Tal vez no sabes que te sigo amando,
y que aún recuerdo tus manos de harina,
volando sobre la mesa del hogar florido.
Mientras un viento de pobreza, por una puerta oscura,
me arrastró hacia las latitudes duras;
tu lealtad era la polea trabajando en mi sangre.
Y ahora, reunidos, después de sortear el mar y las raíces,
nuestros hijos (como animalitos perdidos)
deambulan día y noche por nuestro dormitorio;
quieren preguntarnos y no se atreven;
los acecha una melancolía de rostros borrados por la lluvia,
y el contraste de una pobre vecina vieja;
confinada en un desdichado balcón sin música:
a la que le robaron hasta sus flores, y no lo sabe.
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