sábado, 26 de noviembre de 2016

VOLVIO SOLA Por Magi Balsells Palau

       Joan, es un humilde pescador, no muy agraciado, hombre solitario, para el solo existe su barca y la pesca que es su sustento y mantenimiento diario, poca cosa necesita para vivir
Como cada día, al empezar a esconderse el sol en el horizonte, pone su barca en movimiento adentrándose en la cada ve más oscura aguas, hoy la luna esta escondida entre unos negros nubarrones, y el cielo amenaza tormenta, al fondo los rayos dan luces fantasmagóricas a las ondulaciones del mar.
Busca su lugar para realizar su tarea, pero ya esta ocupado, alguien acudió mas pronto y le quito su sitio preferido, de mal humor se adentra mucho mas en esta inmensa porción de agua, hasta encontrar un sitio adecuado. Mientras prepara sus redes, oye en el silencio solo quebrado por el murmullo de las olas, un canto de gran belleza, que hace que su pensamiento se sienta transportado a un idílico lugar.
Cada vez el hermoso canto, lo nota mas cerca, tanto es así que nota que una húmeda mano se posa encima de la suya, asustado la retira con premura , aun siendo hombre valeroso, ha sentido cierto miedo por el contacto Pero algo calma su desasosiego, es una dulce voz, que le esta embriagando los sentidos, se gira y allí esta la criatura mas hermosa que pueda un hombre soñar, con una sonrisa que ni los mismos Ángeles pueden imitar, le tiende sus brazos, no puede resistir la tentación y en ellos se acoge, que instante mas glorioso, el que nunca a tenido una mujer en su pecho Al momento todo se convierte en oscuridad, se siente arrastrado hacia el liquido elemento, cada vez se hunde mas en las profundidades marinas , no puede respirar , le falta el aire y su boca ansiosa se abre para engullir el agua del mar Se da cuenta que la persona tan bella que habían contemplado sus ojos se esta transformando en un ser espantoso y aun dentro de agua oye su siniestra risa , y sin fuerza para desligarse del fatal abrazo, nota que las pocas fuerzas que le quedaban van abandonándole, hasta que nada ve ni nada oye
Al día siguiente, vuelven las barcas, con sus redes llenas de pescado, los marineros están contento ha sido una buena pesca, pero hay una barca que muy lentamente arrastrada por la corriente matutina, va aproximándose a la orilla, nadie la gobierna, nadie la guía, nadie hay en su interior
Es la barca de Joan

Pan de la memoria Por Guillermo Pilia

He dejado a mis padres
en esa casa que fue alguna vez
del tamaño del mundo. Hay allí,
bajo esos zócalos, en cada grieta
de sus lajas, un tiempo en su sepulcro;
allí una hierba fina va creciendo
como la cabellera de los muertos.
Estos pocos recuerdos son mis únicas
certezas por ahora. Y la infancia
como una espina de naranjo verde
es una extensa mañana de lluvia;
es un agua metálica y humilde
que hervía en grandes ollas
y el perfume del apio y del arroz,
del perejil y la albahaca. Más tarde
yo iría a revolver en los roperos
sin saber que otras vidas más profundas
perduraban detrás de las maderas.
Acaso no existía diferencia
entre el sueño y la vigilia, entre un lado
y el otro del espejo, del armario
aquel en que un abuelo silencioso,
embutido entre los sacos decrépitos,
sonriente descansaba. No sabía
entonces lo que vive o sobrevive
debajo de las lajas y los zócalos,
ni el destino del pelo y de las uñas;
hoy hablo claro está de aquellos años
en los que nunca sentía el temor
de vivir con las sombras, tan distantes
de otros que llegarían a traer
gota a gota la piedad y la pena.
¿Por qué será que ahora
casi nunca se despierta feliz
quien soñó con sus muertos?
Sólo tras muchos viajes por mi sangre
volvería a esos cuartos para hurgar
entre los sueños y entre los roperos,
igual que cuando era aquella casa
del tamaño del mundo. Hoy comprendo
que todo ese mosaico de vivencias
tuvo encaje y sentido en aquel tiempo:
las perchas, las cigarras, las sombrillas,
las cuentas de un collar, las flores rojas
que veía al despertar de la siesta.
Y el olor de la harina humedecida
con que se amasa el pan de la memoria.

Más allá de las tierras del sueño Por Ezequiel Feito

Hay un momento, y sólo uno;
un instante, y sólo uno
donde la tierra que pisas se vuelve infinita
y descubres que es mentira el horizonte.

Y no sabes si estás en el cielo o en la tierra;
o si estás vivo o muerto.
Tu cuerpo se ha vuelto sólo un ojo
que escudriña la profundidad del espacio.
donde navegan tus pensamientos, como coloridas naves,
y el silencio y tú son uno
con la tierra y el cielo.

Hay un momento, y sólo uno...
¡Y has escapado bien del cazador, quienquiera que seas!
Has vuelto a la tierra. Tus pies
elevan nuevamente tu cuerpo y tu sombra
ha regresado y fielmente te acompaña,
mientras vuelve a nacer el universo.

Cuando llueve Por Victor Kartsch- Xavier Coderch

Cuando llueve,
las corolas se vuelven delicadas,
y las gotas cristal frágil,
en la rogatoria del tiempo.-
Cuando llueve,
tú te desperezas en mis brazos,
y añoras que los sueños vuelvan,
para que la noche sea intensa,
tan intensa como la hoguera,
que hiere la penumbra,
en esos chispazos de luz,
que se desvanece en la distancia.-
Cuando llueve,
tú encantas con la sonrisa delicada,
y la fragancia sutil,
que se filtra en la piel,
cuando me rozas apenas perceptible,
en el romance inmemorial,
que seduce y marca con misterios,
esos instantes,
que únicos se hacen pasión,
en el verso y en la melodía.-
Cuando llueve,
el amor se hace sinfonía,
se hace eco leve,
en el estallido de las gotas,
que besan el cristal,
en la frágil locura del amor.

Pasillos Por Egle Frattoni

Calles zigzagueantes
entre chapas y maderas
tan pequeñas
tan angostas
tan plenas de penurias.

Pies descalzos,
Intemporales,
sueños rotos en pasillos sin fin,
inalcanzables más allá del alambre tejido
que marca límites
entre el gourmet
y el choripán callejero.

Pasillo calle.
Pasillo zanja.
Pasillo espera.
Toda la villa en un pasillo.

Tan cerca de la hermosura Por Clotilde Román-España

Frente a frente, ante tus ojos,
tan bello mirar deslumbra
dejando fuga entre vidrios
de tu luz que me vislumbra.

Desde lejano universo
alado tu sol me alumbra
que entre ráfagas yo siento
mentida ilusión nocturna.

Paso en la noche mi tiempo
porque el amarte no hay duda
y en mi callejuela oscura
fulgor con ardor me turba.

¿Cómo se corta distancia
cuando corazón escucha,
cuando tan cerca del alma
tu dulce voz me retumba?

Que repitiendo cercano
mis ojos y voz te buscan
y entre marismas con luna
mi corazón se apresura.

¡Venid y rondar mi calle
que en negra y basta espesura
hasta hoy nadie me mantuvo
tan cerca de la hermosura!

sábado, 19 de noviembre de 2016

El pez remoto por Héctor Fuentes

"El verano es para estar en el agua".
Eso fue lo que dijo el vendedor de la pileta. "Usted la arma en un periquete", me aseguró. "Siga las instrucciones del manual", volvió a indicarme señalando el papel que sobresalía de la caja. "Siempre en el sentido de las agujas del reloj".
Cargué la caja en el baúl del auto, y me fui convencido de que había hecho una buena compra.
Después de almorzar, decidimos poner manos a la obra. Andrea me ayudó a desembalar la caja. Toda mi vida había estado hipnotizado por su hermosura. Hacía años que estábamos juntos, y sin embargo, un rayo inquietante seguía relampagueando entre nosotros. El brillo de su mirada seguía interpelándome. Como si aquellos ojos adivinaran el reverso, la zona oscura, lo inexplicable.
Sus manos blanquísimas empezaron a ensamblar caños y plásticos valiéndose de las directrices del instructivo. Junto a la prepotencia de mi fuerza bruta, elevamos la lona a la altura de la cintura, y pronto estuvimos listos para conectar la manguera y dejar correr el agua.
De a poco el nivel fue creciendo, hasta que los pies empezaron a chapotear y la barriga de la pileta asomó su hinchazón. El agua ocupó todo el espacio, y quedé sumergido en un pequeño lago artificial. ¿Qué más podía pedir?
Comencé a relajarme. El vaivén del agua me bamboleaba suavemente. Con el rabillo del ojo observaba la cúpula del cielo. Un avión a chorro cortaba el azul perfecto manchándolo con su flagrante espuma. Después, una bandada de pájaros se dispersaba en puntitos negros, hasta perderse sobre el umbral del horizonte. Los ojos se me iban cerrando. Entonces jugaba a mirar entredormido.
De pronto creí escuchar la voz de Andrea, y luego vi sus hombros temblando contra la toalla. Ahora un aire fresco mecía apenas el agua, y se movía como un espejo ondulante. La tarde caía y el sol era un punto naranja; una cáscara quemada por los restos del día.
El aleteo casi inaudible de una abeja se pegó contra el cristal del agua. Abrí los ojos sobresaltado y seguí entusiasmado su danza concéntrica, los aros que se rompían como humo. Admiré el acabado de las alas, su pedacito de cuerpo suspendido en la trampa. Al cabo de un instante, ahuequé la mano y la arrojé fuera del agua. En el aire recobró la vida, y ascendió impetuosa sobre la cresta de los árboles.
Ahora un colibrí picotea el árbol de las campanitas. Su cuerpo tornasolado se queda paralizado en el pozo del aire. Impulsado por su pico ebrio, se mueve entre las hojas. Busca el néctar, el corazón de las flores. Bebe y se desplaza. Avanza y retrocede.
color que busca se le niega y entonces emprende la retirada. Ya nada queda de aquel poeta de las plantas. Sólo un zumbido brumoso. Un lejano repiquetear de alas.
Caigo en el sueño como alguien que se resbala. La modorra se mete por las uñas y me vence los ojos. Sube el caracol de sueño la pared descascarada.
Soy la pantalla donde la película se proyecta. El habitante de un solar, de un rectángulo abierto sobre la faz de la tierra.
Mi cabeza oscila y la función empieza.
El   chillido   de   la  radio; vuela la tarde. Mi vecino sintoniza la spika comulgando con el fútbol. Tiene la costumbre de sentarse en la reposera y atropellar el aire con el estruendo del partido. Logra despertarme.
La luz cae sobre el agua como pájaro muerto. Pega su hachazo de lumbre sobre la línea plomiza. En el parpadeo vislumbro una aleta donde emerge mi mano. Estoy soñando, supongo. Y la aleta desaparece. Hundo los remos y mi balsa recomienza. Entonces el sueño cruza la orilla. La frontera se borra y toda la música se abisma. En el caos primigenio se cifra la vida. Los soles en ronda, la luna dormida.
Confusos aullidos me llegan desde lejos. La esfera celeste invierte los mapas y el paisaje cambia.
Ruidos e imágenes se suceden con vértigo: un hacha de piedra, la quilla de un barco, ciudades en llamas, la primera rueda.
El espiral se retuerce como una serpiente y alumbra períodos de esplendor y de muerte. Todo pasa en un segundo con la velocidad de un trueno.
Intento mover las piernas, pero en su lugar, una cola fantástica se propulsa y flamea.
Siento el cuerpo liviano. El hielo en la sangre. La piel que se rompe en infinitas escamas.
Me desplazo como pez en el agua.
En el cielo inmenso un pájaro extinto despliega sus alas.

Otra cosa es con guitarra (CUENTO CRIOLLO) Por J. M. LACUCCI.

He sabido que los tartamudos cuando cantan tienen la voz normal.
Un chacarero de la provincia de Santa Fe, que había levantado una parva de pasto en un potrero alejado casi una legua de las casas, tenía un hijo tartamudo en grado sumo.
Ese día el muchacho andaba de recorrida por el campo cuando vio que la parva que hemos citado estaba ardiendo.
Salió a toda carrera en su caballo para las casas, desmontó de un salto y corrió a la cocina, donde su padre, terminadas las tareas del día, departía con algunos vecinos. Pero quería apurarse tanto para explicar lo que ocurría y estaba tan agitado, que ni el padre ni ninguno de los presentes podía entender palabra de lo que tartamudeaba el muchacho.
Al fin, el padre le cortó el tropel de monosílabos alcanzándole una guitarra y diciéndole:
- Decilo cantando, hijo.
El muchacho se sentó, templó la guitarra y arrancó:
Se te quema, viejo,
vidalita, la parva de pasto...
Oírlo y salir corriendo fue todo uno; pero en todo este tiempo la parva había sido reducida a cenizas.

Tomado de Fogón de las Tradiciones, de "Don Pampa Viejo".

Pasado... aún presente Por Nilda Norma Scarvaglieri

Querer borrarte de mi mente para siempre
y no poder siquiera en un momento...
Mi obsesión es más grande que la muerte.
Querer borrar y no sentir dolor ni sufrimiento,
más siento otra vez el golpe en mi rostro
y latigazos en mi cuerpo...
Querer borrar el pasado y parte de una vida,
que quizás... es de muchos actualmente.
Pesadilla y locura te traen a mi mente.
Y en mi cuerpo herido,
sus llagas hoy sangran nuevamente.
Querer borrarte de mi mente para siempre
y no poder siquiera un momento.
Mi obsesión es más grande que la muerte.
Aún sigo aquí... ¡Pues estoy viva!
Aún sigues aquí...pasado... aún presente.

INDEPENDENCIA PERSONAL Por I. Sánchez Ramos

En cierta fábrica de calzado había un capataz inteligente y bondadoso, llamado Oscar.
El patrón llamóle un día y le dijo:
- Hoy vendrá un empleado del gobierno a preguntar cuántos botines se hacen diariamente, para calcular el impuesto. Diga usted que se fabrican 60 pares.
- Señor contestó el obrero, de los talleres salen, día por día, ciento treinta...
- ¿Y qué importa? replicó el dueño. Se trata de pagar lo menos posible.
- Importa mucho, señor; yo tendría que mentir.   .
-  ¡Vaya con los remilgos! Elija: ¡o hace lo que le mando o va a la calle!
- Me voy, señor. Puedo darme el gusto de cumplir con mi deber. No tengo deudas con usted; poseo algunas economías; jamás cometí acciones indignas y conozco bien mi oficio. En cualquier otra fábrica hallaré trabajo. Soy independiente, hasta el punto de no verme obligado a cometer feas acciones.
Y tomando el sombrero, se encaminó a la puerta.
El dueño, admirado del carácter del obrero, se opuso a que se fuera.

Del libro de lectura “Albricias” de Gaspar Benavento, año 1957

Pampa Gaucha (FRAGMENTO) por PEDRO INCHAUSPE.

Cuando la noche lo toma
sin un refugio seguro,
no ha de ser gaucho cabal
el que se sienta en apuro.

Basta con desensillar
y hacer cama del apero,
que es lindo dormir a campo
velado por el lucero.

Para evitar extravíos
conviene sobremanera
en la dirección del rumbo
orientar la cabecera.

Mas en el pozo de sombra
de la noche y el sopor
debe escucharse el silencio
con un sentido avizor.

Que un palito que se quiebra
o un livianísimo roce
puede anticiparle un riesgo
al que esos trances conoce.

Y al despuntar la mañana
pegarle fuerte al amargo,
que así se retempla el cuerpo
de la humedad y el letargo.

Luego, otra vez en camino,
los ojos en lontananza,
poner en la Providencia
la suma de su esperanza.

Pues sabe el más descreído
que cuando Dios dice ¡ amén!
por brava que sea la empresa
 ha de sacarlo con bien.

sábado, 12 de noviembre de 2016

MAXIMAS DE ROCHEFOUCAULD

El hombre que nunca se haya visto en peligro, no puede responder de su valor.

El hombre prudente haría mejor en evitar un combate que en vencer.

Nuestra propia vanidad hace intolerable la ajena.

La vanidad nos obliga a hacer muchas más cosas contrarias a nuestras propias inclinaciones, que la razón misma.

El perfecto valor consiste en hacer sin testigos todo lo que seríamos capaces de hacer ante el mundo entero.

Antes que dejar de hablar de nosotros mismos, preferimos hacerlo mal.

El Linyera - Por Ada Gil

          Nunca supo porqué la casa de su amigo se fue abarrotando de tan variados y disímiles objetos. Los muchachos de la barra los llamaban despectivamente “cachivaches”. Creo que adquirió la pasión por juntar cosas un atardecer lluvioso, desapacible. Sí, ahora lo recuerdo bien, todo empezó esa tarde, cuando él cruzaba la Placita López.
Debajo de un banco, percibió un brillo fugitivo, justo al lado de la calesita. Pensó que sería algún juguete, purpurina barata, o alguna otra bagatela, ésas que logran hacer felices a los niños. Iba a seguir, pero no, un impulso optimista lo acercó al lugar. Tomó asiento en el banco de maderitas lustrosas y comenzó a observar el objeto brilloso con penetrante atención. Lo desconcertó el hallazgo, era un pequeño puñal, con prensil plateado. ¿Qué haría ese objeto, asociado al tajo, sangre, duelo criollo, en esa apacible plazoleta, justo al lado de una calesita, enredando su chispeo con las risas infantiles? Lo tomó, miró con sigilo a ambos lados y hacia atrás, estaba seguro que la persona que lo había perdido, regresaría a buscarlo. Era muy bello. Esperó dos horas, nunca pudo explicarse esa rara obsesión de esperar semejante cantidad de tiempo a una persona anónima, ajena a su vida. Habíamos quedado en encontrarnos alrededor de las diecinueve, recuerdo que llegó tarde y quisquilloso. Comenzó a hablar sin parar. Me contó todo con lujo de detalles. Que se había quedado como clavado en el banco, que su cuerpo no respondía a los mandatos de su mente, que estaba invadido por una terquedad turbadora, pasmosa, sorprendente, que esas dos horas insólitas se habían deslizado como un suspiro y que al comprobar que nadie venía a buscar el arma, guardó el puñal y se fue caminando hacia mi casa. Cuando me mostró el arma blanca, quedé deslumbrado, era una pieza soberbia. A la mañana siguiente me llamó por teléfono. Agitado me preguntó: ¿compraste el diario? Bueno, dale, apurate, leé las noticias policiales, después hablamos. Tomé el diario, lo hojeé, sorprendido y nervioso leí el copete de una noticia: “Extraño crimen en la Plaza López, una mujer murió apuñalada. Se estima que estaba sentada en un banco, cuando alguien, desde atrás le asestó un profundo tajo en la garganta. Así lo determinaron las pericias forenses. No se presentó ningún testigo y el arma no fue hallada”.
Quedé sacudido. Enseguida le hablé, le pregunté que iba a hacer. Sereno me contestó: “Te soy franco, en un principio, pero sólo por unos instantes, me  sentí partícipe del asesinato, pero poco a poco la intranquilidad fue cediendo y me serené. Yo no vi manchas de sangre, el puñal estaba sucio sólo de arena y barro. Con seguridad nadie lo advirtió  semienterrado debajo del asiento. Pensé en llevarlo a la comisaría, a lo mejor el arma daba una pista del asesino. Luego recapacité, no, mejor no. Las huellas dactilares, si las hubiera tenido, ya habían desaparecido, porque ni bien llegué a mi casa lo lustré con limpia metal hasta dejarlo resplandeciente. Recapacité, si voy quizás sospechen de mí, mejor me quedo y no pienso más en el asunto. La mujer ya está muerta y al asesino que lo busque la policía, para eso les pagan, para que cumplan con su deber”
Sí, ahora lo recuerdo bien, fue desde ese día en que se convirtió en un obsesivo buscador de objetos. Siempre repetía lo mismo: “El que busca encuentra”. Y vaya si encontró, desde cosas banales a piezas de arte. Sí, halló de todo, y los fue acumulando en su casa de dos ambientes estrechos. Una lámpara como la de Aladino, a la que frotaba tanto que parecía de oro puro; un candelabro judío, macizo, compacto, como sus tradiciones; un jarrón cuarteado, con un asa ausente, que reconstruyó con la habilidad del mejor de los artesanos; una escupidera enlozada de color beige, que le hacía recordar a la de su padre, siempre acomodada como un florero debajo de la cama, a la que recordaba con asco porque había tropezado con ella muchas veces armando un chiquero en el dormitorio. Esa escupidera le hacía pensar en la vagancia del viejo, porque el baño estaba justo al lado de la habitación y al utensilio siempre lo tenía que lavar su madre. Siempre le pasa lo mismo, cuando los pensamientos vuelan hacia su infancia, se pierde en ellos. Al padre también le gustaba juntar chirimbolos, pero realmente no tenían la prosapia de los suyos. Sólo juntaba basura.
Como ellos vivían en la misma cuadra, yo frecuentaba la casa. Muchas veces nos íbamos al fondo a curiosear los trastos que el viejo alineaba en un estante desvencijado por el peso, en la pieza del fondo.
El paso de los días, de los años, convirtió la casa de mi amigo en un receptáculo donde convivían un montón de piezas a las que las emparentaba una extraña noción de magia, estilo, linaje, y que se fueron acomodando aleatoriamente en la vivienda. Cuando llenó el hall, fue acumulándolas en el dormitorio. A veces se le hacía difícil circular por la casa con tanto amontonamiento, eso no le importaba, él se sentía millonario, dueño acaudalado, poseedor de un gran tesoro. Al principio podía encontrarse cierto cuidado en la ubicación de las piezas, en general caótica, pero con una vaga noción de estética. La cantidad fue borrando esa sensación y todo aparecía como compactado en un friso único. Me contaba que cada noche, al acostarse, se quedaba extasiado mirando la decoración, hasta quedarse dormido. Muchas veces pensé que se estaba volviendo loco. Sus escépticos amigos, amantes de la mesa del café, pegada a la vidriera, donde la discusión por un gol de algún equipo favorito, era interrumpida por el paso de las formas de una mujer, sin demasiadas exigencias de armonía, comenzaron a llamarlo “El linyera”.
Desde entonces él no los invitó más a su casa. Manifestaba que no lo entendían, que él estaba construyendo su propia Torre de Babel, y que como la mítica construida en la región de Senaar, ésta también transmitía un mensaje divino. Sabía que a la otra un pueblo unido la había construido para luego abandonarla, pero a él no le iba a pasar lo mismo, la construiría hasta el final. Y así siguió su vida, acumulando objetos alucinantes. Cuando no encontraba nada, para él era un día perdido. Le aconsejé consultar con un psicólogo, porque lo que a él le pasaba era una enfermedad llamada “linyerismo”, padecida generalmente por personas de edad avanzada. Le conté la historia de Juan. Cuando su vieja murió y fueron a limpiar la casa, se encontraron  con un sinfín de bolsas repletas de envoltorios de caramelos, corchos, tapitas de gaseosas, cáscaras de miles de naranjas, cientos de huesitos de pollo, un verdadero revoltijo y en ese caos, había convivido compartiendo la abultada maraña con ratas y cucarachas. Los médicos le habían dicho que la senilidad a veces viene acompañada del linyerismo. Traté de convencerlo y le dije con cierta dureza: “No podés seguir así, arrinconado entre objetos, aislado de tus amigos, tenés cincuenta años, si seguís así a los sesenta tu famosa Torre de Babel se te cae encima y te sepulta.
Eso lo impresionó, se quedó pensativo, luego me contestó con convencimiento:
“¿Cómo el ser supremo podría cometer semejante acción? No, imposible amigo, vos nunca entendiste los mandatos divinos”.
En ese momento comprendí que estaba chiflado. Se fue alejando de sus viejos afectos y a mí sólo me veía de vez en cuando. Se la pasaba del trabajo a la casa, y de la casa al trabajo, argumentando que era obediente a las palabras del General. Caminaba con un andar detectivesco, avizorando, escudriñando, recolectando objetos que se convertían en acompañantes fieles. Comprendí que para él, esa maraña confusa era su mejor compañía.
Nosotros nos habíamos convertido en recuerdos remotos. El día 24 de enero una noticia apareció en el diario “La Capital”. Se anunciaba un extraño hecho: “Un señor de apellido Miranda, al no tener noticias de su mejor amigo se dirigió a su casa sita en la calle Maipú al 2300, tocó el timbre con insistencia, al no obtener contestación, sondeó el picaporte, comprobando que la puerta cedía. Expresó que el lugar, atestado de objetos diversos, no le permitían la entrada, que corriendo algunos objetos, con gran dificultad y sorteando obstáculos, se dirigió hacia la puerta del dormitorio de su amigo, que la misma estaba entornada, que lo llamó con fuerza, que nadie le contestó, que no pudo entrar porque la puerta estaba atascada, que asomó la cabeza, que vio una gran cantidad de cosas esparcidas por todos lados, como si
un efecto dominó las hubiera hecho caer, formando una gran torre, que un olor rancio lo mareó, entonces se dirigió a la comisaría más cercana a denunciar el hecho” Yo, José Miranda, avisé a la policía y ayudé a buscar infructuosamente el cuerpo de mi amigo. En la calle se fueron acumulando sus valiosos cacharros, de él ni noticias, se esfumó, se lo tragó la tierra.
Más de seis meses lo buscó la policía, luego abandonaron el caso. Otra desaparición misteriosa en los anales de la justicia. Llegué a pensar que quizás habría llegado al cielo trepando por su torre de Babel o que al derrumbarse la montaña empinada y no permitirle entrar a su propia casa, enloquecido huyó. Necesito que esto se aclare, no puedo vivir con esta incógnita. Mientras tanto y en busca de su rastro, he comenzado a recorrer las calles, hocicando la presencia de objetos emparentados con una extraña noción de magia, estilo y linaje. Los llevo a mi casa. Los voy acomodando aleatoriamente en el hall.

domingo, 6 de noviembre de 2016

OFRENDA LÍRICA Por RABINDRANATH TAGORE (Selección)

27
¡Luz! ¿Dónde está la luz? ¡Enciéndela, ardor brillante del deseo!. Aquí está la lámpara, pero ¿y el aleteo de la llama? ¿Es este tu destino, corazón? ¡Ay, cuánto mejor fuera la muerte!. La miseria llama a tu puerta, y te dice que tu señor está desvelado; que te llama en cita de amor, entre la sombra de la noche. Los nubarrones cubren el cielo, la lluvia no para. ¡No sé qué es esto que se mueve en mí, no sé qué quiere decir esto que siento!. El resplandor momentáneo del relámpago me arrolla una sombra más profunda sobre los ojos. Mi corazón busca a ciegas por el camino que va a donde la música de la noche me está llamando. ¡Luz! ¡Ay!, ¿dónde está la luz? ¡Enciéndela, ardor brillante del deseo! ¿Truena, y el viento se abalanza clamoroso, y la noche está negra como la pizarra?. ¡No dejes que pasen las horas en la sombra! ¡Enciende la lámpara del amor de tu vida!

39
Cuando esté duro mi corazón y reseco, baja a mí como un chubasco de misericordia./ Cuando la gracia de la vida se me haya perdido, ven a mí con un estallido de canciones./ Cuando el tumulto del trabajo levante su ruido en todo, cerrándome el más allá, ven a mí, Señor del silencio, con tu paz y tu sosiego./ Cuando mi pordiosero corazón esté acurrucado cobardemente en un rincón, rompe tú mi puerta, Rey mío, y entra en mí con la ceremonia de un rey./ Cuando el deseo ciegue mi entendimiento, con polvo y engaño, ¡Vigilante santo, ven con tu trueno y tu resplandor!

50
Iba yo pidiendo, de puerta en puerta, por el camino de la aldea, cuando tu carro de oro apareció a lo lejos; como un sueño magnífico. Y yo me preguntaba, maravillado, quién sería aquel Rey de reyes. Mis esperanzas volaron hasta el cielo, y pensé que mis días malos se habían acabado. Y me quedé aguardando limosnas espontáneas, tesoros derramados por el polvo. La carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriendo. Sentí que la felicidad de la vida me había llegado al fin. Y de pronto, tú me tendiste tu diestra diciéndome: «¿Puedes darme alguna cosa?». ¡Ah, qué ocurrencia la de tu realeza! ¡Pedirle a un mendigo! Yo estaba confuso y no sabía qué hacer. Luego saqué despacio de mi saco un granito de trigo, y te lo di. Pero qué sorpresa la mía cuando, al vaciar por la tarde mi saco en el suelo, encontré un granito de oro en la miseria

LA CONFESIÓN Por Vital Aza

¡Señor cura! ¡Señor cura!
¿Qué tendré en mi corazón,
que a veces siento dulzura
y otras tanta agitación?
¿Qué tendré que el alma mía
ríe y llora sin cesar,
y a veces siento alegría
y otras me mata el pesar?
¿Qué tendré, que aquí en las sienes
llega el calor a abrasarme?...
¡Hija mía, lo que tienes
es ganas de fastidiarme!

La noche que pintan negra Por Rafael Serrano Ruiz

Llegará la noche que pintan negra
y le dicen albea para las almas nobles
en cuyo despertar,
en ese lugar de no se sabe donde,
entre vapores de incertidumbre,
cara a cara con la verdad,
al fin comprenderé
lo mucho que nos habíamos querido.

Infancia Por Antonio A. Gil

Se encontraron en la plaza
por primera vez, y ya
como viejos conocidos
se pusieron a jugar;
y por una bagatela
se pegaron sin piedad.

terminada la contienda
cada cual se fue a su hogar,
incubando la venganza
más terrible y ejemplar;
y al hallarse, al otro día,
...¡se pusieron a jugar!

Epigrama Por Vital Aza

Con dinero, producto de la usura,
edifica diez casas don Ventura,
y así afirma el grandísimo tunante
que tiene una conducta edificante.

Si decir que te amo… Por Víctor Kartsch

Si decir que te amo,
es canto,
este mundo ha de ser sinfonía,
de esas que delicadas se cuelan,
del umbral de tus ojos,
cuando tibia la noche,
al alma sus encantos regala.-
Si decir que te amo,
es batalla y guerra,
este mundo ha de ser campo minado,
en el cual las palabras dulces y seductoras,
en sus matices románticos estallan,
cuan si fueran granadas,
talladas en ramilletes de rosas rojas,
para que el corazón,
su sangre en roja sensación,
al universo de poemas ofrende.-
Si decir que te amo,
es signo de redención,
éste loco poeta,
redimido y conquistado,
así como el mar por las olas,
ha de dormir sus sueños ardientes,
en la tibia y cándida arena,
que de los versos se nutre,
pues si decir que te amo es verso,
tú has de ser poema lírico y encendido,
que a cada instante,
a las letras se transporta,
en la misteriosa magia,
que el amor inspira.

UN SUEÑO DENTRO DE UN SUEÑO Por Edgar Allan Poe

Recibid este beso en la frente. Y ahora que os dejo,
permitidme por lo menos confesar esto:
no os agraviéis, vos que estimáis que mis días
han sido un sueño. Entretanto, si la esperanza
se ha ido, en una noche o en un día,
en una visión o en un sueño, ¿se ha ido menos
por eso? Todo lo que vemos o nos parece,
¿no es sino un sueño dentro de un sueño?

Me encuentro en medio de los bramidos
de una costa atormentada por la resaca, y tengo
en la mano granos de arena de oro. ¡Cuán
poco es! ¡Y cómo se deslizan a través de mis
dedos hacia el abismo, mientras lloro, mientras lloro!
¡Dios mío, ¿no puedo retenerlos en un nudo más seguro?
¡Dios mío!, ¿no podré salvar uno solo del cruel vacío?
¿Todo lo que vemos o nos parece
no es otra cosa que un sueño dentro de un sueño?

Poema Por Mayte Sánchez Sempere

Siempre necesitaré tu mano
para cruzar la calle
o ir hasta la tienda,
siempre tu voz
para guiar mis pasos
que se pierden
en este mapa
lleno de calles falsas...

y mira que es fácil orientarse
cuando se trata
de atravesar espacios
pero la vida
está mal cartografiada
y ahí estás tú,
que lloras, me regañas,
me pintas la sonrisa
de cuando éramos niñas
y me querías más
que al pan con chocolate,

nos reímos juntas con cada
- va a ser eso
- va a ser
y seguimos convirtiendo
sillas en caballos,
dibujando teatros
y salones de baile,
internados, jardines, piratas, indios, barcos...

ahora te llamo
que hoy no hemos hablado
y tengo que contarte
algo importante.

De su libro: Camino Viejo de Vicálvaro