La inercia frente a la vida es cobardía. Un hombre incapaz de acción es una sombra que se escurre en el anónimo de su raza. Para ser chispa que enciende, reja que ara, fuego que templa, vendaval que arrasa, debemos con firmeza llevar el gesto hasta donde vuele nuestra intención.
No basta en la vida pensar un ideal: hay que aplicar todo el esfuerzo a su realización. Cada ser humano elabora su propio destino; miserable es el que malbarata su dignidad, esclavo el que se forja la cadena, ignorante el que desprecia la cultura, suicida el que vierte la cicuta en su propia copa. No debemos maldecir la fatalidad para justificar nuestra pereza; antes debiéramos preguntarnos en secreta intimidad: ¿volcamos en cuanto hicimos toda nuestra energía? ¿Pensamos bien nuestras acciones, primero, y pusimos después en hacerlas la intensidad necesaria?
La energía no es fuerza bruta: es pensamiento convertido en fuerza inteligente.
El que se agita sin pensar lo que hace, no es un energeta; ni lo es el que reflexiona sin ejecutar lo que concibe. Deben ir juntos el pensamiento y la acción, como brújula que guía y hélice que empuja, para ser eficaces. Ahonde más el arado el labriego para que la mies sea proficua; haga más hijos la madre para enjardinarse el hogar, ponga el poeta más ternura para invitar corazones; repique más fuerte en el yunque el herrero que quiera vencer al metal. El primer mandamiento de la ley humana es aprender a pensar: el segundo es hacer todo lo que se ha pensado. Aprendiendo a pensar se evita el desperdicio de la propia energía: el fracaso es simple ignorancia de las causas que lo determinan. Para hacer bien las cosas, hay que pensarlas certeramente, no las hacen bien los que las piensan mal, equivocándose en la valuación de sus fuerzas; como un niño que, errando el cálculo de la distancia, diera en tirar guijarros contra el sol que asoma en el horizonte.
Nunca se equivoca el que ha aprendido a medir las cosas a que aplica su energía;
se arredra jamás el que ha educado su propia eficacia mediante el esfuerzo asiduo y sistemático. La confianza en sí mismo es una elevación de la propia temperatura moral; llegando al rojo vivo se convierte en fe, que hace desbordar la voluntad con pujanza de avalancha. Así ocurre con los genios: cumplen todo ideal que piensan, sin detenerse ante la incomprensión de los demás, sin perder tiempo en discutirlo con los que no lo han pensado. Los hombres sin energía no dejan cosa alguna de provecho, dudan y temen equivocarse, porque no han sabido pensar. Y nunca adquieren esa confianza en sí mismos y esa fe en los resultados que permiten ejecutar empresas grandes. La apatía del indolente y el fracaso de los agotados se incuban en la ignorancia y en la rutina; la eficacia de la energía finca en la cultura y en los ideales.
La incapacidad de prever y de soñar es el obstáculo que obstruye la expansión de nuestra personalidad. Educando la energía, enseñando a admirarla, se plasmarán los destinos de las naciones de América. Ninguna, gran raza fue engendrada por paralíticos y obtusos: no pueden marchar lejos los tullidos, ni contemplar los ciegos mi luminoso amanecer.
¡Bienvenidos! Este blog de literatura está abierto a todo tipo de lectores. Quienes lo hacemos no tenemos otra motivación que el de compartir la lectura de las obras de escritores de todos los tiempos, así como también las de aquellos que se inician y también merecen difusión.
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sábado, 23 de septiembre de 2017
sábado, 2 de septiembre de 2017
Pensamientos de Pascal (selección)
213
Entre nosotros, y el infierno o el cielo, sólo está la vida, que es la cosa más frágil del mundo.
426
Puesto que la verdadera naturaleza está perdida, todo se torna su naturaleza; del mismo modo, puesto que el verdadero bien está perdido, todo se torna su verdadero bien.
438
¿Si el hombre no está hecho para Dios, por qué sólo es feliz en Dios? ¿Si el hombre está hecho para Dios, porqué es tan contrario a Dios?
439
Naturaleza corrompida. - El hombre no obra por razón, la cual constituye su ser .
442
La verdadera naturaleza del hombre, su verdadero bien, y la verdadera virtud y la verdadera religión, son cosas cuyo conocimiento es inseparable.
456
¡Qué desarreglo del juicio, por el cual no hay nadie que no se sitúe por encima de todos los demás, y que no prefiera su propio bien a y la duración de su dicha y de su vida, a la
de todos los demás!
209
¿Eres menos esclavo, por más que tu dueño te ame y te halague? Tu suerte es grande, esclavo. Tu dueño te halaga; pronto te castigará.
462
La mayor parte de los hombres sitúa el bien en la fortuna y en los bienes de afuera, o por lo menos en la diversión. Los filósofos han mostrado la
vanidad de todo eso, y lo han colocado donde han podido.
469
Siento que puedo no haber sido, pues el yo consiste en mi pensamiento; por lo tanto, yo que pienso no habría sido si mi madre hubiera sido muerta antes que yo hubiese sido
animado; por lo tanto, yo no soy un ser necesario. Tampoco soy eterno ni infinito; pero me doy perfecta cuenta de que hay en la naturaleza un ser necesario, eterno e infinito.
472
La voluntad propia a nunca estará satisfecha, aun cuando tuviere poder de todo lo que quiere; pero estamos satisfechos desde el momento en que a ella renunciamos. Sin ella, no podemos estar descontentos; por ella, no podemos estar contentos.
198
La sensibilidad del hombre por las pequeñas cosas y la insensibilidad por las grandes cosas: señal de una extraña inversión
249
El supersticioso pone su esperanza en las formalidades,
pero el soberbio no quiere someterse a ellas.
253
Dos excesos: excluir la razón, no admitir más que la razón.
253
Dos excesos: excluir la razón, no admitir más que la razón.
257
Sólo hay tres clases de personas: los que sirven a Dios, habiéndolo encontrado; los que se afanan buscándolo, porque no lo han encontrado; los que viven sin buscarlo ni haberlo encontrado. Los primeros son razonables y felices, los últimos son locos y desdichados, los del medio son desdichados y razonables.
261
Quienes no aman la verdad toman el pretexto de la disputa, de la multitud de los que la niegan. Y por ello su error sólo proviene del hecho de que no aman la verdad o la caridad; y por ello no se han excusado de esto.
267
El último paso de la razón es reconocer que hay una infinidad de cosas que la superan; ella no es más que debilidad, si no alcanza a conocer esto..
265
La fe dice en verdad lo que los sentidos no dicen, pero no lo contrario de lo que ellos ven. Ella está por encima, y no en contra.
269
Sumisión y uso de la razón; en esto consiste el verdadero cristianismo.
273
Si todo se somete a la razón, nuestra religión no tendrá nada de misterioso o de sobrenatural. Si se conculcan los principios de la razón, nuestra religión será absurda y ridícula.
Entre nosotros, y el infierno o el cielo, sólo está la vida, que es la cosa más frágil del mundo.
426
Puesto que la verdadera naturaleza está perdida, todo se torna su naturaleza; del mismo modo, puesto que el verdadero bien está perdido, todo se torna su verdadero bien.
438
¿Si el hombre no está hecho para Dios, por qué sólo es feliz en Dios? ¿Si el hombre está hecho para Dios, porqué es tan contrario a Dios?
439
Naturaleza corrompida. - El hombre no obra por razón, la cual constituye su ser .
442
La verdadera naturaleza del hombre, su verdadero bien, y la verdadera virtud y la verdadera religión, son cosas cuyo conocimiento es inseparable.
456
¡Qué desarreglo del juicio, por el cual no hay nadie que no se sitúe por encima de todos los demás, y que no prefiera su propio bien a y la duración de su dicha y de su vida, a la
de todos los demás!
209
¿Eres menos esclavo, por más que tu dueño te ame y te halague? Tu suerte es grande, esclavo. Tu dueño te halaga; pronto te castigará.
462
La mayor parte de los hombres sitúa el bien en la fortuna y en los bienes de afuera, o por lo menos en la diversión. Los filósofos han mostrado la
vanidad de todo eso, y lo han colocado donde han podido.
469
Siento que puedo no haber sido, pues el yo consiste en mi pensamiento; por lo tanto, yo que pienso no habría sido si mi madre hubiera sido muerta antes que yo hubiese sido
animado; por lo tanto, yo no soy un ser necesario. Tampoco soy eterno ni infinito; pero me doy perfecta cuenta de que hay en la naturaleza un ser necesario, eterno e infinito.
472
La voluntad propia a nunca estará satisfecha, aun cuando tuviere poder de todo lo que quiere; pero estamos satisfechos desde el momento en que a ella renunciamos. Sin ella, no podemos estar descontentos; por ella, no podemos estar contentos.
198
La sensibilidad del hombre por las pequeñas cosas y la insensibilidad por las grandes cosas: señal de una extraña inversión
249
El supersticioso pone su esperanza en las formalidades,
pero el soberbio no quiere someterse a ellas.
253
Dos excesos: excluir la razón, no admitir más que la razón.
253
Dos excesos: excluir la razón, no admitir más que la razón.
257
Sólo hay tres clases de personas: los que sirven a Dios, habiéndolo encontrado; los que se afanan buscándolo, porque no lo han encontrado; los que viven sin buscarlo ni haberlo encontrado. Los primeros son razonables y felices, los últimos son locos y desdichados, los del medio son desdichados y razonables.
261
Quienes no aman la verdad toman el pretexto de la disputa, de la multitud de los que la niegan. Y por ello su error sólo proviene del hecho de que no aman la verdad o la caridad; y por ello no se han excusado de esto.
267
El último paso de la razón es reconocer que hay una infinidad de cosas que la superan; ella no es más que debilidad, si no alcanza a conocer esto..
265
La fe dice en verdad lo que los sentidos no dicen, pero no lo contrario de lo que ellos ven. Ella está por encima, y no en contra.
269
Sumisión y uso de la razón; en esto consiste el verdadero cristianismo.
273
Si todo se somete a la razón, nuestra religión no tendrá nada de misterioso o de sobrenatural. Si se conculcan los principios de la razón, nuestra religión será absurda y ridícula.
sábado, 20 de junio de 2015
El hombre bueno - Por Juan Parrotti
Eurípides, el dramaturgo griego creía y lo decía, que una mala acción borra cuarenta años de buenas acciones. O sea, si después de una vida de lo más virtuosa, el individuo consuma un desaguisado, por esa sola acción ya pasa a la categoría de mala persona.
Sin embargo, y a través de la historia, uno tiene derecho a sospechar que algún margen de impunidad ha existido. Vale decir, no siempre el tipo que concretaba una perrería fue descendido a la categoría inmediata inferior. No. Nada de eso. Hubo individuos que hicieron cualquier cantidad de iniquidades y sin embargo la gente siguió creyendo que eran buenos tipos, muchachos de buen corazón, un poco alocados, a los sumo, pero buenos en el fondo.
Digo esto y no puedo evitar pensar en algunos, muchos, emperadores romanos u otros tipos que también desempeñaron funciones importantes. Es claro, necesitaban llegar y para llegar no había que tener muchos escrúpulos, mejor dicho, ninguno. Aparecía uno y se transformaba en un estorbo. Por eso lo reprimían en el acto. Para colmo un tipo muy ambicioso venía perfilándose con grandes posibilidades de ganarle. El individuo que quería llegar se fijaba en el otro, en sus métodos y se daba cuenta en el acto que el otro era menos inescrupuloso que él. Entonces, de la comparación salía ganando, hasta se fortalecía y él también empezaba a creerse una buena persona.
Además, el individuo tenía un argumento que pesaba tanto como un pecado mortal: El quería llegar, para una vez en el poder, realizar muchas buenas acciones, hacer feliz al pueblo y muchas cosas más. Entonces tenía que ser fuerte y llegar a costa de cualquier cosa. No importaba si permanentemente estaba dejando jirones de dignidad, enganchados en cualquier mala acción. Importaba llegar y hacia allí apuntaba su mira. A veces hasta llegaba. Entonces sucedían hechos imprevistos que lo sorprendían a él también. Lo dicho: ya en el poder, el individuo descubría que todavía tenía ganas de seguir obrando mal, sin necesidad, por mero espíritu deportivo. Quemaba su ciudad o designada senador a su caballo, no porque fuera inteligente. Nada de eso. Lo hacía para hacer rabiar a la oposición.
Esos individuos pasaron nomás a la historia como malos tipos. Es que exageraron. En cambio, otros, un poco más tranquilos, cuando llegaron al poder se asentaron y se portaron bien. La gente entonces les perdonó su pasado y dijo que se trataba de un buen nombre.
sábado, 22 de noviembre de 2014
LOS ARGENTINOS HAN PENSADO Y PIENSAN (Selección de Álvaro Yunque)
- Seríamos mejores si consideráramos que nuestro presente será algún día nuestro recuerdo.
- Beneficencia: Daré un hueso al perro que no me muerda.
- Algunos opinan que en la poesía no deben intervenir elementos didácticos; otros han prohibido los elementos filosóficos, políticos, raciales, científicos; otros los valores musicales, ritmo y rima. Sería bueno escribir un poema "purificado" según todas esas recomendaciones; no quedaría nada.
- Cuando la libertad de un ciudadano es agredida impunemente, la libertad de la sociedad se halla amenazada.
- Los hombres en general juzgan de lo pasado según la verdadera justicia y de lo presente según sus intereses.
-De la educación de las mujeres depende en gran parte la suerte de los estados; la civilización se detiene a las puertas del hogar doméstico cuando las mujeres no están preparadas a recibirla. Las costumbres y las preocupaciones se perpetúan en ellas, y jamás podrán alterar la manera de ser de un pueblo, sin cambiar antes las ideas y los hábitos de vida de las mujeres.
- Todos los grandes errores han encontrado grandes hombres que los apoyan.
- El hombre solamente progresa porque duda.
- Donde no hay libertad no existe patria.
- Plantea cualquier asunto a un erudito que no sea más que erudito y os dirá como pensaban o Aristóteles o Platón o Descartes o Kant, según el caso; pero no os dirá su opinión personal, pues no la tiene.
- Si queréis aprender cosas nuevas, leed libros viejos.
- Olvidarse de sí mismo es el primer mandamiento para toda felicidad.
- No tienen los pueblos mayor enemigo de su libertad que las preocupaciones adquiridas en su esclavitud.
- Disfrutar de la cultura como de un privilegio, envilece tanto como disfrutar del oro.
- El primer deber del hombre es no quitar la ilusión ajena.
Enrique Banchs
- Beneficencia: Daré un hueso al perro que no me muerda.
Manuel Libenson
- La nostalgia es un cuarto donde habita el insomnio.
Raúl González Tuñón
- Algunos opinan que en la poesía no deben intervenir elementos didácticos; otros han prohibido los elementos filosóficos, políticos, raciales, científicos; otros los valores musicales, ritmo y rima. Sería bueno escribir un poema "purificado" según todas esas recomendaciones; no quedaría nada.
Ernesto Sábato
- Cuando la libertad de un ciudadano es agredida impunemente, la libertad de la sociedad se halla amenazada.
Nicasio Oroño
- Los hombres en general juzgan de lo pasado según la verdadera justicia y de lo presente según sus intereses.
José de San Martín
-De la educación de las mujeres depende en gran parte la suerte de los estados; la civilización se detiene a las puertas del hogar doméstico cuando las mujeres no están preparadas a recibirla. Las costumbres y las preocupaciones se perpetúan en ellas, y jamás podrán alterar la manera de ser de un pueblo, sin cambiar antes las ideas y los hábitos de vida de las mujeres.
Domingo Faustino Sarmiento
- Todos los grandes errores han encontrado grandes hombres que los apoyan.
Florencio Varela
- El hombre solamente progresa porque duda.
Deodoro Roca
- Donde no hay libertad no existe patria.
Esteban Echeverría
- Plantea cualquier asunto a un erudito que no sea más que erudito y os dirá como pensaban o Aristóteles o Platón o Descartes o Kant, según el caso; pero no os dirá su opinión personal, pues no la tiene.
José Fernández Coria
Carlos Guido Spano
- Olvidarse de sí mismo es el primer mandamiento para toda felicidad.
Emilio Becher
- No tienen los pueblos mayor enemigo de su libertad que las preocupaciones adquiridas en su esclavitud.
Mariano Moreno
- Disfrutar de la cultura como de un privilegio, envilece tanto como disfrutar del oro.
Aníbal Ponce
- El primer deber del hombre es no quitar la ilusión ajena.
Celso Tíndaro
sábado, 4 de octubre de 2014
PENSAMIENTOS DE SARMIENTO (Selección)
Las altas cuestiones filosóficas, religiosas, políticas y sociales pertenecen al dominio de la razón formada; a los niños sólo debe enseñárseles aquello que eleva el corazón, contiene las pasiones, y los prepara a entrar en la sociedad.
Los ferrocarriles han hecho más por el adelanto de los pueblos que las más profundas revoluciones políticas. Multiplicar los ferrocarriles es pues reconquistar para la civilización, para la industria, para la libertad, el terreno que nos había arrebatado la barbarie y la holgazanería.
El poder, la riqueza y la fuerza de una nación dependen de la capacidad industrial, moral e intelectual de los individuos que la componen; y la educación pública no debe tener otro fin que el aumentar estas fuerzas de producción, de acción y de dirección, aumentando cada vez más el número de individuos que las posean.
La Escuela es en lo moral lo que la palanca de Arquímedes en lo físico: el más vulgar y conocido mecanismo humano, la más colosal de las fuerzas aplicadas a la materia o a la inteligencia.
La educación no es una caridad, sino una obligación para el Estado, un derecho y un deber a la vez para los ciudadanos.
La Libertad es un capital. Legar la libertad a sus hijos es la mejor y más productiva herencia que una generación puede legar a otra.
El fanatismo es la ignorancia armada y asustadiza, pretendiendo detener el progreso, que es el soplo divino, el espíritu de Dios “que marcha sobre las aguas”.
Una nación está destinada a prevalecer cuando obedece en su propio seno a las inmutables leyes del desenvolvimiento humano.
Luchemos por el día presente, que el porvenir nos pertenece, y lo dejamos hoy asegurado.
Las ideas liberales son el patrimonio de la inteligencia humana y no la propiedad de un individuo y de sus adherentes. Son una herencia que nos han dejado los esfuerzos de muchos grandes pueblos, en una larga serie de siglos y de luchas para hacer que las instituciones de cada nación reconozcan los derechos naturales del hombre, aun el de gobernar la sociedad en las repúblicas donde no se reconoce a uno, el derecho hereditario a mandar, lo que constituye la monarquía, el imperio o el mando del General.
Llenamos uno de los más nobles deberes de la vida social rindiendo homenaje a la memoria de los altos hechos que inmortalizan el nombre de nuestros antepasados.
La inteligencia vence a la materia, el arte al número.
Las masas están menos dispuestas al respeto de las vidas y de las propiedades a medida que su razón y sus sentimientos están menos cultivados.
Hay una nobleza democrática que a nadie puede hacer sombra imperecedera: la del patriotismo y el talento.
Las publicaciones periódicas son en nuestra época como la respiración diaria; ni libertad, ni progreso, ni cultura .se concibe sin este vehículo que liga a las sociedades unas con otras y nos hace sentirnos a cada hora miembros de la especie humana por la influencia y repercusión de unos pueblos sobre otros.
La base de la libertad, es la libertad de conciencia.
De la educación de las mujeres depende la suerte de los Estados; la civilización se detiene a las puertas del hogar doméstico cuando ellas no están preparadas para recibirla.
Donde no hay libertad de obrar y de pensar, el espíritu público se extingue y el egoísmo que se reconcentra en nosotros mismos, ahoga todo sentimiento de interés por lo demás.
("Recuerdos de Provincia", Edic. Bibl. de la Nación, pág. 314).
Los ferrocarriles han hecho más por el adelanto de los pueblos que las más profundas revoluciones políticas. Multiplicar los ferrocarriles es pues reconquistar para la civilización, para la industria, para la libertad, el terreno que nos había arrebatado la barbarie y la holgazanería.
("Discursos Populares", Cáp. 41).
El poder, la riqueza y la fuerza de una nación dependen de la capacidad industrial, moral e intelectual de los individuos que la componen; y la educación pública no debe tener otro fin que el aumentar estas fuerzas de producción, de acción y de dirección, aumentando cada vez más el número de individuos que las posean.
("Educación Popular", Cap. Instrucción pública, E. 1915, Biblioteca Argentina).
La Escuela es en lo moral lo que la palanca de Arquímedes en lo físico: el más vulgar y conocido mecanismo humano, la más colosal de las fuerzas aplicadas a la materia o a la inteligencia.
(Fragmento del" discurso pronunciado por Sarmiento: "Edificios de Escuelas", mayo 21 de 1859, "Discursos Populares", Tor).
La educación no es una caridad, sino una obligación para el Estado, un derecho y un deber a la vez para los ciudadanos.
("Educación Popular' Edic. 1915, Pág. 56).
La Libertad es un capital. Legar la libertad a sus hijos es la mejor y más productiva herencia que una generación puede legar a otra.
("Comentarios de la constitución de la Confederación Argentina", Ed. Sgo. de Chile, 1853, Pág. 59),
El fanatismo es la ignorancia armada y asustadiza, pretendiendo detener el progreso, que es el soplo divino, el espíritu de Dios “que marcha sobre las aguas”.
("Discursos Populares", Cáp. II).
Una nación está destinada a prevalecer cuando obedece en su propio seno a las inmutables leyes del desenvolvimiento humano.
("Discursos Populares". Inauguración da la estatua de Belgrano, septiembre 24 da 1873).
Luchemos por el día presente, que el porvenir nos pertenece, y lo dejamos hoy asegurado.
("Discursos Populares", Edificios de Escuelas, Pág. 111, Edic. Del Cincuentenario, Tor).
Las ideas liberales son el patrimonio de la inteligencia humana y no la propiedad de un individuo y de sus adherentes. Son una herencia que nos han dejado los esfuerzos de muchos grandes pueblos, en una larga serie de siglos y de luchas para hacer que las instituciones de cada nación reconozcan los derechos naturales del hombre, aun el de gobernar la sociedad en las repúblicas donde no se reconoce a uno, el derecho hereditario a mandar, lo que constituye la monarquía, el imperio o el mando del General.
("Discursos Parlamentarios". Ed. Grandes Escritores Argentinos. Tomo XLVHI, Pág. 56).
(Discurso de la Bandera, al inaugurar la estatua de Belgrano, 24 de septiembre de 1873, "Discursos Populares").
La inteligencia vence a la materia, el arte al número.
("Facundo", Cáp. VI).
Las masas están menos dispuestas al respeto de las vidas y de las propiedades a medida que su razón y sus sentimientos están menos cultivados.
("Educación Popular". Edic. 1915, Pág. 23).
Hay una nobleza democrática que a nadie puede hacer sombra imperecedera: la del patriotismo y el talento.
("Recuerdos de Provincia". Edic. Bibl. de la Nación, Pág. 10).
Las publicaciones periódicas son en nuestra época como la respiración diaria; ni libertad, ni progreso, ni cultura .se concibe sin este vehículo que liga a las sociedades unas con otras y nos hace sentirnos a cada hora miembros de la especie humana por la influencia y repercusión de unos pueblos sobre otros.
("Recuerdos de Provincia", Edic. Bibl. de la Nación, Pág. 298)
La base de la libertad, es la libertad de conciencia.
("Discursos Parlamentarios". Ed. Grandes Escritores Argentinos. Tomo XIV, Pág. 25).
("Educación Popular". Edic. 1915, Pág. 121).
Donde no hay libertad de obrar y de pensar, el espíritu público se extingue y el egoísmo que se reconcentra en nosotros mismos, ahoga todo sentimiento de interés por lo demás.
(De "Facundo")
sábado, 2 de agosto de 2014
Pensamientos descabellados (Selección) Por Stanislaw Jerzy Lec
-Se puede soñar hacia atrás, se puede soñar hacia delante. Solamente no
se puede soñar aquí y ahora: aquí y ahora se debe vivir.
-Los representantes de fábricas de automotores venden automóviles, los
representantes de compañías de seguros venden seguros, ¿y los
representantes del pueblo?
-Un buen consejo para los escritores: dejar de escribir en determinado
momento. Incluso antes de empezar.
se puede soñar aquí y ahora: aquí y ahora se debe vivir.
-Los representantes de fábricas de automotores venden automóviles, los
representantes de compañías de seguros venden seguros, ¿y los
representantes del pueblo?
-Un buen consejo para los escritores: dejar de escribir en determinado
momento. Incluso antes de empezar.
sábado, 1 de marzo de 2014
La pérdida del lenguaje - Por Jaim Etcheverry
Aunque creemos vivir en la era de la información, estamos poco informados. La escuela no es la única causa. Sucede que cada día se desprestigia más el debate público.
Se trata de convencernos de que la información lo hace innecesario, que discutimos cuando carecemos de datos. Cuando éstos aparecen, se nos dice, acaba todo debate.
En realidad, la situación parece ser la opuesta: sólo cuando nuestras preferencias y proyectos atraviesan la prueba del debate, llegamos a entender lo que sabemos y lo que todavía nos falta saber. Hasta que no formulamos las preguntas correctas, no advertimos en realidad qué cosas necesitamos saber. Y no podemos llegar a identificar las preguntas correctas si no confrontamos con los demás nuestras ideas sobre el mundo. Hasta que no defendemos nuestras opiniones, éstas son impresiones a medio formar, presunciones sin examinar.
Sólo llegamos a conocer nuestra propia mente cuando intentamos explicarnos a los demás. Esta decadencia de la discusión pública contribuye a que la gente esté cada vez menos informada, aunque viva sumergida en información.
Esta es en realidad un cúmulo de datos no vividos: sólo cuando nos comprometemos en una discusión que absorbe por completo nuestra atención, salimos ávidos a buscar la información que nos convenza y que ayude a persuadir a los demás. Pero para debatir necesitamos usar una herramienta que cada día manejamos peor: el lenguaje.
Resulta alarmante comprobar que quedan ya pocas personas, jóvenes y no tanto, capaces de articular frases simples con comienzo, desarrollo y final.
Este retorno a estadios primitivos constituye una seria amenaza para el futuro de nuestra civilización. Es que a través de la palabra el hombre intenta comprender el mundo, provisto de la palabra se lanza a la aventura de pensarlo y con la palabra expresa la concepción que se forma sobre los otros y sobre las cosas.
El lenguaje es un fenómeno cultural, un producto social.
Cada vez con menor frecuencia y destreza utilizamos esta herramienta imprescindible de la comunicación. Casi no nos reunimos a hablar, a debatir. No sólo se desalienta la discusión, sino que se crean activamente las condiciones para que, al encontrarse, las personas no puedan hablarse. En nuestras reuniones -desde las discotecas a las bodas-, el ruido atronador ahoga hasta los más empecinados intentos de practicar el acto intrínsecamente humano de dialogar, de intercambiar palabras. Las conexiones que se establecen escuchando el pensamiento vivo en desarrollo son mucho más estrechas que las logradas a través de la mirada. Con el habla y el oído se participa, mirando se es un espectador.
El lenguaje es la huella del espíritu. El hombre habla hasta consigo mismo, almacena su memoria en lenguaje y cifra en palabras el proyecto de lo que quiere ser.
Por eso es tan grave nuestro fracaso en preservar ese atributo humano por excelencia. Lo advertimos ante la cantidad creciente de jóvenes incapaces de sostener una discusión y que balbucean monosílabos deshilvanados, espejo fiel de un pavoroso vacío interior.
Debemos darnos cuenta de que les estamos robando la capacidad de pensar el mundo y de pensarse, de ser en verdad humanos.
Artículo extraído de “La Nación Revista”
Se trata de convencernos de que la información lo hace innecesario, que discutimos cuando carecemos de datos. Cuando éstos aparecen, se nos dice, acaba todo debate.
En realidad, la situación parece ser la opuesta: sólo cuando nuestras preferencias y proyectos atraviesan la prueba del debate, llegamos a entender lo que sabemos y lo que todavía nos falta saber. Hasta que no formulamos las preguntas correctas, no advertimos en realidad qué cosas necesitamos saber. Y no podemos llegar a identificar las preguntas correctas si no confrontamos con los demás nuestras ideas sobre el mundo. Hasta que no defendemos nuestras opiniones, éstas son impresiones a medio formar, presunciones sin examinar.
Sólo llegamos a conocer nuestra propia mente cuando intentamos explicarnos a los demás. Esta decadencia de la discusión pública contribuye a que la gente esté cada vez menos informada, aunque viva sumergida en información.
Esta es en realidad un cúmulo de datos no vividos: sólo cuando nos comprometemos en una discusión que absorbe por completo nuestra atención, salimos ávidos a buscar la información que nos convenza y que ayude a persuadir a los demás. Pero para debatir necesitamos usar una herramienta que cada día manejamos peor: el lenguaje.
Resulta alarmante comprobar que quedan ya pocas personas, jóvenes y no tanto, capaces de articular frases simples con comienzo, desarrollo y final.
Este retorno a estadios primitivos constituye una seria amenaza para el futuro de nuestra civilización. Es que a través de la palabra el hombre intenta comprender el mundo, provisto de la palabra se lanza a la aventura de pensarlo y con la palabra expresa la concepción que se forma sobre los otros y sobre las cosas.
El lenguaje es un fenómeno cultural, un producto social.
Cada vez con menor frecuencia y destreza utilizamos esta herramienta imprescindible de la comunicación. Casi no nos reunimos a hablar, a debatir. No sólo se desalienta la discusión, sino que se crean activamente las condiciones para que, al encontrarse, las personas no puedan hablarse. En nuestras reuniones -desde las discotecas a las bodas-, el ruido atronador ahoga hasta los más empecinados intentos de practicar el acto intrínsecamente humano de dialogar, de intercambiar palabras. Las conexiones que se establecen escuchando el pensamiento vivo en desarrollo son mucho más estrechas que las logradas a través de la mirada. Con el habla y el oído se participa, mirando se es un espectador.
El lenguaje es la huella del espíritu. El hombre habla hasta consigo mismo, almacena su memoria en lenguaje y cifra en palabras el proyecto de lo que quiere ser.
Por eso es tan grave nuestro fracaso en preservar ese atributo humano por excelencia. Lo advertimos ante la cantidad creciente de jóvenes incapaces de sostener una discusión y que balbucean monosílabos deshilvanados, espejo fiel de un pavoroso vacío interior.
Debemos darnos cuenta de que les estamos robando la capacidad de pensar el mundo y de pensarse, de ser en verdad humanos.
Artículo extraído de “La Nación Revista”
EL POETA - Por Juan Parrotti (Extraído de la desaparecida revista “Hortensia”)
Un niño -en un conocido aforismo de Fernández Moreno- ve un charco y piensa que está frente a un gran caudal de rocío acumulado. Ese niño, que ve lo que quiere ver, es también un poeta. Ser un poco raro y un mucho triste.
Siempre existió y tal vez, siempre fue igual. En las épocas primitivas, sin dudas que no escribía lo que pensaba, mejor dicho, lo que soñaba. Pero sin embargo, ya los había.
Cómo imaginar que aquel individuo -solitario y miserable- que había sido desterrado de su tribu (por negligente o por rebelde), obligado a vagar por los bosques eternamente, no sintió vibrar su alma, cuando un hombre o una mujer le tendieron una mano amiga o amorosa.
Cómo imaginar que ese pobre diablo no tuvo ganas de cantar su felicidad, de alabar esa suerte de bendiciones, que después, muchos milenios después, sus descendientes denominarían amistad o amor.
Cómo imaginar que ese hombre no salió un día de la cueva, gritando de alegría porque su hijito había sanado. Cómo dejar de imaginarlo, desconcertado e impotente, al no encontrar las palabras adecuadas para expresar su singular estado de ánimo.
“Yo sé lo que me pasa, se debe haber dicho a sí mismo. Sólo que no lo puedo expresar”. Después se debe haber tirado a dormir, a reponerse de las largas y angustiadas noches en vela.
A la mañana siguiente, cuando salió en busca de alimentos, para su mujer y su hijito, todo debe haberle parecido más bello que antes. Como Conrado Nalé Roxlo miles de años después, se debe haber preguntado si ese cielo azul era en realidad, de porcelana o si en su nueva condición de grillo veía todo a lo grillo esa mañana.
Si hasta es posible imaginar que motorizado por esa inmensa felicidad olvidó agravios y penurias y hasta intentó arrimarse a su antiguo clan, con la intención de reintegrarse a su familia, definitivamente. También es posible que lo hayan reintegrado y que su hermano, que tanto lo admiraba, haya cantado la verdadera historia del hermano que regresaba, esta vez para siempre.
Es que su hermano, reconcentrado y dado a pensar en cosas importantes, estaba construido con la madera de los poetas. Por eso le resultaba tan fácil cantar todas las dificultades y acechanzas sufridas por su hermano. También sus alegrías, como la de aquella mañana, en que se sanó el hijito. Todos habrán admirado al hermano menor.
Después, hasta es posible que lo hayan dejado sin comer o que lo hayan metido preso, como siempre se ha hecho con los poetas.
Siempre existió y tal vez, siempre fue igual. En las épocas primitivas, sin dudas que no escribía lo que pensaba, mejor dicho, lo que soñaba. Pero sin embargo, ya los había.
Cómo imaginar que aquel individuo -solitario y miserable- que había sido desterrado de su tribu (por negligente o por rebelde), obligado a vagar por los bosques eternamente, no sintió vibrar su alma, cuando un hombre o una mujer le tendieron una mano amiga o amorosa.
Cómo imaginar que ese pobre diablo no tuvo ganas de cantar su felicidad, de alabar esa suerte de bendiciones, que después, muchos milenios después, sus descendientes denominarían amistad o amor.
Cómo imaginar que ese hombre no salió un día de la cueva, gritando de alegría porque su hijito había sanado. Cómo dejar de imaginarlo, desconcertado e impotente, al no encontrar las palabras adecuadas para expresar su singular estado de ánimo.
“Yo sé lo que me pasa, se debe haber dicho a sí mismo. Sólo que no lo puedo expresar”. Después se debe haber tirado a dormir, a reponerse de las largas y angustiadas noches en vela.
A la mañana siguiente, cuando salió en busca de alimentos, para su mujer y su hijito, todo debe haberle parecido más bello que antes. Como Conrado Nalé Roxlo miles de años después, se debe haber preguntado si ese cielo azul era en realidad, de porcelana o si en su nueva condición de grillo veía todo a lo grillo esa mañana.
Si hasta es posible imaginar que motorizado por esa inmensa felicidad olvidó agravios y penurias y hasta intentó arrimarse a su antiguo clan, con la intención de reintegrarse a su familia, definitivamente. También es posible que lo hayan reintegrado y que su hermano, que tanto lo admiraba, haya cantado la verdadera historia del hermano que regresaba, esta vez para siempre.
Es que su hermano, reconcentrado y dado a pensar en cosas importantes, estaba construido con la madera de los poetas. Por eso le resultaba tan fácil cantar todas las dificultades y acechanzas sufridas por su hermano. También sus alegrías, como la de aquella mañana, en que se sanó el hijito. Todos habrán admirado al hermano menor.
Después, hasta es posible que lo hayan dejado sin comer o que lo hayan metido preso, como siempre se ha hecho con los poetas.
sábado, 28 de septiembre de 2013
Vestirse por dentro Por Guillermo Jaim Etcheverry
A veces se tiene la impresión de que la experiencia humana va quedando restringida a sus facetas más superficiales y oscuras. Por ejemplo, los argentinos compartimos hoy preocupaciones vitales que oscilan entre el mundo del espectáculo y el del hampa. Vivimos atraídos por lo que sucede en juzgados y comisarías, aventuras de policías y ladrones que ni siquiera tienen valor aleccionador porque ya no sabemos quién es quién.
Este arrasador vendaval de irrelevancia resulta especialmente peligroso porque nos sorprende sin defensas. Desnudos por dentro. Nuestro espacio interior está quedando vacío como resultado de una educación que, en realidad, es un desalojo planificado. Convertidos en seres chatos, sin profundidad, sólo tenemos vida cotidiana, monopolizada por la contemplación de poco estimulantes vidas ajenas. Desprovistos de las múltiples dimensiones de la experiencia humana que son las que da la cultura, creemos que la que nos muestran es la única vida posible. Así nos vamos llenando de los desechos con que tenazmente nos alimentan sin pausa. Ingresan sin resistencia porque no estamos en condiciones de oponerles ni las experiencias propias ni las adquiridas a través de la cultura.
Esto no siempre fue así. En algunas épocas se reconocían las limitaciones de la vida de cada uno y se buscaba ampliarla mediante la educación. Se trataba de incitar a cada persona a explorar el territorio casi infinito de sus posibilidades. Para no otra cosa sirven la literatura y la música, el teatro y las 'artes plásticas, la filosofía y la ciencia. Claro que en este mundo de cosas, intentar que las personas no lo sean, no es considerado un servir valioso.
Detengámonos en un ejemplo. Hasta no hace tanto, era frecuente que quienes se habían beneficiado de una buena educación, recordaran durante toda su vida fragmentos de los más variados textos. Habían aprendido de memoria párrafos de la Biblia, grandes poemas completos o algunos de sus versos aislados. Recordaban frases de héroes, citas de grandes políticos, pensamientos de intelectuales. Ya no intentamos poblarnos por dentro mediante la memoria, despreciada por la cultura contemporánea. No es que no la utilicemos. Hoy, en lugar de los versos, nos habitan hasta los detalles más insignificantes de la vida de los personajes que, encapuchados o a cara descubierta, constituyen la familia obligada que visita a diario nuestros hogares. Lo que en realidad rechazamos es la disciplina del esfuerzo que requiere emplear la memoria con la intención de vestir mejor nuestro interior. Esto hace que cualquier alusión a la vastísima experiencia cultural del hombre carezca hoy de todo significado para la mayoría de nuestros jóvenes. Se está desgarrando así lo que George Steiner denomina el tejido interior de ecos compartidos. Esto es grave porque la persona responde a la incitación de la realidad de acuerdo con la densidad de las referencias y recuerdos con que haya conseguido vestirse por dentro.
Esta tarea requiere el tiempo, la reflexión y el silencio que se están escurriendo de nuestras vidas. Dócilmente nos hemos dejado convencer de que no tenemos tiempo para elegir nuestro ropaje interior. Otros nos lo imponen. Abandonamos el hábito de pensar porque cada día tenemos menos instrumentos para hacerlo. Vivimos en medio de un ruido ensordecedor que no nos deja ni un instante para dialogar con nosotros mismos. Además, nos resulta difícil hacerlo porque, al vaciarnos de resonancias interiores, nos hemos quedado sin interlocutor.
De este modo, nuestro espacio interno, poblado hasta no hace tanto por ecos y significados, se está enmudeciendo. Peor aún, nos lo están ocupando sigilosamente con datos superficiales, preocupaciones inútiles, ejemplos de lo peor de la condición humana. Pero mientras esto le ocurre cada vez a más gente, el pintor se sigue desvelando por encontrar el color preciso, el poeta insiste en buscar durante días la palabra apropiada, el científico trata de responder esa pregunta imposible. Gracias a ellos, los, elementos para enriquecer nuestro espacio interior siguen y seguirán estando, allí. De nosotros depende utilizarlos y, sobre todo, enseñar a los jóvenes a hacerlo.
Es la única forma que nos queda de resistirnos a que sigan ocupándonos por dentro. De defender .lo que tenemos de humanos.
Este arrasador vendaval de irrelevancia resulta especialmente peligroso porque nos sorprende sin defensas. Desnudos por dentro. Nuestro espacio interior está quedando vacío como resultado de una educación que, en realidad, es un desalojo planificado. Convertidos en seres chatos, sin profundidad, sólo tenemos vida cotidiana, monopolizada por la contemplación de poco estimulantes vidas ajenas. Desprovistos de las múltiples dimensiones de la experiencia humana que son las que da la cultura, creemos que la que nos muestran es la única vida posible. Así nos vamos llenando de los desechos con que tenazmente nos alimentan sin pausa. Ingresan sin resistencia porque no estamos en condiciones de oponerles ni las experiencias propias ni las adquiridas a través de la cultura.
Esto no siempre fue así. En algunas épocas se reconocían las limitaciones de la vida de cada uno y se buscaba ampliarla mediante la educación. Se trataba de incitar a cada persona a explorar el territorio casi infinito de sus posibilidades. Para no otra cosa sirven la literatura y la música, el teatro y las 'artes plásticas, la filosofía y la ciencia. Claro que en este mundo de cosas, intentar que las personas no lo sean, no es considerado un servir valioso.
Detengámonos en un ejemplo. Hasta no hace tanto, era frecuente que quienes se habían beneficiado de una buena educación, recordaran durante toda su vida fragmentos de los más variados textos. Habían aprendido de memoria párrafos de la Biblia, grandes poemas completos o algunos de sus versos aislados. Recordaban frases de héroes, citas de grandes políticos, pensamientos de intelectuales. Ya no intentamos poblarnos por dentro mediante la memoria, despreciada por la cultura contemporánea. No es que no la utilicemos. Hoy, en lugar de los versos, nos habitan hasta los detalles más insignificantes de la vida de los personajes que, encapuchados o a cara descubierta, constituyen la familia obligada que visita a diario nuestros hogares. Lo que en realidad rechazamos es la disciplina del esfuerzo que requiere emplear la memoria con la intención de vestir mejor nuestro interior. Esto hace que cualquier alusión a la vastísima experiencia cultural del hombre carezca hoy de todo significado para la mayoría de nuestros jóvenes. Se está desgarrando así lo que George Steiner denomina el tejido interior de ecos compartidos. Esto es grave porque la persona responde a la incitación de la realidad de acuerdo con la densidad de las referencias y recuerdos con que haya conseguido vestirse por dentro.
Esta tarea requiere el tiempo, la reflexión y el silencio que se están escurriendo de nuestras vidas. Dócilmente nos hemos dejado convencer de que no tenemos tiempo para elegir nuestro ropaje interior. Otros nos lo imponen. Abandonamos el hábito de pensar porque cada día tenemos menos instrumentos para hacerlo. Vivimos en medio de un ruido ensordecedor que no nos deja ni un instante para dialogar con nosotros mismos. Además, nos resulta difícil hacerlo porque, al vaciarnos de resonancias interiores, nos hemos quedado sin interlocutor.
De este modo, nuestro espacio interno, poblado hasta no hace tanto por ecos y significados, se está enmudeciendo. Peor aún, nos lo están ocupando sigilosamente con datos superficiales, preocupaciones inútiles, ejemplos de lo peor de la condición humana. Pero mientras esto le ocurre cada vez a más gente, el pintor se sigue desvelando por encontrar el color preciso, el poeta insiste en buscar durante días la palabra apropiada, el científico trata de responder esa pregunta imposible. Gracias a ellos, los, elementos para enriquecer nuestro espacio interior siguen y seguirán estando, allí. De nosotros depende utilizarlos y, sobre todo, enseñar a los jóvenes a hacerlo.
Es la única forma que nos queda de resistirnos a que sigan ocupándonos por dentro. De defender .lo que tenemos de humanos.
sábado, 14 de septiembre de 2013
La mayor necesidad del mundo Por Elena White
La mayor necesidad del mundo es la de hombres que no se vendan ni se compren; hombres que sean sinceros y honrados en lo más íntimo de sus almas; hombres que no teman dar al pecado el nombre que le corresponde; hombres cuya conciencia sea tan leal al deber como la brújula al polo; hombres que se mantengan de parte de la justicia aunque se desplomen los cielos.
Pero semejante carácter no es el resultado de la casualidad; no se debe a favores o dones especiales de la Providencia. Un carácter noble es el resultado de la autodisciplina, de la sujeción de la naturaleza baja a la superior, de la entrega del yo al servicio de amor a Dios y al hombre.
Pero semejante carácter no es el resultado de la casualidad; no se debe a favores o dones especiales de la Providencia. Un carácter noble es el resultado de la autodisciplina, de la sujeción de la naturaleza baja a la superior, de la entrega del yo al servicio de amor a Dios y al hombre.
Extraído de “La Educación” . Año 1903
sábado, 24 de agosto de 2013
LOS DIARIOS - Por Enrique E. Rivarola.
Para celebrar la loca
ambición que mueve al hombre,
mientras la fama su nombre entre los héroes coloca,
todo una página es poca; y para anunciar la acción
de un hombre de corazón que a las aguas se ha arrojado
y a un pobre niño ha salvado... hay apenas un renglón.
ambición que mueve al hombre,
mientras la fama su nombre entre los héroes coloca,
todo una página es poca; y para anunciar la acción
de un hombre de corazón que a las aguas se ha arrojado
y a un pobre niño ha salvado... hay apenas un renglón.
sábado, 17 de agosto de 2013
PARA SER PATRIOTA - Bernardo Monteagudo
Todos aman su patria, y muy pocos tienen patriotismo; el amor a la patria es un sentimiento natural, el patriotismo es una virtud; aquél, procede de la inclinación al suelo donde nacemos y recibimos las primeras impresiones de la luz, y el patriotismo es un hábito producido por la combinación de muchas virtudes, que derivan de la Justicia.
Para amar a la patria basta ser hombre, para ser patriota es preciso ser ciudadano, quiero decir, tener las virtudes de tal.
El que no tenga un verdadero espíritu de filantropía o interés por la causa-santa de la humanidad, el que mire su conveniencia personal como la primera ley de sus deberes, el que no sea constante en el trabajo, el que no tenga esa virtuosa ambición de la gloria, dulce recompensa de las almas grandes, no puede ser patriota, y si usurpara este renombre es un sacrílego profanador.
Para amar a la patria basta ser hombre, para ser patriota es preciso ser ciudadano, quiero decir, tener las virtudes de tal.
El que no tenga un verdadero espíritu de filantropía o interés por la causa-santa de la humanidad, el que mire su conveniencia personal como la primera ley de sus deberes, el que no sea constante en el trabajo, el que no tenga esa virtuosa ambición de la gloria, dulce recompensa de las almas grandes, no puede ser patriota, y si usurpara este renombre es un sacrílego profanador.
RESCATAMOS TEXTOS DEL LIBRO “PLENITUD”, TEXTO DE LECTURA PARA 6to GRADO DE PEDRO B. FRANCO Y CESÁREO RODRÍGUEZ, EDICIÓN 1933
LA GLORIA
Por Juan B Alberdi
Una de las causas ocultas y no confesadas de la guerra, reside en las preocupaciones, en la vanidad, la idolatría por lo que se llama gloria. La gloria es el ruido entusiasta y simpático que se produce alrededor de un hombre.
Pero hay gloria y gloria. La gloria en general es el honor de la victoria del hombre sobre el mal.
La gloria de Newton, de Galileo, de Lavoisier, de Cristóbal Colón, de Fulton, de Stevenson, deja en la oscuridad la del bárbaro guerrero que ha brillado en la edad de tinieblas, cuando se creía que enterrar un hombre era matar el error, la ignorancia, la pobreza, el crimen, la epidemia.
La guerra, como el crimen, puede seguir siendo productiva de lucro para el que la hace con éxito; pero no de gloria, si ella no deriva del triunfo de una idea, del hallazgo de una verdad, de un secreto natural fecundo en bienes para la humanidad.
Las armas de la idea son la lógica, la observación, la expresión elocuente; no la espada.
Los pueblos son los árbitros de la gloria; ellos la dispensan, no los reyes. La gloria no se hace por decretos; la gloria oficial es ridícula. La gloria popular, es la gloria por esencia. Luego, los pueblos, con sólo el manejo de este talismán, tienen en su mano el gobierno de sus propios destinos. En faz de las estatuas con que los reyes glorifican a los, cómplices de sus devastaciones, los pueblos tienen el derecho de erigir las estatuas de los gloriosos vencedores de la oscuridad, del espacio, del abismo de los mares de la pobreza, de las fuerzas puestas al servicio del hombre, como el calor, la electricidad, el gas, el vapor, el fuego, el agua, la tierra, el hierro, etc.
Los nobles héroes de la Ciencia, en lugar de los bárbaros héroes del sable. Los que extienden, ayudan, realizan, dignifican la vida, no los que la suprimen so pretexto de servirla; los que cubren de alegría, de abundancia, de felicidad las naciones, no los que las incendian, destruyen, empobrecen, enlutan y sepultan.
Viento que pasa.
Por José Calderaro
¡La humanidad está enferma de apresuramiento !
Vivimos de prisa, pensamos velozmente, sentimos a la ligera, realizamos actos de floja voluntad.
Parece que un invencible y oscuro incentivo, nos hubiera lanzado en desenfrenada carrera.
¡No nos detenemos en nada! No tenemos quietud para pensar, profundidad para sentir, constancia para querer.
¡Somos sombras, deslizadas sobre las realidades de la vida!
Somos viento que pasa, sonido que se disipa, clamor que se apaga; tenemos la consistencia del arco iris y la movilidad de la hoja seca fustigada por la brisa otoñal.
El acto de pensar, que consiste en detener el espíritu sobre un objeto, lo hemos convertido en el acto de mirar apresuradamente todas las cosas; el acto de sentir que consiste en emocionarnos frente a lo que nos rodea, lo hemos reducido a una mera lamentación; el acto de querer, que es el ejercicio de la voluntad, lo hemos confundido con el movimiento de los autómatas.
Creemos que son actos de voluntad el hecho de ir y venir, hacer el trabajo cotidiano, mover los músculos, arrojar alguna idea; sin considerar que la voluntad consiste en poner absolutamente todas las fuerzas del espíritu en la prosecución de un ideal. ¡Pero no tenemos ideales! Por eso la mayoría nos quejamos de la vida, es decir, nos quejamos de la pobreza de las cosas que el vivir nos ofrenda a cada rato.
¡Mas la culpa es nuestra!
Pasamos como fugitivos, como evadidos, como prófugos, por encima de todo.
Nuestro paso, es el paso de los angustiados. Si las mariposas pasasen sobre las flores, como nosotros sobre la vida, en un vuelo de ciclón, no gustarían nunca la ambrosía del néctar delicioso.
¡Detengamos, pues, nuestra marcha, un instante !
Sólo así podremos gozar de esos momentos de tranquila paz, al abrigo del hogar, a la sombra del árbol, sobre el ala de un recuerdo, bajo el encanto de una canción, como si fuéramos mariposas que libáramos de flor en flor el néctar de la dicha que el mundo de vez en cuando nos depara.
¡Meditemos despacio; sintamos con intensidad; querramos con tesón!
¡Dejemos de ser prófugos; viento que pasa; rumor que se extingue!...
sábado, 3 de agosto de 2013
Roberto Artl y sus “Aguafuertes porteñas”
Pintor de brocha gorda, peón en un horno de ladrillos, aprendiz de hojalatero, inventor frustrado… y escritor. Uno de los referentes más importantes de la narrativa del siglo XX en nuestro país, Rolberto Artl (1900-1942), era hijo de un prusiano y una italiana, creció en el barrio de Flores y ejerció el periodismo. Esto le permitió relacionarse con los círculos literarios de la época. Su primera novela fue “El juguete rabioso”. Se ha interpretado como la voz de los postergados por el sistema social vigente y el punto de partida de la novela argentina contemporánea. “Los siete locos” y “Los lanzallamas” confirmaron su talento como novelista, que luego desarrolló en muchas otras obras.
Para el diario “El Mundo” fueron escritas sus Aguafuertes porteñas. Ellas funcionaron como un laboratorio en el que Arlt probó temas, situaciones y personajes que luego volcaría en sus obras mayores. Se dio a conocer, además, a millares de lectores que lo seguirían acompañando. Las Aguafuertes fueron reunidas parcialmente en un volumen, de 1933. De esas páginas memorables, ofrecemos algunas hoy…
Si usted quiere ser diputado, no hable en favor de las remolachas, del petróleo, del trigo, del impuesto a la renta; no hable de fidelidad a la Constitución, al país; no hable de defensa del obrero, del empleado y del niño. No; si usted quiere ser diputado, exclame por todas partes:
-Soy un ladrón, he robado... he robado todo lo que he podido y siempre.
Así se expresa un aspirante a diputado en una novela de Octavio Mirbeau, El jardín de los suplicios.Y si usted es aspirante a candidato a diputado, siga el consejo. Exclamé por todas partes:
-He robado, he robado.
La gente se enternece frente a tanta sinceridad. Y ahora le explicaré. Todos los sinvergüenzas que aspiran a chuparle la sangre al país y a venderlo a empresas extranjeras, todos los sinvergüenzas del pasado, el presente y el futuro, tuvieron la mala costumbre de hablar a la gente de su honestidad. Ellos "eran honestos". "Ellos aspiraban a desempeñar una administración honesta." Hablaron tanto de honestidad, que no había pulgada cuadrada en el suelo donde se quisiera escupir, que no se escupiera de paso a la honestidad. Embaldosaron y empedraron a la ciudad de honestidad. La palabra honestidad ha estado y está en la boca de cualquier atorrante que se para en el primer guardacantón y exclama que "el país necesita gente honesta". No hay prontuariado con antecedentes de fiscal de mesa y de subsecretario de comité que no hable de "honradez". En definitiva, sobre el país se ha desatado tal catarata de honestidad, que ya no se encuentra un solo pillo auténtico. No hay malandrino que alardee de serlo. No hay ladrón que se enorgullezca de su profesión. Y la gente, el público, harto de macanas, no quiere saber nada de conferencias.
Todos los días asisto a la tragedia de un hombre honrado. Este hombre honrado tiene un café que bien puede estar evaluado en treinta mil pesos o algo más. Bueno: este hombre honrado tiene una esposa honrada.
A esta esposa honrada la ha colocado a cuidar la victrola. Dicho procedimiento le ahorra los ochenta pesos mensuales que tendría que pagarle a una victrolista. Mediante este sistema, mi hombre honrado economiza, al fin del año, la respetable suma de novecientos sesenta pesos sin contar los intereses capitalizados. Al cabo de diez años tendrá ahorrados...
Pero mi hombre honrado es celoso. ¡Vaya si he comprendido que es celoso! Levantando la guardia tras la caja, vigila, no sólo la consumición que hacen sus parroquianos, sino también las miradas de éstos para su mujer. Y sufre. Sufre honradamente. A veces se pone pálido, a veces le fulguran los ojos. ¿Por qué? Porque alguno se embota más de lo debido con las regordetas pantorrillas de su cónyuge. En estas circunstancias, el hombre honrado mira para arriba, para cerciorarse si su mujer corresponde a las inflamadas ojeadas del cliente, o si se entretiene en leer una revista. Sufre. Yo veo que sufre, que sufre honradamente; que sufre olvidando en ese instante que su mujer le aporta una economía diaria de dos pesos sesenta y cinco centavos; que su legitima esposa aporta a la caja de ahorros novecientos sesenta pesos anuales. Sí, sufre. Su honrado corazón de hombre prudente en lo que atañe al dinero, se conturba y olvida de los intereses cuando algún carnicero, o cuidador de ómnibus, estudia la anatomía topográfica de su también honrada cónyuge. Pero más sufre aún cuando, el que se deleita contemplando los encantos de su esposa, es algún mozalbete robusto, con bigotitos insolentes y espaldas lo suficientemente poderosas como para poder soportar cualquier trabajo extraordinario. Entonces mi hombre honrado mira desesperadamente para arriba. Los celos que los divinos griegos inmortalizaron, le desencuadernan la economía, le tiran abajo la quietud, le socavan la alegría de ahorrarse dos pesos sesenta y cinco centavos por día; y desesperado hace rechinar los dientes y mira a su cliente como si quisiera darle tremendos mordiscones en los riñones.
Yo comprendo, sin haber hablado una sola palabra con este hombre, el problema que está encarando su alma honrada. Lo comprendo, lo interpreto, lo "manyo". Este hombre se encuentra ante un dilema hamletiano, ante el problema de la burra Balaam, ante... ¡ante el horrible problema de ahorrarse ochenta mangos mensuales! Son ochenta pesos. ¿Saben ustedes los bultos, las canastas, las jornadas de dieciocho horas que éste trabajó para ganar ochenta pesos mensuales? No; nadie se lo imagina.
De allí que lo comprendo. Al mismo tiempo quiere a su mujer. ¡Cómo no la va a querer! Pero no puede menos de hacerla trabajar, como el famoso tacaño de Anatole France no pudo menos de cortarle unas rebarbas a las monedas de oro qué le ofrecía a la Virgen: seguía fiel a su costumbre.
Y ochenta pesos son ocho billetes de a diez pesos, dieciséis de a cinco y... dieciséis billetes de a cinco pesos, son plata... son plata...
Y la prueba de que nuestro hombre es honrado, es que sufre en cuanto empiezan a mirarle a la cónyuge. Sufre visiblemente. ¿Qué hacer? ¿Renunciar a los ochenta pesos, o resignarse a una posible desilusión conyugal?
Si este hombre no fuera honrado, no le importaría que le cortejaran a su propia esposa. Más aún, se dedicaría como el célebre señor Bergeret, a soportar estoicamente su desgracia.
No; mi cafetero no tiene pasta de marido extremadamente complaciente. En él todavía late el Cid, don Juan, Calderón de la Barca y toda la honra de la raza, mezclada a la terribilísima avaricia de la gente del terruño.
Son ochenta pesos mensuales. ¡Ochenta! Nadie renuncia a ochenta pesos mensuales porque sí. El ama a su mujer; pero su amor no es incompatible con los ochenta pesos.
También ama su frente limpia de todo adorno, y también ama su comercio, la economía bien organizada, la boleta de depósito en el banco, la libreta de cheques. ¡Cómo ama el dinero este hombre honradísimo, malditamente honrado!
A veces voy a su café y me quedo una hora, dos, tres. El cree que cuando le miro a la mujer estoy pensando en ella, y está equivocado. En quien pienso es en Lenin... en Stalin... en Trotzky... Pienso con una alegría profunda y endemoniada en la cara que este hombre pondría si mañana un régimen revolucionario le dijera:
-Todo su dinero es papel mojado.
Me escribe un lector:
"Me interesaría muchísimo que Vd. escribiera algunas notas sobre los libros que deberían leer los jóvenes, para que aprendan y se formen un concepto claro, amplio, de la existencia (no exceptuando, claro está, la experiencia propia de la vida)".
No le pide nada a usted el cuerpo, querido lector. Pero, ¿en dónde vive? ¿Cree usted acaso, por un minuto, que los libros le enseñarán a formarse "un concepto claro y amplio de la existencia"? Está equivocado, amigo; equivocado hasta decir basta. Lo que hacen los libros es desgraciarlo al hombre, créalo. No conozco un solo hombre feliz que lea. Y tengo amigos de todas las edades. Todos los individuos de existencia más o menos complicada que he conocido habían leído. Leído, desgraciadamente, mucho.
Si hubiera un libro que enseñara, fíjese bien, si hubiera un libro que enseñara a formarse un concepto claro y amplio de la existencia, ese libro estaría en todas las manos, en todas las escuelas, en todas las universidades; no habría hogar que, en estante de honor, no tuviera ese libro que usted pide. ¿Se da cuenta?
No se ha dado usted cuenta todavía de que si la gente lee, es porque espera encontrar la verdad en los libros. Y lo más que puede encontrarse en un libro es la verdad del autor, no la verdad de todos los hombres. Y esa verdad es relativa... esa verdad es tan chiquita... que es necesario leer muchos libros para aprender a despreciarlos.
Calcule usted que en Alemania se publican anualmente más o menos 10.000 libros, que abarcan todos los géneros de la especulación literaria; en París ocurre lo mismo; en Londres, ídem; en Nueva York, igual.
Piense esto:
Si cada libro contuviera una verdad, una sola verdad nueva en la superficie de la tierra, el grado de civilización moral que habrían alcanzado los hombres sería incalculable. ¿No es así? Ahora bien, piense usted que los hombres de esas naciones cultas, Alemania, Inglaterra, Francia, están actualmente discutiendo la reducción de armamentos (no confundir con supresión). Ahora bien, sea un momento sensato usted. ¿Para qué sirve esa cultura de diez mil libros por nación, volcada anualmente sobre la cabeza de los habitantes de esas tierras? ¿Para qué sirve esa cultura, si en el año 1930, después de una guerra catastrófica como la de 1914, se discute un problema que debía causar espanto?
¿Para qué han servido los libros, puede decirme usted? Yo, con toda sinceridad, le declaro que ignoro para qué sirven los libros. Que ignoro para qué sirve la obra de un señor Ricardo Rojas, de un señor Leopoldo Lugones, de un señor Capdevilla, para circunscribirme a este país.
Si usted conociera los entretelones de la literatura, se daría cuenta de que el escritor es un señor que tiene el oficio de escribir, como otro de fabricar casas. Nada más. Lo que lo diferencia del fabricante de casas, es que los libros no son tan útiles como las casas, y después... después que el fabricante de casas no es tan vanidoso como el escritor.
En nuestros tiempos, el escritor se cree el centro del mundo. Macanea a gusto. Engaña a la opinión pública, consciente o inconscientemente. No revisa sus opiniones. Cree que lo que escribió es verdad por el hecho de haberlo escrito él. El es el centro del mundo. La gente que hasta experimenta dificultades para escribirle a la familia, cree que la mentalidad del escritor es superior a la de sus semejantes y está equivocada respecto a los libros y respecto a los autores. Todos nosotros, los que escribimos y firmamos, lo hacemos para ganarnos el puchero. Nada más. Y para ganarnos el puchero no vacilamos a veces en afirmar que lo blanco es negro y viceversa. Y, además, hasta a veces nos permitimos el cinismo de reírnos y de creernos genios...
La mayoría de los que escribimos, lo que hacemos es desorientar a la opinión pública. La gente busca la verdad y nosotros les damos verdades equivocadas. Lo blanco por lo negro. Es doloroso confesarlo, pero es así. Hay que escribir. En Europa los autores tienen su público; a ese público le dan un libro por un año. ¿Usted puede creer, de buena fe, que en un año se escribe un libro que contenga verdades? No, señor. No es posible. Para escribir un libro por año hay que macanear. Dorar la píldora. Llenar páginas de frases.
Es el oficio, "el métier". La gente recibe la mercadería y cree que es materia prima, cuando apenas se trata de una falsificación burda de otras falsificaciones, que también se inspiraron en falsificaciones.
Si usted quiere formarse "un concepto claro" de la existencia, viva.
Piense. Obre. Sea sincero. No se engañe a sí mismo. Analice. Estúdiese. El día que se conozca a usted mismo perfectamente, acuérdese de lo que le digo: en ningún libro va a encontrar nada que lo sorprenda. Todo será viejo para usted. Usted leerá por curiosidad libros y libros y siempre llegará a esa fatal palabra terminal: "Pero sí esto lo había pensado yo, ya". Y ningún libro podrá enseñarle nada.
Salvo los que se han escrito sobre esta última guerra. Esos documentos trágicos vale la pena conocerlos. El resto es papel...
Para el diario “El Mundo” fueron escritas sus Aguafuertes porteñas. Ellas funcionaron como un laboratorio en el que Arlt probó temas, situaciones y personajes que luego volcaría en sus obras mayores. Se dio a conocer, además, a millares de lectores que lo seguirían acompañando. Las Aguafuertes fueron reunidas parcialmente en un volumen, de 1933. De esas páginas memorables, ofrecemos algunas hoy…
QUIERE SER USTED DIPUTADO?
Si usted quiere ser diputado, no hable en favor de las remolachas, del petróleo, del trigo, del impuesto a la renta; no hable de fidelidad a la Constitución, al país; no hable de defensa del obrero, del empleado y del niño. No; si usted quiere ser diputado, exclame por todas partes:
-Soy un ladrón, he robado... he robado todo lo que he podido y siempre.
ENTERNECIMIENTO
Así se expresa un aspirante a diputado en una novela de Octavio Mirbeau, El jardín de los suplicios.Y si usted es aspirante a candidato a diputado, siga el consejo. Exclamé por todas partes:
-He robado, he robado.
La gente se enternece frente a tanta sinceridad. Y ahora le explicaré. Todos los sinvergüenzas que aspiran a chuparle la sangre al país y a venderlo a empresas extranjeras, todos los sinvergüenzas del pasado, el presente y el futuro, tuvieron la mala costumbre de hablar a la gente de su honestidad. Ellos "eran honestos". "Ellos aspiraban a desempeñar una administración honesta." Hablaron tanto de honestidad, que no había pulgada cuadrada en el suelo donde se quisiera escupir, que no se escupiera de paso a la honestidad. Embaldosaron y empedraron a la ciudad de honestidad. La palabra honestidad ha estado y está en la boca de cualquier atorrante que se para en el primer guardacantón y exclama que "el país necesita gente honesta". No hay prontuariado con antecedentes de fiscal de mesa y de subsecretario de comité que no hable de "honradez". En definitiva, sobre el país se ha desatado tal catarata de honestidad, que ya no se encuentra un solo pillo auténtico. No hay malandrino que alardee de serlo. No hay ladrón que se enorgullezca de su profesión. Y la gente, el público, harto de macanas, no quiere saber nada de conferencias.
LA TRAGEDIA DE UN HOMBRE HONRADO
Todos los días asisto a la tragedia de un hombre honrado. Este hombre honrado tiene un café que bien puede estar evaluado en treinta mil pesos o algo más. Bueno: este hombre honrado tiene una esposa honrada.
A esta esposa honrada la ha colocado a cuidar la victrola. Dicho procedimiento le ahorra los ochenta pesos mensuales que tendría que pagarle a una victrolista. Mediante este sistema, mi hombre honrado economiza, al fin del año, la respetable suma de novecientos sesenta pesos sin contar los intereses capitalizados. Al cabo de diez años tendrá ahorrados...
Pero mi hombre honrado es celoso. ¡Vaya si he comprendido que es celoso! Levantando la guardia tras la caja, vigila, no sólo la consumición que hacen sus parroquianos, sino también las miradas de éstos para su mujer. Y sufre. Sufre honradamente. A veces se pone pálido, a veces le fulguran los ojos. ¿Por qué? Porque alguno se embota más de lo debido con las regordetas pantorrillas de su cónyuge. En estas circunstancias, el hombre honrado mira para arriba, para cerciorarse si su mujer corresponde a las inflamadas ojeadas del cliente, o si se entretiene en leer una revista. Sufre. Yo veo que sufre, que sufre honradamente; que sufre olvidando en ese instante que su mujer le aporta una economía diaria de dos pesos sesenta y cinco centavos; que su legitima esposa aporta a la caja de ahorros novecientos sesenta pesos anuales. Sí, sufre. Su honrado corazón de hombre prudente en lo que atañe al dinero, se conturba y olvida de los intereses cuando algún carnicero, o cuidador de ómnibus, estudia la anatomía topográfica de su también honrada cónyuge. Pero más sufre aún cuando, el que se deleita contemplando los encantos de su esposa, es algún mozalbete robusto, con bigotitos insolentes y espaldas lo suficientemente poderosas como para poder soportar cualquier trabajo extraordinario. Entonces mi hombre honrado mira desesperadamente para arriba. Los celos que los divinos griegos inmortalizaron, le desencuadernan la economía, le tiran abajo la quietud, le socavan la alegría de ahorrarse dos pesos sesenta y cinco centavos por día; y desesperado hace rechinar los dientes y mira a su cliente como si quisiera darle tremendos mordiscones en los riñones.
Yo comprendo, sin haber hablado una sola palabra con este hombre, el problema que está encarando su alma honrada. Lo comprendo, lo interpreto, lo "manyo". Este hombre se encuentra ante un dilema hamletiano, ante el problema de la burra Balaam, ante... ¡ante el horrible problema de ahorrarse ochenta mangos mensuales! Son ochenta pesos. ¿Saben ustedes los bultos, las canastas, las jornadas de dieciocho horas que éste trabajó para ganar ochenta pesos mensuales? No; nadie se lo imagina.
De allí que lo comprendo. Al mismo tiempo quiere a su mujer. ¡Cómo no la va a querer! Pero no puede menos de hacerla trabajar, como el famoso tacaño de Anatole France no pudo menos de cortarle unas rebarbas a las monedas de oro qué le ofrecía a la Virgen: seguía fiel a su costumbre.
Y ochenta pesos son ocho billetes de a diez pesos, dieciséis de a cinco y... dieciséis billetes de a cinco pesos, son plata... son plata...
Y la prueba de que nuestro hombre es honrado, es que sufre en cuanto empiezan a mirarle a la cónyuge. Sufre visiblemente. ¿Qué hacer? ¿Renunciar a los ochenta pesos, o resignarse a una posible desilusión conyugal?
Si este hombre no fuera honrado, no le importaría que le cortejaran a su propia esposa. Más aún, se dedicaría como el célebre señor Bergeret, a soportar estoicamente su desgracia.
No; mi cafetero no tiene pasta de marido extremadamente complaciente. En él todavía late el Cid, don Juan, Calderón de la Barca y toda la honra de la raza, mezclada a la terribilísima avaricia de la gente del terruño.
Son ochenta pesos mensuales. ¡Ochenta! Nadie renuncia a ochenta pesos mensuales porque sí. El ama a su mujer; pero su amor no es incompatible con los ochenta pesos.
También ama su frente limpia de todo adorno, y también ama su comercio, la economía bien organizada, la boleta de depósito en el banco, la libreta de cheques. ¡Cómo ama el dinero este hombre honradísimo, malditamente honrado!
A veces voy a su café y me quedo una hora, dos, tres. El cree que cuando le miro a la mujer estoy pensando en ella, y está equivocado. En quien pienso es en Lenin... en Stalin... en Trotzky... Pienso con una alegría profunda y endemoniada en la cara que este hombre pondría si mañana un régimen revolucionario le dijera:
-Todo su dinero es papel mojado.
LA INUTILIDAD DE LOS LIBROS
Me escribe un lector:
"Me interesaría muchísimo que Vd. escribiera algunas notas sobre los libros que deberían leer los jóvenes, para que aprendan y se formen un concepto claro, amplio, de la existencia (no exceptuando, claro está, la experiencia propia de la vida)".
NO LE PIDE NADA EL CUERPO...
No le pide nada a usted el cuerpo, querido lector. Pero, ¿en dónde vive? ¿Cree usted acaso, por un minuto, que los libros le enseñarán a formarse "un concepto claro y amplio de la existencia"? Está equivocado, amigo; equivocado hasta decir basta. Lo que hacen los libros es desgraciarlo al hombre, créalo. No conozco un solo hombre feliz que lea. Y tengo amigos de todas las edades. Todos los individuos de existencia más o menos complicada que he conocido habían leído. Leído, desgraciadamente, mucho.
Si hubiera un libro que enseñara, fíjese bien, si hubiera un libro que enseñara a formarse un concepto claro y amplio de la existencia, ese libro estaría en todas las manos, en todas las escuelas, en todas las universidades; no habría hogar que, en estante de honor, no tuviera ese libro que usted pide. ¿Se da cuenta?
No se ha dado usted cuenta todavía de que si la gente lee, es porque espera encontrar la verdad en los libros. Y lo más que puede encontrarse en un libro es la verdad del autor, no la verdad de todos los hombres. Y esa verdad es relativa... esa verdad es tan chiquita... que es necesario leer muchos libros para aprender a despreciarlos.
LOS LIBROS Y LA VERDAD
Calcule usted que en Alemania se publican anualmente más o menos 10.000 libros, que abarcan todos los géneros de la especulación literaria; en París ocurre lo mismo; en Londres, ídem; en Nueva York, igual.
Piense esto:
Si cada libro contuviera una verdad, una sola verdad nueva en la superficie de la tierra, el grado de civilización moral que habrían alcanzado los hombres sería incalculable. ¿No es así? Ahora bien, piense usted que los hombres de esas naciones cultas, Alemania, Inglaterra, Francia, están actualmente discutiendo la reducción de armamentos (no confundir con supresión). Ahora bien, sea un momento sensato usted. ¿Para qué sirve esa cultura de diez mil libros por nación, volcada anualmente sobre la cabeza de los habitantes de esas tierras? ¿Para qué sirve esa cultura, si en el año 1930, después de una guerra catastrófica como la de 1914, se discute un problema que debía causar espanto?
¿Para qué han servido los libros, puede decirme usted? Yo, con toda sinceridad, le declaro que ignoro para qué sirven los libros. Que ignoro para qué sirve la obra de un señor Ricardo Rojas, de un señor Leopoldo Lugones, de un señor Capdevilla, para circunscribirme a este país.
EL ESCRITOR COMO OPERARIO.
Si usted conociera los entretelones de la literatura, se daría cuenta de que el escritor es un señor que tiene el oficio de escribir, como otro de fabricar casas. Nada más. Lo que lo diferencia del fabricante de casas, es que los libros no son tan útiles como las casas, y después... después que el fabricante de casas no es tan vanidoso como el escritor.
En nuestros tiempos, el escritor se cree el centro del mundo. Macanea a gusto. Engaña a la opinión pública, consciente o inconscientemente. No revisa sus opiniones. Cree que lo que escribió es verdad por el hecho de haberlo escrito él. El es el centro del mundo. La gente que hasta experimenta dificultades para escribirle a la familia, cree que la mentalidad del escritor es superior a la de sus semejantes y está equivocada respecto a los libros y respecto a los autores. Todos nosotros, los que escribimos y firmamos, lo hacemos para ganarnos el puchero. Nada más. Y para ganarnos el puchero no vacilamos a veces en afirmar que lo blanco es negro y viceversa. Y, además, hasta a veces nos permitimos el cinismo de reírnos y de creernos genios...
DESORIENTADORES
La mayoría de los que escribimos, lo que hacemos es desorientar a la opinión pública. La gente busca la verdad y nosotros les damos verdades equivocadas. Lo blanco por lo negro. Es doloroso confesarlo, pero es así. Hay que escribir. En Europa los autores tienen su público; a ese público le dan un libro por un año. ¿Usted puede creer, de buena fe, que en un año se escribe un libro que contenga verdades? No, señor. No es posible. Para escribir un libro por año hay que macanear. Dorar la píldora. Llenar páginas de frases.
Es el oficio, "el métier". La gente recibe la mercadería y cree que es materia prima, cuando apenas se trata de una falsificación burda de otras falsificaciones, que también se inspiraron en falsificaciones.
CONCEPTO CLARO
Si usted quiere formarse "un concepto claro" de la existencia, viva.
Piense. Obre. Sea sincero. No se engañe a sí mismo. Analice. Estúdiese. El día que se conozca a usted mismo perfectamente, acuérdese de lo que le digo: en ningún libro va a encontrar nada que lo sorprenda. Todo será viejo para usted. Usted leerá por curiosidad libros y libros y siempre llegará a esa fatal palabra terminal: "Pero sí esto lo había pensado yo, ya". Y ningún libro podrá enseñarle nada.
Salvo los que se han escrito sobre esta última guerra. Esos documentos trágicos vale la pena conocerlos. El resto es papel...
miércoles, 3 de julio de 2013
Pensamientos - Juan Bautista Alberdi
En pueblos de la contextura de los que España fundó con sus colonias en Sud-América, los gobiernos bajo cuya autoridad viven son su yo orgánico y natural, que obran y hablan por los pueblos como si fuesen los pueblos mismos los que hablasen y obrasen; pero en realidad son masas o cuerpos inertes formados para sustentar a sus gobiernos fundadores y señores.
De ahí viene que pasados esos pueblos a un nuevo régimen de existencia independiente del poder español que los fundó y organizó, continúen siempre en el hábito de nombrar al pueblo para significar su gobierno, como en el tiempo colonial, al revés de los pueblos regidos por gobiernos que son su obra y emanación, como los gobiernos libres.
Así, en el Plata, v. gr., quien dice el pueblo de Buenos Aires, como poder o cuerpo político, dice el Gobierno de Buenos Aires, que sigue siendo el tenedor y depositario del poder del pueblo con exclusión del mismo pueblo. El Gobierno es todo: es el Estado, es el alma, es el yo del país, cuyo pueblo es el cuerpo material de ese ser oficial. Sólo en este sentido puede comprenderse que los que han entregado al Gobierno de la Provincia de Buenos Aires todos los intereses, libertades y poderes de la nación (el pueblo de Buenos Aires incluso en ella) digan o admitan que Buenos Aires ha sido fortificado y enriquecido de todo eso, en vez de decir cómo ha sucedido el Gobierno de Buenos Aires.
¿Qué esperanza puede haber en los que hacen esas confusiones comprendan y realicen la reconstrucción que la nación argentina necesita para dejar de ser orgánica y anatómicamente, por decirlo así, el cuerpo social colonial que construyó España para beneficio de su corona en esa parte de América, y se transforme y convierta orgánica y anatómicamente, por decirlo así, en un estado libre y soberano que se gobierna a si mismo por autoridades de su propia creación y elección?
La calamidad de ese país, pasado de un salto de colonia absoluta de origen a estado libre por una proclama o declaración verbal y literal; su calamidad consiste en la falta, natural y comprensible, de hombres de Estado, de ciencia y de experiencia política, de práctica de administración moderna, libre y nacional.
En lugar de eso, apenas tiene una literatura política, una lengua política tan desenvuelta y adelantada por sus formas, que contrasta con la ausencia más completa de sentido político práctico.
Literatura elegante, fraseología viva, verbosidad inacabable, en el fondo de la cual no hay nada sino presunciones, suficiencia y falta de ese sentido práctico de los pueblos sajones en materia de gobierno y de negocios públicos.
Así se explica que sus primeros políticos defiendan, en nombre de la libertad del pueblo, el Estado y régimen económico de cosas que España organizó para tener a ese pueblo dominado en provecho de su corona. El cerebro, la víscera capital y principal de ese organismo colonial es la ciudad de Buenos Aires. Manteniéndola como fue construida, para pensar y funcionar de un modo cerca del cuerpo de que es órgano motor y dirigente, en el papel mismo, con la pretensión de que funcione al revés, es decir, en sentido opuesto a la dominación omnipotente, están empeñados en realizar la libertad con la máquina del despotismo. Cuando una revolución feliz (el 3 de febrero 1852) la ha puesto en vía de reconstruirse para beneficio de la nación entera, según el propósito de mayo de 1810, los liberales de Buenos Aires han restaurado el antiguo orden económico de cosas y puesto el poder de la nación entera en manos no de Buenos Aires, sino del gobierno de Buenos Aires, en nombre de la libertad. Han reconstruido el despotismo queriendo reconstruir la libertad.
Pueblos nacidos, formados, casi envejecidos en el hábito de ver, pensar, querer, obrar, creer por órgano de sus gobiernos, no pueden concebir que les vengan sus libertades sino de las manos de sus gobiernos, y que los actos de éstos, por violentos y dañosos que sean, no sean otra cosa que sus libertades mismas del pueblo. Son los pueblos así conformados, no sus gobiernos, los que hacen su tiranía.
De ahí viene que pasados esos pueblos a un nuevo régimen de existencia independiente del poder español que los fundó y organizó, continúen siempre en el hábito de nombrar al pueblo para significar su gobierno, como en el tiempo colonial, al revés de los pueblos regidos por gobiernos que son su obra y emanación, como los gobiernos libres.
Así, en el Plata, v. gr., quien dice el pueblo de Buenos Aires, como poder o cuerpo político, dice el Gobierno de Buenos Aires, que sigue siendo el tenedor y depositario del poder del pueblo con exclusión del mismo pueblo. El Gobierno es todo: es el Estado, es el alma, es el yo del país, cuyo pueblo es el cuerpo material de ese ser oficial. Sólo en este sentido puede comprenderse que los que han entregado al Gobierno de la Provincia de Buenos Aires todos los intereses, libertades y poderes de la nación (el pueblo de Buenos Aires incluso en ella) digan o admitan que Buenos Aires ha sido fortificado y enriquecido de todo eso, en vez de decir cómo ha sucedido el Gobierno de Buenos Aires.
¿Qué esperanza puede haber en los que hacen esas confusiones comprendan y realicen la reconstrucción que la nación argentina necesita para dejar de ser orgánica y anatómicamente, por decirlo así, el cuerpo social colonial que construyó España para beneficio de su corona en esa parte de América, y se transforme y convierta orgánica y anatómicamente, por decirlo así, en un estado libre y soberano que se gobierna a si mismo por autoridades de su propia creación y elección?
La calamidad de ese país, pasado de un salto de colonia absoluta de origen a estado libre por una proclama o declaración verbal y literal; su calamidad consiste en la falta, natural y comprensible, de hombres de Estado, de ciencia y de experiencia política, de práctica de administración moderna, libre y nacional.
En lugar de eso, apenas tiene una literatura política, una lengua política tan desenvuelta y adelantada por sus formas, que contrasta con la ausencia más completa de sentido político práctico.
Literatura elegante, fraseología viva, verbosidad inacabable, en el fondo de la cual no hay nada sino presunciones, suficiencia y falta de ese sentido práctico de los pueblos sajones en materia de gobierno y de negocios públicos.
Así se explica que sus primeros políticos defiendan, en nombre de la libertad del pueblo, el Estado y régimen económico de cosas que España organizó para tener a ese pueblo dominado en provecho de su corona. El cerebro, la víscera capital y principal de ese organismo colonial es la ciudad de Buenos Aires. Manteniéndola como fue construida, para pensar y funcionar de un modo cerca del cuerpo de que es órgano motor y dirigente, en el papel mismo, con la pretensión de que funcione al revés, es decir, en sentido opuesto a la dominación omnipotente, están empeñados en realizar la libertad con la máquina del despotismo. Cuando una revolución feliz (el 3 de febrero 1852) la ha puesto en vía de reconstruirse para beneficio de la nación entera, según el propósito de mayo de 1810, los liberales de Buenos Aires han restaurado el antiguo orden económico de cosas y puesto el poder de la nación entera en manos no de Buenos Aires, sino del gobierno de Buenos Aires, en nombre de la libertad. Han reconstruido el despotismo queriendo reconstruir la libertad.
Pueblos nacidos, formados, casi envejecidos en el hábito de ver, pensar, querer, obrar, creer por órgano de sus gobiernos, no pueden concebir que les vengan sus libertades sino de las manos de sus gobiernos, y que los actos de éstos, por violentos y dañosos que sean, no sean otra cosa que sus libertades mismas del pueblo. Son los pueblos así conformados, no sus gobiernos, los que hacen su tiranía.
Pensamientos - Juan Bautista Alberdi
Un pueblo revestido, para una revolución operada por las cosas, del derecho a ser libre, es decir, del derecho a exigir de su Gobierno, en cuyas manos están todas sus libertades, que se las entregue una por una, está en una posición tan dura como la del Gobierno que en cada libertad que entrega a su dueño entrega una parte de su poder y abdica poco a poco su rango original de poder omnipotente.
Esa relevación y reemplazo de un Gobierno soberano por un pueblo soberano, en que consiste el cambio de régimen, es ardua y difícil y tiene que producirse gradual y lentamente.
Pero tiene que producirse fatalmente, y ella constituye el desarrollo histórico de la libertad en todas las naciones en progreso.
No hay pueblo libre, de ninguna raza ni casta, que lo haya sido desde el origen de su formación. Todos empiezan por la obediencia ciega, y el gobierno es, cronológicamente, anterior a la libertad. Son dos poderes que han empezado por la violencia el establecimiento de su imperio. La libertad, como gobierno del pueblo, ha empezado a establecer su autoridad por la fuerza; como el Gobierno, que es la libertad del poder, empieza igualmente por la fuerza.
La abdicación generosa y noble de los gobiernos puede prevenir o atenuar la violencia de los pueblos; desgraciadamente, de esa cualidad son más capaces los gobiernos nobles y aristocráticos, como lo prueban los ejemplos de la Gran Carta otorgada en Inglaterra por el Rey Juan y la abolición de los privilegios el 4 de agosto de 1789 por la nobleza francesa.
Pero los gobiernos republicanos no son incapaces de esas concesiones o abdicaciones, como lo prueban los ejemplos de Washington, de Belgrano, de Sucre.
Las más veces, lo que no hacen los sentimientos y las virtudes lo hacen los intereses bien entendidos de los que gobiernan; es decir, de los poseedores de hecho de las libertades del pueblo y de los gobernados que saben evitar la violencia para lograr más pronto y más eficazmente la reivindicación de sus libertades por reformas pacíficas.
Un pueblo condenado a ser libre por la mano de su Gobierno tiene que esperar siglos para entrar en posesión de su libertad, porque cada libertad que el Gobierno le devuelve es una parte de su poder que abdica. Y como no tiene quien le obligue a abdicar sino un pueblo educado en la obediencia absoluta, es decir, ininteligente y desinteresado en la cuestión de su propia libertad, no será ese Gobierno el que se apure a devolver los poderes de que goza y disfruta.
Pero esa devolución se hará a su pesar, por la fuerza de cosas, que darán poco a poco al pueblo una educación por la cual adquiera la costumbre de una obediencia menos ciega y menos limitada; y esa costumbre revocará poco a poco, y acabará por reemplazar del todo, a la costumbre que lo educó en la obediencia ciega y absoluta.
Las costumbres se derogan unas a otras mejor que las leyes, y la educación que forma las costumbres es dada por la fuerza inteligente de las cosas en la dirección de su corriente de mejoramiento y progreso natural: no de otro modo se han educado y formado las costumbres de los países libres.
La libertad, como costumbre, tiene a su favor esa corriente educatriz de las cosas en los Estados de Sud-América.
El poder de sus Gobiernos es incapaz de contenerla. Su origen y su modo de ser los hacen a ellos mismos los autores e instrumentos de su propia disminución gradual.
No basta que posea todos los recursos de poder omnímodo, que reciben de su contextura y de la contextura colonial española.
Esos recursos no son un poder sino cuando se sabe manejarlos.
Los nuevos gobiernos, herederos y poseedores de esos recursos de poder que formó el régimen de España para sus virreyes, no tienen la experiencia, ni la inteligencia, ni la estabilidad y firmeza del antiguo gobierno colonial para el manejo y administración de esos recursos de poder.
Su misma abundancia perjudica a los que no saben o no pueden manejarlos. En vez de servir a su poder, sirven a su debilidad, porque la inexperiencia, la inestabilidad, la discordia, la sucesión continua del personal del gobierno, los disipa y malbarata en consumos locos, inútiles y estériles.
Las deudas van creciendo con los gastos. Las obligaciones y deberes y apuros, con las deudas. Las exigencias de recursos, con los apuros.
Y el Pueblo, que ve todo eso y se apercibe de que todos los recursos que disipa la mala conducta y la ignorancia de sus gobiernos salen de su bolsillo, empieza a sentir la necesidad de ver por quiénes y cómo son gobernados, administrados y empleados los recursos económicos de su poder público y colectivo.
Sentir esa necesidad es empezar a comprender la necesidad de la libertad, es decir, de intervenir y tomar parte en la gestión de sus intereses públicos y de su vida pública, la cual se resuelve en la suerte de sus mismos intereses privados de vida, propiedad, seguridad, familia, industria, trabajo, etc.
De ese modo acaba la libertad por ser entendida, buscada, apreciada, adquirida, conservada; no como un mero gusto, sino como una cosa tan necesaria e indispensable a la vida como el pan, el agua, la luz, el aire mismo.
Así, los que en el Plata han dado al nuevo gobierno republicano de Buenos Aires la masa misma de recursos de poder que tenía el gobierno realista de Buenos Aires, creyendo que con esos recursos le daban el mismo poder y autoridad del antiguo, se equivocan completamente porque con esos recursos no le han dado la misma inteligencia y costumbre de su manejo, la misma estabilidad, la misma autoridad, el mismo juicio y moderación, sin cuyas circunstancias esos recursos no son un poder sitio una impotencia; no son fuerzas, sino causas de debilidad.
Ese gobierno puede tener recursos y poder de abusar, de disipar, de dominar; pero ese poder mismo redunda en su daño, lejos de servir a su desarrollo y mejoramiento.
Él llegará a verse colocado en extremos que le arrastren por su propio interés a ceder para fortalecerse, a dividir sus recursos para tener seguridad de los que necesita su existencia, a reconocer que el país argentino todo entero tiene que cambiar y apoyarse en un punto de gravedad diferente del que tenía en su vida y condición de colonia, en que fue formado, ha vivido siglos y ha continuado viviendo después de conquistada su independencia de España.
La posesión de todos los recursos de poder nacional no salvará al gobierno local poseedor de ellos de su gradual y necesaria (?) decadencia; lo cual dará lugar a que se forme gradualmente y al mismo paso la obediencia deliberada, inteligente y limitada del pueblo de las provincias (en cuya compañía entra el mismo pueblo de Buenos Aires).
Esa relevación y reemplazo de un Gobierno soberano por un pueblo soberano, en que consiste el cambio de régimen, es ardua y difícil y tiene que producirse gradual y lentamente.
Pero tiene que producirse fatalmente, y ella constituye el desarrollo histórico de la libertad en todas las naciones en progreso.
No hay pueblo libre, de ninguna raza ni casta, que lo haya sido desde el origen de su formación. Todos empiezan por la obediencia ciega, y el gobierno es, cronológicamente, anterior a la libertad. Son dos poderes que han empezado por la violencia el establecimiento de su imperio. La libertad, como gobierno del pueblo, ha empezado a establecer su autoridad por la fuerza; como el Gobierno, que es la libertad del poder, empieza igualmente por la fuerza.
La abdicación generosa y noble de los gobiernos puede prevenir o atenuar la violencia de los pueblos; desgraciadamente, de esa cualidad son más capaces los gobiernos nobles y aristocráticos, como lo prueban los ejemplos de la Gran Carta otorgada en Inglaterra por el Rey Juan y la abolición de los privilegios el 4 de agosto de 1789 por la nobleza francesa.
Pero los gobiernos republicanos no son incapaces de esas concesiones o abdicaciones, como lo prueban los ejemplos de Washington, de Belgrano, de Sucre.
Las más veces, lo que no hacen los sentimientos y las virtudes lo hacen los intereses bien entendidos de los que gobiernan; es decir, de los poseedores de hecho de las libertades del pueblo y de los gobernados que saben evitar la violencia para lograr más pronto y más eficazmente la reivindicación de sus libertades por reformas pacíficas.
Un pueblo condenado a ser libre por la mano de su Gobierno tiene que esperar siglos para entrar en posesión de su libertad, porque cada libertad que el Gobierno le devuelve es una parte de su poder que abdica. Y como no tiene quien le obligue a abdicar sino un pueblo educado en la obediencia absoluta, es decir, ininteligente y desinteresado en la cuestión de su propia libertad, no será ese Gobierno el que se apure a devolver los poderes de que goza y disfruta.
Pero esa devolución se hará a su pesar, por la fuerza de cosas, que darán poco a poco al pueblo una educación por la cual adquiera la costumbre de una obediencia menos ciega y menos limitada; y esa costumbre revocará poco a poco, y acabará por reemplazar del todo, a la costumbre que lo educó en la obediencia ciega y absoluta.
Las costumbres se derogan unas a otras mejor que las leyes, y la educación que forma las costumbres es dada por la fuerza inteligente de las cosas en la dirección de su corriente de mejoramiento y progreso natural: no de otro modo se han educado y formado las costumbres de los países libres.
La libertad, como costumbre, tiene a su favor esa corriente educatriz de las cosas en los Estados de Sud-América.
El poder de sus Gobiernos es incapaz de contenerla. Su origen y su modo de ser los hacen a ellos mismos los autores e instrumentos de su propia disminución gradual.
No basta que posea todos los recursos de poder omnímodo, que reciben de su contextura y de la contextura colonial española.
Esos recursos no son un poder sino cuando se sabe manejarlos.
Los nuevos gobiernos, herederos y poseedores de esos recursos de poder que formó el régimen de España para sus virreyes, no tienen la experiencia, ni la inteligencia, ni la estabilidad y firmeza del antiguo gobierno colonial para el manejo y administración de esos recursos de poder.
Su misma abundancia perjudica a los que no saben o no pueden manejarlos. En vez de servir a su poder, sirven a su debilidad, porque la inexperiencia, la inestabilidad, la discordia, la sucesión continua del personal del gobierno, los disipa y malbarata en consumos locos, inútiles y estériles.
Las deudas van creciendo con los gastos. Las obligaciones y deberes y apuros, con las deudas. Las exigencias de recursos, con los apuros.
Y el Pueblo, que ve todo eso y se apercibe de que todos los recursos que disipa la mala conducta y la ignorancia de sus gobiernos salen de su bolsillo, empieza a sentir la necesidad de ver por quiénes y cómo son gobernados, administrados y empleados los recursos económicos de su poder público y colectivo.
Sentir esa necesidad es empezar a comprender la necesidad de la libertad, es decir, de intervenir y tomar parte en la gestión de sus intereses públicos y de su vida pública, la cual se resuelve en la suerte de sus mismos intereses privados de vida, propiedad, seguridad, familia, industria, trabajo, etc.
De ese modo acaba la libertad por ser entendida, buscada, apreciada, adquirida, conservada; no como un mero gusto, sino como una cosa tan necesaria e indispensable a la vida como el pan, el agua, la luz, el aire mismo.
Así, los que en el Plata han dado al nuevo gobierno republicano de Buenos Aires la masa misma de recursos de poder que tenía el gobierno realista de Buenos Aires, creyendo que con esos recursos le daban el mismo poder y autoridad del antiguo, se equivocan completamente porque con esos recursos no le han dado la misma inteligencia y costumbre de su manejo, la misma estabilidad, la misma autoridad, el mismo juicio y moderación, sin cuyas circunstancias esos recursos no son un poder sitio una impotencia; no son fuerzas, sino causas de debilidad.
Ese gobierno puede tener recursos y poder de abusar, de disipar, de dominar; pero ese poder mismo redunda en su daño, lejos de servir a su desarrollo y mejoramiento.
Él llegará a verse colocado en extremos que le arrastren por su propio interés a ceder para fortalecerse, a dividir sus recursos para tener seguridad de los que necesita su existencia, a reconocer que el país argentino todo entero tiene que cambiar y apoyarse en un punto de gravedad diferente del que tenía en su vida y condición de colonia, en que fue formado, ha vivido siglos y ha continuado viviendo después de conquistada su independencia de España.
La posesión de todos los recursos de poder nacional no salvará al gobierno local poseedor de ellos de su gradual y necesaria (?) decadencia; lo cual dará lugar a que se forme gradualmente y al mismo paso la obediencia deliberada, inteligente y limitada del pueblo de las provincias (en cuya compañía entra el mismo pueblo de Buenos Aires).
Pensamientos de Oscar Wilde y Anatole France
La civilización no es una cosa fácil de lograr. Sólo hay dos maneras de conseguirla: por la cultura o por la corrupción. La gente del campo no ha tenido ocasión de alcanzar ni una ni otra y por eso permanece estancada.
Admiro el grado de fealdad que puede alcanzar una ciudad moderna. Por todos lados se destruye lo que aún quedaba libre, imprevisto, mesurado, humano, tradicional. Por todos lados se destruye esto tan encantador, una pared vieja por la que cuelgan unas ramas. Por todos lados se suprime un poco de aire, y de día, un poco de naturaleza, un poco de recuerdos que aún quedaban, un poco de nuestros padres, un poco de nosotros mismos, y se levantan casas espantosas, enormes, infames.
Oscar Wilde
Admiro el grado de fealdad que puede alcanzar una ciudad moderna. Por todos lados se destruye lo que aún quedaba libre, imprevisto, mesurado, humano, tradicional. Por todos lados se destruye esto tan encantador, una pared vieja por la que cuelgan unas ramas. Por todos lados se suprime un poco de aire, y de día, un poco de naturaleza, un poco de recuerdos que aún quedaban, un poco de nuestros padres, un poco de nosotros mismos, y se levantan casas espantosas, enormes, infames.
Anatole France
domingo, 30 de junio de 2013
Elogio de la Locura - Compilación: Jorge A. Dágata
LOCURAS QUE NO CESAN
La guerra, como es bien sabido, es el origen de los hechos más memorables de la humanidad. Y, no obstante, ¿hay mayor locura que enzarzarse en una lucha terrible cuyas causas se ignoran y que inevitablemente traen más pérdidas que ganancias para ambos contendientes?
UNA MANERA DE VER
¿Qué es la vida sino una farsa en la que, oculto detrás de una máscara, cada cual representa su papel hasta que el director les ordena retirarse del escenario? Con frecuencia ocurre en la vida algo similar a lo que acaece en el teatro: el director dispone que un individuo actúe distintos papeles, y el que acabamos de ver vestido con la púrpura del rey retorna un instante después con los harapos de un esclavo. En el teatro del mundo, esta es la comedia que diariamente se representa.
MÁS LOCURA QUE NO CESA
La sabiduría inoportuna es una verdadera locura, así como la prudencia mal entendida es una imprudencia. No saber adaptarse ni al tiempo ni a las circunstancias y pretender que se acabe la farsa no es de hombres inteligentes. Además, como decían los antiguos en sus banquetes: El que no esté conforme, que se vaya. La verdadera prudencia consiste en tener en cuenta que se es humano y que no se debe emplear más sabiduría que la que usa la generalidad de los mortales, pasando por alto los errores que se observen en los demás. ¡Pero eso -me dirán- es una verdadera locura! Les doy la razón y agrego que es la única manera de llevar adelante la comedia de la vida.
Del libro "Elogio de la Locura" cuyo autor es Erasmo de Roterdam (Holanda c. 1466-1536)
viernes, 28 de junio de 2013
Pensamientos - Juan Bautista Alberdi
Todas las reformas escritas que dejen en pie los hechos históricos en que se encierra el viejo régimen, y la estructura de su gobierno omnipotente serán vanas e ineficaces.
El gobierno seguirá siendo de hecho el depositario de todo el poder y de toda la libertad (que no son sino términos equivalentes), como tenedor y poseedor exclusivo que seguirá siendo todo el poder financiero y rentístico, que recibió por su estructura colonial para dominar a la colonia.
Como poseedor exclusivo de la renta pública pagada por el tráfico exterior, el crédito o poder de levantar empréstitos seguirá residiendo con la renta aduanera, que le sirve de gaje en su poder.
En vano se hablará de reformar la oficina de su tesoro, que emite su deuda y se llama el Banco de la Providencia; bajo todas sus formas, el poder de levantar empréstitos por esa oficina será el mismo. Por ese poder, toda la fortuna del pueblo de Buenos Aires seguirá en manos de su gobierno. Cada emisión será un empréstito.
Como poseedor y tenedor exclusivo del doble manantial del tesoro -que son el impuesto y el empréstito- el gobierno de Buenos Aires será el grande y único elector de los gobiernos del país todo.
En vano se hablará de reformar el sistema electoral. Bajo todas las leyes electorales no habrá otro elector que el gobierno, tenedor de los elementos o poderes electorales.
No es el sistema electoral el que conviene cambiar, sino el elector, como no es el Banco, lo que conviene reformar o cambiar, sino el banquero.
El principal reformador de esas dos instituciones imperiales será el Gobierno mismo que las administra. Él traerá la reforma por sus abusos y excesos, que llegarán a hacerla de tal modo necesaria que se producirá sin resistencia y como por sí misma: como caen los edificios en ruina.
Juan Bautista Alberdi: Nació en Tucumán el 20 de agosto de 1810. Cursó Derecho en Buenos Aires y Córdoba. Miembro del Salón Literario y la Asociación de Mayo. En 1844, luego de diez años de vivir en Europa, retorna a América. Publica las Bases en 1852. Representante de la Confederación de 1855 a 1862. Como intelectual, asiste a los agitados sucesos del 1880.
El gobierno seguirá siendo de hecho el depositario de todo el poder y de toda la libertad (que no son sino términos equivalentes), como tenedor y poseedor exclusivo que seguirá siendo todo el poder financiero y rentístico, que recibió por su estructura colonial para dominar a la colonia.
Como poseedor exclusivo de la renta pública pagada por el tráfico exterior, el crédito o poder de levantar empréstitos seguirá residiendo con la renta aduanera, que le sirve de gaje en su poder.
En vano se hablará de reformar la oficina de su tesoro, que emite su deuda y se llama el Banco de la Providencia; bajo todas sus formas, el poder de levantar empréstitos por esa oficina será el mismo. Por ese poder, toda la fortuna del pueblo de Buenos Aires seguirá en manos de su gobierno. Cada emisión será un empréstito.
Como poseedor y tenedor exclusivo del doble manantial del tesoro -que son el impuesto y el empréstito- el gobierno de Buenos Aires será el grande y único elector de los gobiernos del país todo.
En vano se hablará de reformar el sistema electoral. Bajo todas las leyes electorales no habrá otro elector que el gobierno, tenedor de los elementos o poderes electorales.
No es el sistema electoral el que conviene cambiar, sino el elector, como no es el Banco, lo que conviene reformar o cambiar, sino el banquero.
El principal reformador de esas dos instituciones imperiales será el Gobierno mismo que las administra. Él traerá la reforma por sus abusos y excesos, que llegarán a hacerla de tal modo necesaria que se producirá sin resistencia y como por sí misma: como caen los edificios en ruina.
Juan Bautista Alberdi: Nació en Tucumán el 20 de agosto de 1810. Cursó Derecho en Buenos Aires y Córdoba. Miembro del Salón Literario y la Asociación de Mayo. En 1844, luego de diez años de vivir en Europa, retorna a América. Publica las Bases en 1852. Representante de la Confederación de 1855 a 1862. Como intelectual, asiste a los agitados sucesos del 1880.
miércoles, 26 de junio de 2013
PENSAMIENTOS
Quien hoy compra lo superfluo, mañana venderá lo necesario - Franklin
No compres ningún objeto que no te sea necesario, aunque fuere muy barato, pues no necesitándolo siempre resulta caro - Jefferson
La avaricia es más contraria a la economía que la liberalidad - La Rochefoucauld
Guárdate de dilapidar tus recursos, pero mantente lejos de la avaricia; cada cosa tiene su límite - Pitágoras
Resuélvete a no ser pobre, y tengas lo que tengas, gasta menos - Sócrates
No es pobre el que tiene poco, sino el que codicia mucho - Anónimo
Hay tanta economía en no gastar el dinero, como en gastarlo con notoria utilidad a su debido tiempo - Ruskin
El ahorro es la tranquilidad que aguarda - Pascal
No compres ningún objeto que no te sea necesario, aunque fuere muy barato, pues no necesitándolo siempre resulta caro - Jefferson
La avaricia es más contraria a la economía que la liberalidad - La Rochefoucauld
Guárdate de dilapidar tus recursos, pero mantente lejos de la avaricia; cada cosa tiene su límite - Pitágoras
Resuélvete a no ser pobre, y tengas lo que tengas, gasta menos - Sócrates
No es pobre el que tiene poco, sino el que codicia mucho - Anónimo
Hay tanta economía en no gastar el dinero, como en gastarlo con notoria utilidad a su debido tiempo - Ruskin
El ahorro es la tranquilidad que aguarda - Pascal
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