sábado, 3 de enero de 2015

La luna con gatillo - De “Los caprichos de Juancito caminador” - Por Raúl González Tuñón

Es preciso que nos entendamos.
Yo hablo de algo seguro,
y de algo posible.

Seguro es que todos coman
y vivan dignamente.
Y es posible saber algún día
muchas cosas que hoy ignoramos.

Entonces, es necesario que esto cambie.

El carpintero ha hecho esta mesa,
verdaderamente perfecta,
donde se inclina la niña dorada
y el celeste padre rezonga.
Un ebanista,
un albañil,
un herrero,
un zapatero,
también saben lo suyo.

El minero baja a la mina,
al fondo de la estrella muerta,
el campesino siembra, y siega,
la estrella ya resucitada.
Todo sería maravilloso
si cada cual viviera dignamente.

Un poema no es una mesa,
ni un pan,
ni un muro,
ni una silla,
ni una bota.
Un poema es un poema,
y ya está todo dicho.

Con un pan,
con una mesa,
con un muro,
con una silla,
no se puede cambiar el mundo.

Con una carabina,
con un libro,
eso es posible.
¿Comprendéis por qué
el poeta y el soldado
pueden ser una misma cosa?

He marchado detrás de los obreros lúcidos
y no me arrepiento.
Ellos saben lo que quieren
y yo quiero lo que ellos quieren:
la Libertad, bien entendida.

El poeta es siempre poeta, pero es bueno que el poeta comprenda,
de una manera alegre y terrible,
cuánto mejor sería para todos
que esto cambiara.

Yo les seguí
y ellos me siguieron.
¡Ahí está la cosa!

Cuando haya que lanzar la pólvora
el hombre lanzará la pólvora.
Cuando haya que lanzar el libro
el hombre lanzará el libro.

De la unión de la pólvora y el libro
puede brotar la rosa más pura.

Digo al pequeño cura
y al ateo de rebotica,
y al ensayista,
al neutral,
al solemne
y al frívolo,
al notario y a la corista,
al buen enterrador,
al silencioso vecino del tercero,
a mi amiga que toca el acordeón:
-Mirad la mosca aplastada
bajo la campana de vidrio.

No quiero ser la mosca aplastada.
Tampoco tengo nada que ver con una mosca.
No quiero ser abeja,
no quiero ser hormiga,
no quiero ser únicamente cigarra,
tampoco tengo nada que ver con el mono.
Yo soy un hombre o quiero ser un verdadero hombre,
y no quiero ser, no, jamás,
una mosca aplastada bajo la campana de vidrio.

Ni colmena, ni hormiguero.
No comparéis a los hombres
nada más que con los hombres.

Dadle al hombre todo lo que necesita.
Las pesas para pesar,
las medidas para medir,
el pan ganado altivamente,
la rosa del aire,
el dolor auténtico,
la alegría sin una mancha.

Tengo derecho al vino,
al aceite, al Museo,
a la Enciclopedia Británica,
a un lugar en el ómnibus,
a un parque abandonado,
a un muelle, a una azucena,
a salir, a quedarme,
a bailar sobre la piel del Ultimo Hombre Antiguo,
con mi esqueleto nuevo,
cubierto por una piel nueva,
de hombre flamante.

No puedo cruzarme de brazos
o interrogar ahora al vacío.
Me rodean la indignidad                      
y el desprecio,                                  

me amenazan,
la cárcel y el hambre.
No me dejaré sobornar.

No, no se puede ser libre, enteramente,
ni estrictamente digno ahora,
cuando el chacal está a la puerta,
esperando,
que nuestra carne caiga, podrida.

Subiré al cielo,
le pondré gatillo a la luna
y desde arriba fusilaré al mundo,
suavemente,
para que esto cambie de una vez.

LOS OJOS DEL NIÑO - Por Juan Parrotti

Hace de esto algún tiempo, el doctor Florencio Escardó me dijo: los únicos que no tienen delegados que los defiendan son los niños; todo el mundo se agremia entonces tiene quien los proteja. A los niños, solamente les quedan los adultos de buen corazón, que no son tantos.

Con el discurrir del tiempo, han aparecido muchas organizaciones que, bien o mal, con tendencia a esto último, defienden a los niños, también a las mujeres. Estas últimas han conseguido defensores en profusión: mujeres maltratadas, mujeres desdeñadas, mujeres engañadas, todas son defendidas y los medios de difusión les dedican costosos espacios.
Y eso es justo, nadie tiene derecho a maltratar a nadie, sea su mujer, su hijo o cualquier persona sin parentesco alguno. Para ellos la justicia y la cárcel, si se los encuentra culpables, las disculpas y el sobreseimiento, si son inocentes.
Lo que uno sigue esperando es un poco de igualdad, o mejor aún, que esta justiciera actitud se haga extensiva a los hombres maltratados, por sus jefes, por los empresarios del transporte de pasajeros que lo obligan a soportar largas esperas. ¿Qué derecho, me pregunto como ciudadano, tienen de obstruir la llegada de uno al hogar?
¿Es constitucional hacer eso? No, no lo es. Y cuál es la razón entonces de que se lo haga con irritante frecuencia, frecuencia tan irritante como la impunidad de que gozan?
En el lugar en que trabaja es una tarjeta, en el ómnibus, un pasajero, en la casa de comercio donde entra para comprar algo, es un cliente y así hasta el infinito. Solamente en su casa es un señor; pobre, miserable, vuelve a ser un hombre, vale decir que empieza a recobrar su identidad.
Y esa identidad se muestra en su verdadera plenitud y esplendor; cuando los ojos límpidos y asombrados de su pequeño hijo, lo miran y en esa mirada se mezclan los interrogantes y también la admiración.
Es el momento en que uno empieza a movilizar viejas imágenes que ya estaban integradas a los bellos paisajes de su alma; quizá ha retrocedido cuarenta años o más y se ha visto niño, mirándose a los ojos de su padre, con parecido asombro.
Pero las imágenes se han liberado y ahora corretean pasando fugazmente por las retinas. Y uno sigue siendo un niño, un niño afiebrado y mira para encontrarse con los ojos preocupados de su padre, que, ansioso, espera que la enfermedad ceda, que, como dijo el doctor, no es nada grave y que pronto el niño estará jugando, pero es que ese pronto no llega con la rapidez que él quisiera que lo hiciera, por eso su rostro es todo preocupación.
Las imágenes siguen pasando fugazmente y ahora uno es un adolescente lleno de dudas que necesita tomar coraje para contárselas al padre que escuchará y sonriente, con una palmada en la espalda o una caricia, le hará ver que lo que le ocurre no es tan grave, con palabras suaves y sensatas, primero, sonriendo mientras habla, después, lo irá convenciendo que muchas cosas como esas le ocurrirán en la vida y que lo realmente grave, sería que no le ocurrieran y esa noche, usted recuerda que tuvo un sueño sereno, sin fantasmas, sin preocupaciones.
Todo este recorrido hasta el pasado puede realizar Ud., mientras algunos señores resuelven si Ud. llegará o no a su casa, para encontrarse con la mirada llena de misterio de su hijo, el menor.