sábado, 29 de junio de 2013

Zonceras Argentinas - Por Arturo Jauretche

En su libro “Manual de Zonceras Argentinas”(1º edición, noviembre de 1968), Jauretche expresa lo siguiente:
“Zonzo y zoncera son palabras familiares en América, desde México hasta Tierra del Fuego… Las zonceras que voy a tratar consisten en principios introducidos en nuestra formación intelectual desde la más tierna infancia  y en dosis para adultos- con la apariencia de axiomas, para impedirnos pensar las cosas del país por la simple aplicación del buen sentido. Hay zonceras políticas, históricas, geográficas, económicas, culturales, la mar en coche. Algunas son recientes, pero las más tienen raíz lejana y generalmente un prócer que las respalda. A medida que usted vaya leyendo algunas, se irá sorprendiendo, como yo oportunamente, de haberlas oído, y hasta repetido innumerables veces, sin reflexionar sobre ellas y, lo que es peor, pensando desde ellas.
Este no es un trabajo histórico, pero nos conducirá frecuentemente a la historia para conocer la génesis de cada zoncera… Muchas han tenido una finalidad pragmática y concreta que… ha respondido a los fines de la pedagogía colonialista para que actuemos en cada emergencia concreta sólo en función de la zoncera abstracta hecha principio.
Estas zonceras de autoridad cumplen dos objetivos: uno es prestigiar la zoncera con la autoridad del que la respalda, y otro reforzar la autoridad con la zoncera. Así los proyectos de Rivadavia se apoyan en el prestigio de Rivadavia. Y el prestigio de Rivadavia en sus proyectos. Esto nos lleva de nuevo a la historia, cuya falsificación tiene también por objetivo una zoncera: presentar nuestro pasado como una lucha maniquea entre “santos” y “diablos”, con lo que los actores dejan de ser hombres para convertirse en bronces y mármoles intangibles… doy con unas cuantas de ellas, la punta del hilo para que entre todos podamos desenredar la madeja… de la comprobación aislada de cada zoncera llegaremos por inducción  del fenómeno a la ley que lo rige  a comprobar que se trata de un sistema, de elementos de una pedagogía, destinada impedir que el pensamiento nacional se elabore desde los hechos, es decir, desde las comprobaciones del buen sentido”


Sobre el periodismo

CUARTO PODER

Mi infancia pueblerina creyó que el cuarto poder era español y republicano. Y muy valiente, pero muy débil, es decir, que era poder pero poco. Más bien que un cuarto poder, un poder de cuarta, muy inferior al sargento Cárdenas, que era el habitualmente encargado de llevarlo preso al “gallego” o a los hermanos Avila, que atendían los empastelamientos y las garroteaduras persuasivas.
tema inevitable del sainete o de cualquier cuento de “pago chico”, el periódico y el periodista de campaña representaban la libertad de prensa que algún día se habría de lograr pese a la prepotencia de los comisarios y matones.
Mi experiencia de periodista me dice que aún no se ha logrado y que es cada vez más difícil, aunque ahora sean otras las técnicas de los que insensiblemente gobiernan y no en apariencias. No voy a hacer la historia de los periódicos que me ha tocado dirigir, fatalmente clausurado por los variados Conintes* y estados de sitio, que al fin y al cabo no son más que formas estilizadas y con apariencia jurídica del sargento Cárdenas y los hermanos Avila.
Ahora el cuarto poder existe, y yo diría que es el primero, sólo que no tiene nada que ver con la libertad de prensa y sí mucho con la libertad de empresa.

Hace mucho que el cuarto poder no está construido por aquel súbdito español y por añadidura republicano, que conoció mi infancia atravesando la plaza del pueblo con rumbo a la comisaría, gritando sus protestas bajo los empujones del sargento Cárdenas. No sólo ha cambiado el cuarto poder, sino que también muchos periodistas republicanos españoles que andan por ahí conchabados y por encargo de sus patrones son empujadores de sargentos Cárdenas, o se encargan de hacer bulla en otro lado ''ara facilitarle la tarea.
El cuarto poder está constituido en la actualidad por las grandes empresas periodísticas que son, primero empresas y después prensa. Se trata de un negocio como cualquier otro que para sostenerse debe ganar dinero vendiendo diarios y recibiendo avisos. Pero el negocio no consiste en la venta del ejemplar, que generalmente da pérdida: consiste en la publicidad. Así, el diario es un medio y no un fin, y la llamada “libertad de prensa”, una manifestación de la libertad de empresa a que aquella se subordina, porque la prensa es libre sólo en la medida que sirva a la empresa y no contraríe sus intereses.
Ahora en su calidad de primer poder, es el único que no es afectado por los golpes de estado. Porque además de ser de primera internacional y S.I.P. mediante, y también sin ella, es el que termina por disciplinar a los otros poderes conformes a las exigencias de la libertad de prensa.

*Conintes, también conocido como “Plan Conintes”: Conmoción Interna del Estado: Plan que no necesita explicación. Su nombre lo dice todo. Fue puesto en práctica en el gobierno de Frondizi bajo el comando del general Toranzo Montero. Usted tiene toda razón y lucidez si lo relaciona con planes similares puestos en práctica en la década del 70´. (N del E)



Sobre el uso de armas de fuego

AQUÍ SE APRENDE A DEFENDER A LA PATRIA

Ubicado en el suburbio pueblerino, el Tiro Federal suscita una imagen municipal y agreste, sabatina y dominical, asociada al pic-nic, los mosquitos y la primavera. Trae además reminiscencias escolares con algo de fiesta patria, de batallón infantil o compañía de boy-scouts. Y también la consigna. ¡Siempre listos… y con el dedo en el gatillo!
No sé si esto valdrá la pena para los porteños y los muchachos de ahora; pero para los puebleros de mi generación, sí. El tiro Federal se prestigiaba con las figuras masculinas de Guillermo Tell y el general Arana, grandote uno, petisito el otro. Asociaba también la flecha con el Máuser y el agitar de una banderita con la manzana. Eso sí; no llega tanto como para consustanciar la “papa” con la idea de una cabeza infantil atravesada.
No en vano he mencionado a Guillermo Tell. El Tiro Federal nos sugiere una democracia con olor a tambo, república ideal donde cada ciudadano es a la vez soldado y relojero y no tira papelitos a la calle. ”Aquí se aprende a defender a la Patria” es la divisa del Tiro federal.
En el stand aprendemos cómo se la defiende: de pie, con y sin apoyo; rodilla en tierra, con y sin apoyo; o cuerpo a tierra. El enemigo está allá enfrente, bien identificado por el blanco. Pronto sabremos también que no es lo mismo tirar sobre blanco inmóvil que sobre un blanco que se mueve y contesta.
Pero en uno y otro caso se supone que el blanco está enfrente. Más aún, uno termina por creer que no hay otros blancos que los de enfrente de uno. Y es aquí donde empieza la zoncera. El verdadero enemigo nunca está enfrente. Ese es el blanco prefabricado para que no tiremos sobre el enemigo que está al lado, arriba o detrás, y que además tiene cara de amigo, por lo menos según nos lo pintan quienes suponemos lo debían identificar para que lo tirásemos, pero no como Guillermo Tell con su arco, a la manzana. A la cabeza.
Para defender la Patria es conveniente saber tirar, pero imprescindible saber quién es el enemigo, lo que empieza sabiendo qué es la Patria y ésta no es tarea del Tiro Federal.
Esta es tarea de la escuela, del libro, de la prensa oral y escrita, en una palabra, de los medios tendientes a la formación del pensamiento de los argentinos. Mientras todo eso en lugar de identificar al enemigo se preocupe de camouflarlo, sólo aprenderemos en el Tiro Federal a tirar. Y lo de ”Aquí se aprende a defender a la Patria” seguirá siendo sólo una de las zonceras argentinas. De pie, con y sin apoyo; rodilla en tierra, con y sin apoyo; o cuerpo a tierra.

El periodismo en Tenesee - Por Mark Twain

El jefe de redacción del Avalanche de Memphis se precipitó así sobre un corresponsal que lo trató de radical: “Mientras él estaba describiendo la primera palabra, el medio, poniéndoles los puntos a las íes, las cruces a las tes y clavando su punto de cierre, sabía que estaba fraguando una frase saturada de infamia y apestosa de falsedades” Canje.
El médico me dijo que un clima sureño me mejoraría la salud, así que me fui a Tennessee y conseguí un puesto en el Morning Glory and Johnson Country Warwhoop como redactor asociado. Cuando me presenté a trabajar, encontré al redactor en jefe sentado en una silla de tres patas, echado hacia atrás, con los pies sobre una mesa de pino. Había otra mesa de pino en el cuarto y otra silla maltrecha, y las dos estaban medio enterradas bajo periódicos y recortes y hojas manuscritas. Había una caja de madera con arena, salpicada de colillas de cigarros y bocados de tabaco mascado y una estufa con la puerta colgándole de la bisagra superior. El editor en jefe tenía una levita negra de faldones largos y pantalones de lino blanco. Sus botas eran pequeñas y bien lustradas de negro. Llevaba una camisa arrugada, un gran anillo de sello, un cuello levantado pasado de moda y un  pañuelo a cuadros con las puntas colgando.
Podría fecharse el atuendo en 1848. El hombre estaba fumando un cigarro y tratando de pensar en una palabra y al pasarse la mano por el pelo se desordenaba bastante los mechones. Me dijo que tomara los periódicos de canje y los hojeara y escribiera “El espíritu de la prensa en Tennessee”, condensando en el artículo todo lo que contuvieran que pareciera interesante.Escribí lo que sigue:
“El espíritu de la prensa en Tennessee”
“Es evidente que los redactores del Terremoto Semisemanal trabajan bajo un malentendido en lo que tiene que ver con el ferrocarril Ballyhack. El objeto de la compañía no es dejar a Buitreville de lado. Por el contrario, lo consideran uno de los puntos más importantes del recorrido y en consecuencia no pretenden disminuirlo. Los caballeros del Terremoto harían bien en corregirse, desde luego.
John W. Blossom, Esq., el muy capaz jefe de redacción del Trueno y Grito de Batalla Libertario  de Higginsville llegó a la ciudad ayer. Se alojó en la pensión Van Buren.
Observamos que nuestro contemporáneo del  Aullido Matutino de Arroyo Barroso ha caído en el error de suponer que la elección de Van Werter no es un hecho establecido, pero sin duda habrá descubierto su error antes de que le llegue esta advertencia. Por cierto habrá sido confundido por datos electorales insuficientes.
Es agradable apuntar que la ciudad de Parloteoville está realizando tratos con caballeros de Nueva York para pavimentar sus calles hasta hoy intransitables con el pavimento Nicholson. El Hurrah Diario alienta la medida con habilidad y parece confiar en el éxito final.”
Le pasé el manuscrito al editor en jefe para aceptación, cambio o destrucción. Le dio un vistazo y se le nubló la cara. Hizo correr la mirada por las páginas y el rostro se le puso ominoso. Era fácil ver que algo no marchaba. Un momento después se paró de un salto y dijo:
-¡Por todos los diablos! ¿Acaso supone usted que voy a hablar de esos animales con ese estilo? ¿Acaso supone que mis suscriptores van a soportar semejante puré tibio? ¡Déme la pluma!
Nunca vi una pluma rascar y raspar su camino con tanta maldad o arar a través de los verbos y adjetivos de otro hombre de modo tan implacable. Mientras el redactor en jefe estaba en la mitad de su camino, alguien le disparó por la ventana abierta y arruinó la simetría de mi oreja.
Ah dijo él -, es el rufián de Smith, el del Volcán Moral: tuvo su merecido ayer.
Y arrebató un revólver de la armada del cinturón y disparó. Smith cayó, herido por una bala en el muslo. El disparo frustró el blanco de Smith, que estaba probando por segunda vez y que lisió a un extraño. El extraño era yo. Apenas un dedo arrancado de un tiro.
Después, el redactor en jefe se dedicó a tachar y agregar palabras entre líneas. En el momento en que terminaba, una granada de mano bajó por el tubo de la chimenea y la explosión hizo estallar la estufa en mil pedazos. Sin embargo no provocó más daños, salvo que un trozo errante me arrancó un par de dientes.
La estufa quedó arruinada por completo  dijo el redactor en jefe-
 Le dije que yo también lo creía.
Bueno, no importa: no la necesitamos con este clima. Conozco al hombre que lo hizo. Ya lo agarraré. Fíjese: así es como hay que escribir este tipo de cosas.
Tomé el manuscrito. Estaba tan cubierto de tachaduras y palabras entre líneas que ni su madre, en caso de tenerla, lo habría reconocido. Decía así:
“El espíritu de la prensa en Tennessee”
“Es evidente que los mentirosos inveterados del Terremoto Semisemanal están tratando de manipular aviesamente a un pueblo noble y caballeroso con otra de sus viles y brutales falsedades acerca de la más gloriosa hazaña del siglo 19, el ferrocarril Ballyhack. La idea que Buitreville iba a ser dejada de lado se originó en sus cerebros sucios: o más bien en los residuos fecales que ellos llaman cerebros. Harían mejor en tragarse esa mentira si quieren salvar sus carcasas de reptil abandonadas por la zurra que se merecen con tanta justicia. El asno de Blossom, del Trueno y Grito de batalla Libertario de Higginsville ha vuelto aquí a emborracharse en lo de Van Buren.
Observamos que el embrutecido canalla del Aullido Matutino de Arroyo Barroso está difundiendo, con su acostumbrada generosidad para mentir, que Van Werter no fue elegido. La misión sacrosanta del periodismo es diseminar la verdad; erradicar el error, educa, refinar y elevar el tono de la moral y las buenas costumbres públicas y hacer a todos más gentiles, más virtuosos, más caritativos y mejores y más santos y más felices en todo sentido; sin embargo este canalla de corazón tenebroso degrada su grandioso oficio con persistencia al difundir la falsedad, la calumnia, la vituperación y la vulgaridad.
Parloteoville desea un pavimento Nicholson: necesita más una cárcel y un hogar para pobres. ¡Hay que pensar en un pavimento para una ciudad de un solo caballo compuesta por dos boliches, una herrería y esa plasta de mostaza que es el Hurrah Diario! Buckner, el insecto rastrero que redacta el Hurrah se está jactando de su negocio con la imbecilidad de costumbre, e imaginando que dice algo sensato”
Bien, ese es el modo de escribir: con pimienta y al grano. El periodismo tipo gofio con leche me da náuseas.
En ese momento un ladrillo atravesó con estruendo la ventana y me provocó una sacudida considerable en la espalda. Me aparté: empezaba a sentir que molestaba.
Lo más probable es que fuera el coronel  dijo el redactor en jefe -. Hace dos días que lo espero. Pronto aparecerá.
Tenía razón. El coronel apareció en la puerta un instante después, con un revólver de dragón en la mano.
Caballero dijo- ¿tengo el honor de estar dirigiéndome al cobarde que redacta esta hoja sarnosa?
Así es. Le ruego que se siente, caballero. Cuidado con la silla, le falta una pata. ¿Según creo tengo el honor de dirigirme al podrido mentiroso conocido como coronel Blatherskite Tecumesh?
Correcto caballero. Tengo una pequeña cuenta que saldar con usted. Si le parece podemos comenzar.
Tengo que terminar un artículo sobre “El alentador progreso del desarrollo moral  e intelectual en América”, pero no hay apuro. Empecemos.
Las dos pistolas se dispararon con gran estruendo al mismo tiempo. El redactor en jefe perdió un mechón de cabello y la bala del coronel terminó su carrera en la parte carnosa de mi muslo. El hombro izquierdo del coronel quedó un poquito recortado. Volvieron a disparar. Esta vez los dos erraron el blanco, pero y tuve mi parte: un disparo en el brazo. Al tercer disparo los dos caballeros quedaron levemente heridos y a mí me saltó una astilla de nudillo. Entonces dije que creía mejor salir a dar una vuelta, dado que aquella era una cuestión privada y me parecía demasiado delicado seguir participando en ella. Pero los dos caballeros me rogaron que me quedara en mi sitio y me aseguraron que no molestaba.
Después hablaron de las elecciones y las cosechas mientras volvían a cargar las armas y yo me dediqué a vendar mis heridas. Pero un momento después abrieron otra vez el fuego con animación y cada disparo tuvo su efecto: pero corresponde observar que cinco de los seis me tocaron a mí. El sexto hirió de muerte al coronel, quien apuntó, con espléndido humor que ahora debía despedirse dando los buenos días, porque tenía otras cosas que hacer en el centro. Después preguntó el camino hacia el empresario de pompas fúnebres y se fue.
El jefe de redacción se volvió y me dijo:
Espero a alguien para comer y tengo que aprontarme. Me haría un favor si lee las pruebas y atiende a los clientes.
Me retorcí ante la idea de atender a los clientes, pero estaba demasiado confundido por el tiroteo que aún sonaba en mis oídos para pensar en algo que decir:
Jones estará aquí a las tres. Azótelo  continuó- Tal vez Gillespie pase más temprano: arrójelo por la ventana. Fergunson pasará a eso de las cuatro: mátelo. Creo que eso es todo por hoy. Si le queda tiempo libre, puede escribir un artículo quemante sobre la policía: vuélvalo loco al inspector en jefe. Los látigos están bajo la mesa; las armas en el armario; la munición allá, en el rincón; el ungüento y las vendas arriba, en las casillas. En caso de accidente vea a Lanceta, el cirujano, bajando las escaleras. Nos da publicidad: tenemos canje.
Se fue. Me estremecí. Al cabo de las tres horas siguientes había pasado peligros tan espantosos que habían desaparecido de mí por entero toda paz mental y alegría. Gillespie había venido y me había arrojado a mí por la ventana. Pronto llegó Jones y cuando me apronté a azotarlo, se encargó él del trabajo. En un enfrentamiento con un extraño que no figuraba en el menú, había perdido el cuero cabelludo. Otro extranjero, llamado Thompson, me dejó convertido en una ruina de harapos caóticos. Y al fin, acorralado en el rincón y acosado por una multitud enfurecida de redactores, petardistas, políticos y rufianes desesperados, que rabiaban e insultaban y agitaban las armas encima de mi cabeza hasta que el aire refulgió con resplandores cegadores de acero, estaba en el acto de renunciar a mi puesto en el periódico cuando llegó el redactor en jefe y con él una pandilla de amigos encantados y entusiastas. Siguió una escena de motín y carnicería como ninguna pluma humana podría llegar a describir. LA gente fue herida a tiros, sondeada con instrumentos, descuartizada, hecha estallar, arrojada por la ventana. Hubo un breve tornado de sombría blasfemia con una danza de guerra confusa y frenética atravesándolo y después todo había terminado. En cinco minutos se hizo el silencio y el ensangrentado redactor en jefe y yo nos quedamos sentados y solos, mirando la ruina sanguinolenta que cubría el piso a nuestro alrededor.
Te gustará el lugar cuando te acostumbres  dijo-
Tendrá usted que perdonarme  dije yo -; creo que tal vez podría escribir a su gusto después de un tiempo; una vez que tuviera cierta práctica y aprendiera el idioma;  confío en que podría. Pero, para decirle la verdad, ese tipo de energía en la expresión  tiene sus inconvenientes y es posible que un hombre sea interrumpido. Usted mismo lo ha visto. La escritura vigorosa está calculada para elevar al público, sin duda, pero por otra parte no me gusta llamar tanto la atención como lo hace. No puedo escribir cómodo cuando me interrumpen tanto como hoy. Me gusta bastante el puesto, pero no quiero que me dejen aquí a atender los clientes. Le aseguro que las experiencias son novedosas y además entretenidas, por así decirlo, pero no están distribuidas con juicio. Un caballero le dispara a usted por la ventana y me hiere a mí; una bomba cae por el tubo de la estufa para su gratificación y me hace bajar la puerta de la estufa por mi garganta; un amigo se deja caer para cambiar cumplidos con usted y me llena de pecas a mí con agujeros de bala hasta que mi piel se niega a sostener mis principios; usted se va a comer y viene Jones con su látigo, Gillespie me tira por la ventana, Thompson me hace trizas la ropa y un completo extraño me saca el cuero cabelludo con la facilidad de un viejo conocido; y en menos de cinco minutos todos los petardistas del país llegan con sus pinturas de guerra y proceden a asustarme a muerte con sus tomahawks. Tomado en conjunto, nunca pasé momentos tan vivaces en mi vida entera como los que pasé hoy. No; usted me cae bien y me gusta su modo calmo y terso de explicar las cosas a los clientes, pero tiene que comprender que yo no estoy acostumbrado. El corazón sureño es demasiado impulsivo; la hospitalidad sureña es demasiado pródiga con el forastero. Los párrafos que escribí hoy y en cuyas frías frases su mano magistral inyectó el espíritu ferviente del periodismo de Tennessee, agitarán otro nido de avispas. Vendrá toda esa multitud de redactores y además vendrán con hambre y querrán algo de desayuno. Tengo que despedirme de usted. Declino estar presente en tales festejos. Vine al sur por mi salud, regresaré con el mismo propósito y bruscamente. El periodismo de Tennessee es demasiado agitado para mí.
Después de lo cual nos separamos con mutua pena y ocupé un cuarto en el hospital.

Las fotos de Dippy - Por Liliana Colavita

FOTOS 1 y 2 (COPA SOBRE MANTEL Y MISMA COPA ROTA)

La foto en blanco y negro mostraba solamente una copa para vino, de pie sobre un mantel. Me recordaba las copas del juego de la abuela.
Mi amigo -el fotógrafo- mencionó algo de una segunda foto. Lo escuché como si estuviera lejos...
Entonces, la foto se fue completando, aparecieron otras copas. Las de oporto, las de licor, y las de sidra. En otro estante, rodeada por las copas de agua reinaba una jarra.
Las copas y la jarra estaban en una vitrina con vidrios biselados sostenidos por una estructura de madera tallada.
La vitrina estaba ubicada en un ángulo del comedor, en diagonal a la ventana.
Por la ventana entraba el sol que se reflejaba en todo ese cristal de copas y vitrina formando muchos pequeños arco iris.
Los arco iris bailaban en las paredes cuando la brisa revolvía los  rayos del sol con las ramas de  la rosa china.
La rosa china crecía desde el cantero del patio interior de la planta baja donde compartía el escaso pedazo de tierra con las diosmas, las alegrías del hogar, los junquillos y alguna que otra plantita de ruda.
El cantero terminaba en los  baldosones de granitos blancos y negros, opacos y ásperos de sol.
Del patio interior se pasaba al hall de entrada, ahí otros baldosones, privilegiados por vivir bajo techo, enrostraban a sus congéneres del patio su brillo de cera.
Del hall de entrada, por una enorme puerta de dos hojas con picaportes y adornos de bronce resplandeciente se salía a la calle Mendoza...
La calle Mendoza, Barrio porteño de Belgrano. Unos metros a la izquierda, la Avenida del Libertador General Don José de San Martín, una de las calles con el nombre más largo, una de las calles más lindas.
Libertador...
Unas cuadras a la derecha, la estación de ferrocarril Belgrano y después las Barrancas.
Las Barrancas de Belgrano con su gigantesco ombú de desvergonzadas raíces al aire y su copa frondosa dando sombra a las mesas con dibujos formando damero.
La iglesia redonda y un poco más allá el Museo Larreta, con su mágico jardín tan jardín, en medio de tanta ciudad...
Después la Avenida Cabildo con sus negocios lujosos, tan lindos como los de Santa Fe, pero en un barrio más tranquilo.
Porque Belgrano era tranquilo, cuando bajaba del tren o del colectivo de la línea 60 en las Barrancas, sentía que llegaba a casa.
Recorría con gusto esas calles adoquinadas, con veredas algo rotas por las raíces de los árboles. Esos árboles que crecían esquivando la sombra  de los edificios no demasiado altos y cuyas copas se juntaban cerca del cielo como manos de chicos que se agarran para jugar al arroz con leche.
Mi abuela, las meriendas en Barrancas, mi tío y la juguetería de  Juramento, un edificio viejo con pisos de listones de  pino tea, subiendo tres escalones se entraba a un mundo de fantasía de muñecas de losa y ladrillos de goma... Algún cine de Cabildo mirando la primera de las películas de la saga de “El Padrino”...
Brindar con las copas de cristal que estaban en la vitrina en el comedor de la casa de Belgrano...
Mi amigo el fotógrafo- me está mostrando la segunda foto, es la misma copa, pero rota...
Desparramada en pequeños pedacitos de cristal sobre el mantel, el pie, se mantiene entero, aguantando...
Para testimoniar el esplendor y la rotura de la copa, están las fotos de mi amigo...
Para testimoniar el tiempo de dichosas estadías en el tranquilo barrio porteño de Belgrano, están mis recuerdos...
Mis felices recuerdos que como el ombú de las Barrancas y el pie de la copa,  se mantienen enteros, aguantando...

FOTO 3) EL MOLINO

Era la foto de un molino, un molino de viento para sacar agua, de esos que se ven de pasada, todavía en unos cuantos campos y chacras al borde de las rutas. Pero yo vi otro molino, vi el molino de mi infancia. Ese con la cola en la que jamás voy a olvidarlo- se leía AGAR CROSS, obviamente, deduzco ahora, era la marca. El molino tenía la vital función de extraer el agua para consumo de la casa, regado de la quinta y abastecimiento -previo paso por el tanque australiano- de los bebederos en el corral de hacienda.
Ésa era la función específica del molino, pero para nosotros, los primos, el molino era otra cosa...
Tótem plantado en el medio de la quinta que mágicamente mandaba agua a los surcos de los ajíes y tomates para que pudiéramos embarrarnos a gusto... Genio gigantesco, cuando el viento movía sus brazos él mandaba agua al tanque australiano por un caño. Los primos solíamos jugar tapando a medias la boca del caño para dirigir el agua donde queríamos y terminar llenando el hueco de la mano para tomárnosla. El piso del tanque era de tierra, y había unas plantas, una especie de helechos acuáticos y entre ellos se escondían del sol pececitos de todos colores. ¡Cómo nos gustaba agitar esos helechos provocando una espantada entre los peces de colores que rápidamente nadaban en todas direcciones! Otro conducto con una tapa de piedra llevaba el agua a la pileta de los patos, que en realidad, usábamos para bañarnos durante los días más calurosos de verano. Los patos desalojados, boqueaban a la sombra de los ciruelos y limoneros.
Al pozo que rodeaba la base del molino, no nos dejaban acercar mucho, porque era profundo y peligroso y de tanto machacarnos con eso, nos hicieron imaginar que vaya a saber que monstruos habitarían aquellas profundidades, lo que no hizo más que incentivar nuestra curiosidad. El borde estaba asegurado con ladrillos y cubierto por chapas de metal. En el verano, especialmente los días cercanos a Navidad y Año Nuevo, se colgaba de alguno de los hierros de la estructura del molino, una soga o cadena, en uno de cuyos extremos se ataban los cajones con botellas de bebida y se bajaban a refrescar al fondo del pozo. Cuando los cajones se volvían a subir, algún que otro sapo subía colgado con ellos...
El tío siempre había sido nuestro compañero de aventuras, abogado defensor en los juicios por portarnos mal a los que frecuentemente nos sometía el tribunal familiar y muchas veces nuestro cómplice. Él era quién nos permitía, entre otras cosas, acercarnos más al pozo del molino. Para una Navidad, mamá y las tías habían hecho gala de empeño y habilidad preparando una gran cantidad de ensalada de frutas. La pusieron en una olla de “fierro” que la abuela usaba para hacer el tuco dominguero. La tapa de la olla era muy pesada y cerraba casi herméticamente, por lo tanto a pesar de las advertencias de las damas, el tío insistió en que si se ataba cada asa de la olla pasando también la soga por el asa de la tapa, podría bajarse la ensalada de fruta a refrescar al pozo del molino sin riesgo alguno...
Algún desajuste de los nudos de la soga, alguna ley de la física o el destino, determinaron que la olla subiera con la tapa un poco corrida...
Del pequeño sapo que el tío sacó por una pata y devolvió al pozo adornado con algún trozo de ananá y durazno, nunca habló ninguno de nosotros.
La familia jamás supo porque nos reíamos mientras servían la ensalada de fruta...
¡Fue una Navidad inolvidable, como el tío!

POLEMISTAS GAUCHOS - Compiló: Jorge A. Dágata

Varios gauchos conversan en la pulpería sobre temas de escritura y de fonética.
El santiagueño Albarracín no sabe leer ni escribir, pero supone que la palabra trara (que designa al trípode de hierro para la pava del mate) no puede escribirse.
Crisanto Cabrera, también analfabeto, sostiene que todo lo que se habla puede ser escrito.
-Pago la copa para todos -le dice el santiagueño- si escribe trara.
-Se la juego -contesta Cabrera. Saca el cuchillo y con la punta traza unos garabatos en el piso de tierra. De atrás se asoma el viejo Álvarez, mira el suelo y sentencia:
-Clarito: trara.

(Texto de Luis A. Antuñano, en ¨Cincuenta años en Gorchs. Medio siglo en campos de Buenos Aires¨, publicado en Olavarría en 1911).


CÓMO REDACTÉ UN PERIÓDICO AGRÍCOLA - Mark Twain (1835-1910)

No me encargué de la redacción transitoria de un  periódico agrícola sin cierto recelo. Tampoco  un hombre de tierra firme  se haría cargo del mando de una nave sin cierto recelo. Pero estaba en circunstancias que convertían en un objetivo importante el salario. El redactor regular del periódico se iba de vacaciones y acepté los términos que ofreció y ocupé mi puesto.
La sensación de estar trabajando de nuevo era sibarítica y me esforcé toda la semana con placer constante. Fuimos a la imprenta y esperé un día con cierto afán `para ver si mi esfuerzo iba a llamar la atención. Cuando abandonaba mi oficina, hacia el crepúsculo, un grupo de hombres y chicos que estaba al pie de las escaleras se dispersó de un sólo impulso y me abrieron paso y oí que uno o dos de ellos decían : “¡Ese es  él!”
Como es natural, el incidente me alegró. Por la mañana siguiente encontré un grupo similar al pie de las escaleras y parejas o individuos apartados, parados aquí y allá en la calle, observándome con interés.
El grupo se separó y se echó hacia atrás cuando me acerqué, y oí que un hombre decía “¡Mírenle los ojos!” Fingí no advertir la atención que estaba llamando, pero en secreto me sentía complacido y pensaba contárselo a mi tía en una carta. Subí el pequeño tramo de escalera y oí voces alegres y una risa resonante cuando me acerqué a la puerta, que abrí; pude ver entonces a dos jóvenes de aspecto rural, cuyos rostros se demudaron y alargaron al verme, y después los dos se zambulleron a través de la ventana con un gran estruendo. Quedé sorprendido.
En mas o menos una hora, un viejo caballero de barba flotante y rostro espléndido pero bastante austero, entró y se sentó cuando lo invité a hacerlo. Parecía tener algo en mente. Se quitó el sombrero y lo dejó en el piso, y sacó de él un pañuelo de seda roja y un ejemplar de nuestro periódico.
Se puso el periódico en la falda y mientas limpiaba sus anteojos con el pañuelo dijo:
¿Usted es el nuevo redactor?
Le dije que lo era.
¿Redactó alguna vez un periódico agrícola antes?
No  dije- Éste es mi primer intento
Ya me parecía. ¿Ha tenido alguna experiencia práctica en agricultura?
No; creo que no.
Cierto instinto me lo indicó dijo el viejo caballero, poniéndose los anteojos y mirándome con aspereza por encima de los cristales, mientras doblaba el periódico para darle una forma adecuada-. Me gustaría leerle lo que debe de haberme hecho tener ese instinto. Fue este editorial. Escuche y ve a si fue usted quien lo escribió:
“Los nabos no debieran ser arrancados, porque eso los daña. Es mucho mejor enviar un muchacho a que sacuda el árbol.”
Muy bien: -¿Qué piensa de eso? Porque debo suponer que realmente usted lo escribió, ¿verdad?
-¿Qué pienso de eso? Caramba, creo que está bien. Creo que tiene sentido. No tengo dudas de que cada año millones de kilos de nabos se arruinan sólo en esta ciudad porque los arrancan cuando están medio maduro, mientras que si hubieran enviado un muchacho a sacudir el árbol….
¡Sacudir a su abuela! ¡Los nabos no crecen en los árboles!
Ah, no, ¿verdad? Bueno, ¿Quién dijo que lo hicieran? El lenguaje pretendía ser figurativo, figurativo por completo. Cualquiera que sepa algo sabrá que quise decir que el muchacho debía sacudir la enredadera.
Entonces aquel anciano se levantó y rasgó el periódico en pequeños pedazos y saltó sobre ellos y rompió varias cosas con el bastón y dijo que yo no podría distinguir ni siquiera una vaca; y después se fue y dio un portazo tras él, y , en pocas palabras, actuó de tal modo que supuse que debía estar disgustado con algo. Pero como no sabía cual era el problema, no pude serle de la menor utilidad.
Poco después de esto, una criatura larga, cadavérica, con mechones lacios que le colgaban hasta los hombros, y una barba cerdosa de una semana asomando entre las colinas y valles de su cara, se precipitó al interior de la oficina y se detuvo, inmóvil, con un dedo en los labios y la cabeza y el cuerpo en actitud de escuchar. No se oía el menor sonido. Aún así siguió prestando atención. Ni un sonido. Después hizo girar la llave en la cerradura y vino caminando en puntas de pie hacia mí, hasta que se detuvo a mi alcance, momento en que se detuvo y, después de escrutarme la cara con intenso interés por un momento, extrajo de su pecho un ejemplar doblado de nuestro periódico y dijo:
Aquí está, usted escribió esto. Léamelo… ¡rápido! Alívieme. Sufro.
Leí lo que sigue, y a medida que las frases caían de mis labios, pude ver cómo llegaba el alivio, pude ver cómo se relajaban los músculos tensos y cómo se iba la ansiedad de la cara y cómo el descanso y la paz invadían los rasgos del visitante como la piadosa luz lunar sobre un paisaje desolado:
El guano es un pájaro espléndido, pero es necesario un gran cuidado para criarlo. No debiera ser importado antes de junio o después de septiembre. En invierno habría que mantenerlo en un sitio abrigado, donde pueda criar sus pichones. Es evidente que tendremos una estación atrasada para el cereal. En consecuencia el granjero hará bien en empezar a transplantar su maíz y plantar sus tortas de alforfón en julio en vez de agosto.
Algo sobre la calabaza. Este tipo de baya es un plato favorito entre los nativos del interior de nueva Inglaterra, que la prefieren a la uva crespa para hacer tortas de fruta y que del mismo modo la prefieran a la frambuesa para alimentar a las vacas, dado que llenaba más al animal, y es mucho más satisfactoria. La calabaza es el único fruto comestible de la familia de las naranjas que prospera en el norte, salvo el calabacín y uno o dos variedades de cuello corto. Pero la costumbre de plantarla en el patio delantero entre los arbustos está pasando muy rápido de moda, porque ahora se reconoce por lo general, que la calabaza como árbol para sombra es un fracaso.
Ahora bien, a medida que se acerca el clima cálido y empieza a desovar el ganso...
El excitado oyente saltó hacia mí para estrecharme la mano y dijo:
- Basta, basta… con esto es suficiente. Ahora sé que estoy bien, porque usted lo leyó tal cual lo leí yo, palabra por palabra. Pero, forastero, cuando lo leí por primera vez esta mañana, me dije: Nunca, nunca lo había creído antes, a pesar de que mis amigos me mantenían bajo una vigilia tan estricta, pero ahora creo que estoy loco. Y ante esto lancé un aullido que podía oírse a tres kilómetros de distancia y partí con la intención de matar a alguien… porque como sabe, sé que eso vendría tarde o temprano, así que bien podía empezar por ahorrar tiempo. Volví a leer uno de los párrafos, como para asegurarme, y después quemé mi casa hasta los cimientos y partí. Lisié a varias personas y logré que un tipo se trepara a un árbol, donde puedo alcanzarlo si quiero. Pero pensé entrar aquí mientras pasaba y asegurarme bien; y ahora estoy seguro y le digo que es una suerte para el tipo del árbol. Lo habría matado con seguridad, al volver. Adiós, señor, adiós. Me ha sacado un gran peso de la mente. Mi razón ha soportado la tensión de leer uno de sus artículos agrícolas y ahora se que hada puede desequilibrarla. Buenos días, señor.
Me sentí un poco in quieto por las personas lisiadas y los incendios intencionales con que se había entretenido aquel hombre, porque no podía dejar de sentirme remotamente cómplice de estos hechos. Pero tales pensamientos desaparecieron de pronto, ¡porque entró el redactor regular! (Pensé para mi: Si te hubieras ido a Egipto como te recomendé, yo hubiera tenido la oportunidad de meter mano; pero no quisiste y aquí estás. En cierto sentido te esperaba)
El redactor se veía triste, perplejo y abatido.
Contempló los destrozos que el viejo amotinado y los dos jóvenes granjeros habían hecho y después dijo:
Esto es un asunto triste… un asunto muy triste.
Quedó rota esa botella de mucílago, y seis vidrios, y una escupidera y dos candelabros. Pero eso no es lo peor. Quedó herida la reputación del periódico, y de modo permanente, me temo. Es cierto, nunca hubo antes una respuesta así para el periódico y nunca vendimos una tirada tan grande ni trepamos a tal celebridad. ¿Pero acaso uno quiere ser famoso por lunático y prosperar basado en las dolencias de la mente? Amigo mío, como soy un hombre honesto, la calle afuera está llena de gente y otros se amontonan sobre las cercas esperando darle un vistazo a usted, porque creen que está loco. Y bien, pueden pensarlo después de leer sus editoriales. Son una desgracia para el periodismo. Demonios, ¿quién le puso en la cabeza que podía redactar un periódico de este tipo? Usted no parece conocer los primeros rudimentos de la agricultura. Habla de un cañadón y un azadón como si fueran la misma cosa, habla de la temporada de desplume para las vacas; ¡y recomienda la domesticación de hurón debido a su carácter juguetón y a su excelencias como cazarratas! Su observación de que las almejas se quedarán quietas si se les toca música es superflua…superflua por completo. Nada perturba a las almejas. Las almejas siempre están quietas. A las almejas la música no les importa un carajo. ¡Ah, por todos los cielos y la tierra, amigo! Si usted hubiese hecho de la adquisición de ignorancia el estudio de su vida, no podría graduarse con mejores notas de lo que podía hacerlo hoy. Nunca vi algo semejante. Su observación acerca de que la castaña de indias como artículo de comercio va ganando terreno está sencillamente calculada para destruir este periódico. Quiero que renuncie a su puesto y se vaya. No quiero seguir de vacaciones; no podría disfrutarlas. Por cierto, no con usted ocupando mi silla. Siempre estaría aterrado de lo que podría recomendar usted a continuación. Pierdo por entero la paciencia cada vez que pienso en su discusión sobre los criaderos de ostras bajo el encabezamiento “Jardines” Quiero que se vaya. Nada sobre la tierra podría convencerme de tomar otras vacaciones. ¡Oh! ¿Por qué no me dijo que no sabía nada de agricultura?
¿Decírselo, marlo de maíz, repollo, hijo de un coliflor? Es la primera vez que oigo una observación tan cruel. Le diré que he estado en el negocio de redacción durante 14 años y es la primera vez que oigo a alguien decir que un hombre tiene que saber algo para redactar un periódico. ¡Nabo! ¿Quién escribe las críticas de teatro para los periódicos de 2º categoría? Caramba, u  hatajo de zapateros y aprendices de boticarios promovidos, que saben sobre la buena actuación tanto como yo sobre la buena labranza y no más. ¿Quien reseña libros? Gente que nunca escribió uno. ¿Quién hace las nota de fondo sobre finanzas? Tipos que han tenido las mejores oportunidades para no saber nada al respecto. ¿Quién critica las campañas indias? Caballeros que no distinguen un hacha de guerra de una pipa de la paz y que nunca tuvieron que correr una carrera con una tomahawk, o arrancar flechas de los diversos integrantes de su familia para armar el fuego de campamento con ella. ¿¿Quién escribe los llamados a la sobriedad y la abstinencia? Personas que no tendrán sobrio el aliento hasta que descansen en la tumba. ¿Quién redacta los periódicos agrícolas, pedazo de batata? Por lo general hombres que fracasaron en la línea poética, en la línea de la novela sensacionalista, en la línea del drama escandaloso, en la línea de noticias ciudadanas y por fin caen sobre la agricultura como una postergación transitoria antes de llegar al asilo. ¡Usted pretende contarme algo a mí sobre el negocio de los periódicos! Señor, lo conozco de Alfa a Omaha, o le digo que cuando menos sepa un hombre, más grande será el ruido que haga y más alto el salario que obtendrá. El cielo sabe que si yo hubiese sido ignorante en vez de cultivado, y descarado en vez de tímido, podría haberme hecho un nombre en este mundo cruel y egoísta. Renuncio, señor. Dado que he sido tratado como usted me ha tratado, lo hago de muy buena gana. Pero cumplí con mi deber. He respetado mi contrato hasta donde me fue permitido hacerlo. Le dije que podría hacer de su periódico algo interesante para todas las clases y lo hice. Le dije que podría hacerle alcanzar un tiraje de veinte mil ejemplares y si hubiera tenido dos semanas más lo habría hecho. Y le he dado el mejor tipo de lectores que alguna vez tuvo un periódico agrícola, ni un solo granjero entre ellos, ni un individuo solitario que pudiera distinguir un árbol de melones de agua de una enredadera de duraznos para salvar su vida. Usted pierde con esta ruptura, no yo, planta de pasteles. Adiós.
Y me fui.

N DE RDF: Este artículo, con toda la actualidad que tiene, fue escrito en 1870. 

Glassy world - Jorge A. Dágata

-Queridísimos amigos: les recomiendo una vez más que no salga cada uno de ustedes de su  globo térmico, para evitar los inconvenientes que ya conocemos. Recorreremos hoy este Parque Museo, antiguamente llamado Del Triunfo. Son más de veinte hectáreas. Por favor, limítense a este recinto, ya que fuera de él hay algunas cuestiones vitales que no podríamos controlar plenamente. No queremos riesgos, ¿eh? Pueden llamarme Byt, si lo desean.
-¿Me dejarás tocar una hoja de laurel, Byt? ¡Me lo prometiste!
-¡Ah, qué hermosa criatura! ¿Cómo se llama su niño, señora?
-Tierno Capullo, amable guía.
-Pues bien, Tierno Capullo: si todos seguimos las reglas, al final del recorrido los llevaré al Espacio Conservado. Ahí podrás deslizar tus manos superiores por una hoja de laurel y hasta dejaré que le tomes el peso a una piedra. Pero cuidado con las manos inferiores, ¿eh? Ya sabes las consecuencias que tendría un descuido.
-¡Eso es lo que quiero, eso, eso..! ¿Porqué no empezamos por ese lugar, ahora mismo?
-¡Las nuevas generaciones, siempre tan impacientes! Antes tenemos otras cosas para ver.  Seguiremos el circuito grande, que da la vuelta al Parque. Son unos mil quinientos metros, bajo este cielo despejado. Un día espléndido, ¿verdad?
-¿Podría quitarle un poco de intensidad al sol, Byt?
-A ver... Déjeme pulsar.... ¿Así está bien? Siempre me olvido de programar el cielo para los contingentes que vienen del hemisferio norte.
-Así está perfecto, gracias.
-A nuestra derecha, amables compañeros, pueden ver lo que antiguamente llamaban El Laberinto. Como observarán, es un sitio de topografía irregular, recorrido por senderos abiertos entre matorrales de retamas, cardos y otras especies menos evolucionadas, con algunos árboles. Remedaba un dédalo, por lo que suponemos que proviene de una época muy lejana, indefinida en el tiempo. Los habitantes primitivos de la zona venían aquí a encontrarse con sus dioses, a quienes atribuían la capacidad de hacerles realidad sus deseos.
-¿Adónde conducen los senderos?
-Como todo lo que nos ha llegado de esa época, los senderos no conducen a ninguna parte. Esa gente razonaba de un modo muy extraño para nosotros: pensaban que si los dioses tenían intención de conectarse con los humanos, podían hacerlo donde, cuando y como quisieran. Pero si quienes buscaban el contacto eran los humanos, entonces necesitaban un espacio que llamaban sagrado, en el cual se daba esa intersección mágica, prerracional... Bueno, de hecho eso ya forma parte de la Mitología Preprogramada... De todos modos, parece que el lugar era muy concurrido. Les atraían las dificultades que encontraban para trepar y eludir la vegetación, los olores, los encuentros inesperados... Era un paseo muy popular en los días libres.
-¿Cómo que libres? ¿Había esclavos en esa época, Byt?
-¡Oh, señor Calva Esplendente! Muy atinada su pregunta: recuerde que en esos tiempos la gente aún debía trabajar. Antes que todo esto fuese vidriado, como ahora lo ven, la naturaleza imponía grandes esfuerzos para sobrevivir. Pero eso ya es Sociología Natural.
-¿Qué hacen ahí, tendidos en el pasto, esos dos cuerpos desnudos, uno sobre el otro?
-¡Miren cómo están enlazados con sus dos brazos superiores, los únicos de que disponen? ¿Y las piernas? ¿Por qué están mutuamente dispuestas de un modo tan ridículo? ¡Ja, ja! ¿No me diga que este Museo, como el que visitamos en el trópico de Capricornio, también tiene secciones de humor? Por cierto que me hace cosquillas en el estómago: ¡Mire como muevo los brazos inferiores! ¡Ha logrado hacerme reír!
-Eso, apreciado Senador, ya es Biología Básica. Nos recuerda la etapa de reproducción sexuada de nuestra especie, a la vez premiada con la descendencia y censurada con una represión que obligaba a estas parejas a buscar lugares recónditos, como este, para ejercer una práctica que les debía resultar muy atractiva. Cuando se glaceó esta zona, los museólogos conservaron una escena típica, como un símbolo de algo común, para que no olvidemos nuestro origen.    
-Por cierto que hemos evolucionado. ¡Qué importantes son estos Museos, para que no olvidemos el buen camino!
-Dice bien, Senador: y el que además nos conduce a alguna parte. Pero a propósito, continuemos por allá.
-¡Un dinosaurio! ¡Un dinosaurio! ¡Esta gente sí que vivía bien!
-¡Cuidado, Tierno Capullo! ¡No agites tanto tu globo térmico, a ver si tenemos un accidente! El dinosaurio, en realidad, ya estaba cristalizado cuando se proyectó el Museo. Con un procedimiento muy elemental y una finalidad que todavía no se ha descifrado plenamente. Verán ustedes que en las cercanías del mastodonte hay algunos caños pintados y otros elementos: pues bien, esos eran juegos infantiles de la época. Aunque los especialistas no se han puesto de acuerdo al respecto, se supone que ahí llevaban a la descendencia obtenida por los juegos sexuales del laberinto, para que el dinosaurio se alimentara muy a su gusto. Según esta teoría, era una de las maneras de mantener la especie en un orden numérico aceptable. Lo que, como sabemos, les costó bastante...
-¡Qué mundo complicado el de la antigüedad!
-Usted lo ha dicho, Flor con Rocío. Si no fuera por nuestros brazos inferiores, estaríamos aún recorriendo esos senderos que no conducen a ninguna parte... Pero ahora vamos a deslizarnos a la parte superior: sigamos este camino irregular, hacia esa piedra que se destaca en la altura. Utilicen, por favor, el sistema de energía media. ¡No vaya a ser que alguno se remonte demasiado y tengamos que rescatarlo después..!
-¿Y cómo subían los indígenas?
-Con sus piernas, por supuesto. Estaban obligados a ejercitarlas permanentemente y a cuidar su dieta vegeto-cárnica todos los días de sus breves vidas, para mantener un estado que les permitiera desarrollar estas actividades, tan simples para nosotros.
-¡Oh, oh! No deja de asombrarme ese estadio tan larval, del que sin embargo provenimos, mal que nos pese. ¿Qué dice, Senador?
-¡Puaj! Ni me lo recuerde, Flor con Rocío. Imagínese, nosotros dos enlazados allá en el laberinto, con los cardos pinchándonos por algunas partes y el dinosaurio amenazando con devorarnos, con frío o con calor, rodeados de olores dudosos y a merced de un cielo al que ayer se le ocurría quemarnos con un sol insoportable y hoy nos castigaría tal vez con una llovizna helada, para mañana azotarnos con un viento demencial. ¿Y todo para qué? ¡Para asegurarnos una descendencia que repetiría después nuestras propias y absurdas actitudes!
-Es una experiencia que debiéramos probar, Senador. Claro, si el amable guía lo permite...
-¡De ningún modo, Flor con Rocío! El tour no incluye esas regresiones, no está previsto en nuestro programa. Conocen el plan: cada uno en su globo térmico y limitados al circuito del Museo. Podrán al final comprar reproducciones exactas de los sectores que más les interesen, en cristal sensibilizado, para que cada uno bajo su propia responsabilidad realice las experiencias que considere adecuadas. ¿De acuerdo?
-¡Pero claro! No se lo tome en serio. Mi sugerencia era sólo hipotética. ¿A quién le pueden gustar estas actitudes tan... primitivas?  ¿Verdad, Senador? ¿Usted lo entendió así?
-¿De qué otra manera, Flor con Rocío? Ya me estaba imaginando a nosotros dos... ¡Ja, ja, ja! Sigamos, por favor, trepemos de una vez por la cuesta, que se nos acaba el tiempo.
-Vamos hacia esa piedra redondeada, la más alta, que se destaca sobre la concavidad de ahí abajo. Mucho se ha discutido sobre el uso que se daba a este lugar tan singular. Los investigadores coinciden, en general, en afirmar que desde la piedra se arrojaba al vacío a las criaturas que nacían deformes, mal constituidas para confrontarse con el oficio de vivir. Algunos documentos de la época, aunque de dudosa veracidad, sugieren que muchos individuos cumplían el ritual por propia voluntad. También se supone que quienes veían acercarse el final de sus vidas, con ese sencillo procedimiento lo aceleraban, ahorrándoles a los demás la tarea de empujarlos. Eso no está muy claro, pues por un lado el procedimiento de eliminación se practicaba con asiduidad, y por el otro resultaría penoso. Pero es coherente con una forma de pensamiento en la cual coexistían el placer y el dolor, en tensión permanente. Recuerden que la gente envejecía. No tenían la opción de estabilizar el Optimo Vital. Al no conducir sus senderos a ninguna parte, lo mismo daba bajar por el camino que en línea directa hacia el abismo. Bueno, esto ya es Filosofía Prebillgateana, así que mejor continuemos...
-¿Y por qué hay abajo una plataforma, escalones y columnas, frente a un espacio vacío? ¿Qué utilidad tendría todo eso?
-Ese era, señor Calva Esplendente, un sitio destinado a espectáculos públicos. Se reunían por millares alrededor de la plataforma y sobre ella se desarrollaban danzas e interpretaciones musicales por medios electrónicos, con juegos de luces, humo, máscaras y otros recursos burdos. Se encendían fogatas en la que quemaban carne de animales, que luego consumían emparedadas en pasta blanca de cereal, generalmente trigo. Para facilitar el deslizamiento de esas masas de alimento a través del cuerpo, ingerían cantidades bestiales de bebidas fermentadas y de otras que obtenían mezclando agua, azúcar y gas carbónico y acostumbraban envasar en recipientes con rótulos vistosos, como habrán visto en algún Museo del Consumo. Era a la vez un entretenimiento, una forma de relación económica y un modo de aturdirse mutuamente en los escasos intervalos en que no estaban obligados a trabajar.
-¿Por eso algunos se arrojaban desde la piedra alta?
-No, Tierno Capullo. Se supone que el ritual de la caída y el espectáculo se desarrollaban en momentos distintos. Aunque eso no está muy claro y forma parte del Arte Protocristalino.
-¿Puedo tocar esa piedra?
-¡De ninguna manera! Ya nos falta poco para llegar al Espacio Conservado. ¡No seas impaciente! Ahí te espera tu hoja de laurel y una piedra calculada para que la sopeses. ¡Animo, Tierno Capullo! Podrás llevarte réplicas de la hoja y la piedra, de recuerdo, aunque, por supuesto, por tu bien estarán convenientemente tratadas.
-¿Bajamos hacia el otro lado, amable guía?
-Bajemos. Reduzcan la energía, dénle un nivel levemente negativo, y allá vamos. Observarán esa construcción poligonal, de un material similar al del dinosaurio. Pues bien: era un tanque de provisión de agua para la ciudad, que estaba más abajo, en esa llanura arenosa que refleja la luz del cielo. Nuestros antepasados necesitaban del  líquido, ahora tan escaso, para mantener sus cuerpos vivos. Acerca de ese tanque se han contado historias curiosas, algunas polémicas, y todas casi olvidadas. Pero eso forma parte de Historia Consensuada, así que continuemos.
-¿Qué finalidad tenía esa gruta que vemos ahí, construida en piedra, con rejas de metal y una figura tan extraña adentro?
-Se cree, Senador, que era un lugar reservado para la petición de deseos. Muchos se acercaban, doblaban las piernas en señal de sumisión y pedían cosas tales como alimentos, larga vida, juventud, éxito o dinero. Suponemos que se trata de otro lugar mágico de encuentro con la divinidad. Como ustedes saben, en ese entonces cada individuo tenía un nombre, que al uso común era áspero y desagradable para nosotros: uno se llamaría Ezequiel, otro Lidia, alguno Aníbal, otro César o Francesca, y así. Los humanos relacionaban ese sonido con algo que suponían los identificaba y distinguía de los demás: el yo, o el ego. Para éllos o para aquellos con quienes estaban vinculados era que pedían lo que valoraban como bienes, al tiempo que realizaban rituales para alejar todo cuanto consideraban males. Como existía una correspondencia casi matemática entre bienes y males, las peticiones no acababan sino con la vida de quien las hacía. Era común que un cierto, digamos, Fernández, pidiera lo que era propiedad de otro, digamos, Cunegunda, y éste o ésta a su vez codiciara lo que pertenecía a Eduardo u Olga. Esa idea elemental de individualidad generaba conflictos interminables, porque difícilmente se limitaban a la petición y en general creían que debían ayudarse con sus propias acciones, movidos por la voluntad o libre albedrío, como le decían, para que les fuera concedida. Pero eso forma parte de Religión Superada, así que continuemos.
-¿Cuándo llegamos al Espacio Conservado?
-Ya estamos llegando, ya... Si les parece bien, finalizaremos el recorrido en la Sala Protegida. Es ese edificio primitivo que ven allá: una estructura que se ha cristalizado tal cual era. En su interior se encuentra el Area Protegida, de la que no necesito precaverlos más de lo que el programa especifica, ¿verdad?
-Pierda cuidado, ya sabemos...
-¡Qué hermoso coro han formado ustedes al responderme! ¿Sabían que esa forma de hablar en conjunto, con altibajos en la entonación, era común en la antigüedad que estamos recreando hoy?
-Gregarismo Básico.
-¡Bien, bien, mi querido contingente! ¡Ya están mejorando la armonía! Creo que formaríamos un coro perfecto para la época... Entremos ahora, sin miedo. Este sitio se llamaba La Pulpería. Verán en mitad de esta pared, a la derecha, una cavidad ennegrecida. Precisamente ahí se encendía un fuego sobre el cual se disponían trozos de carne animal, que al calentarse perdía humedad y adquiría una consistencia crujiente, muy del gusto de estos salvajes.
-¡Qué horror!
-En este globo, un Espacio Conservado, podrás introducir tus manos. ¡Las superiores, claro! A ver, Tierno Capullo, esto es lo que tanto deseabas.
-¿Puedo, de veras?
-Te lo ganaste. Primero, esa lámina oval, verde. Es tu hoja de laurel.
-¡Ah, qué maravilla! ¡Parece que me deslizara por la superficie vidriada de un océano! ¡Siento la rugosidad de mi piel sobre estos hilos..!
-Son las nervaduras. ¡Qué niño sensible tiene usted, señora Flor con Rocío! ¡Algún día será Programador de Futuro, créame! ¡Sé distinguir las buenas aptitudes!
-¿Puede ser que se doble entre mis dedos? ¿Es eso posible?
-Estás tocando un objeto no vidriado, no lo olvides. Así era el mundo primitivo. Si no fuera por tu globo térmico, percibirías un aire especial, que llamaban aroma.
-¿Aroma? No entiendo qué pueda significar. Pero es una palabra agradable. Aroma... Aroma...
-Ahora podrás probar con la piedra: con energía escasa para esto, no lo olvides.
-¡Sube! ¡Baja! ¡Vuelve a subir! ¡Y yo lo estoy haciendo!
-¡Aprenderá a programar, señora! ¡Qué bueno es que comience desde un grado tan elemental! ¡Qué importante para su formación! Con un poco de soberbia, le digo que me siento muy útil cuando un contingente así nos visita. ¿No cree, Senador, que nuestros museos han reemplazado con éxito aquellas aburridas escuelas de la antigüedad postsensible?
-¿Y usted cree que sus aptitudes lo hacen especial, amable guía?
-¡Oh, no! Por supuesto que no. Somos personas formadas. Sólo sigo el programa. Pero esto ya es Pedagogía Administrada.
-Byt: ¿Me permite una última pregunta, antes de despedirnos?
-Claro, Senador, las que quiera.
-¿A qué se debe que existan, cada tanto, esos extraños montículos que no parecen Espacios Reservados ni tampoco vidriados? Me llamaron la atención desde que llegamos. Están en la llanura, dispersos aquí y allá, redondeados, cubiertos por una capa tan blanca que hasta resulta molesta. Los he visto en otras excursiones, pero no he obtenido una respuesta que me satisfaga.
-Apartémonos un poco para que pueda contestarle. Perdone si bajo la voz. Usted comprenderá... El Programa todavía no los alcanzó. Tal vez en su próxima visita...
-Ah... Había oído hablar de eso. Me parece que fue durante una sesión. Pensé que eran supercherías de los opositores.
-Lo son, claro. Resabios. En realidad, Espacios Reservados. Hasta que logremos controlarlos...
-¿Se refiere a la oposición? Ya lo logramos...
-¡Oh, no! Estamos hablando de Legislación Avanzada.
-¡Bien, bien! ¡Veo que nos entendemos!
-Por supuesto, Senador.
-¡Eh, compañeros! ¡Qué gusto haber contado con un guía de tan excelente formación! ¿No les parece? Despidámonos a coro, para demostrarle lo que hoy aprendimos:
-¡Byt, Byt, Byt, good by..! ¡Byt, Byt, Byt, good by..!

PERRO INTELECTUAL - Compiló: Jorge Dágata

Macedonio Fernández está en lo de Dabove. Hay un perro debajo de la mesa.
Macedonio observa:
-¡Qué inteligente es este perro! No confunde mi mano con un pedazo de carne.  Es un fuerte intelectual, che.

(Texto de Estanislao González, extraído de ¨Apuntes de un vecino de Morón¨, 1955).

PIDO GANCHO - Liliana Colavita

Les aseguro que hice los mayores esfuerzos para adaptarme a los cambios que vivimos en esta generación de transición que nos tocó a los nacidos en la década del 50. También les aseguro que no estoy haciendo ningún reclamo. Estoy pidiendo ayuda para seguir adaptándome...
Soporté con estoicismo el paso de la máquina de escribir manual con carbónico, papel multicopia y lápices goma de borrar máquina, esos con el pincelito para barrer los restos; al procesador de textos de las computadoras. Y aclaró que digo soporté, por decir, porque en realidad muchos, incluso los de me edad, entenderían mejor si dijera: “me banqué” (término de cuya corrección dudo).
Pasé de una enorme calculadora del tamaño de un televisor de 14', que ocupaba medio escritorio donde tecleaba 2 X 2, y mientras  la máquina hacía un ruido como trucu trucu,  iba me preparaba unos mates y cuando volvía.... ¡maravilla! En la tira de papel estaba impreso el 2 X 2 y nos centímetros más abajo = 4. Bueno decía, pasé de eso a unas minicalculadoras de bolsillo, cuyos números ya ni veo, que suman, restan multiplican, sacan la raíz cuadrada, todo, todo, en escasas fracciones de segundos y además a las fabulosas planillas de cálculo de los programas de computación, en los cuales cambiás un importe en un casillero y te modifica el presupuesto para los próximos 1, 2, 10, 30 años, lo que quiera que le pidas!
Pasé de levantar el tubo y entablar una amigable charla con la operadora para poder hablar por teléfono con una oficina ubicada a 150 metros de la mía, a apretar 15 o 20 dígitos para comunicarme con quienquieraquesea en cualquierpartedelmundo. Además alguno de esos aparatitos son de bolsillo, dan el pronóstico del tiempo, son linternas, despertadores, ayuda memoria y además sacan fotos. Me refiero “obvio” (término muy entendible pero de cuya aplicación también dudo, creo que le llaman coloquial juvenil....) a los teléfonos celulares, acerca de los cuales todavía no puedo decir con certeza si te facilitan o te complican la vida....
Para sacar muchas, muchas copias de la documentación importante, pasé del picado de “stencil” (ni me acuerdo como se escribe) a las fotocopiadoras, primero se pasaban papeles rozados por bandejas de agua y se ponían a secar colgados, sujetos con brochecitos a un hilo ¡Eso sí tenía que ser en un lugar oscuro! No se rían, fue a fines de los 69 principios de los 70. Después fuimos evolucionando, ahora sacamos muchas fotocopias ¡a color y todo! Reproducimos fotos,  escaneamos (también dudo de la corrección de este término), mandamos correos electrónicos (mas comúnmente conocidos como e-mails) en lugar de los legendarios telegramas... faxeamos (otro término dudoso), chateamos (otra duda....), nos filmamos con la camarita y nos vemos en el monitor, aunque estemos uno acá y el otro en China. Todo eso, casi lo aprendí. Casi lo manejo bien. Sobrevivo, me adapto,  lo uso, lo aprovecho, lo disfruto, sí, lo disfruto.
Pasé de la nafta al gas natural comprimido, ¡me daba un miedo bárbaro. me parecía que andaba con una garrafa en el baúl! Y después pasé del carburador a los inyectores, y ahí resigné mis escasos conocimientos de mecánica, no más soplar el carburador para sacar una basura, ni entrecruzar los cables de las bujías para que haga explosión, ahora levanto un capot y no se ve nada. Me resigné totalmente, ahora nada de intentar nada con los autos nuevos, que después encima no te corre la garantía, no te cubre el seguro, etc.
Lo que no puedo resignar, me cuesta un montón y para eso pido ayuda, apoyo, socorro, comprensión, lo que no puedo entender, gente de todas las edades, es que el otrora común hecho de fumar, se haya convertido en algo tan horrendo, prohibido, ilegal, perjudicial, repudiable y asqueroso ¿Cómo no nos dimos cuenta antes?
En realidad allá por los 70 cuando empecé, a mi fumar no me interesaba mucho, lo hice más para hacerme la moderna que otra cosa. Se veía sexy una “señorita” con un cigarrillo delicadamente sujeto, soltando delicadas nubes de humo... En realidad creo que se veía bastante más femenino y delicado que tomar cerveza del pico de la botella mientras se baila, pero en fin son puntos de vista... Además era un buen recurso para entablar conversación, tener un cigarrillo apagado entre los dedos: ¡No faltaba nunca el amable varón que se acercaba a encenderlo y...” Gracias por el fuego!” hasta fue título de una novela...
Insisto, casi no me gustaba, pero en esa época los incipientes medios de comunicación masivos se esforzaron en convencer a nosotros, los entonces jóvenes e ingenuos, la masa consumidora, de que:
Si uno quería ser linda como Liliana Caldini y bailar con minifalda “las olas y el viento sucundún, sucundún”, tenia que fumar Chesterfield.  
Para recorrer el mundo con nivel como Claudia Sánchez y el  Nono Pugliese, había que fumar L&M.
Para  ser evolucionada: “Has recorrido un largo camino muchacha”, había que fumar Virginia Slims.
Si queríamos viajar en el  crucero Eugenio C teníamos que fumar Jockey Club.
Para ganar todas las competencias, e “ir donde está el sabor” había que fumar Marlboro.
Para ser atractivo como el rubio de, había que fumar Camel.
Y alguna que otra campaña publicitaria multimillonaria que se me habrá escapado, no menos encantadora, permitida y convincente que las descriptas. Lo siento si son “chivos”, ya todo esto es tan arcaico, tan pasado de moda, tan ajeno, que creo que está permitido nombrarlo sólo como hecho histórico.
Porque ahora todo ese glamoroso placer que daba fumar un cigarrillo (pucho, que me acuerde se le decía a las colillas) no solo dejó de ser glamoroso, además está prohibido, es de mal gusto, estropea la ecología, da cáncer, ofende al que tenés al lado, le molesta a todos. Si prendés un cigarrillo en un lugar equivocado, te miran con asco, te reprochan, te desprecian, te quieren convertir en no fumador, ¡te ofrecen milagrosos tratamientos para dejar ese asqueroso vicio! Se corren de lugar, te dejan solo, te miran con lástima, suenan alarmas. Deben haber escritos más carteles de “prohibido fumar” que indicadores de calles, precios o baños. Fumar está prohibido por decreto ley de las ciudades, provincias, países, por reglamento interno de las instituciones y las aerolíneas. Fumar es horrible, trae consecuencias desastrosas, perjudica al fumador, al prójimo y a los descendientes hasta la 15ta, generación...Los más acérrimos opositores al hábito de fumar por lo general, según mi conocimiento, son ex fumadores empedernidos...¡ellos sabrán!
Disfrutaría enormemente en una especie de contra campaña publicitaria, digamos, que los modelos y los actores más lindos y sexys del momento, aparezcan en situaciones sumamente placenteras, diciendo: “no fume” Si quiere viajar por el mundo, bailar, ganar competencias, ser lindo, vivir...¡no fume! Tal vez sería más convincente que los deprimentes círculos rojos con cigarrillos cruzados. Digo yo, ¿no? Ya que nos instaron tan agradablemente a fumar, que nos insten del mismo modo a no hacerlo...
Bueno no es una protesta, es un comentario nomás, no lo tomen a mal, discúlpenme, me estoy adaptando a esto también.... Avanzamos a un mundo más moderno, sin vicios, más sano, voy aprendiendo...
Termino de escribir esto y me fumo un cigarrillo...



El parto - por Eduardo Galeano

Tres días de parto y el hijo no salía.
-Tá trancado. El negrito tá trancado dijo el hombre.
Él venía de un rancho perdido en los campos.
Y el médico fue.
Maletín en mano, bajo el sol del mediodía, el médico anduvo hacia la lejanía, hacia la soledad, donde todo parece cosa del jodido destino; y llegó y vio.
Después se lo contó a Gloria Galván.
-La mujer estaba en las últimas, pero todavía jadeaba y sudaba y tenía los ojos muy abiertos. A mi me faltaba experiencia en cosas así. Yo temblaba y estaba sin un criterio. Y en eso, cuando corrí 1a cobija, vi un brazo chiquitito asomando entre las piernas abiertas de la mujer.
El médico se dio cuenta de que el hombre había estado tirando. El bracito estaba despellejado y sin vida, un colgajo sucio de sangre seca, y el médico pensó: No hay nada que hacer.
Y sin embargo, quien sabe por qué, lo acarició. Rozó con el dedo índice aquella cosa inerte y al llegar a la manito, súbitamente la manito se cerró y le apretó el dedo con alma y vida.
Entonces el médico pidió que le hirvieran agua y se arremangó la camisa.

De la tierra llana- Ezequiel Feito

Un páramo extiende su horizonte imaginario.
donde no hay otra sombra que la mía.

¿Para qué este horizonte,
esta tierra vacía, sin un árbol para ahorcarse?
¿Para qué sirve, pues, esta extensa llanura totalmente inútil?
¿Este persistente sueño de la nada
donde estar vivo es estar muerto?
Porque ni siquiera tengo la oportunidad de una muerte
que ponga fin al cansancio de la monotonía.

Esto es mi tumba. Mi tumba está vacía. El cielo es mi lápida
y con mis pies nivelo este ataúd de melancólica madera.
¿Por qué moverme? ¿Para qué correr todo el tiempo?
¿Para qué buscar más espacio, si no estoy vivo
ni muerto?

Estoy sentado en la tierra llana, la que se extiende tras la cima
que creí haber construido.
Sobre este maldito suelo de bronce
donde mi existencia está confinada hasta el hastío,
o hasta que la muerte se acuerde
de la sequedad tremenda de mis huesos.

¿Quién puede navegar en un mar vacío,
donde el cuerpo es solamente el polvo metafísico
de su propio aliento?

Los Perros - Osvaldo Luis Huck

Los Pinos es un pequeño pueblo del partido bonaerense de Balcarce, nacido, como tantos otros,  al costado de la estación del Ferrocarril General Roca. Hacia la primera mitad del siglo XX alcanzó su mayor esplendor a raíz de la explotación de una importante cantera, hoy inactiva, que funcionó en la sierra ubicada al sur del poblado. Actualmente su población no alcanza los quinientos habitantes.
En un desfile gaucho, realizado en la ciudad de Balcarce, conocí a don Israel Silva, un residente pinense que integraba un grupo de jinetes que representaba a esa localidad. En esa oportunidad me acerqué a él para sugerirle la corrección en el manejo de la bandera. Él manifestó conocerme, y su interés de conversar conmigo; desde entonces compartimos la defensa de nuestras tradiciones nativas y una amistad que sólo interrumpió su deceso producido el 1 de mayo del año 2000.
Silva había nacido en Chile y, cuando aún era niño, su familia se había radicado en la región de Neuquén; ya adulto emigró a la provincia de Buenos Aires. Era un personaje de características propias y originales que acostumbraba a vivir con lo que tenía a mano, con lo que la propia naturaleza le brindaba: cazaba nutrias en las lagunas y arroyos; juntaba helechos en las sierras para comercializarlos, hacía leña en los montes y changas de resero, mensual de campo, alambrador, juntador de maíz, amansaba algún potro, y otras tareas varias. Solía decir: “El hombre puede ser mulita, pero no de las muy chiquitas””
Solíamos reunirnos para charlar durante horas, mientras lavábamos varias cebaduras de mate; tenía una astucia mapuche y eso nos llevaba por los caminos de la historia, la conquista del desierto, las grandes matanzas y siempre hacíamos proyectos de recorrer la zona sureña donde aún tenía parientes y amigos.
En una ocasión arrendé una sierra de más o menos cien hectáreas y llevamos una casilla al lugar. Allí se instaló este gaucho, con sus perros y algunos caballos míos que él utilizaba para bajar el helecho desde las partes altas de la sierra. Con motivo de recorrer la hacienda vacuna, lo visitábamos casi todos los días. Las sierras son lugares pintorescos y apasionantes, no tan sólo por el paisaje sino por su flora y fauna, en la que no faltan los pumas, que llegan a comerse a  algún ternero; merodea una clase de águila marrón que evita la proximidad de las personas y simplemente se la puede ver volar a gran altura. Hay grandes lagartos y temibles serpientes “yarará”, muy venenosas, que por fortuna no vemos con frecuencia, ya que normalmente evitan el contacto con las personas; también hay liebres, perdices comunes y las majestuosas “coloradas”, que suelen sorprender al caballo cuando imprevistamente salen volando del pajonal. Vive allí el astuto zorro, popularmente llamado “don Juan”, que, acostumbrado a vernos cabalgar a diario, comprende que no somos una amenaza para él y nos observa desde corta distancia, tranquilamente sentado y entrecerrando los ojos. Hay también mulitas, peludos, cuises, comadrejas, hurones, lagartijas. También hay aves como “doña” lechuza mirona, con sus ojos redondos como periscopios de submarino; lechuzones, chimangos, caranchos, veloces cazadores aéreos como los aguiluchos y halcones; tordos, mirlos, pechos colorados, golondrinas, horneros, cabecitas negras, cachilas, chingolos, palomas, churrinches, que parecen gotas de sangre entre los curros y chilcas del lugar, y otras aves.
Describo parte de la flora y fauna serrana, para indicar que son lugares con vida propia, como parques naturales sonde se expande y se tranquiliza el espíritu humano al verse rodeado por el extraordinario ecosistema de esa enorme mole de tierra y piedras, que causa la sensación de que la creación recién comienza.
Silva, hombre acostumbrado a la soledad, tal vez por su ascendencia aborigen, vivía feliz y a sus anchas en este paraíso terrenal. Por lo general, al llegar al lugar ensillábamos y salíamos a buscarlo, comunicándonos con fuertes gritos que el eco repetía y agrandaba. Por eso, un día nos pareció raro hallarlo en el campamento a una hora en que habitualmente andaba por la sierra; estaba descompuesto y se sentía mal, cosa rara en él, que se veía fuerte y parecía gozar de buena salud. Nuestra única sospecha provino de que había comido una mulita que cazaran sus perros. Decidimos llevarlo al médico y al dirigirnos a la camioneta, sufrió un desmayo y tuvimos que cargarlo con mucho esfuerzo.
Fue hospitalizado y se diagnosticó que había sufrido un ataque hemipléjico. Mientras duró su internación me ocupé de sus perros, que eran su gran preocupación. Al recibir el alta regresó a su casa de Los Pinos, donde siguió recuperándose pero,  lamentablemente, a los seis meses sobrevino otro ataque severo y falleció.
Aquí terminaría la historia, pero existe un hecho posterior a su deceso que es digno de mencionar. Unos dos años después arrendé otra sierra distante unos veinte kilómetros de la anterior. Un día, cuando junto a dos amigos recorríamos este lugar a caballo, vimos unos perros persiguiendo a una liebre; sabiendo que los perros cimarrones son muy dañinos y pueden comerse a los potrillos y terneros, comenzamos a pensar la forma de eliminarlos. De pronto desaparecieron de nuestra vista y nos olvidamos de ellos, absorbidos por la tarea de recorrer la caballada y por estar muy atentos a la marcha de nuestros montados, ya que es bastante peligroso cabalgar en la sierra. Cuando regresábamos bordeando el faldeo, notamos que desde lo alto, asomando entre los grandes peñascos, los perros nos miraban. Comentamos que eran muy bandidos y astutos al observarnos a la distancia. Seguimos andando, despreocupados, pero más adelante advertimos nuevamente esa actitud de seguimiento furtivo, que se repitió en dos o tres oportunidades más. Cuando faltaba escasa distancia para llegar a la tranquera que nos llevaría a la calle, yo cabalgaba en último lugar y noté un leve movimiento a mis espaldas, por lo que sujeté al animal, di vuelta y, a dos pasos, vi dos perros semiagazapados, moviendo la cola y mirándome con esos ojos de cariño y amistad que sólo ellos pueden mostrar. Di un grito y desmonté al reconocer a los perros de Silva: el “picazo” y el “corbata” bayo de raza indefinida; tal vez lo que más sobresalía en ellos era su ascendencia de galgo. Los acaricié y empecé a preguntarme cómo me habían reconocido a 300 o 400 metros de distancia, y que sentimiento perruno los impulsó a venir a saludarme. Luego, ambos animales nos siguieron un trecho, pasta que el “picazo” se alejó en dirección a Los Pinos, y el otro continuó hasta una casa ubicada a unos cinco kilómetros de la sierra, donde soltábamos los caballos; allí le di de comer y cuando nos retiramos se quedó muy contento en compañía de mi perro.
Al día siguiente el “bayo” ya no estaba y no lo volvía ver, pero conservo el recuerdo de esa dulce mirada, como agradecimiento, y también la duda que me acompañará de por vida: si ese noble sentimiento nació por lo que hice por ellos, o por su dueño.





MORIR POR MORIR - Liliana Colavita

A veces añoraba con fervor la época en que la provisión de agua dependía del viento que movía las aspas del molino, o de la fuerza con se jalara la manija de la bomba sapo. El agua salía cristalina y fresca y nadie pensaba en la contaminación.
Teléfonos no había y se sabía que no había, por lo tanto, no se contaba con ellos. Tampoco se corría el riesgo de recibir una enorme cuenta por llamadas al exterior nunca efectuadas o encontrarse con que el celular no tenía señal, ni batería, ni crédito, justo cuando más se necesitaba.
El consumismo se limitaba a lo disponible en el almacén del barrio,  los entonces “ramos generales” hoy poli o multi rubros o lo que es mucho peor: supermercados. No había tarjeta de débito ni de crédito. Lo que se llevaba del almacén se anotaba en una libreta, por lo general de tapas de hule negras.
Los chicos jugaban a los indios, a las muñecas y a la bolita y se las ingeniaban para hacerse un carrito con rulemanes en desuso, ayudados por gentiles mecánicos que arreglaban carburadores con unas pocas herramientas.
Hoy los chicos juegan con la computadora y buscan en internet vaya a saber qué y miran por televisión vaya a saber cuánto. Los mecánicos no tienen tiempo para ayudarlos a hacer carritos porque están ocupados en aprender computación para arreglar los inyectores de los autos nuevos. Los padres tampoco tienen tiempo de ayudarlos porque están muy ocupados trabajando para ganar la plata que hace falta para comprar todo lo que ofrecen los poli rubros y supermercados.
Lo único que se conocía como paco eran un par de tíos del lado hispano de la familia, porque lo peor que tomaban los chicos eran los restos de los vasos de vino tinto del asado dominguero, mientras los mayores dormían la siesta.
En medio de esa ausencia de tecnología, alguno que otro se habrá muerto por no poder llamar a tiempo al médico.
Pero si se pudiera hacer una comparación cuantitativa de esos muertos con los que hoy mueren de infartos tallados a fuerza de hacer reclamos a contestadores automáticos en empresas proveedoras de servicios,  colas en el banco, o lenta acumulación en el organismo de analgésicos o tranquilizantes, quizá, el resultado sería sorprendente..
Y si la comparación fuera cualitativa, no le quedaba la menor duda que, morir por morir, era mucho mejor morir en casa asistido con afecto por la curandera del barrio y la parentela, que morir operado a medias porque falta una autorización del auditor de la obra social, porque justo se “cayó el sistema” cuando la estaban mandando por correo electrónico.

EL OFICIO DE VIVIR Césare Pavese

Césare Pavese (1908-1950), poeta y novelista italiano. Estudió filología inglesa en la universidad de Turín. Sus escritos antifascistas, publicados en la revista La Cultura, lo condujeron a la cárcel, donde escribió sus propias obras. La narrativa de Pavese trata, por lo general, de conflictos de la vida contemporánea, entre ellos la búsqueda de la propia identidad, como en La luna y las fogatas (1950), considerada como su mejor novela. En cambio, su más bello y escalofriante poema es, quizá, Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (1951). Pavese se suicidó en una habitación de hotel después de haber recibido un premio literario por su libro El bello verano (1949). Algunas de las mejores y más conmovedoras páginas de Pavese se encuentran en su diario, que fue publicado póstumamente, en 1952, bajo el título El oficio de vivir.


1935 - 9 de octubre

Todo poeta se ha angustiado, se ha asombrado y ha gozado. La admiración por un gran pasaje de poesía no se dirige nunca a su pasmosa habilidad, sino a la novedad del descubrimiento que contiene. Incluso cuando sentimos un latido de alegría al encontrar un adjetivo acoplado con felicidad a un sustantivo, que nunca se vieron juntos, no es el estupor por la elegancia de la cosa, por la prontitud del ingenio, por la habilidad técnica del poeta lo que nos impresiona, sino la maravilla ante la nueva realidad sacada a la luz.
Es digna de meditación la gran potencia de imágenes como las de las grullas, la serpiente o las cigarras; o las del jardín, la meretriz y el viento; las del buey, del perro, de Trivia, etc. Ante todo, están hechas para obras de vasta construcción, pues representan la ojeada echada a las cosas externas en el curso de la atenta narración de hechos de importancia humana. Son como un suspiro de alivio, una mirada por la ventana. Con ese aspecto suyo de detalles decorativos que han brotado variopintos de un duro tronco, prueban la inconsciente austeridad del creador. Exigen una natural incapacidad para los sentimientos paisajísticos. Utilizan clara y honestamente la naturaleza como un medio, como algo inferior a la sustancia del relato. Como una distracción. Y esto ha de entenderse históricamente, pues mi idea de las imágenes como sustancia del relato lo niega. ¿Por qué? Porque nosotros hacemos poemas breves. Porque aferramos y martilleamos en un significado un único estado de ánimo, que es principio y fin en sí mismo. Y no nos está permitido por tanto hermosear el ritmo de nuestro condensado relato con desahogos naturalistas, que serían remilgos, sino que debemos, preocupados por otra cosa, o bien ignorar la naturaleza vivero de imágenes, o expresar justamente un estado de ánimo naturalista, en el que la mirada por la ventana es la sustancia de toda la construcción. Por lo demás, basta con pensar en alguna obra moderna de vasta construcción -en novelas, pienso- y he aquí que encontramos en ella, a través de una maraña de filtraciones paisajísticas debidas a nuestra insuprimible cultura romántica, nítidos ejemplos de imaginismo-distracción. Supremo entre los antiguos y los modernos -entre la imagen-distracción y la imagen-relato- es Shakespeare, que construye con vastedad y al tiempo es toda una mirada por la ventana; surge en una imagen retoñante de un tronco austero de humanidad y al tiempo construye la escena, el play [pieza de teatro] entero, como interpretación imaginista del estado de ánimo. Esto debe nacer de la felicísima técnica dramática, para la cual todo es humanidad -la naturaleza, inferior-, pero también todo, en el lenguaje imaginativo de sus personajes, es naturaleza.
Maneja fragmentos de lírica, con los que hace una estructura sólida. Narra, en suma, y canta indisolublemente, único en el mundo.

Chacales y árabes - Por Franz Kafka

Acampábamos en el oasis. Mis compañeros dormían. Un árabe, alto y blanco, pasó a mi lado; había estado ocupándose de los camellos y se dirigía a su tienda.
Me eché de espaldas en la hierba; traté de dormir; no podía; un chacal aullaba a lo lejos; volví a sentarme. Y lo que antes estaba tan lejos, de pronto estuvo cerca. Me rodeaba una multitud de chacales; ojos que destellaban como oro mate y volvían a apagarse; cuerpos esbeltos que se movían ágil y rítmicamente, como bajo un látigo.
Por detrás de mí, uno de los chacales se acercó, pasó bajo mi brazo, se apretó contra mí, como si buscara mi calor, luego se colocó enfrente y me habló, mirándome con fijeza: -Soy, con mucho, el chacal más viejo. Me alegra grandemente poder saludarte por fin. Ya casi había perdido toda esperanza, hace tanto, tanto que te esperábamos; mi madre te esperó, también la suya, y una
tras otra todas sus madres, hasta llegar a la madre de todos los chacales. ¡Créelo!
-Me asombra -dije, olvidándome de encender la pila de leños preparada para ahuyentar con el humo a los chacales-, me asombra mucho lo que dices. Sólo por casualidad he venido del lejano Norte y estoy de paso por vuestro país. ¿Qué queréis de mí, chacales?
Y como alentados por estas palabras, tal vez demasiado amistosas, estrecharon el cerco en torno de mí; todos jadeaban con la boca abierta.
-Sabemos -comenzó el decano- que vienes del Norte; en eso residen nuestras esperanzas. Allá existe la comprensión que no encontramos entre los árabes. De esta fría arrogancia, bien lo sabes, no se puede arrancar la menor chispa de comprensión. Matan animales para comérselos y desprecian la carroña.
-No hables tan alto -dije-, hay árabes que duermen aquí cerca.
-Realmente, eres un extranjero -dijo el chacal-; si no, sabrías que ni una sola vez en la historia del mundo un chacal ha temido a un árabe. ¿Por qué habríamos de temerles? ¿No es ya bastante desdicha que debamos vivir exilados entre semejante gente?
-Puede ser, puede ser -dije-, no quiero juzgar asuntos que están lejos de mi competencia; parece una enemistad muy antigua; debe estar en la sangre; tal vez sólo termine con la sangre.
-Eres muy sutil -dijo el viejo chacal; y todos jadearon más ansiosamente; agitados, a pesar de estar inmóviles; un olor rancio, que a veces me obligaba a apretar los dientes, emanaba de sus fauces abiertas-. Eres muy perspicaz; eso que. has dicho concuerda con nuestra antigua tradición. Así es, haremos correr su sangre, y terminaremos la lucha.
-¡Oh! -dije, con demasiada vehemencia quizás-; ellos se defenderán; con sus armas de fuego los matarán a miles.
-No nos comprendes -dijo él-, es una condición bien humana, que según veo también existe en el Norte. No queremos matarlos. El Nilo no nos bastaría para purificarnos. Nos basta ver sus cuerpos vivientes para salir corriendo, hacia el aire puro, hacia el desierto, que por eso es nuestra morada. Y todos los chacales del círculo, a los que se habían agregado mientras tanto muchos otros que venían de más lejos, hundieron los hocicos entre las patas delanteras, y se los frotaron para limpiarse; parecían querer ocultar una repugnancia tan espantosa, que sentí deseos de dar un gran salto sobre sus cabezas y escapar.
-Entonces, ¿qué os proponéis hacer? -pregunté, tratando de ponerme de pie, sin conseguirlo; dos jóvenes bestias me habían aferrado con los dientes la chaqueta y la camisa por detrás; tuve que quedarme sentado.
-Te sostienen la cola -explicó con serenidad el chacal viejo-; es una señal de respeto.
-¡Soltadme! -exclamé, volviéndome alternativamente hacia el viejo y hacia los jóvenes.
-Naturalmente, te soltarán -dijo el viejo-, ya que es tu deseo. Pero tardarán un poco, porque han mordido profundamente, como es su costumbre, y ahora deben aflojar lentamente los dientes. Mientras tanto, atiende nuestro pedido.
-Vuestra conducta no me ha predispuesto demasiado a atenderlo -dije.
-No nos reproches nuestra torpeza -dijo él, y por primera vez recurrió al tono lastimero de su voz natural-, somos unas pobres bestias, sólo tenemos nuestros dientes; para todo lo que queremos hacer, lo malo y lo bueno, sólo disponemos de nuestros dientes.
-Bueno ¿qué quieres? -le pregunté, no muy reconciliado.
-Señor -exclamó, y todos los chacales aullaron; lejanamente, remotamente, me pareció una melodía-. Señor, tú debes poner fin a esta lucha, que divide el mundo en dos bandos. Exactamente como eres tú, nuestros antepasados nos describieron al hombre que llevaría a cabo la tarea. Queremos que los árabes nos dejen en paz; que el aire sea respirable; que la mirada se pierda en un horizonte purificado sin su presencia; que no oigamos el quejido de la oveja que el árabe degüella; que todos los animales mueran en paz; para ser purificados por nosotros, sin interferencia ajena, hasta que hayamos vaciado sus osamentas y pelado sus huesos. Pureza, queremos sólo pureza -y aquí lloraban, sollozaban todos-. ¿Cómo soportas este mundo, noble corazón y dulce entraña? Suciedad es su blancura; suciedad es su negrura, un horror son sus barbas; basta ver las órbitas de sus ojos para escupir: y cuando alzan el brazo vemos en sus axilas la entrada del infierno. Por eso, señor, por eso, ¡oh, amado señor!, con la ayuda de tus manos todopoderosas, degüéllalos con estas tijeras.
Y respondiendo a un movimiento de su cabeza, apareció un chacal, de uno de cuyos colmillos colgaba un pequeño par de tijeras de costura, cubiertas de antiguo herrumbre.
-Bueno, ya aparecieron las tijeras, iY ahora basta! -exclamó el guía árabe de nuestra caravana, que se había deslizado hacia nosotros con el viento en contra, haciendo restallar su enorme látigo.
Todos huyeron rápidamente, pero a cierta distancia se detuvieron, estrechamente apretados en un grupo tan rígido y apiñado, que parecía un pequeño hato, acorralado por fuegos fatuos.
-Así que tú también, señor, has contemplado y oído esta comedia -dijo el árabe, y rió tan alegremente como lo permitía la sobriedad de su raza.
-¿Tú también sabes lo que quieren esas bestias? -pregunté.
-Naturalmente, señor -dijo él-, todo el mundo lo sabe; mientras existan árabes esas tijeras se pasearán por el desierto, y seguirán vagando con nosotros hasta el último día. A todo europeo se las ofrecen, para que lleve a cabo la gran empresa; todo europeo es justamente aquél que ellos creen enviado por el destino. Esos animales alimentan una loca esperanza; tontos, son verdaderos
tontos. Por eso los queremos; son nuestros perros; más hermosos que los vuestros. Fíjate, esta noche murió un camello, lo hice traer aquí.
Aparecieron cuatro mozos que arrojaron ante nosotros el pesado cadáver. Apenas lo depositaron, los chacales elevaron sus voces. Como arrastrados por otras tantas cuerdas irresistibles, se acercaron, titubeantes, frotando el suelo con el cuerpo. Se habían olvidado de los árabes, olvidado de su odio; la presencia del hediondo cadáver los hechizaba, borraba todo lo demás. Ya uno se prendía del cuello, y con el primer mordisco llegaba hasta la aorta.
Como una diminuta y patente bomba aspirante, que quisiera con tanta decisión como pocas probabilidades de éxito apagar algún enorme incendio, cada músculo de su cuerpo se estremecía y se esforzaba en su tarea. y pronto se entregaron todos a la misma tarea, amontonados sobre el cadáver, como una montaña.
Entonces, el guía los fustigó una y otra vez con su cortante látigo,
vigorosamente. Alzaron la cabeza, en una especie de paroxismo extasiado; vieron ante ellos a los árabes; sintieron el látigo en los hocicos; dieron un salto hacia atrás, y retrocedieron corriendo, hasta cierta distancia. Pero la sangre del camello ya había formado charcos en el suelo, humeaba, el cuerpo estaba abierto en varios sitios; volvieron, nuevamente alzó el guía su látigo; detuvo su brazo.
-Tienes razón, señor -me dijo-, dejémoslos seguir con su tarea; además, ya es hora de levantar campamento. Lo has visto. Maravillosas bestias, ¿no es verdad? ¡Y cómo nos odian!


(*) Franz Kafka nació en Praga en 1883, y murió en el sanatorio de Kierling, cerca de Viena, en 1924. De familia judía, se adhirió al sionismo y proyectó un viaje a Palestina que no llegó a realizar. En la Universidad de Praga estudió derecho, y en 1906 obtuvo el doctorado en dicha especialidad. Hasta 1908 trabajó en la carrera judicial. Posteriormente se empleó en una compañía de seguros, trabajo en el que permaneció hasta 1917, fecha en que la tuberculosis le obligó a ausencias intermitentes, hasta que en 1922 tuvo que abandonar definitivamente el trabajo. Desde 1908 hasta 1913 viajó por Italia, Francia, Alemania, y Austria.
Sus obras manifiestan con lucidez y maestría la perversidad de la burocracia, las limitaciones de la comunicación humana y, en suma, el absurdo de la existencia y su supuesto orden, organización, y sentido.
Obras: Consideraciones (1913), La metamorfosis (1916), La sentencia (1916), La colonia penitenciaria (1919), Un médico Rural (1919), libro de relatos, Carta al padre (1919), Un artista del Hambre (1924). Escribió tres novelas inacabadas, El Proceso (1925), El Castillo (1926), y América (1927). Se suman a su producción La muralla China (1931) y Diario 1910-23 (1927). Póstumamente se publicaron las cartas escritas a su traductora checa Milena Jasenka: Cartas a Milena.

"Una modesta proposición para prevenir que los niños de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o el país, y para hacerlos útiles al público” - Por Jonathan Swift

El artículo del Irlandés Jonathan Swift (1667-1745) es un texto realista en su totalidad. No porque sea totalmente sensato, sino porque los supuestos de este “ensayo”, trascienden tiempo y naciones. Fue escrito en el inicio de la revolución industrial cuando la situación de Irlanda era muy grave; tan grave que podría ser hoy (¡300 años después, y todo sigue igual!) comparable con los países más pobres del mundo. Si usted dice: “Si, claro, eso pasa con los negros de África” yo le contestaría: Mire bien hacia atrás, hacia delante y a los costados de nuestra propia Argentina por favor. 
Es una intensa aproximación a la mejor página de humor negro. Negro, satírico y sin embargo profundamente humano, donde se presenta el horror en forma tan natural como hoy en día presentan los medios a los acontecimientos más trágicos de la humanidad (¿Se acuerda de trágicos de la humanidad (¿Se acuerda de la desnutrición en Tucumán, de la prostitución infantil, de los detenidos desaparecidos, de la guerra de Irak, de… de…?) La comparación que se hace en el artículo de la gente con el ganado es la obvia. No porque sea obvia en sí, sino porque aún hoy en día está vigente esa clasificación.  Este artículo, escrito en 1729, no está al margen de ser posible en cualquier situación mundial. Deshumanícese al, hombre hasta hacerle perder su propia
 dignidad, y estará a un paso de que esto ocurra. Para terminar: Ah, si, Swift también escribió “Los viajes de Gulliver”, libro mal leído, peor contado y abominablemente resumido, complemento ideal para los escritos de alguien, cuya influencia política fue suficiente como para hacer caer al mismísimo duque de Marlborough.



Es un asunto melancólico para quienes pasean por esta gran ciudad o viajan por el campo, ver las calles, los caminos y las puertas de las cabañas atestados de mendigos del sexo femenino, seguidos de tres, cuatro o seis niños, todos en harapos e importunando a cada viajero por una limosna. Esas madres, en vez de hallarse en condiciones de trabajar para ganarse la vida honestamente, se ven obligadas a perder su tiempo en la vagancia, mendigando el sustento de sus desvalidos infantes: quienes, apenas crecen, se hacen ladrones por falta de trabajo, o abandonan su querido país natal para luchar por el Pretendiente en España, o se venden a sí mismos en las Barbados.
Creo que todos los partidos están de acuerdo en que este número prodigioso de niños en los brazos, sobre las espaldas, o a los talones de sus madres, y frecuentemente de sus padres, resulta en el deplorable estado actual del Reino un perjuicio adicional muy grande; y por lo tanto, quienquiera que encontrase un método razonable, económico y fácil para hacer de ellos miembros cabales y útiles del estado, merecería tanto agradecimiento del público como para tener instalada su estatua como protector de la Nación. Pero mi intención está muy lejos de limitarse a proveer solamente por los niños de los mendigos declarados: es de alcance mucho mayor y tendrá en cuenta el número total de infantes de cierta edad nacidos de padres que de hecho son tan poco capaces de mantenerlos como los que solicitan nuestra caridad en las calles.
Por mi parte, habiendo volcado mis pensamientos durante muchos años sobre este importante asunto, y sopesado maduradamente los diversos planes de otros proyectistas, siempre los he encontrado groseramente equivocados en su cálculo. Es cierto que un niño recién nacido puede ser mantenido durante un año solar por la leche materna y poco alimento más; a lo sumo por un valor no mayor de dos chelines o su equivalente en mendrugos, que la madre puede conseguir ciertamente mediante su legítima ocupación de mendigar. Y es exactamente al año de edad que yo propongo que nos ocupemos de ellos de manera tal que en lugar de constituir una carga para sus padres o la parroquia, o de carecer de comida y vestido por el resto de sus vidas, contribuirán por el contrario a la alimentación, y en parte a la vestimenta, de muchos miles. Hay además otra gran ventaja en mi plan, que evitará esos abortos voluntarios y esa práctica horrenda, ¡cielos!, ¡demasiado frecuente entre nosotros!, de mujeres que asesinan a sus hijos bastardos, sacrificando a los pobres bebés inocentes, no sé si más por evitar los gastos que la vergüenza, lo cual arrancaría las lágrimas y la piedad del pecho más salvaje e inhumano. El número de almas en este reino se estima usualmente en un millón y medio, de estas calculo que puede haber aproximadamente doscientas mil parejas cuyas mujeres son fecundas; de ese número resto treinta mil parejas capaces de mantener a sus hijos, aunque entiendo que puede no haber tantas bajo las actuales angustias del reino; pero suponiéndolo así, quedarán ciento setenta mil parideras. Resto nuevamente cincuenta mil por las mujeres que abortan, o cuyos hijos mueren por accidente o enfermedad antes de cumplir el año. Quedan sólo ciento veinte mil hijos de padres pobres nacidos anualmente: la cuestión es entonces, cómo se educará y sostendrá a esta cantidad, lo cual, como ya he dicho, es completamente imposible, en el actual estado de cosas, mediante los métodos hasta ahora propuestos. Porque no podemos emplearlos ni en la artesanía ni en la agricultura; ni construimos casas (quiero decir en el campo) ni cultivamos la tierra: raramente pueden ganarse la vida mediante el robo antes de los seis años, excepto cuando están precozmente dotados, aunque confieso que aprenden los rudimentos mucho antes, época durante la cual sólo pueden considerarse aficionados, según me ha informado un caballero del condado de Cavan, quien me aseguró que nunca supo de más de uno o dos casos bajo la edad de seis, ni siquiera en una parte del reino tan renombrada por la más pronta competencia en ese arte. Me aseguran nuestros comerciantes que un muchacho o muchacha no es mercancía vendible antes de los doce años; e incluso cuando llegan a esta edad no producirán más de tres libras o tres libras y media corona como máximo en la transacción; lo que ni siquiera puede compensar a los padres o al reino el gasto en nutrición y harapos, que habrá sido al menos de cuatro veces ese valor.
Propondré ahora por lo tanto humildemente mis propias reflexiones, que espero no se prestarán a la menor objeción. Me ha asegurado un americano muy entendido que conozco en Londres, que un tierno niño sano y bien criado constituye al año de edad el alimento más delicioso, nutritivo y saludable, ya sea estofado, asado, al horno o hervido; y no dudo que servirá igualmente en un fricasé o un ragout.
Ofrezco por lo tanto humildemente a la consideración del público que de los ciento veinte mil niños ya calculados, veinte mil se reserven para la reproducción, de los cuales sólo una cuarta parte serán machos; lo que es más de lo que permitimos a las ovejas, las vacas y los puercos; y mi razón es que esos niños raramente son frutos del matrimonio, una circunstancia no muy estimada por nuestros salvajes, en consecuencia un macho será suficiente para servir a cuatro hembras. De manera que los cien mil restantes pueden, al año de edad, ser ofrecidos en venta a las personas de calidad y fortuna del reino; aconsejando siempre a las madres que los amamanten copiosamente durante el último mes, a fin de ponerlos regordetes y mantecosos para una buena mesa. Un niño llenará dos fuentes en una comida para los amigos; y cuando la familia cene sola, el cuarto delantero o trasero constituirá un plato razonable, y sazonado con un poco de pimienta o de sal después de hervirlo resultará muy bueno hasta el cuarto día, especialmente en invierno. He calculado que como término medio un niño recién nacido pesará doce libras, y en un año solar, si es tolerablemente criado, alcanzará las veintiocho. Concedo que este manjar resultará algo costoso, y será por lo tanto muy apropiado para terratenientes, quienes, como ya han devorado a la mayoría de los padres, parecen acreditar los mejores derechos sobre los hijos. Todo el año habrá carne de infante, pero más abundantemente en marzo, y un poco antes o después: pues nos informa un grave autor, eminente médico francés, que siendo el pescado una dieta prolífica, en los países católicos romanos nacen muchos mas niños aproximadamente nueve meses después de Cuaresma que en cualquier otra estación; en consecuencia, contando un año después de Cuaresma, los mercados estarán más abarrotados que de costumbre, porque el número de niños papistas es por lo menos de tres a uno en este reino: y entonces esto traerá otra ventaja colateral, al disminuir el número de papistas entre nosotros.
Ya he calculado el costo de crianza de un hijo de mendigo (entre los que incluyo a todos los cabañeros, a los jornaleros y a cuatro quintos de los campesinos) en unos dos chelines por año, harapos incluidos; y creo que ningún caballero se quejaría de pagar diez chelines por el cuerpo de un buen niño gordo, del cual, como he dicho, sacará cuatro fuentes de excelente carne nutritiva cuando sólo tenga a algún amigo o a su propia familia a comer con él. De este modo, el hacendado aprenderá a ser un buen terrateniente y se hará popular entre los arrendatarios; y la madre tendrá ocho chelines de ganancia limpia y quedará en condiciones de trabajar hasta que produzca otro niño. Quienes sean más ahorrativos (como debo confesar que requieren los tiempos) pueden desollar el cuerpo; con la piel, artificiosamente preparada, se podrán hacer admirables guantes para damas y botas de verano para caballeros elegantes. En nuestra ciudad de Dublín, los mataderos para este propósito pueden establecerse en sus zonas más convenientes, y podemos estar seguros de que carniceros no faltarán; aunque más bien recomiendo comprar los niños vivos y adobarlos mientras aún están tibios del cuchillo, como hacemos para asar los cerdos. Una persona muy respetable, verdadera amante de su patria, cuyas virtudes estimo muchísimo, se entretuvo últimamente en discurrir sobre este asunto con el fin de ofrecer un refinamiento de mi plan. Se le ocurrió que, puesto que muchos caballeros de este reino han terminado por exterminar sus ciervos, la demanda de carne de venado podría ser bien satisfecha por los cuerpos de jóvenes mozos y doncellas, no mayores de catorce años ni menores de doce; ya que son tantos los que están a punto de morir de hambre en todo el país, por falta de trabajo y de ayuda; de esto dispondrían sus padres, si estuvieran vivos, o de lo contrario, sus parientes más cercanos. Pero con la debida consideración a tan excelente amigo y meritorio patriota, no puedo mostrarme de acuerdo con sus sentimientos; porque en lo que concierne a los machos, mi conocido americano me aseguró, en base a su frecuente experiencia, que la carne era generalmente correosa y magra, como la de nuestros escolares por el continuo ejercicio, y su sabor desagradable; y cebarlos no justificaría el gasto. En cuanto a la mujeres, creo humildemente que constituiría una pérdida para el público, porque muy pronto serían fecundas; y además, no es improbable que alguna gente escrupulosa fuera capaz de censurar semejante práctica (aunque por cierto muy injustamente) como un poco lindante con la crueldad; lo cual, confieso, ha sido siempre para mí la objeción más firme contra cualquier proyecto, por bien intencionado que estuviera. Pero a fin de justificar a mi amigo, él confesó que este expediente se lo metió en la cabeza el famoso Psalmanazar, un nativo de la isla de Formosa que llegó de allí a Londres hace más de veinte años, y que conversando con él le contó que en su país, cuando una persona joven era condenada a muerte, el verdugo vendía el cadáver a personas de calidad como un bocado de los mejores, y que en su época el cuerpo de una rolliza muchacha de quince años, que fue crucificada por un intento de envenenar al emperador, fue vendido al Primer Ministro del Estado de Su Majestad Imperial y a otros grandes mandarines de la corte, junto al patíbulo, por cuatrocientas coronas. Ni en efecto puedo negar que si el mismo uso se hiciera de varias jóvenes rollizas de esta ciudad, que sin tener cuatro peniques de fortuna no pueden andar si no es en coche, y aparecen en el teatro y las reuniones con exóticos atavíos que nunca pagarán, el reino no estaría peor. Algunas personas de espíritu agorero están muy preocupadas por la gran cantidad de pobres que están viejos, enfermos o inválidos, y me han pedido que dedique mi talento a encontrar el medio de desembarazar a la nación de un estorbo tan gravoso. Pero este asunto no me aflige en absoluto, porque es muy sabido que esa gente se está muriendo y pudriendo cada día por el frío y el hambre, la inmundicia y los piojos, tan rápidamente como se puede razonablemente esperar. Y en cuanto a los trabajadores jóvenes, están en una situación igualmente prometedora; no pueden conseguir trabajo y desfallecen de hambre, hasta tal punto que si alguna vez son tomados para un trabajo común no tienen fuerza para cumplirlo; y entonces el país y ellos mismos son felizmente librados de los males futuros.
He divagado excesivamente, de manera que volveré al tema. Me parece que las ventajas de la proposición que he enunciado son obvias y muchas, así como de la mayor importancia. En primer lugar, como ya he observado, disminuiría grandemente el número de papistas que nos invaden anualmente, que son los principales engendradores de la nación y nuestros enemigos más peligrosos; y que se quedan en el país con el propósito de entregar el reino al Pretendiente, esperando sacar ventaja de la ausencia de tantos buenos protestantes, quienes han preferido abandonar el país antes que quedarse en él pagando diezmos contra su conciencia a un cura episcopal. Segundo, los más pobres arrendatarios poseerán algo de valor que la ley podrá hacer embargable y que les ayudará a pagar su renta al terrateniente, habiendo sido confiscados ya su ganado y cereales, y siendo el dinero algo desconocido para ellos. Tercero, puesto que la manutención de cien mil niños, de dos años para arriba, no se puede calcular en menos de diez chelines anuales por cada uno, el tesoro nacional se verá incrementado en cincuenta mil libras por año, sin contar el provecho del nuevo plato introducido en las mesas de todos los caballeros de fortuna del reino que tengan algún refinamiento en el gusto. Y el dinero circulará sólo entre nosotros, ya que los bienes serán enteramente producidos y manufacturados por nosotros. Cuarto, las reproductoras constantes, además de ganar ocho chelines anuales por la venta de sus niños, se quitarán de encima la obligación de mantenerlos después del primer año. Quinto, este manjar atraerá una gran clientela a las tabernas, donde los venteros serán seguramente tan prudentes como para procurarse las mejores recetas para prepararlo a la perfección, y consecuentemente ver sus casas frecuentadas por todos los distinguidos caballeros, quienes se precian con justicia de su conocimiento del buen comer: y un diestro cocinero, que sepa cómo agradar a sus huéspedes, se las ingeniará para hacerlo tan caro como a ellos les plazca. Sexto: esto constituirá un gran estímulo para el matrimonio, que todas las naciones sabias han alentado mediante recompensas o impuesto mediante leyes y penalidades. Aumentaría el cuidado y la ternura de las madres hacia sus hijos, al estar seguras de que los pobres niños tendrían una colocación de por vida, provista de algún modo por el público, y que les daría una ganancia anual en vez de gastos. Pronto veríamos una honesta emulación entre las mujeres casadas para mostrar cuál de ellas lleva al mercado al niño más gordo. Los hombres atenderían a sus esposas durante el embarazo tanto como atienden ahora a sus yeguas, sus vacas o sus puercas cuando están por parir; y no las amenazarían con golpearlas o patearlas (práctica tan frecuente) por temor a un aborto. Muchas otras ventajas podrían enumerarse. Por ejemplo, la adición de algunos miles de reses a nuestra exportación de carne en barricas, la difusión de la carne de puerco y el progreso en el arte de hacer buen tocino, del que tanto carecemos ahora a causa de la gran destrucción de cerdos, demasiado frecuentes en nuestras mesas; que no pueden compararse en gusto o magnificencia con un niño de un año, gordo y bien desarrollado, que hará un papel considerable en el banquete de un Lord Alcalde o en cualquier otro convite público. Pero, siendo adicto a la brevedad, omito esta y muchas otras ventajas.
Suponiendo que mil familias de esta ciudad serían compradoras habituales de carne de niño, además de otras que la comerían en celebraciones, especialmente casamientos y bautismos: calculo que en Dublín se colocarían anualmente cerca de veinte mil cuerpos, y en el resto del reino (donde probablemente se venderán algo más barato) las restantes ochenta mil. No se me ocurre ningún reparo que pueda oponerse razonablemente contra esta proposición, a menos que se aduzca que la población del Reino se vería muy disminuida. Esto lo reconozco francamente, y fue de hecho mi principal motivo para ofrecerla al mundo. Deseo que el lector observe que he calculado mi remedio para este único y particular Reino de Irlanda, y no para cualquier otro que haya existido, exista o pueda existir sobre la tierra. Por consiguiente, que ningún hombre me hable de otros expedientes: de crear impuestos para nuestros desocupados a cinco chelines por libra; de no usar ropas ni mobiliario que no sean producidos por nosotros; de rechazar completamente los materiales e instrumentos que fomenten el lujo exótico; de curar el derroche de engreimiento, vanidad, holgazanería y juego en nuestras mujeres; de introducir una vena de parsimonia, prudencia y templanza; de aprender a amar a nuestro país, en lo cual nos diferenciamos hasta de los lapones y los habitantes de Tupinambú; de abandonar nuestras animosidades y facciones, de no actuar más como los judíos, que se mataban entre ellos mientras su ciudad era tomada; de cuidarnos un poco de no vender nuestro país y nuestra conciencia por nada; de enseñar a los terratenientes a tener aunque sea un punto de compasión de sus arrendatarios. De imponer, en fin, un espíritu de honestidad, industria y cuidado en nuestros comerciantes, quienes, si hoy tomáramos la decisión de no comprar otras mercancías que las nacionales, inmediatamente se unirían para trampearnos en el precio, la medida y la calidad, y a quienes por mucho que se insistiera no se les podría arrancar una sola oferta de comercio honrado.
Por consiguiente, repito, que ningún hombre me hable de esos y parecidos expedientes, hasta que no tenga por lo menos un atisbo de esperanza de que se hará alguna vez un intento sano y sincero de ponerlos en práctica. Pero en lo que a mi concierne, habiéndome fatigado durante muchos años ofreciendo ideas vanas, ociosas y visionarias, y al final completamente sin esperanza de éxito, di afortunadamente con este proyecto, que por ser totalmente novedoso tiene algo de sólido y real, trae además poco gasto y pocos problemas, está completamente a nuestro alcance, y no nos pone en peligro de desagradar a Inglaterra. Porque esta clase de mercancía no soportará la exportación, ya que la carne es de una consistencia demasiado tierna para admitir una permanencia prolongada en sal, aunque quizá yo podría mencionar un país que se alegraría de devorar toda nuestra nación aún sin ella. Después de todo, no me siento tan violentamente ligado a mi propia opinión como para rechazar cualquier plan propuesto por hombres sabios que fuera hallado igualmente inocente, barato, cómodo y eficaz. Pero antes de que alguna cosa de ese tipo sea propuesta en contradicción con mi plan, deseo que el autor o los autores consideren seriamente dos puntos. Primero, tal como están las cosas, cómo se las arreglarán para encontrar ropas y alimentos para cien mil bocas y espaldas inútiles. Y segundo, ya que hay en este reino alrededor de un millón de criaturas de forma humana cuyos gastos de subsistencia reunidos las dejaría debiendo dos millones de libras esterlinas, añadiendo los que son mendigos profesionales al grueso de campesinos, cabañeros y peones, con sus esposas e hijos, que son mendigos de hecho: yo deseo que esos políticos que no gusten de mi propuesta y sean tan atrevidos como para intentar una contestación, pregunten primero a lo padres de esos mortales si hoy no creen que habría sido una gran felicidad para ellos haber sido vendidos como alimento al año de edad de la manera que yo recomiendo, y de ese modo haberse evitado un escenario perpetuo de infortunios como el que han atravesado desde entonces por la opresión de los terratenientes, la imposibilidad de pagar la renta sin dinero, la falta de sustento y de casa y vestido para protegerse de las inclemencias del tiempo, y la más inevitable expectativa de legar parecidas o mayores miserias a sus descendientes para siempre.
Declaro, con toda la sinceridad de mi corazón, que no tengo el menor interés personal en esforzarme por promover esta obra necesaria, y que no me impulsa otro motivo que el bien público de mi patria, desarrollando nuestro comercio, cuidando de los niños, aliviando al pobre y dando algún placer al rico. No tengo hijos por los que pueda proponerme obtener un solo penique; el más joven tiene nueve años, y mi mujer ya no es fecunda.