miércoles, 29 de junio de 2016

El, CUENTO MAS ANTIGUO DEL MUNDO - Texto rescatado de la “Biblioteca internacional de obras famosas” Editada quizàs a principios del siglo XX

Es decir, el más antiguo de cuantos se han escrito que ha llegado a nuestro conocimiento. Esta página que se presenta al lector viene provista de mejores credenciales: ni su antigüedad ni su procedencia ofrecen la menor duda y está hoy enteramente intacta, tal como en un principio se escribiera. El viejo papiro, descolorido y maltrecho, cubierto de caracteres misteriosos trazados hace ya treinta y dos siglos por la mano de Anas, escriba egipcio, estaba en las vitrinas del Museo Británico. Escribióse el cuento para el príncipe Seti Merneftah, hijo del Faraón Ramsés Miamo y llegó á considerarse como una de las obras maestras de la literatura egipcia.



Había dos hermanos, hijos ambos de una misma madre y de un mismo padre. Llamábase el mayor Anepú, y tenía el menor por nombre Batau. Ahora bien: Anepú poseía una casa y tenía una esposa.
Pero su hermano menor vivía con él como un hijo y le procuraba vestidos. En cambio, aquél apacentaba el ganado únicamente cuando las tierras estaban aradas, venía obligado a trabajar en las diversas labores del campo. ¡Y ved ahí! El hermano más pequeño. Era un buen trabajador; no había otro como él en toda la tierra... Luego, transcurridos muchos días, el hermano menor apacentaba el ganado como acostumbraba a hacerlo todos los días y lo conducía a su casa todas las tardes. Y cargado de toda especie de hierbas del campo, regresaba a ella y las tendía ante el ganado. El hermano mayor permanecía entonces con su esposa comiendo y bebiendo, mientras su hermano menor estaba en el corral con el ganado. Luego, cuando la tierra apareció más risueña y amaneció un nuevo día y la lámpara ya no ardía, levantábase antes que su hermano mayor y llevaba las hogazas al campo y las repartía a los labriegos para que pudiesen comer con él en el mismo campo. Después, volvía. Y ellos le mostraban siempre en donde estaba el buen forraje y él escuchaba con atención todas sus palabras. Y él conducía al ganado al lugar elegido en donde se hallaba el buen forraje, en el cual se deleitaba. Y el ganado que cuidaba era muy noble y se multiplicaba enormemente. Entonces llegó la época de las primeras labores. Y el hermano mayor hablóle en estos términos: Tomemos la yunta para poder arar: pues los campos aparecen de nuevo después de las inundaciones del Nilo, y la estación es propicia para el arado. Por lo tanto, ven al campo con la simiente, pues estamos ocupados en las labores... Y hablóle en estos términos. Y su hermano menor hizo todo cuanto su hermano mayor le había dicho... Y cuando la tierra apareció risueña, y amaneció un nuevo día, dirigiéronse al campo con la yunta, y trabajaron con ardor en las labores de las tierras y su contento no tuvo límites al contemplar terminadas las tareas... Aconteció, luego, después de muchos días, que mientras estaban en las tierras necesitaron simiente y el mayor de los hermanos envió al menor, diciendo:
— Apresúrate a buscar simiente en la aldea. — Y el hermano menor halló a la mujer de su hermano mayor trenzándose el cabello. Y he aquí cómo le habló. —Levántate y dame simiente pues debo apresurarme a regresar a las tierras, porque mi hermano me ha mandado volver sin tardanza.— Luego, ella le dijo :—Ve, abre el granero y toma cuanta deseares, pues, si yo fuera, podría destrenzarme el cabello por el camino.—Entonces el menor dirigióse a su estancia y cogió una cesta grande porque quería llevar mucho grano , y la llenó de trigo y cebada y se marchó. Luego ella le dijo: -¿Cuánto llevas?—Y él contestó:-Tres medidas de cebada y dos medidas de trigo, cinco medidas que llevo al brazo. Esta mujer, falsa y licenciosa, como la de Potifar, ofuscada por la perversidad como ella, quiso vengarse del joven acusándole de criminales intentos, y para dar mayor relieve a la acusación, prodújose una herida, pretendiendo luego que el hermano de su esposo se la había inferido.
Sucedió ahora que su marido regresó a su casa al atardecer, según su cotidiana costumbre, y entró en su casa y halló a su mujer echada al suelo como si hubiese sido atacada por algún malhechor y ella no le dio agua para lavarse, como tenía por costumbre, ni encendió la lámpara, y la casa estaba a oscuras. Y ella estaba echada allí, y desnuda. Y su esposo le dijo: -¿Quién te ha hablado? Levántate. —Luego, ella le contestó: —Ningún hombre me ha hablado excepto tu hermano menor...—Entonces el hermano mayor se puso como una pantera y afiló su hacha y la blandió. Y el hermano mayor se ocultó detrás de la puerta de su estancia para dar muerte á su hermano menor así que regresase por la noche con el ganado a la suya. Ahora bien cuando el sol hubo llegado a su ocaso y hubo cargado con toda especie de hierbas del campo, según su cotidiana costumbre, entonces entró y condujo al corral la primera ternera, la cual habló a su guardián diciendo :—Desconfía de tu hermano mayor que se oculta allí, ante ti, con su hacha para darte muerte. Permanece lejos de él. —Y él oyó las palabras de su primera ternera. Luego entró la segunda y habló de igual manera. Y él miró debajo de la puerta de su estancia, y pudo ver las piernas de su hermano mayor que se ocultaba detrás de la puerta con el hacha en la mano y arrojó al suelo su carga y huyó de allí inmediatamente y su hermano mayor persiguióle con el hacha. Y el hermano menor imploraba el auxilio del dios del Sol, Harmachis, diciendo: — ¡Santo Dios, tú eres el que distingue la verdad de la mentira! —Y el dios del Sol paróse a oír todas sus quejas y el dios del Sol hizo que un anchuroso río apareciera entre él y su hermano, y estaba lleno de cocodrilos. Y uno de ellos estaba en una margen y el otro en la opuesta. El hermano mayor dio dos golpes con la mano, pero no pudo matarle. Así lo hizo. Y su hermano menor díjole gritando desde la margen :—Quédate ahí y aguarda hasta que la tierra aparezca risueña y la órbita del Sol se presente encima del horizonte ; entonces me descubriré a ti ante ella á fin de hacerte conocer la verdad ; porque jamás te hice daño alguno pero en el sitio en que te hallas no quiero detenerme y me marcharé al monte de los cedros.—Cuando la tierra se presentó risueña y amaneció un nuevo día, entonces el dios del Sol, Harmachis, apareció y se miraron uno a otro. Y el menor habló á su hermano mayor diciendo:
-¿Por qué me persigues, para degollarme sin razón? Tú no oyes lo que mis labios pronuncian, esto es: «yo soy en verdad tu hermano menor, y tú fuiste para mí un padre y tu mujer una madre.»
Pero el espíritu de su hermano estaba perturbado. Y permanecía allí llorando y lamentándose y no podía traspasar el río, donde se hallaba su hermano a causa de los cocodrilos. Y el hermano menor le decía gritando: —Considera que pensaste mal y que, al contrario, no alimentaste el bien en tu espíritu. Pero te diré una cosa que has de hacer. Vete a tu casa, cuida de tus ganados, porque yo ya no permaneceré más donde tú habitas y me marcharé al monte de los cedros. Ahora, esto harás por mí, cuando vengas con el fin de buscarme. Sabe pues, que es preciso que me separe de mi espíritu para dejarlo en la flor más alta del cedro. Y tan pronto como el cedro esté cortado entonces caerá sobre la tierra cuando vengas a buscarlo, detente entonces siete años para ello, y si tu espíritu lo sufre, entonces lo hallarás. Luego ponlo en un vaso con agua fría. Así, volveré de nuevo a la vida y te daré una respuesta a todas las preguntas, para darte a conocer qué más debe hacerse conmigo... Toma asimismo una botella de agua de cebada en la mano, cúbrela de pez, y no te separes de ella para que puedas tenerla contigo cuando vengas. —Y se marchó al monte de los cedros y su hermano mayor dirigióse a su casa, alzó la mano sobre su cabeza y derramó tierra encima de ella. Así que hubo entrado en su casa, dio muerte a su esposa, arrojóla a los perros, y se echó á llorar pensando en su hermano menor. Muchos días después el hermano menor llegó al monte de los cedros, y nadie estaba con él; y pasaba el día cazando las fieras de aquella tierra y venía por la noche a echarse, para descansar debajo del cedro en cuya flor más alta había depositado su espíritu. Muchos días habían transcurrido cuando construyó una choza con sus manos, para sí, en el monte de los cedros, llenándola de todas las cosas buenas que hubiera podido tener en su casa. Cuando salía de la choza encontráronle los nueve dioses, quienes habían ido a proveer para las necesidades de toda la tierra. Y los dioses, en compañía, habláronse unos a otros y dijéronle: —Oh, Batau, tú, buey de los dioses, ¿por qué estás solo? ¿Por qué has abandonado tu tierra a causa de la mujer de Anepú, tu hermano primogénito?   Mira, su mujer ha muerto. Vuelve a su casa; él te contestará á todas tus preguntas. —Y sus corazones rebosaban compasión por él. Luego habló el dios del Sol, Harmachis a Chuna: —Haz una esposa para Batau para que no viva solo. —Chuna hízole una esposa, y cuando la tuvo era más hermosa que todas las mujeres del país. Toda la divinidad estaba en ella. Y los siete Hatores vinieron y la contemplaron y dijeron á coro: —Morirá de muerte violenta. —Y la amó entrañablemente, y ella permanecía en su casa mientras él pasaba el día cazando las fieras del país y tendía les despojos á sus pies. Y él la dijo: —No vayas más lejos, no sea que te encuentres con el mar y te lleve; pues de él no podría salvarte porque mi alma se halla en las flores más altas del cedro.   Si otro la halla entonces no me resta más que luchar por ella. Y le abrió su corazón. Muchos días después fuese Batau á cazar como era su cotidiana costumbre y su joven esposa fuese también a pasear por debajo del cedro que había junto a su casa, cuando, ¡vedle ahí! el mar la vio y se levantó corriendo tras ella; pero ella huyó apresuradamente y saltó hasta llegar á su casa pero el mar dijo gritando al  cedro:—¡ Oh, cuánto  la amo!—Luego el cedro dióle un mechón de los cabellos de ella, y el Mar llevólo a Egipto;   y depositólo en el sitio donde estaban las lavanderas de la casa del Faraón. Y la fragancia
Que despedía el mechón de cabellos comunicóse a las vestiduras del Faraón y originó un conflicto entre las lavanderas del Faraón, porque decían: -Se siente una fragancia como de óleo sagrado en las vestiduras del Faraón,—y todos los días se suscitaban disputas entre ellas sobre el mismo tema. Y ellas no sabían lo que hacían. Pero el mayordomo de las lavanderas del Faraón fuese al mar y su alma quedó sumida en el mayor desconsuelo, a causa de las disputas que todos los días se suscitaban acerca de lo mismo. Y apostóse y permaneció en la orilla frente al mechón de cabellos que estaba en el mar. Inclinóse entonces y cogió el mechón y halló en él un aroma extraordinariamente suave. Luego lo llevó al Faraón. El cual mandó comparecer á los sabios escribas. Y de esta suerte hablaron al Faraón: -Este es el mechón de una hija del dios del Sol y toda la divinidad está en ella. La tierra toda te rinde homenaje. Así, pues, envía en seguida mensajeros a todas las tierras para que la busquen; pero el mensajero que vaya á los montes de los cedros ha de ir acompañado de mucha gente para que la traigan aquí. Y el Rey dijo: -Todo cuanto habéis hablado es muy bueno.—Y los mensajeros partieron. Muchos días después vino la gente que había ido a las diferentes tierras a traer noticias al Rey ; pero no vinieron los que se habían dirigido a los montes de los cedros, porque Batau les había dado muerte y sólo había dejado uno con vida para poder contarlo al Rey. Entonces el Rey envió más gente, muchos guerreros a pie y a caballo con orden de traerla. Y también, entre ellos, había una mujer. En su mano pusiéronse toda clase de adornos de mujer. Luego vino la mujer (esposa de Batau) a Egipto con ella y hubo gran regocijo en todo el país. Y el Rey la amó grandemente. Y ensalzó su maravillosa belleza. Y ellos la hablaron diciendo que les contase la historia de su esposo. Luego ella dijo al Rey: -Mandad cortar el cedro para que perezca.—Entonces enviáronse hombres armados de hachas para cortar el cedro. Y llegaron al cedro y cortaron sus flores en medio de las cuales se hallaba el alma de Batau. Luego el árbol cayó y murió en breve. Cuando la tierra apareció risueña y amaneció un nuevo día, entonces también fue cortado el cedro. Y Anepú, el hermano mayor de Batau, fuese a su casa, y empezó a lavarse las manos. Y cogió un vaso de agua de cebada que tapó con pez, y otro de vino que tapó con arcilla. Y cogió su cayado y sus zapatos, junto con su túnica, y víveres para el viaje, y se puso en camino para el monte de los cedros. Y llegó á la choza de su hermano menor y hallóle tendido encima de una estera. Estaba muerto. Y comenzó á llorar cuando contempló a su hermano tendido como un cadáver. Dirigióse entonces en busca del alma de su hermano menor, debajo del cedro y donde su hermano menor se había echado por la noche y la buscó durante tres años sin encontrarla. Y cuando llegó el cuarto año, entonces su alma sentía la necesidad de regresar á Egipto.
Y él dijo: -Partiré mañana muy temprano. Y así sucedió. Cuando la tierra apareció risueña y amaneció un nuevo día dirigió sus pasos hacia el cedro y se puso a buscar el alma con afán. Y de regreso á su casa ya de noche, y todavía buscaba, halló entonces una fruta y al llegar a su casa con ella ¡ved ahí! el alma de su hermano menor estaba dentro. Entonces cogió el vaso de agua fría, púsola dentro y sentóse según su cotidiana costumbre. Luego, así que llegó la noche, el alma sorbió el agua y Batau se animó, moviéronse todos sus miembros y miró a su hermano mayor pero su corazón se sentía incapaz de todo movimiento. Y Anepú, su hermano mayor, cogió el vaso de agua fría en donde estaba el alma de su joven hermano, diósela a beber y ¡ved ahí! el alma volvió a ocupar su primitivo sitio. Luego volvió a ser el mismo que había sido antes. Abrazáronse ambos y habláronse. Y Batau dijo a su hermano mayor: -Mira, quiero transformarme en toro sagrado con todas las señales sagradas y cuyo misterio ningún hombre conocerá y tú te sentarás en mi lomo. Y tan pronto como salga el Sol llegaremos al sitio donde está mi mujer. Contéstame si querrás conducirme allí, pues se te concederán todos los favores como te adereces. Irás cargado de plata y oro si me conduces ante el Faraón, pues la buena fortuna me abrirá las puertas de par en par; y me recibirán con gritos de júbilo por toda la tierra. Pero tú, vete a tu aldea. Cuando la tierra apareció risueña. Y un nuevo día amaneció; entonces había Batau asumido la forma que describió a su hermano. Y Anepú, su hermano primogénito, sentóse sobre su lomo al rayar el alba. Y cuando le hubo conducido al sitio indicado se lo hicieron saber al Rey; pero éste, cuando le vio, regocijóse extraordinariamente y celebró fiestas en su honor, fiestas que apenas pueden describirse, pues la buena fortuna era grandísima. Y hubo júbilo por él en toda la tierra. Y ellos trajéronle allí mismo plata y oro para su hermano mayor que habitaba en su aldea y le dieron muchos siervos y muchas otras cosas, y el Faraón le tuvo en grandísima estima, mucho más que a ningún hombre de toda la tierra.
Muchos días después, el toro fuese al Santuario y detúvose en el mismo sitio en que estaba la hermosa de su mujer. Hablóle luego diciendo: -Mírame, todavía vivo, cierto es. Entonces habló ella: -¡Quién eres tú?—Y él le contestó:—Batau soy ; entonces tú cuando mandaste derribar el cedro, dijiste al Faraón dónde yo estaba para que no viviese más. Mírame: yo vivo todavía, en verdad, sólo que estoy transformado en toro. Entonces la bella esposa quedó anonadada al oír estas palabras que su esposo le había dirigido. Y luego salió del Santuario y el Rey sentóse junto a ella, y ella halló el favor del Rey y obtuvo gracia ilimitada a sus ojos. Luego habló ella al Rey: —Júrame, por Dios, que cumplirás con todo cuanto yo te pida. Prometióle él cumplir con todo cuanto ella le pidiese y ella dijo: -Déjame comer hígado de este toro, pues tú no tienes necesidad de él. Así le habló ella. Entonces él lamentó grandemente que ella le hubiese hablado de esta manera, y el alma del Faraón turbóse considerablemente. Cuando la tierra apareció risueña y amaneció un nuevo día, prepararon una gran fiesta para ofrecer sacrificios al toro. Y luego salió uno de los principales criados del Rey para dar muerte al toro. Y aconteció con esto que cuando quisieron darle muerte la muchedumbre se puso á su lado. Y cuando le hubo dado un golpe en el cuello brotaron de la herida dos gotas de sangre que fueron a caer en el sitio donde se hallan las dos jambas de la puerta del palacio del Rey; una cayó a un lado de la puerta del Faraón y la otra al otro lado. Y se transformaron en dos hermosos Perseos. Y cada uno estuvo separado del otro. Entonces fueron a decir al Rey: -Dos hermosos Perseos, con gran fortuna para el Rey, brotaron durante la noche en el sitio en que se halla el gran pórtico del palacio del Rey y hay gran júbilo por esta causa en toda la tierra. Muchos días, después, el Rey se adornó con su collar de lapislázuli y con hermosas guirnaldas de flores que se puso alrededor del cuello. Estaba en su carro de oro y cuando salió del palacio del Rey, entonces púsose a espiar los Perseos. Y su bella esposa salió también en un carro detrás del Faraón. Y el Rey se colocó debajo de uno de los Perseos y dijo á su mujer: -¡Ah, tú, mujer falsa. Yo soy Batau! Vivo estoy todavía, me he transformado. Tú dijiste al Faraón dónde yo habitaba, para que pudiese darme muerte: Yo era el toro y tú hiciste que me diesen muerte. Muchos días después la mujer hermosa obtuvo el favor del rey y halló gracia a sus ojos. Luego ella dijo al rey: -Ven, júrame, por Dios que tú harás cuanto te diga. Después que prometió también cumplir con todo cuanto ella le pidiese y dijo: -Haz que corten los dos Perseos para que puedan hacerse de ellos bellas tablas. E hicieron todo cuanto deseaba. Muchos días después el Rey envió obreros inteligentes para que fuesen a cortar los Perseos del Faraón y la hermosa reina estaba allí y los contemplaba. Y voló una astilla de la madera y penetró en la boca de la hermosa señora y aconteció después de muchos días que dio a luz un hijo y fueron a contárselo al Rey. -Te ha nacido un hijo.Y trajéronle y le dieron una nodriza y mujeres para cuidarle; y hubo júbilo en toda la tierra. Celebraron grandes festejos; pusiéronle un nombre; y el Rey le amó extraordinariamente desde aquel instante; y le nombró Príncipe de Etiopía. Después que hubieron pasado muchos días, el Rey le hizo Virrey de todo el país. Después que hubieron pasado muchos días, cuando hubo desempeñado durante muchos años el cargo de Virrey, entonces el Rey murió y el Faraón voló al Cielo y el otro dijo: -Ahora voy á reunir á los potentados y a los grandes de la corte real. Quiero darles á conocer toda la historia de todo cuanto ha acontecido con respecto a mí y á la reina. — Y trajéronle a su mujer y dióse á conocer a ella ante todos, ellos pronunciaron la sentencia. Y ellos le trajeron a su hermano mayor y él le hizo Virrey le todo el territorio, y reinó treinta años siendo rey de Egipto. Cuando hubo vivido estos treinta, entonces el hermano ocupó su lugar el día en que recibió sepultura. 

domingo, 19 de junio de 2016

Tal vez Por Rafael Serrano Ruiz-Madrid-España

Llega la primera lluvia de Mayo,
esa que humedece tus cabellos
y ensalza la atrayente jugosidad,
la almibarada dulzura, de tus labios
en la neblina del día,
Y tu no llegas.


Viste la tierra sus mejore galas,
verdes y amarillos, pétalos y corolas
adornan su vestido con embriagador perfume…
renacer de vida y de esperanzas
y tu no llegas.

Sueños de caricias.
Despertar en tus labios
recorriendo profundas serranías.
Manos que descubren valles y riscos
entre  insinuantes transparencias
revelando una bandada de antojos intuidos.
En el aroma de tus especiados poros,
aunque mi piel no te sienta,
en el despertar de mis profundos deseos,
en la no existencia de la caricia…
te espero…
Y tu no llegas

Mujer hablando por un celular Por Ezequiel Feito

Estaba mirándola cuando de repente
como una antigua hechicera o una moderna ministra,
tomó aquel rectángulo en su mano.

Inmediatamente, un fuego invisible la invadió por completo.
Su cuerpo giraba locamente sobre sí mismo,
mientras que sus brazos se agitaban
como aquellos molinos que dejaron en tierra al triste caballero.

La imaginaba
dirigiendo una orquesta sinfónica
de músicos tan sordos como aquel genio de Bonn.
O como un enloquecido agente que discutía con cada auto
de una infinita avenida.

De a ratos levantaba un corto vuelo,
para luego caer danzando frenéticamente
en medio de una tribu ya olvidada.

Toda esa magia, ese movimiento,
pasó ante mi vista como un extraño ensueño
dentro de mi vulgar existencia,
hasta que ese maravilloso objeto
desapareció rápidamente como devorado,
por algún dragón oculto en su bolsillo.

Y la mañana continuó siendo
la misma de siempre…

"Solo dos palabras" “Poema para una MADRE" Por Marian Martín Humanes-España


Bastan sólo dos palabras
para expresar lo que siento,?
más no hallaría modo alguno
de mostrar mis sentimientos.
Dos palabras, sólo dos,
para decirte: "Te quiero",
para decirte: "Gracias"
por tus noches de desvelo.
Si tantas veces te herí,
si mi amor no te mostré,
no dudes de mi querer,
tal vez...no supe entender.
Tal vez no supe entender
tu sacrificio abnegado,
tantas noches sin dormir
sin esperar nada a cambio.
Porque eso es ser una madre,
y tú para mí eres bella,
y no hay rosas ni azucenas,
no hay estrellas,
no hay luceros,
que merezcan ser regalo
para quién me dio la vida,
quién me cuidó con celo,
quién me acunó tantas noches,
quién por mí desveló el sueño.
Y no he hallado presente
que merezca ser tu dueño.
Tan sólo esas palabras
grabadas en mi alma, a fuego.
Por eso quiero decirte:
Nunca olvides dos palabras,
Nunca olvides que:
"Te quiero".

Serenata - Por Ezequiel Feito

Cuando la oscuridad de la noche se hace más densa
y un profundo silencio baja desde el cielo
hacia la tierra;
en esa hora solemne donde nada se mueve
y las sombras
detienen su reptar sobre el suelo,
un destello de luz desciende de su Trono.
El más hermoso destello de luz que desciende
para iluminar a los enamorados..

En ese sagrado instante
es cuando mi corazón en ti medita.

¿Qué es la noche, qué es la luna, qué el silencio;
qué es todo este mundo detenido
como un laúd que espera
sino un pálido reflejo de mi corazón cuando pronuncia
tu nombre, como en un sueño.
                ¿Qué hora
hay en la noche que detenga tus palabras
y el cálido latir inmarcesible
de mi corazón enamorado?

Serenas pasan las horas. Las sombras
aún siguen sin moverse.
Pero tú, bien mío,
brillas en la noche como un lucero
que de la luna escapa,
y mi voz, perdida en ti, cantará alegre
bajo la luz del trono, una canción de plata.

Pase lo que pase...


De todas hemos salido juntos, pero en ésta,
amiga mía
solo me fui, mientras tú
te quedaste a dialogar con el cielo.
Llamarte era imposible, porque estabas
a los pies del ángel, durmiendo.

Me fui triste, pero sabía
que pase lo que pase, me seguirás queriendo.

Aceptación de lo indecible Por Amando Fernández- Cuba

Cuando te llegue el tiempo
te irás sin ceremonia ni palabras.
No has de decir adiós a nadie pues hace mucho que tu existencia es,
más que vivir, una amorosa despedida.
De todos tus recuerdos recogiste los más castos
por hacerte más niño, ahora, que ya se inicia un interior
despojamiento,
para mejor sentir —dormir—
en el abrazo de aquélla que algunos llaman muerte.
No le ocultes tu sangre ni tu rostro.
Ni temas. Es su oficio.
Cuando llegue el momento, sal, recíbela en tu puerta; y dile
quedamente, en un susurro:
entra, amor, y reposa; te esperaba.

sábado, 18 de junio de 2016

La lectura - Por Victoria Gonzáles Badani-Chile

“Las palabras abren puertas sobre el mar”
Rafael Alberti.

Una tarde tibia de otoño, paseaba, cámara en mano, captando cuanto habría de llamarme la atención.
Estoy de visita en la ciudad, a la que había llegado un par de días antes. Todo era nuevo, cercano, diferente y bello a la vez. Quería retener en la memoria y en la cámara, que cuidaba como a un pequeño tesoro, cada pedazo del momento actual, que me retrotraía a mis años de juventud y revivir, simplemente, historias que se quedaron plasmadas en mi memoria y mi sangre.
Me encuentro en pleno centro de Buenos Aires. Como cualquier capital del mundo, el bullicio es parte del entorno citadino. El deambular constante de sus gentes lo contribuye en gran medida, así como las ofertas, a viva voz, de los vendedores ambulantes, congregados en las calles más concurridas del sector. Complementan el panorama, las enormes vidrieras y cafés, de donde emana un exquisito aroma que invita a entrar. Recién admiraba la majestuosidad de la Casa de Gobierno y la plaza que determina el carácter emblemático y cívico del lugar.
 A poco andar, entrando la penumbra del atardecer, algo llama mi atención en un enorme portal. Se trata de una mujer de mediana edad, en un espacio resguardado por un pilar, en uno de sus lados, leyendo, casi inmóvil, un libro que no alcancé a distinguir detalles.
Era sin ninguna duda, una pordiosera. Estaba sentada, piernas cruzadas,  sobre una cantidad de trapos o cojines de colores, que la separaban varios centímetros del suelo. El pelo algo canoso y crecido, cuidadosamente recogido. Su aspecto, pulcro en general, contrastaba en algún grado, con el de las pertenencias sobre las que se encontraba.
Mi primer impulso fue fotografiarla. Me parecía medio surrealista la imagen de la mujer, cubierta apenas con unas ropas y algunos artículos domésticos que  pude apreciar, leyendo, absorta de todo movimiento o presencia a su alrededor. Levanté la cámara buscando el objetivo, pero no pude apretar el disparador.                                                              
Algo me pesaba en el alma, más que en las manos; la atmósfera que establecía su actitud, era de intimidad, pese a estar en la calle y a la vista de todo el que reparara en ese pequeño rincón del portal y, seguí caminando, pasé frente a ella un par de veces más, tan lentamente como mis ansias me lo permitían; volví sobre mis pasos otras, me alejé del lugar unas cuadras, para volver nuevamente, la mujer seguía en la misma actitud, ausente, inmersa en su lectura o en su mundo interior. Sólo un leve movimiento para cambiar de página, acusaba su presencia real. Hice un nuevo intento de captar aquella imagen, que seguramente no volvería a ver, pero, no pude y abandoné el lugar, con un sabor agridulce en la boca.

domingo, 12 de junio de 2016

OFRENDA LÍRICA Por RABINDRANATH TAGORE (Selección)

Mi canción, sin el orgullo de su traje, se ha quitado sus galas para ti. Porque ellas estorbarían nuestra unión, y su campanilleo ahogaría nuestros suspiros. Mi vanidad de poeta muere de vergüenza ante ti, Señor, poeta mío. Aquí me tienes sentado a tus pies. Déjame sólo hacer recta mi vida, y sencilla, como una flauta de caña, para que tú la llenes de música.

Sé indulgente conmigo un momento, y déjame sentarme a tu lado, que luego terminaré lo que estoy haciendo. Mi corazón, si no te ve, no tiene sosiego, y mi trabajo es como un afán infinito en un fatigoso mar sin playas. El verano ha venido hoy a mi ventana,. zumbando y suspirando, y han venido las abejas, trovadores en la corte del bosque florecido. Es el tiempo de sentarse quieto frente a ti, el tiempo de cantarte, en un ocio mudo y rebosante, la ofrenda de mi vida.

¡Necio, que intentas llevarte sobre tus propios hombros! ¡Pordiosero, que vienes a pedir a tu propia puerta! Deja todas las cargas en las manos de aquel que puede con todo, y nunca mires atrás nostálgico. Tu deseo apaga al punto la lámpara que toca con su aliento. ¡No tomes sus dádivas malsanas con manos impuras! ¡Toma sólo lo que te ofrece el amor sagrado!

ADIÓS AL ABUELO CAMPESINO Por NICOLÁS CÓCARO

Se duerme bajo el sol de la llanura
el cuerpo del abuelo campesino,
y el mugir del ganado en el camino
se arrima a su morada con ternura.

Arriba, en el ciprés el mismo trino
de la calandria a veces le murmura
que lo eterno de Dios no tiene altura
si al corazón le toca el son divino.

Y la tierra, esa tierra que lo viera
con el canto del gallo mañanero,
ya en juglar, ya en raíz de ganadero,
lo vuelve a su quietud esperanzada,
mientras el cuerpo yace en la madera,
mientras el alma vuela enamorada.

ESTE MAR QUE ME CERCA Por VICENTE BARBIERI

Este mar que me cerca, y sin segundo
Escucho resonar en mi desvelo,
No sé si es mar de tierra o mar de cielo,
Mar de este sueño o mar del otro mundo.

Su misterio me llega de un trasmundo,
De un deducir, de un tan espeso velo,
Que no sé si es palabra sin consuelo,
Sal de plegaria o caracol profundo.

Su conflicto no sé, su voz de fuego,
Su caudalosa andanza, ni su aliento,
Ni sus ocultas fuentes patriarcales.

Pero confiado avanzo, si navego
Por su hechizada estela y por su viento,
Con sus faros, sus puertos, sus corales.

Fe Por MARGARITA ABELLA CAPRILE

Sobre el rigor de un místico baluarte
desechando, por vana, la quimera,
ebria de certidumbre venidera
vivo en el mundo mi existencia aparte.

Lejos del goce, más allá del arte
busca destino mi renuncia austera,
soy una esclava que en silencio espera,
dándolo todo,  conseguir  su parte.

Callando amor si el odio la despoja
o amor diciendo por la noche herida,
nunca siente amargura mi congoja.

Con firme paso y lámpara encendida,
como voy hacia el sol, el sol arroja
detrás de mí la sombra de la vida.

sábado, 11 de junio de 2016

MÁXIMAS SOBE LA VIDA

        Los sentidos son como el sol. El sol hace invisible el cielo e ilumina la tierra; los sentidos obscurecen las cosas celestes y descubren las de la tierra.—Filo Judío.

La buena reputación es como el fuego: cuando está encendido puede conservarse la llama ; pero cuando se apaga cuesta mucho volverlo á encender.—Plutarco.

No es de sabios el perder á un amigo por sus agudezas ; y aún menos el perderlo por las agudezas de otro.—Bacon.

El sabio aprende más del necio que el necio del sabio.

El largo camino a Marte - Por Ray Bradbury

       ¿Cómo llegué yo de Waukegan, Illinois, a Marte, el Planeta Rojo?
Hay dos personas que acaso puedan contárselo. Sus nombres aparecen en la dedicatoria de la edición cuarenta aniversario de Crónicas marcianas.
Porque fue mi amigo Norman Corwin el primero que me escuchó contar las historias de Marte, y fue mi futuro editor Walter I. Bradbury (ningún parentesco) quien comprendió lo que había emprendido, aunque de un modo consciente, y me persuadió de terminar una novela que yo ignoraba haber escrito.
La historia que lleva hasta esa noche de primavera de 1949 en que Walter Bradbury me sorprendió conmigo mismo es un viaje sin señales por la senda del Qué-habríapasado.
¿Qué habría pasado si yo no le hubiese enviado mi primer libro de cuentos a Corwin, que después se hizo amigo mío de por vida? ¿Y qué si en junio de 1949 no hubiera seguido su consejo de ir a Nueva York? Muy sencillamente, que tal vez mis Crónicas marcianas no hubieran existido nunca. Pero Norman insistió una y otra vez en que debía patearme las editoriales de Manhattan y en que él y su mujer Katie irían a guiarme y protegerme en el recorrido por la Gran Ciudad.
Atravesé el país, cuatro largos días con sus noches en el autobús Greyhound, fermentando en una gran bola de hongos, mientras atrás, en Los Ángeles, quedaba una esposa embarazada con 40 dólares en el banco y delante, en la calle 42, me esperaba la YMCA (5 dólares a la semana). Fieles a su promesa, los Corwin me llevaron de un lado a otro y me presentaron un puñado de editores que preguntaban: «¿Ha traído una novela?" Yo confesaba que era velocista y no había llevado más que cincuenta cuentos y una antigua y baqueteada máquina portátil. ¿Necesitaban cincuenta cuentos superimaginativos, brillantes casi todos? No. Lo cual me lleva al Qué-habría-pasado final y más importante. ¿Qué habría pasado si no hubiera cenado nunca con el último editor que conocí, Walter I. Bradbury, de Doubleday, que me hizo la pregunta consabida y deprimente
-¿Lleva usted alguna novela dentro?— sólo para oírme describir cómo todas las mañanas corría la milla en cuatro minutos, al desayuno pisaba la mina de una idea, recogía los pedazos, los fundía y cuando se acercaba el almuerzo los ponía a enfriar.
Walter Bradbury meneó la cabeza, terminó el postre, meditó y luego dijo:
-Creo que ya ha escrito una novela.
-¿Qué? —dije yo—. ¿Cuándo?
-¿Qué piensa de esa cantidad de cuentos marcianos que ha publicado en estos cuatro años? —replicó Brad—. ¿No hay un hilo común escondido? ¿No podría coserlas, hacer una especie de tapiz, medio primo de una novela?
-¡Dios mío! —dije yo.
-¿Sí?
-Dios mío. En 1944 leí Winesburg, Ohio, de Sherwood Anderson, y me impresionó tanto que me dije que debía intentar algo la mitad de bueno y situado en Marte. ¡Esbocé un plan de personajes y sucesos del Planeta Rojo pero al poco tiempo lo perdí en mi archivo!
-Parecería que lo hemos encontrado —dijo Brad.
-¿Usted cree?
-Creo —dijo Brad—. Vuelva a la YMCA y escríbame un esquema de dos o tres docenas de historias marcianas. Mañana me los trae. Si me gusta lo que veo, firmaremos un contrato y le daré un anticipo. Sentado al otro lado de la mesa, Don Congdon, mi agente literario y mejor amigo, asintió.
-¡Estaré en su oficina al mediodía!
Para celebrarlo pedí un segundo postre. Brad y Don bebieron cada uno una cerveza. Era una noche de junio neoyorquina, típicamente calurosa. El aire acondicionado seguía siendo un lujo del futuro. Escribí hasta las tres de la mañana, sudando en ropa interior mientras pesaba y equilibraba a mis marcianos, que en sus extrañas ciudades pasaban las últimas horas antes de que arribaran y partieran mis astronautas. Al mediodía, exhausto pero eufórico, le entregué a Walter I. Bradbury el esquema
-¡Lo ha conseguido! —dijo él—. Mañana tendrá un contrato y un cheque.
Debo haber hecho un montón de ruido. Cuando pude calmarme, le pregunté por mis otros cuentos.
-Ahora que vamos a publicar su primera novela —dijo Brad— podemos arriesgarnos con sus cuentos, aunque esas colecciones rara vez se venden. ¿Se le ocurre algún título que les ponga una especie de piel a dos docenas de cuentos diferentes...?
-¿Piel? —dije yo—. ¿Por qué no El hombre ilustrado, mi cuento sobre un voceador de feria cuyos tatuajes cobran vida con el sudor, uno a uno, y representan futuros en el pecho, las piernas y los brazos?
-Da la impresión de que tendré que hacer dos cheques de anticipo —dijo Walter I. Bradbury.
Dos días más tarde me fui de Nueva York con dos contratos y dos cheques por un total de 1.500 dólares. Dinero suficiente para pagar un alquiler de 30 dólares al año, financiar al bebé y entregar el primer pago por una casita con terreno en Venice, California. Cuando nació nuestra primera hija, en el otoño de 1949, yo había ensamblado y fundido todos mis perdidos y reencontrados objetos marcianos. Resultó ser un libro, no de personajes excéntricos como Winesburg, Ohio, sino una serie de ideas extrañas, nociones, fantasías y sueños que había tenido y me habían despertado a los doce años. Crónicas marcianas se publicó al año siguiente, a fines de la primavera de 1950. Esa primavera, en viaje hacia el este, yo no sabía qué había hecho.
En Chicago, entre un tren y otro, fui al Instituto de Arte a comer con un amigo. En la escalinata del edificio vi una multitud y pensé que eran turistas. Pero cuando empecé a subir, la multitud se acercó a rodearme. No eran enamorados del arte sino lectores que habían comprado los primeros ejemplares de Crónicas marcianas y habían ido a decirme exactamente qué había hecho yo en mi exagerada inconsciencia.
Ese encuentro de mediodía me cambió la vida para siempre. Después nada fue igual. La lista de los Qué-habría-pasado podría seguir eternamente. ¿Qué habría pasado si no hubiera conocido a Maggie, que para casarse conmigo hizo voto de pobreza? ¿Qué si Don Congdon no me hubiera escrito para ser agente mío y seguir siéndolo por cuarenta y tres años, empezando la misma semana en que me casé con Marguerite? Y qué si, poco después de que se publicaran las Crónicas, no hubiera estado en una pequeña librería de Santa Mónica justo cuando entró Christopher Isherwood. Rápidamente firmé un ejemplar de mi novela y se lo di. Con expresión de pena y alarma, Isherwood lo aceptó y se fue corriendo. Tres días después llamó por teléfono.
-¿Usted sabe qué ha hecho? —dijo.
-¿Qué? —dije yo.
-Ha escrito un libro excelente —dijo—. Me acaban de nombrar reseñador principal de la revista Tomorrow y el primer libro que comentaré es el suyo. Unos meses más tarde Isherwood llamó para decir que el celebrado filósofo inglés Gerald Heard deseaba conocerme.
-¡No puede! —grité yo.
-¿Por qué no?
-¡Porque —protesté— en la casa nueva no tenemos muebles!
-Gerald se sentará en el suelo —dijo Isherwood. Heard llegó y se acomodó en nuestra única silla. Isherwood, Maggie y yo nos sentamos en el suelo. Semanas más tarde, Heard y Aldous Huxley me invitaron a tomar el té. En un momento, ambos se inclinaron hacia delante y preguntaron, cada uno como un eco del otro:
-¿Sabe qué es usted?
-¿Qué?
-Un poeta —dijeron.
-Dios mío —dije Yo—. ¿De veras?
Así que terminamos como empezamos, con un amigo despidiéndome y otro yendo a recibirme al final de un viaje. ¿Qué habría pasado si Norman Corwin no me hubiera enviado o Walter I. Bradbury no me hubiera recibido? Quizá Marte nunca hubiera conseguido una atmósfera, y su gente nunca hubiera nacido a vivir con máscaras doradas, y las ciudades, sin construir, hubieran quedado perdidas en las colinas que nadie socavó.
Muchas gracias pues a ellos por esa incursión a Manhattan, que resultó ser un viaje de cuarenta y tres años a otro mundo.

6 de julio de 1990

miércoles, 8 de junio de 2016

Abrazo universal Por Fernando Adrián Zapata

Late el mundo cada instante,
siempre y en cualquier lugar;
late y vibra,sueña y canta
por poblarse de amistad.
Se iluminan los abrazos
con el pulso de los pueblos,
con el agua y con el viento,
con la siembra de tus sueños.
Se reinventan tantas ansias
que una vez soñamos juntos:
¡ ansias de una tierra libre,
tierra unida,mundo justo!
Abrigamos en el alma,
en los ojos,en las manos,
las mañanas florecientes
por una equidad de hermanos.
Se iluminan los abrazos
con el pulso de tus sueños,
con el agua y con el viento,
con la siembra de los pueblos.
La esperanza del futuro
abre paso al cultivar
¡un planeta para todos

y un abrazo universal!

Otras manos,otros hijos - Por Fernando Adrián Zapata

Tantos sueños que olvidamos
con soberbia y mezquindad,
los precisan los hermanos
del planeta,y de verdad...
Todo lo que derrochamos,
todo lo que destruimos,
lo precisan otras manos,
lo precisan otros hijos...
Tantos logros mal usados
y al servicio de unos pocos,
comprobamos que le sirven
a tiranos y mafiosos.
Todo lo que derrochamos,
todo lo que destruimos,
hoy lo piden otras manos,
hoy lo piden otros hijos...
Todo lo que no sembramos
y lo que no construimos,
¡ lo precisarán tus manos,
lo precisarán tus hijos!
Todo clama en nuestras ansias;
¡nuevos días brillarán
cuando alcemos la esperanza,

compartiendo unión y pan!!!

sábado, 4 de junio de 2016

DOS POESÍAS DE RAY BRADBURY - EXTRAÍDAS DE SU LIBRO “ZEN EN EL ARTE DE ESCRIBIR”

VE CON PATA DE PANTERA
ADONDE DUERMEN LAS VERDADES MINADAS


No aplastes ni arrebates; descubre y conserva;
con paso de pantera ve adonde duermen las
verdades minadas
a detonar con sigilo las semillas ocultas
para que en tu estela, invisible, ignorada,
brote una riqueza exuberante y quede atrás
mientras te escabulles fingiendo que eres ciego.
Al volver al sendero que abriste en la jungla
descubre los desechos que hiciste a un lado;
las mínimas verdades y las grandes han aflorado allí
donde antes diste tumbos con loca inconsciencia
o algo parecido. Y así esas minas fueron detonadas
en fácil juego de paso y pisada y hallazgo;
pero sobre todo paso suelto; pisada, muy poca.
Presta atención, pero una pizca.
Desdeña el cuidado, muéstrate distante, haz caso
omiso
de las millas, y detrás de tu sonrisa, como gatos,
vendrán a ronronear las metáforas, cada una un
orgullo,
una espléndida bestia de oro que llevabas oculta,
convocada ahora en cosechas de sabana
vuelta elefante agamuzado que estremece
y atrona y desencaja para que la mente pasmada,
contemple la belleza pero perciba el defecto.
Luego, visto el defecto, como lunar en la más bella,
apresúrate a reconocer, entero, el Todo.
Hecho lo cual, finge no guardar ningún
conocimiento;
con paso de pantera ve adonde duermen las
verdades minadas.



TENEMOS EL ARTE PARA QUE LA VERDAD NO NOS MATE


¿Sólo conoces lo Real? Cae muerto.
Eso dijo Nietzsche.
Tenemos el arte para que la verdad no nos mate.
Para nosotros el mundo es demasiado.
Después de cuarenta días el Diluvio sigue.
Las ovejas que pastan allá lejos son chacales.
Ese tictac en tu cabeza es de verdad el Tiempo
y vendrá por la noche a sepultarte.
El tibio niño que ahora duerme partirá en el alba,
y con tu corazón irá hacia mundos que ignoras.
necesitamos que el Arte enseñe a respirar
y haga latir la sangre; tener que aceptar la cercanía
del Diablo
y la edad y la sombra y el coche que atropella,
y al payaso con máscara de Muerte
o la calavera que con corona de Bufón
a medianoche agita cascabeles
de óxido sangriento y matracas gruñonas
que estremecen los huesos del desván.
Tanto, tanto, tanto... ¡Demasiado!
¡Destroza el corazón!
¿Y entonces? Encuentra el Arte.
Toma el pincel. Aviva el paso. Mueve las piernas.
Baila. Prueba el poema. Escribe teatro.
Más hace Milton que Dios, aun borracho,
para justificar los modos del Hombre con el Hombre.
Y el divagante Melville se toma en serio la tarea
de encontrar la máscara bajo la máscara.
Y la homilía de Emily D. señala el basurero
de nuestras anomalías.
Y Shakespeare envenena el dardo de la Muerte
y la herramienta de un arte de enterrador.
Y Poe construye un Arca de huesos
porque ha presentido un diluvio de sangre.
La muerte es una dolorosa muela del juicio;
extrae esa Verdad con las tenazas del Arte
y emploma el abismo en donde estaba
oculta en las sombras con el Tiempo y las Causas.
Aunque el Gusano Rey nos devore el corazón
con la boca de Yorick demos gracias al Arte.

HIMNO AL DIOS MERODACH SALMO ACADIANO (300. A. C.)

¿Quién escapará de tu poder?
¡Tu voluntad es un eterno misterio!
Tú lo demuestras en los cielos
y en la tierra.
Mandas al mar y el mar te obedece.
Mandas á las tempestades
y las tempestades se calman.
Mandas al sinuoso curso del Éufrates,
y la voluntad de Merodach
detendrá sus avenidas.
¡Señor!¡Tú eres santo!
¿Quién es semejante á ti?
Merodach, tú eres enaltecido
entre todos los dioses.

EL TOCADO DE UNA MUJER Por Lucilio

Gran porción de cabellos bien rizados,
De pomadas, y afeites de tu aprecio,
Y de dientes y chismes encerados.
Te ha costado adquirir a muy buen precio;
 Lo que en resumen forma una careta.
Por el coste de tanta chuchería.
Más cuenta te tendría
El comprar una máscara completa.

LOS TRES AMIGOS Por JUAN HÉRDER.

Tuvo un hombre tres amigos,    
Y no es gran cosa tener
Tres seres a quien hacer
De nuestra dicha testigos.

Yo no sé por qué razón
Mientras a los dos quería,
El tercero no tenía
Gran sitio en su corazón.

Pues fue acusado una vez
De un crimen: y aunque inocente,
Tuvo necesariamente
Que presentarse ante el juez.

No era bien, por vida mía,
Ir solo; así lo creyó
Y a sus amigos rogó
Que le hiciesen compañía.

El primero, con razones
De más o menos valer
Se excusó por no tener
En su casa desazones.

El segundo, al tribunal
Aunque reacio llegó;
Mas sin entrar se volvió,
Temeroso de algún mal.

El otro, que fue aquel día
Con el que menos contara,
Por ser su amistad muy rara
Y de poca simpatía,

Entró con él; y de un modo
Habló con tanta elocuencia,
Que el juez, viendo su inocencia,
Le absolvió al punto de todo.

Y no tan sólo perdón
Obtuvo, sino que el juez
Creyó que era aquella vez
Justicia un buen galardón.

Y así, juzgando en conciencia,
Galardonó al acusado:
Que el juez se siente obligado
Cuando es mayor la inocencia.

Tiene el hombre, a no dudar,
Tres amigos de interés:
¿Cómo se portan los tres
Cuando el hombre va a expilar?

El dinero es el primero
Que en el sepulcro le deja;
Porque allí no se maneja
El no ser con el dinero.

Los parientes en tropel
Le acompañan con dolor,
Hasta que el enterrador
Se enciende a solas con él.

El otro amigo, el que cuida
De su afecto en un mal paso,
Aquel de quien no hizo caso
En los trances de la vida,

Aquel que con consecuencia
No le causa nunca enojos
Y entorna al  morir sus ojos,
Es, una recta conciencia.

CANSANCIO Por H. W. LONGFELLOW (Traducción de Olegario V. Andrade.}


¡Oh! pequeños pies que en giro errante
Iréis por largos años
Al través de esperanzas y temores;
Que a padecer iréis, al abrumante
Paso de vuestra carga, mil dolores;
¡Yo que me acerco a la postrer posada
Donde tiene la paz su dulce asiento,
Pienso en vuestra jornada,
Y fatigado el corazón me siento!

¡Oh! pequeñuelas manos, que el destino,
Ya débiles, ya fuertes,
Para el mando os reserva o la obediencia;
¡Yo que postrado al fin de mi camino,
Trabajé tanto tiempo en mi existencia
Con mis libros y pluma—y generoso
Al hombre consagré mi pensamiento,—
Pienso en vuestra faena pesaroso,
Y fatigado el corazón me siento!

¡Oh tiernos corazones, que agitados
En febril impaciencia
Palpitáis presurosos sin que nada
Sus deseos limite inmoderados!
¡Mi corazón, que en la vital jornada
Por tanto tiempo ha ardido,
Su fuego oculta ya bajo pasiones
Que en cenizas la edad ha convertido!

¡Oh pequeñuelas almas! blancas, puras,
Límpidas cual los rayos
Que caen del cielo, su divina fuente,—
Ya próximo a romper las ligaduras
Del mundo halagador—¡mi sol poniente
Cuan rojo me parece cada día,
Ya envuelto entre la niebla de los años,
Y cuan triste mi alma y cuan sombría!

EL POETA Y EL RATON Por Aristón

Ratoncillo: si viniste
Buscando pan, ve a otra parte:
Pobre morada es la mía.
Vete, pues, donde tu hambre
Aproveche las migajas
De suculentos manjares,
Higos secos y las sobras
Del festín de mesas grandes.
Si tus dientes en mis libros
Llegan al fin a clavarse,
¡Infeliz de ti! Es orgía
Que un fin funesto ha de darte.

LA VID Y EL ABETO Por Teodoro Koerner

Orgulloso hasta las nubes
Te elevas, la vid decía
Al abeto cierto día,
Mas sin gracia y recto subes.
Aspira el soplo del aura
A tu sombra el caminante,
Mas sus fuerzas lo bastante
Mi zumo en breve restaura.
En el otoño el contento
Soy del hombre en su mansión,
Y reanimo el corazón
Del anciano macilento.
Dijo la vid, y un suspiro
El mudo abeto lanzó.
—Es verdad, le contestó;
Tus cualidades admiro.
Mas la paz que en dar no tardo
A aquel cuya vida es triste,
Nunca dársela pudiste:
¡En su ataúd yo le guardo!