sábado, 28 de octubre de 2017

Para leer mientras sube el ascensor (Selección) Por Enrique Jardiel Poncela

Cigarro.- Tubito de papel, lleno de una sustancia indefinible, que sirve para destrozarse la laringe y para entablar conversación con los compañeros de viaje.

Mechero automático.- Mecanismo para quemarse las pestañas.

Mantecado.- Sustancia elaborada a base de huevo, que no tiene huevo nunca.

Reloj.- Aparato para comprobar que se llega tarde a las citas.

Peluquerías.- Establecimientos públicos donde dejamos el pelo, dando dinero encima.

Talento.- Cosa que todo el mundo elogia, pero poca gente paga.

Mula.- Mamífero que no escribe.

Escritor.- Mamífero que escribe y a quien nunca le contesta nadie.

Recordar.- Operación que, como la de pelar cebollas, siempre acaba haciéndonos llorar.

Bígamo.- Idiota elevado al cuadrado.

Esperanto.- Idioma universal que no conoce nadie en el Universo.

Veraneo.- Preocupación anual.

Mudanza.- Incendio sin llamas.

Vegetariano.- Hombre que no come carne delante de testigos.

Puños.- Trozos de tela destinados a limpiar las mesas.

Paraguas.- Artilugio destinado a echar el agua a la espalda.

Timbre.- Aparato que se coloca en las casas para diversión de los niños.

Abrigo de pieles.- Pretexto para que se siga matando zorros, martas y visones en Alaska.

Abrigo de pieles barato.- Pretexto para que se siga matando gatos en el resto del mundo.

Actor.- Ciudadano que cobra por repetir lo que han escrito otros, pero que nunca repite exactamente lo que está escrito.

Salida para caso de incendio.- Puerta donde, en caso de incendio, se encuentran apilados los cadáveres.

Novela de 300 páginas.- Ladrillo combustible.

Paso para peatones.- Sitio estratégico para atropellos.

Menú.- Lista de cosas indigeribles.

Puntos suspensivos.- Agarradero de los que no tienen nada que decir cuando escriben.

Escaparate.- Especie de vitrina que se coloca en la planta baja de las casas para que las mujeres se detengan ante ella a arreglarse el pelo y retocarse el vestido.

Anécdotas del Talmud (por el Rabino Salomón Yabra)

LA COMPRA DEL VIENTO

Uno de los pobladores contó al rabí Mendel que el dueño del lugar exigía el pago de los alquileres, pero él no tenía el dinero necesario. El rabí le aconsejó que comprara lo que se ofreciera, salvo objetos robados. El hombre fue a ver al propietario para preguntarle si tenía algo para vender. El noble se encontraba rodeado por una cantidad de amigos y, para divertirlos, propuso al judío que comprara el viento. Éste, obedeciendo el consejo del rabí, aceptó la oferta y solicitó al propietario de la población que redactara un contrato por diez años especificando que le vendía el viento por cien táleros anuales. Se firmó el contrato y el judío entregó una suma de dinero como adelanto. Había varios molinos de viento en las tierras que alquilaba el noble y cuando éstos comenzaron a funcionar el Iehudí mostró el contrato a cada molinero exigiendo que le pagaran por el uso del viento. Pronto estuvo en condiciones de pagar al noble su alquiler.


OBEDECER A LA MADRE

Un discípulo advirtió que su rabí estaba concentrado en un problema de interpretación de la Torá. El joven sabía por experiencia que esa concentración sería larga y regresó a su casa a comer. Cuando hubo comido, su madre le pidió que le hiciera un mandado, pero el muchacho se negó a demorarse, con el argumento de no perder la lección del rabí. No obstante al salir, el muchacho reflexionó: "¿Acaso el propósito de aprender no es el de realizar buenas obras?; Obedecer a mi madre es más importante que la prisa por mi lección”. Regresó e hizo el mandado para su madre. Luego se apresuró a ir de su rabí. Cuando éste lo vio exclamó: "Has de haber hecho una buena acción, pues en cuanto te vi se aclaró algo que me resultaba complicado interpretar.


UNA PLEGARIA LOGRADA A MEDIAS

La mujer de un rabí de Ropshitz dijo a su marido: - Tu plegaria fue larga hoy. ¿Conseguiste que los ricos sean más generosos en sus dones a los pobres?. El rabí contestó: - Logré la mitad de mi plegaria. Los pobres están dispuestos a aceptarlos.


EL AMOR AL PRÓJIMO

Se relata la historia del Rabí Sásov, quien dijo no haber comprendido realmente el significado del amor a un semejante hasta que lo aprendió de un borracho. Cierta vez, el Rabí pasó frente a una taberna, y escuchó un dialogo entre dos hombres ebrios. Uno le decía al otro cuánto lo amaba, pero éste se negaba que esto fuera así. “¡Iván!”, exclamó. “Créeme cuando te digo que te amo mas que a cualquier otra cosa en el mundo”. “No digas eso, Igor”, le respondió Iván. “En realidad no me amas”. Igor bebió un vaso de vodka de un trago. Las lágrimas le corrían por el rostro. “Te lo aseguro, Iván. Te amo de todo corazón”, sollozaba. Iván meneó la cabeza. “No, Igor. No creo que me ames. Si realmente me amas, dime cómo estoy sufriendo. Dime lo que me falta. Dime cuáles son mis necesidades”. El Rabí de Sásov se alejó. “Ahora sé, que a menos que sienta el dolor de otra persona a sazón de saber cuáles son sus prioridades insatisfechas, realmente no he logrado un sentimiento de amor por ella”. El amor al prójimo requiere de una profunda comprensión personal para lograr comprender cuales son las necesidades de cada quien.


LA ELEVACIÓN

El rabí Menahem Mendel  conocido como el “Tzemaj Tsedek” era destacado desde la niñez por su extraordinario coeficiente. Cierta vez su abuelo lo vio jugando con chicos de su edad quienes competían por llegar más alto a través de una escalera; todos subían apenas hasta la mitad y luego se caían. Sólo él pudo llegar hasta el final de la escalera. El abuelo, sorprendido, le preguntó como es que pudo lograrlo. El niño respondió: “Mis amigos, al subir miran hacia abajo, al darse cuenta lo lejos están del piso, se marean y caen. En cambio yo, miro solamente hacia arriba apreciando cuán alto está el cielo y cuán bajo estoy, entonces prosigo subiendo hasta llegar a lo más alto”. En ocasiones, se cree estar en un nivel muy elevado pensando en alguna acción buena efectuada, pero cuando se observa hacia lo superior, analizando lo que falta, se logra elevar mas aún en lo espiritual.