-¿Me dejarás tocar una hoja de laurel, Byt? ¡Me lo prometiste!
-¡Ah, qué hermosa criatura! ¿Cómo se llama su niño, señora?
-Tierno Capullo, amable guía.
-Pues bien, Tierno Capullo: si todos seguimos las reglas, al final del recorrido los llevaré al Espacio Conservado. Ahí podrás deslizar tus manos superiores por una hoja de laurel y hasta dejaré que le tomes el peso a una piedra. Pero cuidado con las manos inferiores, ¿eh? Ya sabes las consecuencias que tendría un descuido.
-¡Eso es lo que quiero, eso, eso..! ¿Porqué no empezamos por ese lugar, ahora mismo?
-¡Las nuevas generaciones, siempre tan impacientes! Antes tenemos otras cosas para ver. Seguiremos el circuito grande, que da la vuelta al Parque. Son unos mil quinientos metros, bajo este cielo despejado. Un día espléndido, ¿verdad?
-¿Podría quitarle un poco de intensidad al sol, Byt?
-A ver... Déjeme pulsar.... ¿Así está bien? Siempre me olvido de programar el cielo para los contingentes que vienen del hemisferio norte.
-Así está perfecto, gracias.
-A nuestra derecha, amables compañeros, pueden ver lo que antiguamente llamaban El Laberinto. Como observarán, es un sitio de topografía irregular, recorrido por senderos abiertos entre matorrales de retamas, cardos y otras especies menos evolucionadas, con algunos árboles. Remedaba un dédalo, por lo que suponemos que proviene de una época muy lejana, indefinida en el tiempo. Los habitantes primitivos de la zona venían aquí a encontrarse con sus dioses, a quienes atribuían la capacidad de hacerles realidad sus deseos.
-¿Adónde conducen los senderos?
-Como todo lo que nos ha llegado de esa época, los senderos no conducen a ninguna parte. Esa gente razonaba de un modo muy extraño para nosotros: pensaban que si los dioses tenían intención de conectarse con los humanos, podían hacerlo donde, cuando y como quisieran. Pero si quienes buscaban el contacto eran los humanos, entonces necesitaban un espacio que llamaban sagrado, en el cual se daba esa intersección mágica, prerracional... Bueno, de hecho eso ya forma parte de la Mitología Preprogramada... De todos modos, parece que el lugar era muy concurrido. Les atraían las dificultades que encontraban para trepar y eludir la vegetación, los olores, los encuentros inesperados... Era un paseo muy popular en los días libres.
-¿Cómo que libres? ¿Había esclavos en esa época, Byt?
-¡Oh, señor Calva Esplendente! Muy atinada su pregunta: recuerde que en esos tiempos la gente aún debía trabajar. Antes que todo esto fuese vidriado, como ahora lo ven, la naturaleza imponía grandes esfuerzos para sobrevivir. Pero eso ya es Sociología Natural.
-¿Qué hacen ahí, tendidos en el pasto, esos dos cuerpos desnudos, uno sobre el otro?
-¡Miren cómo están enlazados con sus dos brazos superiores, los únicos de que disponen? ¿Y las piernas? ¿Por qué están mutuamente dispuestas de un modo tan ridículo? ¡Ja, ja! ¿No me diga que este Museo, como el que visitamos en el trópico de Capricornio, también tiene secciones de humor? Por cierto que me hace cosquillas en el estómago: ¡Mire como muevo los brazos inferiores! ¡Ha logrado hacerme reír!
-Eso, apreciado Senador, ya es Biología Básica. Nos recuerda la etapa de reproducción sexuada de nuestra especie, a la vez premiada con la descendencia y censurada con una represión que obligaba a estas parejas a buscar lugares recónditos, como este, para ejercer una práctica que les debía resultar muy atractiva. Cuando se glaceó esta zona, los museólogos conservaron una escena típica, como un símbolo de algo común, para que no olvidemos nuestro origen.
-Por cierto que hemos evolucionado. ¡Qué importantes son estos Museos, para que no olvidemos el buen camino!
-Dice bien, Senador: y el que además nos conduce a alguna parte. Pero a propósito, continuemos por allá.
-¡Un dinosaurio! ¡Un dinosaurio! ¡Esta gente sí que vivía bien!
-¡Cuidado, Tierno Capullo! ¡No agites tanto tu globo térmico, a ver si tenemos un accidente! El dinosaurio, en realidad, ya estaba cristalizado cuando se proyectó el Museo. Con un procedimiento muy elemental y una finalidad que todavía no se ha descifrado plenamente. Verán ustedes que en las cercanías del mastodonte hay algunos caños pintados y otros elementos: pues bien, esos eran juegos infantiles de la época. Aunque los especialistas no se han puesto de acuerdo al respecto, se supone que ahí llevaban a la descendencia obtenida por los juegos sexuales del laberinto, para que el dinosaurio se alimentara muy a su gusto. Según esta teoría, era una de las maneras de mantener la especie en un orden numérico aceptable. Lo que, como sabemos, les costó bastante...
-¡Qué mundo complicado el de la antigüedad!
-Usted lo ha dicho, Flor con Rocío. Si no fuera por nuestros brazos inferiores, estaríamos aún recorriendo esos senderos que no conducen a ninguna parte... Pero ahora vamos a deslizarnos a la parte superior: sigamos este camino irregular, hacia esa piedra que se destaca en la altura. Utilicen, por favor, el sistema de energía media. ¡No vaya a ser que alguno se remonte demasiado y tengamos que rescatarlo después..!
-¿Y cómo subían los indígenas?
-Con sus piernas, por supuesto. Estaban obligados a ejercitarlas permanentemente y a cuidar su dieta vegeto-cárnica todos los días de sus breves vidas, para mantener un estado que les permitiera desarrollar estas actividades, tan simples para nosotros.
-¡Oh, oh! No deja de asombrarme ese estadio tan larval, del que sin embargo provenimos, mal que nos pese. ¿Qué dice, Senador?
-¡Puaj! Ni me lo recuerde, Flor con Rocío. Imagínese, nosotros dos enlazados allá en el laberinto, con los cardos pinchándonos por algunas partes y el dinosaurio amenazando con devorarnos, con frío o con calor, rodeados de olores dudosos y a merced de un cielo al que ayer se le ocurría quemarnos con un sol insoportable y hoy nos castigaría tal vez con una llovizna helada, para mañana azotarnos con un viento demencial. ¿Y todo para qué? ¡Para asegurarnos una descendencia que repetiría después nuestras propias y absurdas actitudes!
-Es una experiencia que debiéramos probar, Senador. Claro, si el amable guía lo permite...
-¡De ningún modo, Flor con Rocío! El tour no incluye esas regresiones, no está previsto en nuestro programa. Conocen el plan: cada uno en su globo térmico y limitados al circuito del Museo. Podrán al final comprar reproducciones exactas de los sectores que más les interesen, en cristal sensibilizado, para que cada uno bajo su propia responsabilidad realice las experiencias que considere adecuadas. ¿De acuerdo?
-¡Pero claro! No se lo tome en serio. Mi sugerencia era sólo hipotética. ¿A quién le pueden gustar estas actitudes tan... primitivas? ¿Verdad, Senador? ¿Usted lo entendió así?
-¿De qué otra manera, Flor con Rocío? Ya me estaba imaginando a nosotros dos... ¡Ja, ja, ja! Sigamos, por favor, trepemos de una vez por la cuesta, que se nos acaba el tiempo.
-Vamos hacia esa piedra redondeada, la más alta, que se destaca sobre la concavidad de ahí abajo. Mucho se ha discutido sobre el uso que se daba a este lugar tan singular. Los investigadores coinciden, en general, en afirmar que desde la piedra se arrojaba al vacío a las criaturas que nacían deformes, mal constituidas para confrontarse con el oficio de vivir. Algunos documentos de la época, aunque de dudosa veracidad, sugieren que muchos individuos cumplían el ritual por propia voluntad. También se supone que quienes veían acercarse el final de sus vidas, con ese sencillo procedimiento lo aceleraban, ahorrándoles a los demás la tarea de empujarlos. Eso no está muy claro, pues por un lado el procedimiento de eliminación se practicaba con asiduidad, y por el otro resultaría penoso. Pero es coherente con una forma de pensamiento en la cual coexistían el placer y el dolor, en tensión permanente. Recuerden que la gente envejecía. No tenían la opción de estabilizar el Optimo Vital. Al no conducir sus senderos a ninguna parte, lo mismo daba bajar por el camino que en línea directa hacia el abismo. Bueno, esto ya es Filosofía Prebillgateana, así que mejor continuemos...
-¿Y por qué hay abajo una plataforma, escalones y columnas, frente a un espacio vacío? ¿Qué utilidad tendría todo eso?
-Ese era, señor Calva Esplendente, un sitio destinado a espectáculos públicos. Se reunían por millares alrededor de la plataforma y sobre ella se desarrollaban danzas e interpretaciones musicales por medios electrónicos, con juegos de luces, humo, máscaras y otros recursos burdos. Se encendían fogatas en la que quemaban carne de animales, que luego consumían emparedadas en pasta blanca de cereal, generalmente trigo. Para facilitar el deslizamiento de esas masas de alimento a través del cuerpo, ingerían cantidades bestiales de bebidas fermentadas y de otras que obtenían mezclando agua, azúcar y gas carbónico y acostumbraban envasar en recipientes con rótulos vistosos, como habrán visto en algún Museo del Consumo. Era a la vez un entretenimiento, una forma de relación económica y un modo de aturdirse mutuamente en los escasos intervalos en que no estaban obligados a trabajar.
-¿Por eso algunos se arrojaban desde la piedra alta?
-No, Tierno Capullo. Se supone que el ritual de la caída y el espectáculo se desarrollaban en momentos distintos. Aunque eso no está muy claro y forma parte del Arte Protocristalino.
-¿Puedo tocar esa piedra?
-¡De ninguna manera! Ya nos falta poco para llegar al Espacio Conservado. ¡No seas impaciente! Ahí te espera tu hoja de laurel y una piedra calculada para que la sopeses. ¡Animo, Tierno Capullo! Podrás llevarte réplicas de la hoja y la piedra, de recuerdo, aunque, por supuesto, por tu bien estarán convenientemente tratadas.
-¿Bajamos hacia el otro lado, amable guía?
-Bajemos. Reduzcan la energía, dénle un nivel levemente negativo, y allá vamos. Observarán esa construcción poligonal, de un material similar al del dinosaurio. Pues bien: era un tanque de provisión de agua para la ciudad, que estaba más abajo, en esa llanura arenosa que refleja la luz del cielo. Nuestros antepasados necesitaban del líquido, ahora tan escaso, para mantener sus cuerpos vivos. Acerca de ese tanque se han contado historias curiosas, algunas polémicas, y todas casi olvidadas. Pero eso forma parte de Historia Consensuada, así que continuemos.
-¿Qué finalidad tenía esa gruta que vemos ahí, construida en piedra, con rejas de metal y una figura tan extraña adentro?
-Se cree, Senador, que era un lugar reservado para la petición de deseos. Muchos se acercaban, doblaban las piernas en señal de sumisión y pedían cosas tales como alimentos, larga vida, juventud, éxito o dinero. Suponemos que se trata de otro lugar mágico de encuentro con la divinidad. Como ustedes saben, en ese entonces cada individuo tenía un nombre, que al uso común era áspero y desagradable para nosotros: uno se llamaría Ezequiel, otro Lidia, alguno Aníbal, otro César o Francesca, y así. Los humanos relacionaban ese sonido con algo que suponían los identificaba y distinguía de los demás: el yo, o el ego. Para éllos o para aquellos con quienes estaban vinculados era que pedían lo que valoraban como bienes, al tiempo que realizaban rituales para alejar todo cuanto consideraban males. Como existía una correspondencia casi matemática entre bienes y males, las peticiones no acababan sino con la vida de quien las hacía. Era común que un cierto, digamos, Fernández, pidiera lo que era propiedad de otro, digamos, Cunegunda, y éste o ésta a su vez codiciara lo que pertenecía a Eduardo u Olga. Esa idea elemental de individualidad generaba conflictos interminables, porque difícilmente se limitaban a la petición y en general creían que debían ayudarse con sus propias acciones, movidos por la voluntad o libre albedrío, como le decían, para que les fuera concedida. Pero eso forma parte de Religión Superada, así que continuemos.
-¿Cuándo llegamos al Espacio Conservado?
-Ya estamos llegando, ya... Si les parece bien, finalizaremos el recorrido en la Sala Protegida. Es ese edificio primitivo que ven allá: una estructura que se ha cristalizado tal cual era. En su interior se encuentra el Area Protegida, de la que no necesito precaverlos más de lo que el programa especifica, ¿verdad?
-Pierda cuidado, ya sabemos...
-¡Qué hermoso coro han formado ustedes al responderme! ¿Sabían que esa forma de hablar en conjunto, con altibajos en la entonación, era común en la antigüedad que estamos recreando hoy?
-Gregarismo Básico.
-¡Bien, bien, mi querido contingente! ¡Ya están mejorando la armonía! Creo que formaríamos un coro perfecto para la época... Entremos ahora, sin miedo. Este sitio se llamaba La Pulpería. Verán en mitad de esta pared, a la derecha, una cavidad ennegrecida. Precisamente ahí se encendía un fuego sobre el cual se disponían trozos de carne animal, que al calentarse perdía humedad y adquiría una consistencia crujiente, muy del gusto de estos salvajes.
-¡Qué horror!
-En este globo, un Espacio Conservado, podrás introducir tus manos. ¡Las superiores, claro! A ver, Tierno Capullo, esto es lo que tanto deseabas.
-¿Puedo, de veras?
-Te lo ganaste. Primero, esa lámina oval, verde. Es tu hoja de laurel.
-¡Ah, qué maravilla! ¡Parece que me deslizara por la superficie vidriada de un océano! ¡Siento la rugosidad de mi piel sobre estos hilos..!
-Son las nervaduras. ¡Qué niño sensible tiene usted, señora Flor con Rocío! ¡Algún día será Programador de Futuro, créame! ¡Sé distinguir las buenas aptitudes!
-¿Puede ser que se doble entre mis dedos? ¿Es eso posible?
-Estás tocando un objeto no vidriado, no lo olvides. Así era el mundo primitivo. Si no fuera por tu globo térmico, percibirías un aire especial, que llamaban aroma.
-¿Aroma? No entiendo qué pueda significar. Pero es una palabra agradable. Aroma... Aroma...
-Ahora podrás probar con la piedra: con energía escasa para esto, no lo olvides.
-¡Sube! ¡Baja! ¡Vuelve a subir! ¡Y yo lo estoy haciendo!
-¡Aprenderá a programar, señora! ¡Qué bueno es que comience desde un grado tan elemental! ¡Qué importante para su formación! Con un poco de soberbia, le digo que me siento muy útil cuando un contingente así nos visita. ¿No cree, Senador, que nuestros museos han reemplazado con éxito aquellas aburridas escuelas de la antigüedad postsensible?
-¿Y usted cree que sus aptitudes lo hacen especial, amable guía?
-¡Oh, no! Por supuesto que no. Somos personas formadas. Sólo sigo el programa. Pero esto ya es Pedagogía Administrada.
-Byt: ¿Me permite una última pregunta, antes de despedirnos?
-Claro, Senador, las que quiera.
-¿A qué se debe que existan, cada tanto, esos extraños montículos que no parecen Espacios Reservados ni tampoco vidriados? Me llamaron la atención desde que llegamos. Están en la llanura, dispersos aquí y allá, redondeados, cubiertos por una capa tan blanca que hasta resulta molesta. Los he visto en otras excursiones, pero no he obtenido una respuesta que me satisfaga.
-Apartémonos un poco para que pueda contestarle. Perdone si bajo la voz. Usted comprenderá... El Programa todavía no los alcanzó. Tal vez en su próxima visita...
-Ah... Había oído hablar de eso. Me parece que fue durante una sesión. Pensé que eran supercherías de los opositores.
-Lo son, claro. Resabios. En realidad, Espacios Reservados. Hasta que logremos controlarlos...
-¿Se refiere a la oposición? Ya lo logramos...
-¡Oh, no! Estamos hablando de Legislación Avanzada.
-¡Bien, bien! ¡Veo que nos entendemos!
-Por supuesto, Senador.
-¡Eh, compañeros! ¡Qué gusto haber contado con un guía de tan excelente formación! ¿No les parece? Despidámonos a coro, para demostrarle lo que hoy aprendimos:
-¡Byt, Byt, Byt, good by..! ¡Byt, Byt, Byt, good by..!
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