sábado, 29 de junio de 2013

etreum y romA - Jorge Naselli

Fin

La sangre, que parecía manar del casco, se escurría hacia la alcantarilla. Pegado al húmedo asfalto nocturno esperó a que se aclarara su mente, mientras un sopor de inconciencia se escapaba tibio.
De lejos venía confuso el sonido melancólico de la música de los Stones: Jaeger arrastraba  Love in van desde un parlante distorsionado. Supo que se estaba muriendo y sonrió; si es que a esa mueca, en la que se mezclaba la ironía, con la sangre y la náusea, se podía llamar sonrisa.
-¡Esto es muy melodramático!- Pensó. Hubiese preferido otro fondo musical; pero se tiene lo que se tiene. Y esto era lo único que tenía, porque la vida se le escapaba con cada fracaso de respiración.
Sintió que la muerte le hacía un guiño lastimoso cuando las acciones comenzaron a retroceder.
Primero, el golpe contra el cordón de la vereda tras el giro en el aire, luego sentado en la moto que retrocede desde el guardabarros delantero del auto en la esquina, con una secuencia inversa en el semáforo, hacia el pub a tres cuadras donde se roba una “Honda” estacionada, para escapar de la policía que lo persigue, porque  lleva en el bolsillo de la campera un prendedor que saca  entre los restos de la vidriera que le rompe a la joyería de la calle Tacuarí, a la que vuelve luego que la deja en su casa tras el corto paseo por el centro, en el que ella le dice cuanto le gusta ese prendedor de rubíes, después del largo y lánguido suspiro de asombro al pasar frente al escaparate del negocio justo al lado del café del que salen luego que él paga la gaseosa que le invita, tras descubrir la sonrisa que le provoca el que él le diga: Moriré por vos en cualquier momento; al lograr encontrar valor luego del asombro que le provoca el verla, pensando que es una visión y que no puede ser que exista...

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