Ignota y pobre transeúnte,
he descubierto en tu mirada
de diosa terrenal ante mi asombro,
auroras escondidas, tan fulgentes
que anuncian fuego celestial.
En vos...¡para quemarme por los siglos
y, desde las cenizas, resurgir!
¡Ah! Eterna primavera en veinte abriles,
"campos verdeoscuros al viento”
diría Whitman si se hundiera
entre la tierna hierba
de tu fulgor sonriente,
y vuela hoy Maiakovsky
cantándote su "Amor",
"alzando por el mundo
un amor universal",
y, desde ambos, yo,
tu amante anónimo,
ofrendaré mi fuego a tus luceros,
(a ésas ventanas de tu alma)
y entre colinas tuyas, Venus mía,
marchando iré, entre bosques y centellas,
al dulce umbral de tu corazón rojo:
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