sábado, 17 de agosto de 2013

RESCATAMOS TEXTOS DEL LIBRO “PLENITUD”, TEXTO DE LECTURA PARA 6to GRADO DE PEDRO B. FRANCO Y CESÁREO RODRÍGUEZ, EDICIÓN 1933

LA   GLORIA
Por Juan B Alberdi


Una de las causas ocultas y no confesadas de la guerra, reside en las preocupaciones, en la vanidad, la idolatría por lo que se llama gloria. La gloria es el ruido entusiasta y simpático que se produce alrededor de un hombre.
Pero hay gloria y gloria. La gloria en general es el honor de la victoria del hombre sobre el mal.
La gloria de Newton, de Galileo, de Lavoisier, de Cristóbal Colón, de Fulton, de Stevenson, deja en la oscuridad la del bárbaro guerrero que ha brillado en la edad de tinieblas, cuando se creía que enterrar un hombre era matar el error, la ignorancia, la pobreza, el crimen, la epidemia.
La guerra, como el crimen, puede seguir siendo productiva de lucro para el que la hace con éxito; pero no de gloria, si ella no deriva del triunfo de una idea, del hallazgo de una verdad, de un secreto natural fecundo en bienes para la humanidad.
Las armas de la idea son la lógica, la observación, la expresión elocuente; no la espada.
Los pueblos son los árbitros de la gloria; ellos la dispensan, no los reyes. La gloria no se hace por decretos; la gloria oficial es ridícula. La gloria popular, es la gloria por esencia. Luego, los pueblos, con sólo el manejo de este talismán, tienen en su mano el gobierno de sus propios destinos. En faz de las estatuas con que los reyes glorifican a los, cómplices de sus devastaciones, los pueblos tienen el derecho de erigir las estatuas de los gloriosos vencedores de la oscuridad, del espacio, del abismo de los mares de la pobreza, de las fuerzas puestas al servicio del hombre, como el calor, la electricidad, el gas, el vapor, el fuego, el agua, la tierra, el hierro, etc.
Los nobles héroes de la Ciencia, en lugar de los bárbaros héroes del sable. Los que extienden, ayudan, realizan, dignifican la vida, no los que la suprimen so pretexto de servirla; los que cubren de alegría, de abundancia, de felicidad las naciones, no los que las incendian, destruyen, empobrecen, enlutan y sepultan.


Viento que pasa.
Por José Calderaro

¡La humanidad está enferma de apresuramiento !
Vivimos de prisa, pensamos velozmente, sentimos a la ligera, realizamos actos de floja voluntad.
Parece que un invencible y oscuro incentivo, nos hubiera lanzado en desenfrenada carrera.
¡No nos detenemos en nada! No tenemos quietud para pensar, profundidad para sentir, constancia para querer.
¡Somos sombras, deslizadas sobre las realidades de la vida!
Somos viento que pasa, sonido que se disipa, clamor que se apaga; tenemos la consistencia del arco iris y la movilidad de la hoja seca fustigada por la brisa otoñal.
El acto de pensar, que consiste en detener el espíritu sobre un objeto, lo hemos convertido en el acto de mirar apresuradamente todas las cosas; el acto de sentir que consiste en emocionarnos frente a lo que nos rodea, lo hemos reducido a una mera lamentación; el acto de querer, que es el ejercicio de la voluntad, lo hemos confundido con el movimiento de los autómatas.
Creemos que son actos de voluntad el hecho de ir y venir, hacer el trabajo cotidiano, mover los músculos, arrojar alguna idea; sin considerar que la voluntad consiste en poner absolutamente todas las fuerzas del espíritu en la prosecución de un ideal. ¡Pero no tenemos ideales! Por eso la mayoría nos quejamos de la vida, es decir, nos quejamos de la pobreza de las cosas que el vivir nos ofrenda a cada rato.
¡Mas la culpa es nuestra!
Pasamos como fugitivos, como evadidos, como prófugos, por encima de todo.
Nuestro paso, es el paso de los angustiados. Si las mariposas pasasen sobre las flores, como nosotros sobre la vida, en un vuelo de ciclón, no gustarían nunca la ambrosía del néctar delicioso.
¡Detengamos, pues, nuestra marcha, un instante !
Sólo así podremos gozar de esos momentos de tranquila paz, al abrigo del hogar, a la sombra del árbol, sobre el ala de un recuerdo, bajo el encanto de una canción, como si fuéramos mariposas que libáramos de flor en flor el néctar de la dicha que el mundo de vez en cuando nos depara.
¡Meditemos despacio; sintamos con intensidad; querramos con tesón!
¡Dejemos de ser prófugos; viento que pasa; rumor que se extingue!...

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