sábado, 26 de abril de 2014

Destino Por Jaime Dávalos

De mínimas heridas lastimado
me voy muriendo a ratos tan ligero,
que me siento lejano y extranjero
del que ayer fuera alegre y confiado.

tengo un niño en el alma rezagado,
no quiero endurecerme, ¡ay! No lo quiero
Ni ser padre… ni tener sombrero….
sino ser un cantor enamorado.

Quiero permanecer en la tristeza
y en la angustia de andar como los bichos,
perdido por el mundo de la leña

Llevar como una novia mi pobreza
y morirme del gusto y del capricho
de ser un animal que canta y sueña.

UN ADIÓS PARA GABO - Por Jorge a. Dágata

Han dejado de hervir los calderos de Macondo, fríos de dolor.
Una cuchara queda hambrienta, cortado su camino hacia una boca.
Las mariposas amarillas despliegan tatuajes negros.
Los noticieros dicen que ha muerto Gabriel García Márquez. Miles de manos se detienen sobre los teclados, a media palabra, en los lugares más apartados del planeta.
Hace cien años de soledad encontramos un amigo que hablaba en nuestra lengua, de nuestras cosas: eran a la vez reales y mágicas, sin que supiéramos hasta entonces cómo sería posible decirlo, desde la certeza de que las estábamos viviendo. El amor y otros demonios andaban por tiempos de cólera. No era el relato de un náufrago, era el que compartíamos aún con aquellos que rechazaban los libros, pero no los de Gabo, porque los suyos eran más que eso, lo que suelen ser, lo que solían ser cuando venían a nuestras manos para encender todos los hechizos de que es capaz la palabra, si habla de la vida. Y de darnos todo lo que ella encierra, de felicidad y de dolor.
Nos enterábamos en los textos costeños de noticias insólitas y personajes desaforados, en ciudades sin puerto, allá entre cachacos que no conocíamos y suponíamos inventados por una fantasía inagotable.
Y un día, cuando el viento de la historia no terminaba de barrer la hojarasca, aplaudimos el Nobel, de pie, en una sala donde éramos pocos y no representábamos a nadie. Aplaudimos a los académicos que no leían castellano, no leían americano, pero nos habían concedido la gracia de escucharnos y premiarnos en Gabo, como lo habían hecho en Gabriela, en Miguel Angel, en Pablo, en los juanes que éramos todos, cada vez más cerca unos de otros en la inmensidad de este continente más desconocido para nosotros, sospechábamos, que para ellos.
Ha muerto el humilde pueblerino de Aracataca mundo. Ya no extravía cuentos en cuadernos despedazados, en el terror a los aviones, en maletas que no llegan a destino. Ya no habrá papas, presidentes o reyes que lo reciban. Ya no habrá vecinos que lo abracen en la calle.
Allá, en Aracataca, allá en Macondo, habrá funerales para Gabo, sin Gabo. Pero en todos lados, él seguirá escribiendo, corregirá mil veces cada página, para los que llegan, o para los que ya estaban y no lo conocieron.
Es posible que la muerte sea lo que parece y también que sea otra cosa que nunca se acaba de develar. Es posible que, desde ahora sí, el coronel y muchos más no tendrán quien les escriba.
Gabo nos enseñó muchas cosas. Entre tantas, que la realidad y la magia, cada día, vienen juntas de su mano. Cómo no se van a enfriar los calderos sobre el fuego, o enlutarse las mariposas, o detenerse las manos a media palabra. Ha muerto un amigo.

ESTUDIA- TRABAJA Y DESCANSA - Por Elías Calixto Pompa.

ESTUDIA

Es puerta de la luz, un libro  abierto:
Entra por ella, niño, y de seguro
que para ti serán en lo futuro
Dios más visible, su poder más cierto.

El ignorante vive en el desierto:
donde es el agua poca, el aire impuro.
Un grano le detiene el pie seguro;
camina tropezando;  ¡vive muerto!

En ese de tu edad abril florido
recibe el corazón las impresiones
como la cera el toque de las manos:

Estudia, y no serás cuando crecido
ni el juguete vulgar de las pasiones,
ni el esclavo servil de los tiranos.

TRABAJA

Trabaja, joven, sin cesar trabaja:
la frente honrada que en sudor se moja,
jamás ante una frente se sonroja
ni se rinde servil a quien la ultraja:

Tarde la nieve de los años baja
sobre quien lejos la indolencia arroja,
su cuerpo, al roble, por la fuerte enoja
su alma del mundo al lodazal no baja.

El pan que da el trabajo es más sabroso
que la escondida miel que con empeño
liba la abeja en el rosal frondoso.

Si comes ese pan, serás tu dueño,
más si del ocio ruedas al abismo,
todo serlo podrás,  ¡menos tu mismo!

DESCANSA

Ya es blanca tu cabeza, pobre anciano:
tu cuerpo, cual espiga al torbellino.
Se dobla y rinde fácil: ya tu mano
el amigo bordón del peregrino.

Manejas sin compás, y el aire sano
es a tu enfermo corazón mezquino...
Deja la alforja, ve, descansa ufano...
En la sombreada orilla del camino.

Descansa, si; más como el sol se acuesta,
viajero como  tu, sobre el ocaso,
y el astro que le sigue un rayo presta.

Abre así con amor tus labios viejos,
y alumbra al joven que te sigue el paso
con la bendita luz de tus consejos.

El sol y la luna (fábula) - Anónimo

Tras la estela del sol esplendorosa
marcha sin fin la luna presurosa.
Jamás alcanzará lo que persigue,
pero sus rayos reflejar consigue.

Un ideal proponte con firmeza
sin que nunca te asuste su grandeza.
Si no llegas a serle semejante
su reflejo serás, y eso es bastante.

EL CUENTO DE LA ABUELA Por Ovidio Fernández Ríos

"Era una isla extraña, donde había
una tropa de blancos elefantes. . ."
Y la abuela al enfermo repetía
este cuento de viejos navegantes.

- Cuéntamelo otra vez, abuela mía,-
rogábale con mimos suplicante:
y empezaba otra vez la abuela: "Había
una tropa de blancos elefantes.

Y en brazos de la abuela viejecita,
el enfermo de rubia cabecita
devorado por fiebres delirantes,

moría en una tarde desolada,
llevando en sus pupilas reflejada
la visión de los blancos elefantes.

Pasa un organito Por Emilia Bertole

¡Oh, popular melodía
del organito que pasa!
¡Cómo nos hablas de cosas
que creíamos olvidadas!
Cosas de la infancia muerta,
vagas, borrosas y pálidas,
¡cómo esas fotografías
que ya no recuerdan nada!
Quince años, la casa vieja,
una calle larga, larga…
Simples muchachas del pueblo
que dan vueltas por la plaza.
¡La primer coquetería,
la rubia trenza a la espalda,
charlas, risas y sonrojos,
azul el cielo y el alma!
¡Oh, el aroma indefinible
de aquellas tardes lejanas!
¡Oh, el encanto de tus valses,
viejo organito que pasas!
¡Me has dejado una tristeza
como prendida en el alma!
Mientras en la mesa todos
discuten cosas extrañas,
¡me seco furtivamente
los ojos llenos de lágrimas!

EL NIÑO ROBADO Por William Blake

Donde se zambullen las montañas rocosas
Del bosque de Sleuth en el lago,
Hay una boscosa isla
Donde las garzas al aletear despiertan
A las soñolientas ratas de agua:
Allí hemos ocultado nuestras tinajas encantadas,
Llenas de bayas
Y de las cerezas robadas más rojas.
¡Márchate, oh niño humano!
A las aguas y lo silvestre
con un hada, de la mano,
pues hay en el mundo más llanto del que puedes entender.

Donde las olas del claro de luna alumbran
Las oscuras arenas grises con su brillo,
Lejos, en el lejano Rosses
Nosotros caminamos por ellas toda la noche,
Tejiendo viejas danzas,
Juntando las manos y juntando las miradas
Hasta que la luna emprende el vuelo;
Saltamos de un lado a otro
Y cazamos las burbujas de la espuma,
Mientras el mundo está lleno de problemas
Y duerme con ansiedad.
¡Márchate, oh niño humano!
A las aguas y lo silvestre
con un hada, de la mano,
pues hay en el mundo más llanto del que puedes entender.

Donde el agua errante cae
Desde los cerros a Glen-Car,
En lagunas entre los rápidos
Que casi podrían bañar una estrella,
Buscamos las truchas que dormitan
Y susurrando en sus oídos
Les damos sueños inquietos;
Inclinándonos con suavidad desde
Los helechos que lloran
Sobre los jóvenes arroyos.
¡Márchate, oh niño humano!
A las aguas y lo silvestre
con un hada, de la mano,
pues hay en el mundo más llanto del que puedes entender.

Con nosotros se marcha
El de mirada solemne:
Ya no oirá el mugido
De los terneros en la cálida colina
O a la tetera en la cocina
Cantar paz para su pecho,
Ni verá el cuello pardo de los ratones
Alrededor del cajón de la harina de avena.
Pues se viene, el niño humano,
A las aguas y lo silvestre
Con un hada, de la mano,
Desde un mundo con más llanto del que puede entender.

Los bellos cisnes (Poesía tradicional galesa)

Érase una vez un granjero que vivía en el norte,
Ay, ay, mi bella, oh.
Afortunado padre de una, dos y tres hijas.
Mira qué hermosos son los cisnes nadando.

Las jóvenes paseaban por la ribera del río,
Ay, ay, mi bella, oh.
Hasta que la primera empujó a la más pequeña.
Mira qué hermosos son los cisnes nadando.

"Hermana, hermana, tendedme la mano",
Dijo cantando ay, ay, mi bella, oh.
"Y obtendrás de mí tierras y casa".
Mira que hermosos son los cisnes nadando.

"De mí no tendrás ni mano, ni guante",
Dijo cantando ay, ay, mi bella, oh.
"Si no me entregas a tu amor verdadero".
Mira que hermosos son los cisnes nadando.

A veces nadaba y a veces se hundía,
Cantando ay, ay, mi bella, oh,
Hasta que llegó a la presa de un molino.
Mira qué hermosos son los cisnes nadando.

La hija del molinero, vestida de rojo,
Cantando ay, ay, mi bella, oh,
Bajaba a por agua para hacer pan.
Mira qué hermosos son los cisnes nadando.

"¡Oh, padre! Mira, papá, ese cisne de allí",
Dijo cantando ay, ay, mi bella, oh.
"¿No te recuerda a una joven doncella?"
Mira qué hermosos son los cisnes nadando.

La dejaron en la orilla hasta que se secara,
Cantando ay, ay, mi bella, oh,
Cuando se acercó un arpista por el sendero.
Mira qué hermosos son los cisnes nadando.

Hizo clavijas de sus esbeltos dedos,
Cantando ay, ay, mi bella, oh.
Hizo cuerdas de su dorado cabello,
Mira qué hermosos son los cisnes nadando.

Hizo un arpa de su esternón,
Cantando ay, ay, mi bella, oh.
Y pronto comenzó a tocar sola.
Mira qué hermosos son los cisnes nadando.

La llevó de inmediato al salón de su padre
Cantando ay, ay, mi bella, oh,
Donde la corte entera se hallaba reunida.
Mira qué hermosos son los cisnes nadando.

Dejó el arpa sobre una piedra
Cantando ay, ay, mi bella, oh,
Y de inmediato comenzó a tocar sola.
Mira qué hermosos son los cisnes nadando.

"Allí se sienta mi padre el Rey",
Dijo cantando ay, ay, mi bella, oh
"Y allá se sienta mi madre la Reina".
Mira qué hermosos son los cisnes nadando.
"Allí se sienta mi hermano Hugh",
Dijo cantando ay, ay, mi bella, oh.
Y junto a él, William, dulce y leal.

Mira qué hermosos son los cisnes nadando.
"Y allí se sienta mi ingrata hermana Anne,"
Dijo cantando ay, ay, mi bella, oh,
Que me ahogó por el amor de un hombre.
Mira qué hermosos son los cisnes nadando.

sábado, 19 de abril de 2014

El concierto de las musas - (Copilación Jorge Dágata)

Hoy los invitamos a disfrutar de un concierto de Looerena Mackennitt, nada menos que en los jardines de la Alhambra. Una experiencia estética deliciosa, en la que confluyen su atrayente personalidad, un elenco de músicos de primer nivel y el rescate de creaciones poéticas que se remontan en la noche, para regresarnos el eco místico de un mundo que renace cuando lo creíamos olvidado.

“Marco Polo” o “Santiago” nos envuelven en la atmósfera de “Las mil noches y una noche”, como si en uno de esos lapsus de tedio el califa Harum Al-Raschid nos concediera el privilegio de recostarnos por una vez en sus mullidos almohadones, bajo la mirada inteligente de su visir Giaffar Al-Barmaki, pero también cercanos a la perspicaz vigilancia del portaalfanje Massur, siempre dispuesto a desempeñar su sangriento oficio, de sumarísima eficiencia.
En estos dos temas no hay palabras: hablan el violín, el arpa, el laúd, la cítara, hablan los chorros de las fuentes iliuminadas que estallan en el aire en miríadas de perlas, de vida.
 Loorena intercala a sus propias letras, inspiradas en la tradición celta de sus ancestros, la voz hecha canción de sus poetas: el anónimo (o colectivo) de “Los cisnes bonitos”, Yeats de “El niño robado”, Tennyson de “La dama de Shalott”. La literatura desanda el camino, del papel a la voz, para hablarnos en cifra mágica de conflictos vigentes, aunque sus protagonistas pertenezcan a un mundo perdido.
El califa interroga a su sabio visir acerca del significado de estas cosas, que hasta entonces desconocía. Giaffar disimula su turbación, porque tampoco puede explicarlas. Pero la noche es mágica y es la palabra dulce de Schehrazada (“hija de la ciudad”) la que cubre el vacío momentáneo, para enlazar historias que no están en los tiempos remotos, sino en un futuro que ninguno de ellos vivirá, y que a nosotros se nos antojará pasado. “He sabido, oh rey del tiempo, pero Alah es más sabio…”

LOS CISNES BONITOS (The bonny swans)

Es un arpa la que narra su propia historia. Pero un arpa muy especial: con huesos se ha formado su estructura, con cabellos dorados sus cuerdas, con dedos las clavijas. El instrumento está poseído por el espíritu de una muchacha que un día entre los días paseaba con su hermana mayor por la orilla de un río. Esa hermana, enamorada del pretendiente de la pequeña, la empuja al agua, la ve ahogarse. El cuerpo inerte remonta la corriente, hasta que la hija de un molinero lo confunde con un cisne y lo lleva a la orilla. Un bardo, seducido por su belleza, decide construir el instrumento, que comienza a tocar solo y a narrar su historia trágica. El bardo la lleva a la corte de su rey, donde el arpa canta y acusa a la hermana mayor de asesinato.
“The bonny swans” es una antigua balada inglesa, una “novela negra”, modo literario tan viejo como el hombre. El género se conocía como “murder ballad” y fue registrado por primera vez a principios del siglo XVI. Se narraba, en clave musical y con todo lujo de detalles, la historia de un asesinato, real o fantástico. Se difundió no sólo en Gran Bretaña sino también en Escandinavia y otras zonas del norte de Europa, donde la tradición oral estaba fuertemente arraigada. En este caso, apareció por primera vez en 1656 con el nombre de “El molinero y la hija del rey”, y a partir de ahí se han registrado más de 21 versiones sólo en Inglaterra: “Minnorie”, “The cruel sister”, “The bonny swans” (Los bellos cisnes) y el nombre con el que es más conocida, “The two sisters”. En Escandinavia se han recogido más de 30 variantes, y tan sólo en Suecia, aproximadamente 125.
 Los elementos fantásticos entretejidos en esta "murder ballad" provienen de las enraizadas culturas pre-cristianas de la zona, los estratos celta y vikingo, que han logrado mantenerse hasta nuestros días gracias a la labor cristianizadora del primitivo monacato irlandés: éste se encargó de transcribir por primera vez aquellas antiguas leyendas de su pueblo, adaptando los elementos que consideraban "paganos" a la nueva religión.
La doncella-cisne, por ejemplo, es una figura mitológica muy relevante que ha logrado mantenerse hasta nuestros días. Historias de la mitología celta como "Agnus y Caer" o "Los Hijos de Lir" hablan de este tipo de transformaciones; las célebres walkirias de la mitología nórdica poseían también, entre otros dones, la facultad de transformarse en cisnes. El ejemplo más cercano y actual es Odette, la protagonista del ballet de Tchaikovsky, "El lago de los cisnes". Por otra parte, fueron los cristianos quieren asociaron por primera vez al animal con diversos instrumentos musicales -arpas, flautas y laúdes- . El Bestiario Medieval dice de ellos que "su voz es tan melodiosa que, cuando alguien toca el arpa en su presencia, el cisne se acompasa y se une a ella, cantando juntos a modo de dúo".
El instrumento que toca solo, poseído por algún tipo de fuerza sobrenatural, también es un tema recurrente. Por ejemplo, uno de los cuentos más populares en Alemania, "The Singing Bone", es paralelo a "The Bonny Swans", y se hizo tan famoso que incluso fue recopilado en el siglo XIX por los Hermanos Grimm. De hecho, la versión eslovena de la balada se titula directamente "La flauta hecha con un hueso humano revela un asesinato". En algunas variantes de Noruega y Suecia alguien rompe el instrumento, haciendo que la muchacha muerta resucite. En cualquier caso, la asociación doncella- cisne- arpa es tradicional, en alusión a su belleza, elegancia y delicadeza.

EL NIÑO ROBADO (Stolen child)

La letra es un poema de William Butler Yeats (1865-1939), donde nos trasmite la añoranza de sus años infantiles en Sligo, que le permitían evadirse de la realidad y entrar en lo que los irlandeses todavía siguen llamando “Tir Na Og”, el Otro Mundo.
Yeats vivió entre el mundo real y el paisaje onírico de su Irlanda natal. Una “música extraña” recorre toda su producción literaria como una ráfaga sutil: nacido a las afueras de Dublín, fue criado en el brumoso condado de Sligo, uno de los corazones de la mitología celta pre-cristiana. Era imposible que un joven con la sensibilidad de Yeats no quedara influenciado de por vida por aquellas leyendas de hadas, tragos y duendes. Los campesinos locales los llamaban cariñosamente “la gente pequeña” o “el buen pueblo”, y Yeats los recopiló en multitud de obras como “Fairy and Folk of the Irish Peasantry” (1888), “The Celtic Twilight” (1893), o “The Wanderings of Oisin and other Poems” (1889), al que pertenece este poema.
Sin embargo la historia de estas criaturas luminosas está paradójicamente plagada de sombras. Hay una oscura tradición irlandesa (también muy frecuente en Rusia, Escandinavia, norte de España y muchos países de Centroeuropa) que revela su faceta más sombría: se trata de la historia de "Los Secuestrados" o "Los Robados", conocidos allí como “The Changeling”: asustadas por la lenta extinción de la raza féerica, las hadas ansían la vitalidad y la fecundidad de los mortales, y en su deseo de perpetuar la especie, recurren al secuestro de niños y muchachos humanos, especialmente aquellos que estaban todavía sin bautizar (es decir, sin nombre que lo atara al mundo y sin protección divina sobre sus cabezas). Una antigua nana irlandesa (traducida del gaélico) dice así:

En la cima del Sidh hay blancas hadas 
Que juegan bajo la tierna luz de la luna de primavera.  
Ahí vienen a llamar a mi niño
Con el deseo de seducirle y llevarle a su castillo. 
Ushó, mi niño, ushó querido,
Ushó, mi niño, no te irás con ellas, no. 

La historia mitológica del pueblo féerico es una triste historia de decadencia: cuentan que en un principio, mucho antes de que la Inglaterra victoriana los trasformara en seres diminutos con alas de mariposa, estas criaturas llevaban el orgulloso nombre de Tuatha de Dannan. Más sabios, más bellos y mucho más poderosos que la raza humana, sirvieron de inspiración al escritor J.R.R.Tolkien para la creación de sus célebres elfos de la Tierra Media. Más tarde las invasiones gaélicas los empujaron al reino subterráneo de Sidhe, y paulatinamente ambas razas (humanos y elfos) fueron distanciándose, hasta que estos últimos han quedado convertidos tradicionalmente en lo que son: pequeñas criaturas que pueblan los cuentos infantiles.
Curiosamente las diminutas hadas han heredado de sus antepasados una cualidad que Yeats convertirá en sello distintivo de su producción literaria: la relación estrecha e indisoluble con la naturaleza. Tanto los Tuatha como los Sidhe estuvieron en contacto con divinidades ctónicas, e incluso tenían poder sobre el clima, los animales y la agricultura, con lo que ello implicaba para el hombre primitivo. Los poemas de Yeats recorren por lo tanto praderas, bosques y manantiales saturados de criaturas mágicas, un paisaje idealizado y lleno de simbolismo que el pintor prerrafaelista Madox Ford describió como “territorios de niebla en cuyas claridades brillan, aquí y allá, una joya, una copa verde o una pluma de búho blanco”. La naturaleza es representada como las puertas del mundo féerico, donde todo es felicidad y no hay cabida para el dolor ni las preocupaciones cotidianas.

LA DAMA DE SHALOT (The lady of Shalott)

Es un poema de lord Alfred Tennyson (1809-1892), escritor en la Inglaterra victoriana, en el que se reinterpreta (libremente) una antigua leyenda artúrica, "Ellaine de Astolat", personaje trágico muy valorado por la corriente romántica del siglo XIX, que se suicida por su amor no correspondido al caballero Lanzarote.
  La mujer de "La Dama de Shalott" de Tennyson es un ser casi féerico que vive una existencia solitaria, encerrada en una isla cercana a la corte del rey Arturo, río abajo, en Camelot. Un hechizo la ha condenado a no poder mirar al mundo directamente, ni a tener ningún contacto con él: su única tarea consiste en observar el exterior a través de un espejo mágico, y de tejer en un tapiz todo aquello que ve a través de él. Finalmente se enamora del reflejo de Lanzarote y, aún consciente de la maldición, decide asomarse a la ventana y mirarle, condenándose a muerte. El cuerpo de la Dama es llevado por la corriente del río, tendido en un bote, hasta las puertas de Camelot.
En la que podía ser su última noche, Schehrazada tal vez nos contara así esta historia de un futuro que no conoció:
                  “He llegado a saber, oh rey afortunado…”

      A ambos lados del río se extienden largos campos de cebada y centeno, que arropan la tierra encontrándose con el cielo, y a través de la campiña el camino discurre hacia la amurallada Camelot. Y arriba y abajo la gente pasea, contemplando con atención cómo, allá abajo, los lirios mecidos por el viento rodean la isla de Shalot.
      Los sauces palidecen, tiemblan los álamos, la brisa leve del atardecer tirita sobre las eternas ondas que discurren alrededor de la isla, en el río que fluye hacia Camelot. Cuatro murallas grises y cuatro grandes torreones, desde los que se divisa el campo florecido, y a la isla silenciosa que encierra a la Dama de Shalott.
      Por la orilla, oculta entre los sauces, se deslizan pesadas barcazas arrastradas por lentos caballos, y sin ser saludadas, navegan, con sus inquietas velas de seda, rozando la superficie, hacia Camelot. Pero ¿alguien la vio saludar con la mano? ¿O permanecer de pie junto a la ventana? ¿Hay alguien que conozca, en todo el reino, a la Dama de Shalott?
      Sólo los segadores, segando temprano por entre la cebada madura, escuchan una canción que resuena alegremente y serpentea con claridad río abajo, hacia la amurallada Camelot. Y a la luz de la luna, el cansado segador, apilando gavillas sobre las tormentosas cumbres, al escucharla, susurra: "Es el hada, la Dama de Shalott".
      Allí teje día y noche un tapiz mágico con alegres colores. Ha oído rumores que dicen que una maldición caerá sobre ella si se atreve a mirar hacia Camelot. No sabe el porqué de esa maldición, y por eso teje sin cesar, y no tiene muchos más afanes, la Dama de Shalott.
       Y moviéndose a través de un límpido espejo suspendido ante ella todo el año, sombras del mundo aparecen. Allí puede ver el camino próximo serpenteando hacia Camelot; allí el río se arremolina y gira, y los toscos labriegos y las rojas capas de las vendedoras del mercado, pasan de largo ante Shalott.
       A veces un grupo de alegres damiselas, un abad deambulando con paso silencioso, a veces un joven pastor de cabello rizado o un paje de larga melena vestido en carmesí, caminan hacia la amurallada Shalott. Y a veces, a través del azul de espejo, los caballeros pasan cabalgando en parejas. Ella nunca ha tenido un caballero fiel y leal, la Dama de Shalott.
       Pero ella sigue deleitándose en su tapiz, tejiendo en él las mágicas visiones del espejo. A menudo, en las noches silenciosas un funeral con plumas, luces y música se dirige a Camelot. O cuando la luna está en lo más alto, aparecen dos jóvenes amantes recién casados. "Ya estoy harta de sombras", dijo La Dama de Shalott.
      A un tiro de flecha del alero de su alcoba, él cabalgó entre los haces de centeno, el sol destellaba a través de las hojas y hacía brillar las grebas de bronce del intrépido Sir Lanzarote. En su escudo, un caballero cruzado eternamente arrodillado ante una dama, relucía en los amarillos campos próximos a la aislada Shalott.
      Las enjoyadas riendas brillaban sueltas, semejantes a las constelaciones que vemos suspendidas sobre la dorada galaxia. Las campanillas de su brida repicaban con alegría mientras cabalgaba hacia Camelot. Y de su tahalí blasonado pendía un magnífico cuerno de plata, y mientras cabalgaba, su armadura repicaba junto a la remota Shalott.
      En el cielo azul y despejado brillaba el suntuoso cuero de la silla de montar, el yelmo y la pluma del yelmo ardían juntas como una sola llama mientras cabalgaba hacia Camelot. Y a menudo, en la púrpura noche, bajo el brillo de las estrellas, la cola de algún rutilante cometa sobrevolaba la inmóvil Shalott.
Su amplia frente reflejaba la luz del sol, sobre cascos bruñidos su caballo de guerra avanzaba, bajo el yelmo flotaban sus rizos, negros como el carbón, mientras cabalgaba hacia Camelot. Y desde la ribera y la colina su figura apareció un instante sobre el cristal del espejo, "Tirra Lirra" junto al río cantaba Sir Lanzarote.
      Ella dejó el tapiz, ella dejó el telar, ella dio tres pasos a través de la habitación, ella vio cómo florecían los nenúfares, ella miró el yelmo y la pluma, ella miró hacia Camelot. El tapiz se voló y se expandió ante ella, el espejo se partió de lado a lado. “La maldición ha caído sobre mí”, gritó la Dama de Shalott.
      Los pálidos y amarillentos bosques se encogían, tensos, bajo el tormentoso viento del este, la ancha corriente lamentándose en su ribera, y las bajas nubes lloviendo pesadamente sobre la amurallada Camelot. Ella bajó hasta la orilla, allí encontró un bote dejado a flote bajo un sauce, y alrededor de la proa escribió: La Dama de Shalott.
      Y sobre la superficie del agua turbia y oscura, como audaz vidente en trance, contemplando su terrible desgracia con la mirada vidriosa, se volvió hacia Camelot.
      Y al terminar el día aflojó sus cadenas, y se tendió sobre el bote. La ancha corriente se la llevó muy lejos, la Dama de Shalott.
      Tendida, con el vestido de nívea blancura flotando libremente a su alrededor, las hojas cayendo suavemente sobre ella, a través de los sonidos de la noche, navegó hacia Camelot. Y mientras la barca serpenteaba entre colinas de sauces y sembrados, la oyeron cantar su última canción, la Dama de Shalott.
      Se oyó una melodía llena de congoja, bendita, cantada más alta, cantada más queda, hasta que su sangre se congeló lentamente, y sus ojos, oscurecidos por completo, se volvieron hacia la amurallada Camelot. Para cuando alcanzó, sobre la marea, la primera casa a orillas del río, cantando su canción, ella murió, la Dama de Shalott.
      Bajo torres y balconadas, a través de galerías y jardines amurallados, una brillante figura, flotando en silencio, pálida como la muerte por entre las altas casas, se desliza dentro de Camelot. A los muelles salieron Caballero y Villano, Dama y Señor, y alrededor de la proa leyeron su nombre: La Dama de Shalott.
¿Quién es ésta? ¿Y que hace aquí? Y cerca, en luminoso palacio, se extinguió el sonido alegre de la Corte, y se santiguaron con temor todos los Caballeros en Camelot. Pero Lanzarote meditó durante unos instantes, diciendo: “Qué rostro más hermoso, que Dios la tenga en su gloria a la Dama de Shalott.”.
      Calla Schehrazada,  pronta a seguir tejiendo su tapiz de historias, el que le regalará otros días y otras noches.
       Gran parte de la crítica interpreta que la dama de la leyenda arturiana, condenada a una existencia pasiva de contemplación, a la que se le prohíbe cualquier actividad relacionada con el mundo exterior, es una metáfora de la situación que vivía la mujer del siglo XIX: encerrada entre las cuatro paredes del hogar victoriano, y encadenada por el inamovible papel de respetada madre de familia. Aquella que se atreviera a desafiar estas estrictas reglas de conducta se exponía a la condena, burla e incomprensión de la sociedad.           Según esta interpretación, con "The Lady of Shalott" Tennyson rompe una lanza, en clave medieval, a favor de aquellas pioneras del feminismo en avanzada. Otros consideran que Tennyson quería representar el dilema al que se enfrenta el Artista literato, músico o pintor- frente a sus obras. Cuando vives consagrado a tu propia creación, tienes dos opciones: una, caer en la tentación de dejarse absorber por ella, y permanecer en un mundo irreal e ilusorio, o vivir "con los pies en la tierra".
        La noche se apaga y entierra a los instrumentos en sus ataúdes temporales. Schehrazada promete otro relato a su rey del tiempo, que no es Harum Al-Raschid, sino el cruel Schahriar: el que ha decidido vengar el engaño de su esposa haciendo matar a cada una de las que en adelante comparta una noche con él. La promesa de una historia nueva para la próxima velada, una vez más, prolonga la vida de Schehrazada:   “Nada vale este cuento, comparado con el de la noche venidera, si vivo aún, por merced de Alah y gusto del rey”. Y libera a Schahriar de convertirse en infeliz criminal: “No he de matarla hasta conocer lo que contará mañana”. Las criaturas, tan frágil una como la otra, se envuelven en un abrazo amoroso. La magia de Loorena en los jardines de la Alhambra, la magia del arte, sigue enriqueciendo la vida.

sábado, 12 de abril de 2014

DESNUDOS Por Juan Ramón Jiménez

(Adioses,   Ausencia,   Regreso.)

Nacía, gris, la luna, y Beethoven lloraba,
baja la mano blanca, en el piano de ella...
En la estancia sin luz, ella, mientras tocaba,
morena de luna, era tres veces bella.

Teníamos los dos desangradas las flores
del corazón, y acaso llorábamos sin vernos...
Cada  nota encendía una herida de amores...
-... El dulce piano intentaba comprendernos-.

Por el balcón abierto a brumas estrelladas,
venía un viento triste de mundos invisibles...
Ella me preguntaba de cosas ignoradas
y yo lo respondía de cosas imposibles...

CANTABA EL MOZO Por Francisco A. de Icaza

Cantaba el mozo y decía:
-"El querer es cosa buena,
porque dobla la alegría
y parte entre dos la pena..."
¡Pero nadie le quería!

INVITACIÓN AL HOGAR Por Baldomero Fernández Moreno

Estoy solo en mi casa,
bien lo sabes, y triste como siempre.
Me canso de leer y de escribir
y necesito verte...
Ayer pasaste con tus hermanitas
por mi casa, con tu traje celeste.
Irías a comprar alguna cosa...
Ganas tenía yo de detenerte,
tomarte muy despacio de la mano
y decirte después, muy suavemente:
- Sube las escaleras de mi casa
de una vez para siempre...

Arriba hay fuego en el hogar;
adereza la cena; tiende,
sobre la vieja mesa abandonada,
el lino familiar de los manteles,
y cenemos...
La noche está muy fría, corre un viento inclemente,
sube las escaleras de mi casa
y quédate conmigo, para siempre...

Y quédate conmigo, simplemente,
compañeros desde hoy en la jornada.
Llegó la hora de formar el nido,
voy a buscar las plumas y las pajas...
Tendremos un hogar dulce y sereno,
con flores en el patio y las ventanas;
bien cerrado a los ruidos de la calle
para que no interrumpan nuestras almas...
Tendrás un cuarto para tus labores,
¡oh, la tijera y el dedal de plata!
Tendré un cuartito para mi costumbre,
inofensiva, de hilvanar palabras...

Y así, al atardecer, cuando te encuentre,
sobre un bordado la cabeza baja,
me llegaré hasta ti sin hacer ruido,
me sentaré a tus plantas,
te leeré mis versos, bien seguro
de arrancarte una lágrima,
y tal vez jueguen con mi cabellera
tus bondadosas manecitas blancas.

En tanto pone el sol sus luces últimas
en tu tijera y tu dedal de plata.

sábado, 5 de abril de 2014

La antigua ignorancia Por Guillermo Jaim Etcheverry

"Donde él hace una broma, hay algún problema oculto", dijo Goethe a propósito de Georg Christoph Lichtenberg, profesor alemán de ciencias naturales del siglo XVIII. Lo confirma uno de sus famosos aforismos: "Hoy se habla permanentemente del saber. Posiblemente, un día nos veremos impulsados a crear universidades para recuperar la antigua ignorancia". Es un pensamiento provocativo, que no ha perdido actualidad. Aunque hablamos del saber, aunque proclamamos vivir en la sociedad del conocimiento, al que proponemos como un valor fundamental, dejamos a nuestros niños y jóvenes en una ignorancia absoluta de las claves del mundo, desprovistos de las herramientas esenciales para develarlas.
Los escritores ayudan a meditar acerca de la profundidad de estos problemas. Afirmaba no hace mucho el español Antonio Gala: "Si no sé consigue formar a nuestros herederos, en todos los niveles y a todos los efectos, cualquier ley que se promulgue será mala: lo sucedido hasta hoy... Si un muchacho no sabe nada de Goya, una tecla apretada se lo mostrará; pero, ¿y si no siente la menor necesidad de oprimir esa tecla? Sin la educación, todo lo demás sobra. Porque lo otro es aire: mal orientado y triste".
En relación con esta cuestión, el pensador estadounidense Christopher Lasch dijo: "La educación de masas, que se propuso democratizar la cultura, antiguamente reservada a las clases privilegiadas, ha terminado por embrutecer a esos mismos privilegiados.
"La sociedad moderna que ha logrado crear un nivel sin precedentes de educación formal, ha producido también nuevos modos de ignorancia. Cada día le resulta a la gente más difícil manejar su lengua con soltura y precisión, recordar hechos fundamentales de la historia de su país, hacer deducciones lógicas, comprender textos escritos cuando superan el nivel rudimentario."
Ese es el grave fenómeno que estamos observando hoy como resultado de negar a nuestros jóvenes el acceso a la herencia cultural del hombre. Detrás de las ideas atractivas que tan fácilmente nos colonizan -la modernidad, el cambio, la globalización, las nuevas competencias- estamos dejando de transmitir lo esencial, lo central, lo que resultó, resulta y resultará fundamental: esas herramientas intelectuales que permiten interpretar una realidad compleja.
Insistimos en las competencias, en el hacer, pero poco nos ocupamos hoy del saber reflejando nuestra concepción utilitaria de la vida y de la educación  a la que imaginamos sólo como capacitación laboral.
Olvidamos que educar es, sobre todo, formar personas que perciban los límites de sus capacidades, que son los que muestra la educación.
En estos tiempos se requiere con frecuencia su visión del futuro a quienes estudian la sociedad del conocimiento y de la información.
A uno de ellos, el español Manuel Castells que trabaja en los Estados Unidos y que ha escrito un voluminoso tratado que es hoy referencia obligada sobre La sociedad de la información, le preguntaron hace poco: " ¿Qué tipo de individuo necesitamos?", a lo que Castells respondió: "Quien quiera vivir bien tendrá que reunir dos condiciones: un alto nivel de educación y una gran adaptabilidad personal. Una educación no tanto técnica como general, que es la que se puede reprogramar, y que se basa, mira por dónde, en la capacidad de combinación simbólica: filosofía, matemática, historia y geografía, lengua y literatura, es decir, lo tradicional. Deberán aprender que las computadoras cambian..."
No conforme, insiste el periodista: "¿Y cómo debo educar yo a mi hijo de 5 años para ese mundo de cuando tenga 25?" Responde Castells: "Enséñele lo clásico: lengua, literatura, geografía, historia y matemática. Que sepa aprender, pensar, lo demás lo encontrará si sabe qué quiere y para qué".
Estas últimas palabras encierran el sentido último de la educación, su verdadero propósito: enseñar a las nuevas generaciones qué querer y para qué quererlo. La antigua ignorancia: mostrar el amplio repertorio de lo valioso y lo significativo.

Artículo publicado en la revista “La Nación”