sábado, 29 de junio de 2013

Las fotos de Dippy - Por Liliana Colavita

FOTOS 1 y 2 (COPA SOBRE MANTEL Y MISMA COPA ROTA)

La foto en blanco y negro mostraba solamente una copa para vino, de pie sobre un mantel. Me recordaba las copas del juego de la abuela.
Mi amigo -el fotógrafo- mencionó algo de una segunda foto. Lo escuché como si estuviera lejos...
Entonces, la foto se fue completando, aparecieron otras copas. Las de oporto, las de licor, y las de sidra. En otro estante, rodeada por las copas de agua reinaba una jarra.
Las copas y la jarra estaban en una vitrina con vidrios biselados sostenidos por una estructura de madera tallada.
La vitrina estaba ubicada en un ángulo del comedor, en diagonal a la ventana.
Por la ventana entraba el sol que se reflejaba en todo ese cristal de copas y vitrina formando muchos pequeños arco iris.
Los arco iris bailaban en las paredes cuando la brisa revolvía los  rayos del sol con las ramas de  la rosa china.
La rosa china crecía desde el cantero del patio interior de la planta baja donde compartía el escaso pedazo de tierra con las diosmas, las alegrías del hogar, los junquillos y alguna que otra plantita de ruda.
El cantero terminaba en los  baldosones de granitos blancos y negros, opacos y ásperos de sol.
Del patio interior se pasaba al hall de entrada, ahí otros baldosones, privilegiados por vivir bajo techo, enrostraban a sus congéneres del patio su brillo de cera.
Del hall de entrada, por una enorme puerta de dos hojas con picaportes y adornos de bronce resplandeciente se salía a la calle Mendoza...
La calle Mendoza, Barrio porteño de Belgrano. Unos metros a la izquierda, la Avenida del Libertador General Don José de San Martín, una de las calles con el nombre más largo, una de las calles más lindas.
Libertador...
Unas cuadras a la derecha, la estación de ferrocarril Belgrano y después las Barrancas.
Las Barrancas de Belgrano con su gigantesco ombú de desvergonzadas raíces al aire y su copa frondosa dando sombra a las mesas con dibujos formando damero.
La iglesia redonda y un poco más allá el Museo Larreta, con su mágico jardín tan jardín, en medio de tanta ciudad...
Después la Avenida Cabildo con sus negocios lujosos, tan lindos como los de Santa Fe, pero en un barrio más tranquilo.
Porque Belgrano era tranquilo, cuando bajaba del tren o del colectivo de la línea 60 en las Barrancas, sentía que llegaba a casa.
Recorría con gusto esas calles adoquinadas, con veredas algo rotas por las raíces de los árboles. Esos árboles que crecían esquivando la sombra  de los edificios no demasiado altos y cuyas copas se juntaban cerca del cielo como manos de chicos que se agarran para jugar al arroz con leche.
Mi abuela, las meriendas en Barrancas, mi tío y la juguetería de  Juramento, un edificio viejo con pisos de listones de  pino tea, subiendo tres escalones se entraba a un mundo de fantasía de muñecas de losa y ladrillos de goma... Algún cine de Cabildo mirando la primera de las películas de la saga de “El Padrino”...
Brindar con las copas de cristal que estaban en la vitrina en el comedor de la casa de Belgrano...
Mi amigo el fotógrafo- me está mostrando la segunda foto, es la misma copa, pero rota...
Desparramada en pequeños pedacitos de cristal sobre el mantel, el pie, se mantiene entero, aguantando...
Para testimoniar el esplendor y la rotura de la copa, están las fotos de mi amigo...
Para testimoniar el tiempo de dichosas estadías en el tranquilo barrio porteño de Belgrano, están mis recuerdos...
Mis felices recuerdos que como el ombú de las Barrancas y el pie de la copa,  se mantienen enteros, aguantando...

FOTO 3) EL MOLINO

Era la foto de un molino, un molino de viento para sacar agua, de esos que se ven de pasada, todavía en unos cuantos campos y chacras al borde de las rutas. Pero yo vi otro molino, vi el molino de mi infancia. Ese con la cola en la que jamás voy a olvidarlo- se leía AGAR CROSS, obviamente, deduzco ahora, era la marca. El molino tenía la vital función de extraer el agua para consumo de la casa, regado de la quinta y abastecimiento -previo paso por el tanque australiano- de los bebederos en el corral de hacienda.
Ésa era la función específica del molino, pero para nosotros, los primos, el molino era otra cosa...
Tótem plantado en el medio de la quinta que mágicamente mandaba agua a los surcos de los ajíes y tomates para que pudiéramos embarrarnos a gusto... Genio gigantesco, cuando el viento movía sus brazos él mandaba agua al tanque australiano por un caño. Los primos solíamos jugar tapando a medias la boca del caño para dirigir el agua donde queríamos y terminar llenando el hueco de la mano para tomárnosla. El piso del tanque era de tierra, y había unas plantas, una especie de helechos acuáticos y entre ellos se escondían del sol pececitos de todos colores. ¡Cómo nos gustaba agitar esos helechos provocando una espantada entre los peces de colores que rápidamente nadaban en todas direcciones! Otro conducto con una tapa de piedra llevaba el agua a la pileta de los patos, que en realidad, usábamos para bañarnos durante los días más calurosos de verano. Los patos desalojados, boqueaban a la sombra de los ciruelos y limoneros.
Al pozo que rodeaba la base del molino, no nos dejaban acercar mucho, porque era profundo y peligroso y de tanto machacarnos con eso, nos hicieron imaginar que vaya a saber que monstruos habitarían aquellas profundidades, lo que no hizo más que incentivar nuestra curiosidad. El borde estaba asegurado con ladrillos y cubierto por chapas de metal. En el verano, especialmente los días cercanos a Navidad y Año Nuevo, se colgaba de alguno de los hierros de la estructura del molino, una soga o cadena, en uno de cuyos extremos se ataban los cajones con botellas de bebida y se bajaban a refrescar al fondo del pozo. Cuando los cajones se volvían a subir, algún que otro sapo subía colgado con ellos...
El tío siempre había sido nuestro compañero de aventuras, abogado defensor en los juicios por portarnos mal a los que frecuentemente nos sometía el tribunal familiar y muchas veces nuestro cómplice. Él era quién nos permitía, entre otras cosas, acercarnos más al pozo del molino. Para una Navidad, mamá y las tías habían hecho gala de empeño y habilidad preparando una gran cantidad de ensalada de frutas. La pusieron en una olla de “fierro” que la abuela usaba para hacer el tuco dominguero. La tapa de la olla era muy pesada y cerraba casi herméticamente, por lo tanto a pesar de las advertencias de las damas, el tío insistió en que si se ataba cada asa de la olla pasando también la soga por el asa de la tapa, podría bajarse la ensalada de fruta a refrescar al pozo del molino sin riesgo alguno...
Algún desajuste de los nudos de la soga, alguna ley de la física o el destino, determinaron que la olla subiera con la tapa un poco corrida...
Del pequeño sapo que el tío sacó por una pata y devolvió al pozo adornado con algún trozo de ananá y durazno, nunca habló ninguno de nosotros.
La familia jamás supo porque nos reíamos mientras servían la ensalada de fruta...
¡Fue una Navidad inolvidable, como el tío!

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