“Marco Polo” o “Santiago” nos envuelven en la atmósfera de “Las mil noches y una noche”, como si en uno de esos lapsus de tedio el califa Harum Al-Raschid nos concediera el privilegio de recostarnos por una vez en sus mullidos almohadones, bajo la mirada inteligente de su visir Giaffar Al-Barmaki, pero también cercanos a la perspicaz vigilancia del portaalfanje Massur, siempre dispuesto a desempeñar su sangriento oficio, de sumarísima eficiencia.
En estos dos temas no hay palabras: hablan el violín, el arpa, el laúd, la cítara, hablan los chorros de las fuentes iliuminadas que estallan en el aire en miríadas de perlas, de vida.
Loorena intercala a sus propias letras, inspiradas en la tradición celta de sus ancestros, la voz hecha canción de sus poetas: el anónimo (o colectivo) de “Los cisnes bonitos”, Yeats de “El niño robado”, Tennyson de “La dama de Shalott”. La literatura desanda el camino, del papel a la voz, para hablarnos en cifra mágica de conflictos vigentes, aunque sus protagonistas pertenezcan a un mundo perdido.
El califa interroga a su sabio visir acerca del significado de estas cosas, que hasta entonces desconocía. Giaffar disimula su turbación, porque tampoco puede explicarlas. Pero la noche es mágica y es la palabra dulce de Schehrazada (“hija de la ciudad”) la que cubre el vacío momentáneo, para enlazar historias que no están en los tiempos remotos, sino en un futuro que ninguno de ellos vivirá, y que a nosotros se nos antojará pasado. “He sabido, oh rey del tiempo, pero Alah es más sabio…”
LOS CISNES BONITOS (The bonny swans)
Es un arpa la que narra su propia historia. Pero un arpa muy especial: con huesos se ha formado su estructura, con cabellos dorados sus cuerdas, con dedos las clavijas. El instrumento está poseído por el espíritu de una muchacha que un día entre los días paseaba con su hermana mayor por la orilla de un río. Esa hermana, enamorada del pretendiente de la pequeña, la empuja al agua, la ve ahogarse. El cuerpo inerte remonta la corriente, hasta que la hija de un molinero lo confunde con un cisne y lo lleva a la orilla. Un bardo, seducido por su belleza, decide construir el instrumento, que comienza a tocar solo y a narrar su historia trágica. El bardo la lleva a la corte de su rey, donde el arpa canta y acusa a la hermana mayor de asesinato.
“The bonny swans” es una antigua balada inglesa, una “novela negra”, modo literario tan viejo como el hombre. El género se conocía como “murder ballad” y fue registrado por primera vez a principios del siglo XVI. Se narraba, en clave musical y con todo lujo de detalles, la historia de un asesinato, real o fantástico. Se difundió no sólo en Gran Bretaña sino también en Escandinavia y otras zonas del norte de Europa, donde la tradición oral estaba fuertemente arraigada. En este caso, apareció por primera vez en 1656 con el nombre de “El molinero y la hija del rey”, y a partir de ahí se han registrado más de 21 versiones sólo en Inglaterra: “Minnorie”, “The cruel sister”, “The bonny swans” (Los bellos cisnes) y el nombre con el que es más conocida, “The two sisters”. En Escandinavia se han recogido más de 30 variantes, y tan sólo en Suecia, aproximadamente 125.
Los elementos fantásticos entretejidos en esta "murder ballad" provienen de las enraizadas culturas pre-cristianas de la zona, los estratos celta y vikingo, que han logrado mantenerse hasta nuestros días gracias a la labor cristianizadora del primitivo monacato irlandés: éste se encargó de transcribir por primera vez aquellas antiguas leyendas de su pueblo, adaptando los elementos que consideraban "paganos" a la nueva religión.
La doncella-cisne, por ejemplo, es una figura mitológica muy relevante que ha logrado mantenerse hasta nuestros días. Historias de la mitología celta como "Agnus y Caer" o "Los Hijos de Lir" hablan de este tipo de transformaciones; las célebres walkirias de la mitología nórdica poseían también, entre otros dones, la facultad de transformarse en cisnes. El ejemplo más cercano y actual es Odette, la protagonista del ballet de Tchaikovsky, "El lago de los cisnes". Por otra parte, fueron los cristianos quieren asociaron por primera vez al animal con diversos instrumentos musicales -arpas, flautas y laúdes- . El Bestiario Medieval dice de ellos que "su voz es tan melodiosa que, cuando alguien toca el arpa en su presencia, el cisne se acompasa y se une a ella, cantando juntos a modo de dúo".
El instrumento que toca solo, poseído por algún tipo de fuerza sobrenatural, también es un tema recurrente. Por ejemplo, uno de los cuentos más populares en Alemania, "The Singing Bone", es paralelo a "The Bonny Swans", y se hizo tan famoso que incluso fue recopilado en el siglo XIX por los Hermanos Grimm. De hecho, la versión eslovena de la balada se titula directamente "La flauta hecha con un hueso humano revela un asesinato". En algunas variantes de Noruega y Suecia alguien rompe el instrumento, haciendo que la muchacha muerta resucite. En cualquier caso, la asociación doncella- cisne- arpa es tradicional, en alusión a su belleza, elegancia y delicadeza.
EL NIÑO ROBADO (Stolen child)
Yeats vivió entre el mundo real y el paisaje onírico de su Irlanda natal. Una “música extraña” recorre toda su producción literaria como una ráfaga sutil: nacido a las afueras de Dublín, fue criado en el brumoso condado de Sligo, uno de los corazones de la mitología celta pre-cristiana. Era imposible que un joven con la sensibilidad de Yeats no quedara influenciado de por vida por aquellas leyendas de hadas, tragos y duendes. Los campesinos locales los llamaban cariñosamente “la gente pequeña” o “el buen pueblo”, y Yeats los recopiló en multitud de obras como “Fairy and Folk of the Irish Peasantry” (1888), “The Celtic Twilight” (1893), o “The Wanderings of Oisin and other Poems” (1889), al que pertenece este poema.
Sin embargo la historia de estas criaturas luminosas está paradójicamente plagada de sombras. Hay una oscura tradición irlandesa (también muy frecuente en Rusia, Escandinavia, norte de España y muchos países de Centroeuropa) que revela su faceta más sombría: se trata de la historia de "Los Secuestrados" o "Los Robados", conocidos allí como “The Changeling”: asustadas por la lenta extinción de la raza féerica, las hadas ansían la vitalidad y la fecundidad de los mortales, y en su deseo de perpetuar la especie, recurren al secuestro de niños y muchachos humanos, especialmente aquellos que estaban todavía sin bautizar (es decir, sin nombre que lo atara al mundo y sin protección divina sobre sus cabezas). Una antigua nana irlandesa (traducida del gaélico) dice así:
En la cima del Sidh hay blancas hadas
Que juegan bajo la tierna luz de la luna de primavera.
Ahí vienen a llamar a mi niño
Con el deseo de seducirle y llevarle a su castillo.
Ushó, mi niño, ushó querido,
Ushó, mi niño, no te irás con ellas, no.
La historia mitológica del pueblo féerico es una triste historia de decadencia: cuentan que en un principio, mucho antes de que la Inglaterra victoriana los trasformara en seres diminutos con alas de mariposa, estas criaturas llevaban el orgulloso nombre de Tuatha de Dannan. Más sabios, más bellos y mucho más poderosos que la raza humana, sirvieron de inspiración al escritor J.R.R.Tolkien para la creación de sus célebres elfos de la Tierra Media. Más tarde las invasiones gaélicas los empujaron al reino subterráneo de Sidhe, y paulatinamente ambas razas (humanos y elfos) fueron distanciándose, hasta que estos últimos han quedado convertidos tradicionalmente en lo que son: pequeñas criaturas que pueblan los cuentos infantiles.
Curiosamente las diminutas hadas han heredado de sus antepasados una cualidad que Yeats convertirá en sello distintivo de su producción literaria: la relación estrecha e indisoluble con la naturaleza. Tanto los Tuatha como los Sidhe estuvieron en contacto con divinidades ctónicas, e incluso tenían poder sobre el clima, los animales y la agricultura, con lo que ello implicaba para el hombre primitivo. Los poemas de Yeats recorren por lo tanto praderas, bosques y manantiales saturados de criaturas mágicas, un paisaje idealizado y lleno de simbolismo que el pintor prerrafaelista Madox Ford describió como “territorios de niebla en cuyas claridades brillan, aquí y allá, una joya, una copa verde o una pluma de búho blanco”. La naturaleza es representada como las puertas del mundo féerico, donde todo es felicidad y no hay cabida para el dolor ni las preocupaciones cotidianas.
LA DAMA DE SHALOT (The lady of Shalott)
Es un poema de lord Alfred Tennyson (1809-1892), escritor en la Inglaterra victoriana, en el que se reinterpreta (libremente) una antigua leyenda artúrica, "Ellaine de Astolat", personaje trágico muy valorado por la corriente romántica del siglo XIX, que se suicida por su amor no correspondido al caballero Lanzarote.
La mujer de "La Dama de Shalott" de Tennyson es un ser casi féerico que vive una existencia solitaria, encerrada en una isla cercana a la corte del rey Arturo, río abajo, en Camelot. Un hechizo la ha condenado a no poder mirar al mundo directamente, ni a tener ningún contacto con él: su única tarea consiste en observar el exterior a través de un espejo mágico, y de tejer en un tapiz todo aquello que ve a través de él. Finalmente se enamora del reflejo de Lanzarote y, aún consciente de la maldición, decide asomarse a la ventana y mirarle, condenándose a muerte. El cuerpo de la Dama es llevado por la corriente del río, tendido en un bote, hasta las puertas de Camelot.
En la que podía ser su última noche, Schehrazada tal vez nos contara así esta historia de un futuro que no conoció:
“He llegado a saber, oh rey afortunado…”
A ambos lados del río se extienden largos campos de cebada y centeno, que arropan la tierra encontrándose con el cielo, y a través de la campiña el camino discurre hacia la amurallada Camelot. Y arriba y abajo la gente pasea, contemplando con atención cómo, allá abajo, los lirios mecidos por el viento rodean la isla de Shalot.
Los sauces palidecen, tiemblan los álamos, la brisa leve del atardecer tirita sobre las eternas ondas que discurren alrededor de la isla, en el río que fluye hacia Camelot. Cuatro murallas grises y cuatro grandes torreones, desde los que se divisa el campo florecido, y a la isla silenciosa que encierra a la Dama de Shalott.
Por la orilla, oculta entre los sauces, se deslizan pesadas barcazas arrastradas por lentos caballos, y sin ser saludadas, navegan, con sus inquietas velas de seda, rozando la superficie, hacia Camelot. Pero ¿alguien la vio saludar con la mano? ¿O permanecer de pie junto a la ventana? ¿Hay alguien que conozca, en todo el reino, a la Dama de Shalott?
Sólo los segadores, segando temprano por entre la cebada madura, escuchan una canción que resuena alegremente y serpentea con claridad río abajo, hacia la amurallada Camelot. Y a la luz de la luna, el cansado segador, apilando gavillas sobre las tormentosas cumbres, al escucharla, susurra: "Es el hada, la Dama de Shalott".
Allí teje día y noche un tapiz mágico con alegres colores. Ha oído rumores que dicen que una maldición caerá sobre ella si se atreve a mirar hacia Camelot. No sabe el porqué de esa maldición, y por eso teje sin cesar, y no tiene muchos más afanes, la Dama de Shalott.
Y moviéndose a través de un límpido espejo suspendido ante ella todo el año, sombras del mundo aparecen. Allí puede ver el camino próximo serpenteando hacia Camelot; allí el río se arremolina y gira, y los toscos labriegos y las rojas capas de las vendedoras del mercado, pasan de largo ante Shalott.
A veces un grupo de alegres damiselas, un abad deambulando con paso silencioso, a veces un joven pastor de cabello rizado o un paje de larga melena vestido en carmesí, caminan hacia la amurallada Shalott. Y a veces, a través del azul de espejo, los caballeros pasan cabalgando en parejas. Ella nunca ha tenido un caballero fiel y leal, la Dama de Shalott.
Pero ella sigue deleitándose en su tapiz, tejiendo en él las mágicas visiones del espejo. A menudo, en las noches silenciosas un funeral con plumas, luces y música se dirige a Camelot. O cuando la luna está en lo más alto, aparecen dos jóvenes amantes recién casados. "Ya estoy harta de sombras", dijo La Dama de Shalott.
A un tiro de flecha del alero de su alcoba, él cabalgó entre los haces de centeno, el sol destellaba a través de las hojas y hacía brillar las grebas de bronce del intrépido Sir Lanzarote. En su escudo, un caballero cruzado eternamente arrodillado ante una dama, relucía en los amarillos campos próximos a la aislada Shalott.
Las enjoyadas riendas brillaban sueltas, semejantes a las constelaciones que vemos suspendidas sobre la dorada galaxia. Las campanillas de su brida repicaban con alegría mientras cabalgaba hacia Camelot. Y de su tahalí blasonado pendía un magnífico cuerno de plata, y mientras cabalgaba, su armadura repicaba junto a la remota Shalott.
En el cielo azul y despejado brillaba el suntuoso cuero de la silla de montar, el yelmo y la pluma del yelmo ardían juntas como una sola llama mientras cabalgaba hacia Camelot. Y a menudo, en la púrpura noche, bajo el brillo de las estrellas, la cola de algún rutilante cometa sobrevolaba la inmóvil Shalott.
Su amplia frente reflejaba la luz del sol, sobre cascos bruñidos su caballo de guerra avanzaba, bajo el yelmo flotaban sus rizos, negros como el carbón, mientras cabalgaba hacia Camelot. Y desde la ribera y la colina su figura apareció un instante sobre el cristal del espejo, "Tirra Lirra" junto al río cantaba Sir Lanzarote.
Ella dejó el tapiz, ella dejó el telar, ella dio tres pasos a través de la habitación, ella vio cómo florecían los nenúfares, ella miró el yelmo y la pluma, ella miró hacia Camelot. El tapiz se voló y se expandió ante ella, el espejo se partió de lado a lado. “La maldición ha caído sobre mí”, gritó la Dama de Shalott.
Los pálidos y amarillentos bosques se encogían, tensos, bajo el tormentoso viento del este, la ancha corriente lamentándose en su ribera, y las bajas nubes lloviendo pesadamente sobre la amurallada Camelot. Ella bajó hasta la orilla, allí encontró un bote dejado a flote bajo un sauce, y alrededor de la proa escribió: La Dama de Shalott.
Y sobre la superficie del agua turbia y oscura, como audaz vidente en trance, contemplando su terrible desgracia con la mirada vidriosa, se volvió hacia Camelot.
Y al terminar el día aflojó sus cadenas, y se tendió sobre el bote. La ancha corriente se la llevó muy lejos, la Dama de Shalott.
Tendida, con el vestido de nívea blancura flotando libremente a su alrededor, las hojas cayendo suavemente sobre ella, a través de los sonidos de la noche, navegó hacia Camelot. Y mientras la barca serpenteaba entre colinas de sauces y sembrados, la oyeron cantar su última canción, la Dama de Shalott.
Se oyó una melodía llena de congoja, bendita, cantada más alta, cantada más queda, hasta que su sangre se congeló lentamente, y sus ojos, oscurecidos por completo, se volvieron hacia la amurallada Camelot. Para cuando alcanzó, sobre la marea, la primera casa a orillas del río, cantando su canción, ella murió, la Dama de Shalott.
Bajo torres y balconadas, a través de galerías y jardines amurallados, una brillante figura, flotando en silencio, pálida como la muerte por entre las altas casas, se desliza dentro de Camelot. A los muelles salieron Caballero y Villano, Dama y Señor, y alrededor de la proa leyeron su nombre: La Dama de Shalott.
¿Quién es ésta? ¿Y que hace aquí? Y cerca, en luminoso palacio, se extinguió el sonido alegre de la Corte, y se santiguaron con temor todos los Caballeros en Camelot. Pero Lanzarote meditó durante unos instantes, diciendo: “Qué rostro más hermoso, que Dios la tenga en su gloria a la Dama de Shalott.”.
Calla Schehrazada, pronta a seguir tejiendo su tapiz de historias, el que le regalará otros días y otras noches.
Gran parte de la crítica interpreta que la dama de la leyenda arturiana, condenada a una existencia pasiva de contemplación, a la que se le prohíbe cualquier actividad relacionada con el mundo exterior, es una metáfora de la situación que vivía la mujer del siglo XIX: encerrada entre las cuatro paredes del hogar victoriano, y encadenada por el inamovible papel de respetada madre de familia. Aquella que se atreviera a desafiar estas estrictas reglas de conducta se exponía a la condena, burla e incomprensión de la sociedad. Según esta interpretación, con "The Lady of Shalott" Tennyson rompe una lanza, en clave medieval, a favor de aquellas pioneras del feminismo en avanzada. Otros consideran que Tennyson quería representar el dilema al que se enfrenta el Artista literato, músico o pintor- frente a sus obras. Cuando vives consagrado a tu propia creación, tienes dos opciones: una, caer en la tentación de dejarse absorber por ella, y permanecer en un mundo irreal e ilusorio, o vivir "con los pies en la tierra".
La noche se apaga y entierra a los instrumentos en sus ataúdes temporales. Schehrazada promete otro relato a su rey del tiempo, que no es Harum Al-Raschid, sino el cruel Schahriar: el que ha decidido vengar el engaño de su esposa haciendo matar a cada una de las que en adelante comparta una noche con él. La promesa de una historia nueva para la próxima velada, una vez más, prolonga la vida de Schehrazada: “Nada vale este cuento, comparado con el de la noche venidera, si vivo aún, por merced de Alah y gusto del rey”. Y libera a Schahriar de convertirse en infeliz criminal: “No he de matarla hasta conocer lo que contará mañana”. Las criaturas, tan frágil una como la otra, se envuelven en un abrazo amoroso. La magia de Loorena en los jardines de la Alhambra, la magia del arte, sigue enriqueciendo la vida.
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