sábado, 29 de junio de 2013

EL CIGARRO Por Florencio Balcarce

En la cresta de una loma
se alza un ombú corpulento,
que alumbra el sol cuando asoma
y bate si sopla el viento.

Bajo sus ramas se esconde
un rancho de paja y barro,
mansión pacífica, donde
fuma un viejo su cigarro.

En torno los nietos mira,
y con labios casi yertos:
- ¡Feliz, dice, quien respira
el aire de los desiertos!

Pueda, al fin, aunque en la fuente
aplaque mi sed sin jarro,
entre mi prole inocente
fumar en paz mi cigarro.

Que os mire crecer contentos
el ombú de vuestro abuelo,
tan libres como los vientos
y sin más Dios que el del cielo.

Tocar vuestra mano tema
del rico el dorado carro;
a quien lo toca, hijos, quema
como el fuego del cigarro.

No siempre movió en mi frente
el Pampero fría cana;
el mirar mío fue ardiente,
mi tez rugosa, lozana.

La fama en tierra ajenas
me aclamó noble y bizarro;
pero ya, ¿qué soy? apenas
la ceniza de un cigarro.

Por la Patria fui soldado
y seguí nuestras banderas
hasta el campo ensangrentado
de las altas cordilleras.

Aún mi huella está grabada
en la tumba de Pizarro.
Pero, ¿qué es la gloria? nada;
es el humo de un cigarro.

¿Qué me dejan de sus huellas
la grandeza y los honores?
Por la paz hondas querellas,
los abrojos por las flores.

La Patria al que ha perecido
desprecia como un guijarro...
Como yo arrojo y olvido
el pucho de mi cigarro.

Las horas vivid sencillas
sin correr tras la tormenta;
no dobléis vuestras rodillas
sino al Dios que nos alienta.

No habita la paz más casa
que el rancho de paja y barro;
gozadla, que todo pasa
y el hombre, como un cigarro.

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