sábado, 29 de junio de 2013

CONTATE UN CUENTO III - Mención especial Categoría C - Rocío Rodríguez

Enseñanza de vida
Alumna de 2º polimodal de Secundaria Nº 1

Alan era un joven de 17 años que vivía con su papá Fernando y mamá Alejandra. Su situación económica era muy buena, sus padres le daban todo lo que él quería. Se podría decir que la vida de Alan era perfecta; o casi, ya que a pesar de que él tenía todo, sentía que no tenía nada.
Un día el joven comenzó a sentirse raro, algo andaba mal, pero no sabía qué era. En su piel comenzaron a aparecer pequeñas manchas marrones que con el correr de las semanas se empezaron a extender por todo su cuerpo. No se animaba a contárselo a nadie, ni siquiera a sus padres porque ellos siempre estaban ocupados y no quería preocuparlos más. Trabajaban muchas horas al día para mantener un nivel de vida acorde con el de sus amigos, para poder viajar a Europa y Estados Unidos, pero Alan se sentía solo, muy solo. Cada vez que llegaba de la escuela  no encontraba a nadie y llegaban muy tarde por la noche.
Era un día miércoles exactamente, cuando Alan amaneció con un malestar en su cuerpo, pero siguió con su vida normal. Al regresar de la escuela, por suerte estaba   su mamá, había pasado solo por unos segundos a buscar unos papeles:
-Ma, no tengo hambre, me siento cansado.  dijo después de ver que su madre estaba apurada- ¿Me puedo ir a acostar?
-Sí, andá- le respondió ella- debe ser porque ayer anduviste mucho  agregó y cuando ya estaba por salir vio como su hijo se desplomaba…
El joven apoyó su pie sobre el primer escalón para subir a su habitación cuando de repente cayó desmayado. Su mamá al escuchar el golpe fue corriendo hacia el lugar y desesperadamente llamó a una ambulancia y seguidamente a su marido.
-¡Por favor!, necesito una ambulancia urgente en calle Manuel Dorrego N°533. ¡Por favor!, ¡rápido!, ¡mi hijo se desmayó!-gritaba Alejandra desesperadamente.
Al llegar la ambulancia lo llevaron al hospital y junto con ellos llegó su papá, que enseguida se informó de todo lo ocurrido. Ambos se quedaron en la sala de espera ansiosos por el diagnóstico del doctor que observaba la evolución de Alan, mientras este permanecía internado. Luego de seis horas aproximadamente el doctor salió:
-¿Familia Estúa?- preguntó.
- Sí, somos nosotros- respondieron los padres desesperados.
- Miren aún no sabemos bien lo que tiene su hijo, es por eso que lo vamos a dejar en observación unos días más.-
- Está bien, hagan todo lo que sea necesario para que se sane, por favor- respondió preocupada la madre.
Alejandra y Fernando se mantuvieron firmes al lado de su hijo tratando de tranquilizarlo y dándole todo su apoyo y su amor, aquel que se habían olvidado de darle por estar trabajando horas y horas.
  Pronto Alan descubrió al lado de su cama, otra que albergaba un pequeño joven de tez oscura, muy flaquito. Enseguida Alan se hizo muy amigo del otro niño que compartía la habitación con él; se llamaba Lucio y tenía 10 años. Sufría una infección en la sangre causada por un insecto. El pequeño sufría la enfermedad del Mal de Chagas; cuando él se había infectado por la picadura del insecto agotaron todos los recursos que estaban a su alcance para hacer ver al niño, pero lo único que les funcionó fue salir a la ruta con el pequeño en brazos a hacer dedo y esperar que algún alma dadivosa tuviera compasión de ellos y los acercara al hospital más cercano. Por suerte, aunque esperaron unas 14hs, con unos 30° de calor, una pareja de ancianos que volvía de sus vacaciones los llevó, sin problema alguno.  Hacía ya ocho meses que estaban tratando de controlarle la enfermedad porque, además, estaba desnutrido
Lo curioso para Alan era que este pequeño, a pesar de todo, amanecía cada mañana con una sonrisa en su cara, dispuesto a dar amor a quien lo necesitara, al igual que su mamá quien irradiaba una gran paz al lugar.
Lucio y su mamá forman parte de una comunidad aborigen llamada Mocovíes, ellos trabajan la tierra para conseguir alimento. Muchos de sus familiares habían sido afectados por la creciente urbanización de su territorio y no contaban con ningún tipo de apoyo por parte del gobierno. Éste no les reconocía ni siquiera las tierras como propias y apenas tenían  la posibilidad de adquirir una buena educación, cuidados de la salud. Sin embargo, nada les hacía perder las ganas de vivir.
A Alan les llamó la atención que su padre no viniera nunca y  preguntó:
-Lucio, ¿y tu papá?-
-Él está en El Pintado trabajando para arreglar nuestra casita, para cuando volvamos- le respondió el niño esperanzado.
- ¿Dónde queda ese lugar?, ¿hace mucho que no lo ves?-
- Queda en el Chaco y la última vez que lo vi fue cuando me internaron, hace ocho meses.-
Alan no supo más qué responder, quedó mirándolo en silencio; al instante entró Alejandra con los resultados de la observación en la mano. Lo que el joven tenía era una enfermedad llamada Soriasis, la cual se aplacaría  a través de un tratamiento que duraría cinco meses aproximadamente.
Mientras juntaban sus cosas para irse del hospital, Alan pudo entender que él teniéndolo todo muchas veces se quejaba, hasta que se encontró con alguien que era feliz no teniendo nada, y que de nada sirve tener tanta riqueza material si como personas somos totalmente pobres.
A partir de ahí, el joven cambió totalmente y cada vez que iba al hospital a hacerse el tratamiento, pasaba a saludar a su amigo y hacerle un poco de compañía.  En una de sus últimas sesiones, Alan se llevó una sorpresa que llenó su corazón de alegría… Lucio se había curado y estaba de nuevo en su casa!!!
Lucio y Alan nunca dejaron de comunicarse, ni de visitarse en vacaciones, porque la familia Estúa hasta el día de hoy, elige la ciudad de El Pintado como su destino turístico, pero también para darse cuenta que en esta Argentina también existe otra realidad y que todos podemos hacer algo para ayudar a que cambie.

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