿Por qué no puedo enviarte al Cielo? ¿Por qué razón?
-Porque jamás y en parte alguna he podido imaginarme el Cielo -replicó el Hombre.
Y el silencio reinó en la Casa del Juicio.

“Contate un cuento X” Mención de honor de Categoría D: “La rosa rota” Por Marcelo Mendiburu de Matheu

          La noche y el frío gélido se colaban por la negra boca de la ventana, sin vidrios del tren. Mi hija se acurrucaba contra mí como si su pequeño universo pudiera tomar calor del mío, el traqueteo de la formación actuaba como un sedante para el frágil cuerpo de la niña. Pronto sus ojos cansados se cerraron en un sueño profundo. El día había sido largo, pero pronto atravesaríamos las últimas paradas antes de llegar a Matheu, la pequeña ciudad que elegí para ver crecer a mi familia. Un lugar pequeño y tranquilo a la vera de la ruta veinticinco.
  Mayra dormía como solo los seres puros pueden hacerlo y yo perdido en mis pensamientos, apenas note la presencia de aquel hombre en el vagón casi vacío. Salió de la nada, como  si un fantasma se hubiera corporizado, sin decir una palabra se sentó frente a nosotros y pude observarlo bien. Su cara estaba cubierta de suciedad, el cabello desgreñado y largo se unía a una barba gris y maloliente. Su mirada estaba perdida en el marco de la abertura oscura, del vagón, como si terribles demonios, acecharan desde aquella siniestra entrada al hades. Un raído abrigo cubría la humanidad de aquel ser extraño, manchas indefinibles y pegajosas tapizaban la prenda. En sus sarmentosas manos el barro se había fundido como una segunda piel malsana. Los dedos de los pies asomaban de los múltiples agujeros de su calzado. Todo en él era la imagen de la degradación humana. Solo una maceta con una pequeña planta en flor era la única pertenecía de aquel hombre. La llevaba en sus palmas como si fuera el mítico santo grial.
Mi hija se revolvió en mis brazos y frunció su nariz, seguramente ofendida por la pestilencia de aquella criatura.  Y el vagabundo la miró. En sus ojos perdidos en el mar de la locura, un brillo nuevo encendió sus pupilas. Como quien despierta de un largo sueño aquel individuo fijó su mirada en la niña dormida en mis brazos. Pude ver como su cuerpo temblaba levemente. Sus facciones se suavizaron y creí ver tras su barba una sonrisa de dientes sombríos y opacos. Quizás solo fue una impresión. No lo sé. Una lágrima dejo surcos en la tierra que cubría la cara, y marchó altiva hacia el bosque ceniciento de su barba, donde se internó, perdiéndose para siempre. Él no dejaba de observar a la chiquilla y casi sin darme cuenta apreté a mi hija un poco más contra mí.
El sonido del tren anunciaba la proximidad de mi destino, un rayo cortó en dos el firmamento, iluminando por unos instantes un campo cubierto de arbustos, el retumbe ensordecedor  del trueno, rasgo las nubes fuera de aquel convoy. Pude ver como aquel mendigo lentamente se levantó ante mí, su mano se acercó a la dormida cabeza de Mayra y sin pensarlo lo tomé de la muñeca, arrojándolo  sobre el ajado cuero de los asientos. Mi instinto de padre surgió en ese momento. Dejé a mi princesa dormida y puse toda mi humanidad frente a aquel demente.
Él ni siquiera me vio, solo abrazó su flor y con un gesto extraño, señaló a mi bebé.
Un susurro casi imperceptible salió de sus labios, las luces de la estación se dibujaron en las ventanas del vagón marcando el final de mi viaje. Abrase a mi hija nuevamente y salí al pasillo de la formación, aquel andrajoso ser se interpuso en mi camino hacia la puerta, ofreciéndole a mi pequeña, que se había despertado en ese momento, la planta que llevaba. La niña sonrío y tendió sus manitas hacia el regalo. No sé porque lo hice, miles de veces lo he pensado y aun hoy, no tengo respuestas. Pero mi reacción fue instantánea, de un manotazo la maceta cayó al piso de la estación y se rompió en mil pedazos. Salí del tren, dejando atrás a aquel extraño personaje, sollozando lastimeramente sobre el andén, mientras de rodillas, levantaba entre sus dedos la tierra y pedazos de la planta caída.
Un solitario pasajero apuró el paso, en tanto las gruesas gotas de lluvia convertían en barro lo que fuera una rosa, en su apuro, aquel viajero ni siquiera se percató que tras de sí quedaba la flor rota.
Un taxi oportuno fue la salida de ese momento extraño. Al llegar a casa la calidez del hogar borró el momento y todo quedó en una simple anécdota. Una nota a pie de página de un día más, nada importante.
Pasaron algunos meses, un domingo cualquiera compré el diario zonal. Leí algunas notas de interés general hasta que una llamó mi atención. Había muerto un vagabundo, sin razón aparente, solo había muerto. Solía dormir en el andén de la estación Matheu. Se trataba de un hombre cuya familia pereció en un incendio, hacia algunos años, presumiblemente por un corto circuito mientras él volvía de trabajar en tren. Una foto de un hombre con su esposa e hija coronaba la noticia. Pude ver una pequeña abrazada a su padre, una pequeña casi igual a la mía. 
Las sonrisas eran alegres, de fondo una humilde casa de barrio obrero, y sobre las manos de aquella niña, una pequeña vasija con un roja rosa en ella. En un segundo todo fue tan claro, dejé escapar un largo suspiro. Mi esposa me miró extrañada, ¿Pasa algo? ,preguntó, le respondí que nada pasaba y me levanté del sillón. Encendí un cigarrillo, y le pedí a Mariela que saliera conmigo al patio donde jugaba Mayra .Miré a mi hija correr por el parque y tomé la mano de la compañera que elegí para compartir mi vida. Una melancolía profunda me invadió, recordando la mirada de aquel hombre. Imaginando su infierno. Mi mujer me miró en silencio, respetuosa del momento. Si nos quitan las razones de vivir, simplemente no lo hacemos. Estaba inmerso en mis cavilaciones cuando lo sentí, el ominoso sonido del tren alejándose llegó hasta mí en ese momento. Como un adiós, como un epitafio.

Fin.

“Llegó la hora de escribir un cuento” Menciones especiales del jurado para cuentos de la Escuela Especial Nº 502: “FACU ROTTE Y SUS AMIGOS” Por Daniel Alexander Alonso, Sebastián Rodrigo, Rojas, Sofía Montes de Oca, Gonzalo Valentín Jodar, Yanina Nélida Godoy

Había una vez un superhéroe que se llamaba Facu. Facu tenía en los ojos láser frío y si te miraba te dejaba congelado.
Facu todos los días iba al gimnasio para tener músculos grandes.
juntos fueron a la casa de la hechicera morena tai para pedirle plata para comprar un juguete para llevárselo al mago Rodrigo que cumplía 400 años. la hechicera se puso contenta y fue con ellos a elegir el regalo.
Un día, en el gimnasio, se encontró con el Guasón, otro superhéroe que tiraba bombas y cuchillos a todos los que lo molestaban.
En el kiosco encontró una varita, un gorro mágico y pociones de alegría. la hechicera compró la varita y se fue a la casa del mago Rodrigo a tomar mate y entregarle el regalo. El mago cuando vio la varita se puso muy contento.

sábado, 3 de marzo de 2018

JARDÍN DE VERSOS PARA NIÑOS (Selección) - POR ROBERT L. STEVENSON

NOCHES DE VIENTO

Cuando hay estrellas y luna en el cielo,
cuando sopla el viento fuerte,
toda la noche cruzando lo negro
va cabalgando un jinete.
Si todos duermen, ¿por qué en la alta noche
sólo él galopa, galopa, y adónde?

Cuando se quejan y gritan los árboles
y en el mar crujen los barcos,
allá en lo alto, entre oscuridades,
va el jinete galopando.
Pasa al galope, al galope, y después
se da la vuelta y galopa otra vez.


PARA WILLIE Y HENRIETTA

Si alguien puede entender de cabo a rabo
estos versos de antiguos buenos ratos
y de juegos de casa y de jardín,
vosotros, primos míos, sois los primeros, sí.

Vosotros fuisteis reyes - rey y reina -
conmigo en el jardín, sobre la hierba,
fuimos soldados, cazadores, marinos
y las siete mil cosas que suelen ser los niños.

Ahora sentados entre los adultos
nos quedamos tranquilos aquí juntos
y observamos desde estos miradores
cómo juegan los niños: son nuestros sucesores.

"Pasó aquel tiempo" dice irrevocable
la dorada cabeza irrefutable,
pero el tiempo, al que nadie puede atar,
prosigue su carrera y al amor deja atrás.


PAÍSES LEJANOS

Nadie más que yo se atreve a trepar
y desde el cerezo al mundo mirar.
Me sujeto al tronco fuerte con las manos
y puedo observar países lejanos.

Ahí está la puerta del jardín vecino,
sus flores, sus árboles, ¡qué bien los distingo!
y un montón de sitios con muy buena pinta
que no había visto en toda mi vida.

He podido ver el río a lo lejos
reflejando el cielo igual que un espejo
y muchos caminos subiendo y bajando
por lo que pasaba gente caminando.

Si puedo trepar a un árbol más alto
llegaré a ver sitios aún más alejados,
donde desembocan en el mar los ríos
y en el horizonte cruzan los navíos,

desde donde salen caminos que llevan
a la tierra mágica de las hadas buenas
en donde los niños cenan a las siete
y donde están vivos todos los juguetes.


A ALISON CUNNINGHAM
DE SU NIÑO

Por las largas noches en que me velaste
y a mi cabecera te quedaste;
por aquella mano firme por un suelo difícil andaba;
por las muchas penas en que me amparaste;
por tu compasión, porque me cuidaste;

por los muchos libros que tú me leíste
en aquellos días felices y triste;
mi segunda madre, mi primera esposa,
ángel de mi infancia tan dificultosa...
de aquel niño enfermo, sano ahora y adulto,
toma este librito, aya, porque es tuyo.

Y ojalá que el cielo a cuantos lo lean
les dé en su momento alguien que les quiera,
y que todo niño que escuche mis versos
al cálido abrigo del hogar y el fuego,
perciba en la voz del mismo cariño
que en la que alegro mis días de niño.

R.L.S.


VIAJE

Yo quisiera viajar hasta los pocos
sitios en los que crecen frutas de oro; -
a las islas con loros y bambúes
ancladas bajo cielos siempre azules,
donde ante cacatúas asombradas
solitarios Crusoes se hacen barcas;-
donde la luz del sol, incomparables,
las lejanas ciudades orientales
con sus mezquitas y sus minaretes
entre arenales se alzan y florecen,
y las riquezas de cualquier lugar
se ponen a la venta en el bazar; -
donde la Gran Muralla en torno a China
la aísla del desierto y de la ruina,
mientras en su interior crecen ciudades
con campanas y voces y timbales; -
donde hay selvas ardientes como llamas
y del tamaño de la Gran Bretaña,
llenas de monos y de cocoteros
y de chozas de caza de los negros;-
donde los arrugados cocodrilos
acechan y descansan en el Nilo,
y los rojos flamencos van volando
y ante sus ojos peces atrapando;-
donde abundan las junglas y los bosques
con tigres que se comen a los hombres
y que en lo oscuro y en silencio acechan
y pillan despistadas a sus presas,
o a alguno que pasaba por allí
y se iba balanceando en palanquín;-
donde las arenas del desierto
hay ciudades en las que todo ha muerto:
sus príncipes, sus niños, sus criados
hace miles de años se esfumaron,
no hay huellas en las calles ni en las casas
de niños, de ratones ni de nada,
y de noche, al caer la oscuridad,
no hay ni una luz en toda la ciudad.
Cuando sea mayor, pienso ir a verlo
con una caravana de camellos;
encenderé una hoguera en un salón
lleno de polvo y sin ventilación,
miraré las paredes con pinturas
de festivales, héroes y luchas,
y encontraré juguetes de los niños
que vivieron en el antiguo Egipto.


MIS TESOROS

Estas nueces que tengo guardadas en el fondo
de mi escondite, junto a los soldados de plomo,
las cogió mi niñera conmigo en el nogal
frente a un pozo en un bosque a la orilla del mar.

El silbato lo hicimos, - ¡y hay que ver que bien pita!-
en la linde de un campo, al final de la finca.
Con la rama de un plátano y mi propia navaja
me lo hizo mi niñera, que es la mar de apañada.

La piedra blanca y gris con manchas amarillas
la encontramos muy lejos, a no sé cuántas millas,
y aunque pesaba mucho me la traje yo solo,
pues aunque mi papá lo niegue, sé que es oro.

Pero este es el mejor de todos mis tesoros,
porque una cosa así la poseen muy pocos;
y es un formón completo, con su hoja y con su mango,
que hizo algún carpintero y lo usó en su trabajo.



AL EMPEZAR LA NOCHE

Todas las noches cuando mi mamá
me besa, apaga las luces y se va,
veo cómo desfila claramente
ante mis ojos un montón de gente

Ejércitos sin fin y emperadores
llevando cosas de diez mil colores
marchando en un desfile tan genial
que nadie ha visto nunca nada igual

Nunca se vio espectáculo tan grato
cuando el gran circo exhibe su aparato;
en esta caravana van marciales
toda clase de hombres y animales.

Avanzan al principio lentamente
pero aceleran progresivamente
y yo me uno a ellos en su empeño
hasta llegar a la ciudad del sueño.


CANTANDO

De huevos con pintas cantan las aves
y de nidos en los árboles;
canta el marino de cosas del mar
que le suceden al navegar.

Cantan los niños en el Japón,
en España cantan un montón;
y el organillero en la calle
canta mientras la lluvia cae


MI MADRE

Lee también tú mis poemas, madre,
por cariño a aquel tiempo inolvidable,
y a la mejor vuelves a oír, bajito,
por el pasillo aquellos piececitos.