Es decir, el más antiguo de cuantos se han escrito que ha
llegado a nuestro conocimiento. Esta página que se presenta al lector viene
provista de mejores credenciales: ni su antigüedad ni su procedencia ofrecen la
menor duda y está hoy enteramente intacta, tal como en un principio se
escribiera. El viejo papiro, descolorido y maltrecho, cubierto de caracteres
misteriosos trazados hace ya treinta y dos siglos por la mano de Anas, escriba
egipcio, estaba en las vitrinas del Museo Británico. Escribióse el cuento para
el príncipe Seti Merneftah, hijo del Faraón Ramsés Miamo y llegó á considerarse
como una de las obras maestras de la literatura egipcia.
Había dos hermanos, hijos ambos de una misma madre y de un
mismo padre. Llamábase el mayor Anepú, y tenía el menor por nombre Batau. Ahora
bien: Anepú poseía una casa y tenía una esposa.
Pero su hermano menor vivía con él como un hijo y le
procuraba vestidos. En cambio, aquél apacentaba el ganado únicamente cuando las
tierras estaban aradas, venía obligado a trabajar en las diversas labores del
campo. ¡Y ved ahí! El hermano más pequeño. Era un buen trabajador; no había
otro como él en toda la tierra... Luego, transcurridos muchos días, el hermano
menor apacentaba el ganado como acostumbraba a hacerlo todos los días y lo
conducía a su casa todas las tardes. Y cargado de toda especie de hierbas del
campo, regresaba a ella y las tendía ante el ganado. El hermano mayor
permanecía entonces con su esposa comiendo y bebiendo, mientras su hermano
menor estaba en el corral con el ganado. Luego, cuando la tierra apareció más
risueña y amaneció un nuevo día y la lámpara ya no ardía, levantábase antes que
su hermano mayor y llevaba las hogazas al campo y las repartía a los labriegos
para que pudiesen comer con él en el mismo campo. Después, volvía. Y ellos le
mostraban siempre en donde estaba el buen forraje y él escuchaba con atención
todas sus palabras. Y él conducía al ganado al lugar elegido en donde se
hallaba el buen forraje, en el cual se deleitaba. Y el ganado que cuidaba era
muy noble y se multiplicaba enormemente. Entonces llegó la época de las
primeras labores. Y el hermano mayor hablóle en estos términos: Tomemos la
yunta para poder arar: pues los campos aparecen de nuevo después de las
inundaciones del Nilo, y la estación es propicia para el arado. Por lo tanto,
ven al campo con la simiente, pues estamos ocupados en las labores... Y hablóle
en estos términos. Y su hermano menor hizo todo cuanto su hermano mayor le
había dicho... Y cuando la tierra apareció risueña, y amaneció un nuevo día,
dirigiéronse al campo con la yunta, y trabajaron con ardor en las labores de
las tierras y su contento no tuvo límites al contemplar terminadas las
tareas... Aconteció, luego, después de muchos días, que mientras estaban en las
tierras necesitaron simiente y el mayor de los hermanos envió al menor,
diciendo:
— Apresúrate a buscar simiente en la aldea. — Y el hermano
menor halló a la mujer de su hermano mayor trenzándose el cabello. Y he aquí
cómo le habló. —Levántate y dame simiente pues debo apresurarme a regresar a
las tierras, porque mi hermano me ha mandado volver sin tardanza.— Luego, ella
le dijo :—Ve, abre el granero y toma cuanta deseares, pues, si yo fuera, podría
destrenzarme el cabello por el camino.—Entonces el menor dirigióse a su
estancia y cogió una cesta grande porque quería llevar mucho grano , y la llenó
de trigo y cebada y se marchó. Luego ella le dijo: -¿Cuánto llevas?—Y él
contestó:-Tres medidas de cebada y dos medidas de trigo, cinco medidas que
llevo al brazo. Esta mujer, falsa y licenciosa, como la de Potifar, ofuscada
por la perversidad como ella, quiso vengarse del joven acusándole de criminales
intentos, y para dar mayor relieve a la acusación, prodújose una herida,
pretendiendo luego que el hermano de su esposo se la había inferido.
Sucedió ahora que su marido regresó a su casa al atardecer,
según su cotidiana costumbre, y entró en su casa y halló a su mujer echada al
suelo como si hubiese sido atacada por algún malhechor y ella no le dio agua
para lavarse, como tenía por costumbre, ni encendió la lámpara, y la casa
estaba a oscuras. Y ella estaba echada allí, y desnuda. Y su esposo le dijo:
-¿Quién te ha hablado? Levántate. —Luego, ella le contestó: —Ningún hombre me
ha hablado excepto tu hermano menor...—Entonces el hermano mayor se puso como
una pantera y afiló su hacha y la blandió. Y el hermano mayor se ocultó detrás
de la puerta de su estancia para dar muerte á su hermano menor así que
regresase por la noche con el ganado a la suya. Ahora bien cuando el sol hubo
llegado a su ocaso y hubo cargado con toda especie de hierbas del campo, según
su cotidiana costumbre, entonces entró y condujo al corral la primera ternera,
la cual habló a su guardián diciendo :—Desconfía de tu hermano mayor que se
oculta allí, ante ti, con su hacha para darte muerte. Permanece lejos de él. —Y
él oyó las palabras de su primera ternera. Luego entró la segunda y habló de
igual manera. Y él miró debajo de la puerta de su estancia, y pudo ver las piernas
de su hermano mayor que se ocultaba detrás de la puerta con el hacha en la mano
y arrojó al suelo su carga y huyó de allí inmediatamente y su hermano mayor
persiguióle con el hacha. Y el hermano menor imploraba el auxilio del dios del
Sol, Harmachis, diciendo: — ¡Santo Dios, tú eres el que distingue la verdad de
la mentira! —Y el dios del Sol paróse a oír todas sus quejas y el dios del Sol
hizo que un anchuroso río apareciera entre él y su hermano, y estaba lleno de
cocodrilos. Y uno de ellos estaba en una margen y el otro en la opuesta. El
hermano mayor dio dos golpes con la mano, pero no pudo matarle. Así lo hizo. Y
su hermano menor díjole gritando desde la margen :—Quédate ahí y aguarda hasta
que la tierra aparezca risueña y la órbita del Sol se presente encima del
horizonte ; entonces me descubriré a ti ante ella á fin de hacerte conocer la
verdad ; porque jamás te hice daño alguno pero en el sitio en que te hallas no
quiero detenerme y me marcharé al monte de los cedros.—Cuando la tierra se
presentó risueña y amaneció un nuevo día, entonces el dios del Sol, Harmachis,
apareció y se miraron uno a otro. Y el menor habló á su hermano mayor diciendo:
-¿Por qué me persigues, para degollarme sin razón? Tú no
oyes lo que mis labios pronuncian, esto es: «yo soy en verdad tu hermano menor,
y tú fuiste para mí un padre y tu mujer una madre.»
Pero el espíritu de su hermano estaba perturbado. Y
permanecía allí llorando y lamentándose y no podía traspasar el río, donde se
hallaba su hermano a causa de los cocodrilos. Y el hermano menor le decía
gritando: —Considera que pensaste mal y que, al contrario, no alimentaste el
bien en tu espíritu. Pero te diré una cosa que has de hacer. Vete a tu casa,
cuida de tus ganados, porque yo ya no permaneceré más donde tú habitas y me
marcharé al monte de los cedros. Ahora, esto harás por mí, cuando vengas con el
fin de buscarme. Sabe pues, que es preciso que me separe de mi espíritu para
dejarlo en la flor más alta del cedro. Y tan pronto como el cedro esté cortado
entonces caerá sobre la tierra cuando vengas a buscarlo, detente entonces siete
años para ello, y si tu espíritu lo sufre, entonces lo hallarás. Luego ponlo en
un vaso con agua fría. Así, volveré de nuevo a la vida y te daré una respuesta
a todas las preguntas, para darte a conocer qué más debe hacerse conmigo...
Toma asimismo una botella de agua de cebada en la mano, cúbrela de pez, y no te
separes de ella para que puedas tenerla contigo cuando vengas. —Y se marchó al
monte de los cedros y su hermano mayor dirigióse a su casa, alzó la mano sobre
su cabeza y derramó tierra encima de ella. Así que hubo entrado en su casa, dio
muerte a su esposa, arrojóla a los perros, y se echó á llorar pensando en su
hermano menor. Muchos días después el hermano menor llegó al monte de los cedros,
y nadie estaba con él; y pasaba el día cazando las fieras de aquella tierra y
venía por la noche a echarse, para descansar debajo del cedro en cuya flor más
alta había depositado su espíritu. Muchos días habían transcurrido cuando
construyó una choza con sus manos, para sí, en el monte de los cedros,
llenándola de todas las cosas buenas que hubiera podido tener en su casa.
Cuando salía de la choza encontráronle los nueve dioses, quienes habían ido a
proveer para las necesidades de toda la tierra. Y los dioses, en compañía,
habláronse unos a otros y dijéronle: —Oh, Batau, tú, buey de los dioses, ¿por
qué estás solo? ¿Por qué has abandonado tu tierra a causa de la mujer de Anepú,
tu hermano primogénito? Mira, su mujer
ha muerto. Vuelve a su casa; él te contestará á todas tus preguntas. —Y sus
corazones rebosaban compasión por él. Luego habló el dios del Sol, Harmachis a
Chuna: —Haz una esposa para Batau para que no viva solo. —Chuna hízole una
esposa, y cuando la tuvo era más hermosa que todas las mujeres del país. Toda
la divinidad estaba en ella. Y los siete Hatores vinieron y la contemplaron y
dijeron á coro: —Morirá de muerte violenta. —Y la amó entrañablemente, y ella
permanecía en su casa mientras él pasaba el día cazando las fieras del país y tendía
les despojos á sus pies. Y él la dijo: —No vayas más lejos, no sea que te
encuentres con el mar y te lleve; pues de él no podría salvarte porque mi alma
se halla en las flores más altas del cedro.
Si otro la halla entonces no me resta más que luchar por ella. Y le
abrió su corazón. Muchos días después fuese Batau á cazar como era su cotidiana
costumbre y su joven esposa fuese también a pasear por debajo del cedro que
había junto a su casa, cuando, ¡vedle ahí! el mar la vio y se levantó corriendo
tras ella; pero ella huyó apresuradamente y saltó hasta llegar á su casa pero
el mar dijo gritando al cedro:—¡ Oh,
cuánto la amo!—Luego el cedro dióle un
mechón de los cabellos de ella, y el Mar llevólo a Egipto; y depositólo en el sitio donde estaban las lavanderas
de la casa del Faraón. Y la fragancia
Que despedía el mechón de cabellos comunicóse a las
vestiduras del Faraón y originó un conflicto entre las lavanderas del Faraón,
porque decían: -Se siente una fragancia como de óleo sagrado en las vestiduras
del Faraón,—y todos los días se suscitaban disputas entre ellas sobre el mismo
tema. Y ellas no sabían lo que hacían. Pero el mayordomo de las lavanderas del
Faraón fuese al mar y su alma quedó sumida en el mayor desconsuelo, a causa de
las disputas que todos los días se suscitaban acerca de lo mismo. Y apostóse y
permaneció en la orilla frente al mechón de cabellos que estaba en el mar.
Inclinóse entonces y cogió el mechón y halló en él un aroma extraordinariamente
suave. Luego lo llevó al Faraón. El cual mandó comparecer á los sabios
escribas. Y de esta suerte hablaron al Faraón: -Este es el mechón de una hija
del dios del Sol y toda la divinidad está en ella. La tierra toda te rinde
homenaje. Así, pues, envía en seguida mensajeros a todas las tierras para que
la busquen; pero el mensajero que vaya á los montes de los cedros ha de ir
acompañado de mucha gente para que la traigan aquí. Y el Rey dijo: -Todo cuanto
habéis hablado es muy bueno.—Y los mensajeros partieron. Muchos días después
vino la gente que había ido a las diferentes tierras a traer noticias al Rey ;
pero no vinieron los que se habían dirigido a los montes de los cedros, porque
Batau les había dado muerte y sólo había dejado uno con vida para poder
contarlo al Rey. Entonces el Rey envió más gente, muchos guerreros a pie y a
caballo con orden de traerla. Y también, entre ellos, había una mujer. En su
mano pusiéronse toda clase de adornos de mujer. Luego vino la mujer (esposa de
Batau) a Egipto con ella y hubo gran regocijo en todo el país. Y el Rey la amó
grandemente. Y ensalzó su maravillosa belleza. Y ellos la hablaron diciendo que
les contase la historia de su esposo. Luego ella dijo al Rey: -Mandad cortar el
cedro para que perezca.—Entonces enviáronse hombres armados de hachas para
cortar el cedro. Y llegaron al cedro y cortaron sus flores en medio de las
cuales se hallaba el alma de Batau. Luego el árbol cayó y murió en breve.
Cuando la tierra apareció risueña y amaneció un nuevo día, entonces también fue
cortado el cedro. Y Anepú, el hermano mayor de Batau, fuese a su casa, y empezó
a lavarse las manos. Y cogió un vaso de agua de cebada que tapó con pez, y otro
de vino que tapó con arcilla. Y cogió su cayado y sus zapatos, junto con su
túnica, y víveres para el viaje, y se puso en camino para el monte de los
cedros. Y llegó á la choza de su hermano menor y hallóle tendido encima de una
estera. Estaba muerto. Y comenzó á llorar cuando contempló a su hermano tendido
como un cadáver. Dirigióse entonces en busca del alma de su hermano menor, debajo
del cedro y donde su hermano menor se había echado por la noche y la buscó
durante tres años sin encontrarla. Y cuando llegó el cuarto año, entonces su
alma sentía la necesidad de regresar á Egipto.
Y él dijo: -Partiré mañana muy temprano. Y así sucedió.
Cuando la tierra apareció risueña y amaneció un nuevo día dirigió sus pasos
hacia el cedro y se puso a buscar el alma con afán. Y de regreso á su casa ya
de noche, y todavía buscaba, halló entonces una fruta y al llegar a su casa con
ella ¡ved ahí! el alma de su hermano menor estaba dentro. Entonces cogió el
vaso de agua fría, púsola dentro y sentóse según su cotidiana costumbre. Luego,
así que llegó la noche, el alma sorbió el agua y Batau se animó, moviéronse
todos sus miembros y miró a su hermano mayor pero su corazón se sentía incapaz
de todo movimiento. Y Anepú, su hermano mayor, cogió el vaso de agua fría en
donde estaba el alma de su joven hermano, diósela a beber y ¡ved ahí! el alma
volvió a ocupar su primitivo sitio. Luego volvió a ser el mismo que había sido
antes. Abrazáronse ambos y habláronse. Y Batau dijo a su hermano mayor: -Mira,
quiero transformarme en toro sagrado con todas las señales sagradas y cuyo
misterio ningún hombre conocerá y tú te sentarás en mi lomo. Y tan pronto como
salga el Sol llegaremos al sitio donde está mi mujer. Contéstame si querrás
conducirme allí, pues se te concederán todos los favores como te adereces. Irás
cargado de plata y oro si me conduces ante el Faraón, pues la buena fortuna me
abrirá las puertas de par en par; y me recibirán con gritos de júbilo por toda
la tierra. Pero tú, vete a tu aldea. Cuando la tierra apareció risueña. Y un
nuevo día amaneció; entonces había Batau asumido la forma que describió a su
hermano. Y Anepú, su hermano primogénito, sentóse sobre su lomo al rayar el
alba. Y cuando le hubo conducido al sitio indicado se lo hicieron saber al Rey;
pero éste, cuando le vio, regocijóse extraordinariamente y celebró fiestas en
su honor, fiestas que apenas pueden describirse, pues la buena fortuna era
grandísima. Y hubo júbilo por él en toda la tierra. Y ellos trajéronle allí
mismo plata y oro para su hermano mayor que habitaba en su aldea y le dieron
muchos siervos y muchas otras cosas, y el Faraón le tuvo en grandísima estima,
mucho más que a ningún hombre de toda la tierra.
Muchos días después, el toro fuese al Santuario y detúvose
en el mismo sitio en que estaba la hermosa de su mujer. Hablóle luego diciendo:
-Mírame, todavía vivo, cierto es. Entonces habló ella: -¡Quién eres tú?—Y él le
contestó:—Batau soy ; entonces tú cuando mandaste derribar el cedro, dijiste al
Faraón dónde yo estaba para que no viviese más. Mírame: yo vivo todavía, en
verdad, sólo que estoy transformado en toro. Entonces la bella esposa quedó
anonadada al oír estas palabras que su esposo le había dirigido. Y luego salió
del Santuario y el Rey sentóse junto a ella, y ella halló el favor del Rey y
obtuvo gracia ilimitada a sus ojos. Luego habló ella al Rey: —Júrame, por Dios,
que cumplirás con todo cuanto yo te pida. Prometióle él cumplir con todo cuanto
ella le pidiese y ella dijo: -Déjame comer hígado de este toro, pues tú no
tienes necesidad de él. Así le habló ella. Entonces él lamentó grandemente que
ella le hubiese hablado de esta manera, y el alma del Faraón turbóse considerablemente.
Cuando la tierra apareció risueña y amaneció un nuevo día, prepararon una gran
fiesta para ofrecer sacrificios al toro. Y luego salió uno de los principales
criados del Rey para dar muerte al toro. Y aconteció con esto que cuando
quisieron darle muerte la muchedumbre se puso á su lado. Y cuando le hubo dado
un golpe en el cuello brotaron de la herida dos gotas de sangre que fueron a
caer en el sitio donde se hallan las dos jambas de la puerta del palacio del
Rey; una cayó a un lado de la puerta del Faraón y la otra al otro lado. Y se
transformaron en dos hermosos Perseos. Y cada uno estuvo separado del otro.
Entonces fueron a decir al Rey: -Dos hermosos Perseos, con gran fortuna para el
Rey, brotaron durante la noche en el sitio en que se halla el gran pórtico del
palacio del Rey y hay gran júbilo por esta causa en toda la tierra. Muchos
días, después, el Rey se adornó con su collar de lapislázuli y con hermosas
guirnaldas de flores que se puso alrededor del cuello. Estaba en su carro de
oro y cuando salió del palacio del Rey, entonces púsose a espiar los Perseos. Y
su bella esposa salió también en un carro detrás del Faraón. Y el Rey se colocó
debajo de uno de los Perseos y dijo á su mujer: -¡Ah, tú, mujer falsa. Yo soy
Batau! Vivo estoy todavía, me he transformado. Tú dijiste al Faraón dónde yo
habitaba, para que pudiese darme muerte: Yo era el toro y tú hiciste que me
diesen muerte. Muchos días después la mujer hermosa obtuvo el favor del rey y
halló gracia a sus ojos. Luego ella dijo al rey: -Ven, júrame, por Dios que tú
harás cuanto te diga. Después que prometió también cumplir con todo cuanto ella
le pidiese y dijo: -Haz que corten los dos Perseos para que puedan hacerse de
ellos bellas tablas. E hicieron todo cuanto deseaba. Muchos días después el Rey
envió obreros inteligentes para que fuesen a cortar los Perseos del Faraón y la
hermosa reina estaba allí y los contemplaba. Y voló una astilla de la madera y
penetró en la boca de la hermosa señora y aconteció después de muchos días que
dio a luz un hijo y fueron a contárselo al Rey. -Te ha nacido un hijo.Y
trajéronle y le dieron una nodriza y mujeres para cuidarle; y hubo júbilo en
toda la tierra. Celebraron grandes festejos; pusiéronle un nombre; y el Rey le
amó extraordinariamente desde aquel instante; y le nombró Príncipe de Etiopía.
Después que hubieron pasado muchos días, el Rey le hizo Virrey de todo el país.
Después que hubieron pasado muchos días, cuando hubo desempeñado durante muchos
años el cargo de Virrey, entonces el Rey murió y el Faraón voló al Cielo y el
otro dijo: -Ahora voy á reunir á los potentados y a los grandes de la corte
real. Quiero darles á conocer toda la historia de todo cuanto ha acontecido con
respecto a mí y á la reina. — Y trajéronle a su mujer y dióse á conocer a ella
ante todos, ellos pronunciaron la sentencia. Y ellos le trajeron a su hermano
mayor y él le hizo Virrey le todo el territorio, y reinó treinta años siendo
rey de Egipto. Cuando hubo vivido estos treinta, entonces el hermano ocupó su
lugar el día en que recibió sepultura.
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