sábado, 29 de junio de 2013

UN CUENTO MALO, MUY MALO - Por Eros Verdull

Este es un cuento que no vale nada. Por eso pueden bajarlo gratuitamente del blog, recuerden: Rescatados del Fuego.fullblog. Está escrito con desgano y sin gracia. No tiene tensiones ni conflictos, ni un final sorprendente, en realidad ni final tiene. ¿Nunca les pasó que hicieron algo del todo bien y les salió del todo mal? ¿Y al revés?  A mí tampoco. La historia es verdadera. Sí. Es su defecto. Nada de imaginación. Pueden creerlo. Nivel de lenguaje: muy pobre. Vamos bien. Esto le ocurrió a gente muy común, sus pocos personajes son vulgares, sin sutilezas ni vuelos de ninguna clase. El autor la escribe (esto se llama presente histórico) una madrugada de insomnio, porque no tiene otra cosa en qué entretenerse (pobre, ¿no?) y se cree escritor (¡pobre, sí!) y ya lo dijo alguien y después lo repitieron muchos: si eres escritor, escribe. Hace lo peor que es capaz de hacer: digresiones, repeticiones, frases confusas, no se sabe quién esta hablando cada vez. Nada de fluidez, nada de belleza, se sufre la lectura a los tropezones. Ya lo ven: este comienzo es de los más malos que se pueden lograr con mucho esfuerzo, porque no atrapa a ningún lector, no tiene gancho, se demora en explicaciones impertinentes y bue… hasta se ven peores.
Nos enseñan los estudiosos de la época y su lenguaje (postmodernidad, imagen por mil palabras) que se acabaron los grandes relatos, nos dictamina el mercado (o sea Dios) que nadie lee ya a los colosos de la literatura: Tolstói, Víctor Hugo, el Manco de Lepanto (Cervantes, ¿eh?) son piezas de museo; veneradlos, no se os ocurra leerlos ni ahí (melange de niveles de lenguaje, qué bueno). Qué le vamos a hacer, adelante con esta sucesión de párrafos lavados; estamos, como el país, condenados al éxito (referencia a la frase de un político siempre actual, que los lectores están obligados a identificar sin que se lo nombre).
En un barrio periférico de la metrópolis portuaria argentina (giro rebuscado: quiso decir Buenos Aires) vivía Fiamma, dieciséis años, llegada de Nápoles de muy pequeña, rubia, ojos verdes soñadores (ahí se le fue la mano), fortachona, en plena explosión adolescente, cándida, hogareña, sin padre y con una madre autoritaria por necesidad, formación y convicción, que la tenía cortita, nada de faldas a la rodilla, ni esto de pintarse, ni aquello de volver tarde, cuidado con los hombres, cuidado con los hombres, madonna me! (pintorequismo ambientador vendría a ser esta expresión tana. ¿Se deduce que era otra época? Habilidad del narrador, ya la iremos extirpando. ¿Es demasiado claro? Perdón, lo mejoraremos, o trataremos, cuestión de convencer al autor para que no siga haciéndose el que sabe).
Cerca de su casa vivía un muchacho, Mario, morocho del país, pobretón, dieciocho años, inmigrante interno como se dice, formoseño, chaqueño o misionero, qué más da, de por ahí.
Andando ella de mandados, él de vagancia, se conocen, se gustan, charlan, caminan unas cuadras juntos (presente histórico, ufa, ya se aclaró). Un portal retirado, un abrazo, un beso. Varios encuentros, que esto, que aquello, una salida furtiva, a pleno día por supuesto y sin llegar a nada a que hubieran llegado si la máquina del tiempo funcionara de verdad y fuera capaz de actualizarlos aunque sea un tanto así (esta es una referencia intertextual, por el libro de Wells, ¿eh?, truco más gastado no encontró el insomne).
Un día Fiamma vuelve a su casa y el ogro (debe leerse: su madre) comienza a interrogarla muy amablemente, hasta con cierta habilidad pero no mucha,  la suficiente para que ella le confíe que bueno, sí, ese muchachito le gusta y hablaron algo. La madre lo conoce, la madre no lo quiere ni un poquito. Eso sí, no se tocaron, menos mal suspira la madre, junta las manos y bendice al cielo y a los santos que lo habitan, pero Fiamma pregunta por qué no y obtiene una respuesta clarísima, inmediata y contundente. Quiere decir que la madre la arrincona en el lavadero y la zurra prolijamente, después la tiene varios días encerrada sin siquiera dejarle abrir la ventana que da a la calle y por las dudas la manda a la casa de unos parientes que viven lejos. Cuando Fiamma vuelve Mario ya no anda por ahí, parece que al fin consiguió una changa, algo con qué matarse el hambre y empilchar un poco más decentemente, o quién sabe y a quién le importa (es lo que piensa la madre, se entiende), o a lo mejor vuelve pronto (piensa Fiamma, todavía con los escozores de la paliza que no bastaron para aplacarle la picazón de las hormonas y la ilusión del primer noviecito).
Va bien, el relato se encamina. ¿Falta o sobra algo? No importa, en la postmodernidad todo vale. Va aprendiendo el aprendiz, ya va a empeorar, ya va a empeorar. Esto debiera ir entre paréntesis, pero, bueno, un descuido cualquiera lo tiene.
Pasan los años, Fiamma se casa con un muchacho bien empleado, sueldo para ir luchando, tienen varios hijos, enviuda (ella, ¿eh?, la anfibología no sé qué es pero es pecado), madura, los hijos se casan, se queda sola. Un día, por esas casualidades que se dan pese a los descreídos, encuentra en la guía telefónica (varios tomos, ya sabrán, bah, sospechemos que lo buscó) el número de Mario, lo llama, se da a conocer, le dice que nada más quiere saber cómo está, si le va bien, porque lo recuerda y punto. El se hace el distraído, no sabe quién es la que le está hablando, a lo mejor se ha equivocado, le cuelga.
Pasan más años, todavía más (vieron que los años pasan, nomás, qué cosa, ¿no? ¿será una obviedad?), Fiamma sabe que Mario está casado, no tiene hijos, ha prosperado, psss… con una buena casa y un autito, no le va mal aunque no sea tampoco para decir qué bruta fortuna acumuló el desgraciado, ni admirarse del formoseño ese que empilchó un poco y listo, pero retomando el hilo, en fin, se entera ella de que vive por ahí cerca. Fiamma envejeció en ese tiempo (se habrán dado cuenta cuando se mencionó lo del tiempo, que para eso precisamente el autor se molestó en mencionarlo. Esta es una redundancia, un detalle innecesario: pasó el tiempo, envejeció, y ¿cuándo no ha pasado el tiempo? ¿alguna vez se detuvo y dejó de envejecer a la pobre gente? ¡Qué habilidad narrativa, fa!). Un día caminando y caminando por la calle (por la vereda, sería) cruza un hombre allá no muy lejos, ella lo mira, lo vuelve a mirar, se acerca un poco y se dice (monólogo interior se llamaba esto) pero si es Mario, mirá vos que casualidad Fiammetta, ¡es Mario, nomás! y lo llama: ¡Mario, Mario! (claro, ¿con qué otro nombre lo va a llamar?). Él se da vuelta, la mira también, parece que ese día no anda tan distraído porque la reconoce: Fiamma, Fiamma, ¡pero qué sorpresa! y dice otras cosas por el estilo como para dar a entender no sólo que la reconoció sino que se sorprende de verla, es más, se alegra, la invita con un café de los chiquitos, charlan, se acuerdan muy bien de cuando eran tan jóvenes (la gente mayor vuelve dos o tres veces a verificar si cerró la puerta hace un instante, pero se acuerda muy bien de cosas que pasaron en la prehistoria de sus efímeras existencias, qué misterio es la vida, ¿no?)  y café va, café viene, ella se mantiene mejor que él, está envejecido, gangoso, pelado, encorvado, arrugado (descripción por acumulación, rutina, bah), con la ropa descuidada (detalle anticipatorio), qué será piensa Fiamma, qué no será, es Mario pero no es aquel Mario lisito y derechito, él le cuenta que tiene dos o tres propiedades, vive de rentas, le habla de su casa, ahora muy grande para él solo porque enviudó, no tiene hijos ni adónde ir, no tiene vicios, no fuma, no toma, no juega, no va ningún club, trabajó, trabajó, trabajó, ahorró, ahorró, ahorró, trabajó y ahorró (redundancia, redundancia, redundancia) para ser quien es,  o sea para tener lo que tiene, y se lo detalla, la aburre ya en esa primera entrevista, pero quedan en verse otra vez, él sugiere que para cenar, ella está de acuerdo, él le pregunta qué va a cocinar, ella le dice no,  qué tal si vamos a cenar a algún lado, él le dice bueno, que igual para otra vez más adelante, si quiere mañana la va a visitar, ella le dice que mañana no porque estará ocupada, se despiden y mañana (que vendría a ser hoy) él se le aparece igual en la casa, le dice que se siente solo, no tiene quien le cocine ni le planche la ropa, qué suerte haberla encontrado porque ella también está sola…
Fiamma siente que se le arruga el corazón (esto vendría a ser una metáfora, no tan grave falta del autor, porque también es un lugar común)  como una pasa de uva (ahora no es metáfora, es comparación lisa y llana, bah, no tan lisa), al final aquel pobre y lindo chico es hoy este rico y horrible viejo (esto es un paralelismo por oposición, perdón para el autor), no sabe cómo sacárselo de encima (no literalmente, se entiende, él lleva sobre sus espaldas setenta años ahora, otro significado tendría la expresión a los dieciocho), se acuerda de la madre (de la de ella propia, no piensen mal, aunque tal vez también de la de él, con otra carga emotiva) y de la paliza que le dio, la perdona, la comprende, se reconcilia con su Edipo invertido (esta es una afectada referencia arquetípica, perdón al autor, piedad, recuerden que Fiamma no tenía padre cuando la zurraron, así que la vieja autoritaria cumplía el rol paterno, los brujos freudianos saben más de esto, pregúntenles, ¿pregúntelén, preguntenlés?, ¿con ese o sin ese? ¿dónde va el acento? ¿dónde la n? Somos lo que comemos, dicen los orientales; somos lo que leemos, digo yo), lo despide, casi lo empuja para que la deje en paz, se tira en el sillón, se acuerda de toda su perra vida, sus luchas, sus ilusiones, ya cocinó, ya planchó, se imagina casada con Mario, qué horror ya estaría muerta porque él enviudó, se ve acumulando y amarreteando junto a él, para qué, para qué. Se ríe. Llora.
A esta altura se dieron cuenta de que el cuento termina (cuenta, cuento, vendría a ser una desagradable homofonía, otro punto para el autor), pero cada uno puede seguirlo como se le antoje: ella lo corre, se casan, le cocina con veneno para ratas y lo hereda; o no, ella lo corre pero él la rechaza porque no es ahorrativa, no cocina; o si no ella lo corre pero a escobazos y va a poner flores a la tumba de su santa madre, las riega con  abundantes lágrimas, perlas que ruedan como los siglos por el cosmos inabarcable de Cronos (qué sé yo, síganlo ustedes, es un final abierto, se usa mucho en esta postmodernidad que cuenta muchísimos cuentos, demasiados, pero ya no se cree ninguno). Fin.
¡Bájenselo now, full, free! Rescatados del Fuego.fullblog. Tendrán algo más para borrar cuando hagan limpieza de la computadora.

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