sábado, 25 de agosto de 2018

Huellas - Por Mia Zak

A cada puñalada,
no sentía, no sangraba
Y por eso , la traición
siempre, te busca
la espalda
Pero, de cada herida
salían palomas blancas
llevándose ,mi sonrisa
mi alegría y lo que amaba
Hoy camino y en mis huellas
se me van cayendo lágrimas
porque, esa es la manera
en que se desangra, el alma

Acerca de la Vejez - Por Marco Tulio Cicerón - Selecciòn) (2ª parte)

De ningún modo la vejez carece de estas cualidades, por el contrario éstas aumentan con los años, a menos que os parezca que yo haya puesto fin a mi actividad porque no participo en ninguna guerra. Se me argüirá que la memoria se pierde. Creo que así es si no se ejercita o si estuviera enferma. Nunca he oído decir que un anciano se haya olvidado del lugar donde guardó su tesoro.
Recuerdan todos los asuntos que les interesan y el día del encuentro con sus acreedores y deudores. ¿Qué diremos del jurisconsulto, de los pontífices o de los augures? ¡Cuántas cosas recordaron los antiguos filósofos! Lo mismo que el afán de conocimiento y de actividad, las facultades permanecen en los ancianos, tanto en su vida social de hombres ilustres y venerables como en su vida familiar y privada. Sófocles escribió una tragedia en su ancianidad. Precisamente por ese interés de estudio parecía que se despreocupaba de su patrimonio familiar, y fue demandado judicialmente por sus hijos. Los jueces decidieron quitarle la gestión del patrimonio familiar como si fuera un loco, igual que acostumbramos a imposibilitar a los cabeza de familia que no gestionan bien sus bienes. Se dice que, para defenderse, el anciano recitó de memoria la obra que en ese momento tenía entre manos, la recientemente escrita, ¡nada menos que "Edipo en Colono"! ¡Y se atrevió a preguntar a los jueces, si eso era propio de un anciano demente! Fue absuelto por los mismos jueces, una vez recitada la tragedia.
¿Acaso la vejez obligó a enmudecer en sus discursos a éste, o a Homero, Hesíodo, Simónides, Estesícoro, o a Isócrates, Gorgias a quienes anteriormente cité; o a los príncipes de los filósofos, Pitágoras, Demócrito, o a Platón, Jenócrates, o,  posteriormente, a Zenón Cleanto, o Diógenes Estoico, a quien vosotros mismos
conocisteis en Roma? ¿Acaso, no fue en todos ellos tan duradera la ilusión por los estudios como su vida?
Prosigamos pues. Aún prescindiendo de intereses intelectuales, puedo citar el nombre de muchos romanos rústicos, procedentes del campo, vecinos, familiares míos, quienes jamás están ausentes de las faenas propias del agricultor, como la siembra, la siega o la recolección de los frutos. Aunque en ellos es menos digno de admiración, pues en realidad nadie se considera tan viejo que no piense que puede vivir un año más, trabajan sus campos sabiendo que probablemente no van a ver sus frutos: "Planta árboles para que los disfruten las generaciones venideras", afirma nuestro Estacio en su obra "Sinéfebis"
La adolescencia con frecuencia desea ver muchas cosas y también otras que no. El propio Cecilio, ya anciano, afirma: La adolescencia con frecuencia desea ver muchas cosas y también otras que no. El propio Cecilio, ya anciano, afirma: ¡La vejez puede ser más agradable que odiosa! Igual que los ancianos sabios disfrutan con los jóvenes mejor preparados y son venerados y queridos por la juventud, y la vejez se hace más llevadera, igualmente los jóvenes disfrutan de los consejos de los ancianos y se dejan guiar para adquirir experiencias. Sin embargo podéis constatar que la vejez, no sólo no es debilitada y vulnerable, sino que por el contrario, la vejez es laboriosa y lleva siempre algo entre manos con igual inquietud que en las etapas anteriores de su vida. ¿Y qué decir de los ancianos que estudian cosas nuevas de interés para ellos? El ilustre Solón, dice él mismo en sus versos, que cada día que envejece aprende algo. Cuando oí contar que Sócrates aprendió a tocar el arpa, ya anciano, quise hacer yo lo mismo y trabajé con ahínco en el aprendizaje de la lengua griega.
En mi juventud deseaba la fuerza del toro y del elefante. Con toda seguridad, ahora, no deseo tener las mismas fuerzas de la juventud. Éste es otro de los tópicos de los achaques de la vejez. Esto es lo que hay: actuar según las fuerzas del momento y servirse de ellas, hagas lo que hagas. ¿Puede haber queja más despreciable que la que formuló Milón el Crotonio? Se dice que siendo ya anciano vio a los atletas que se preparaban para las carreras. Se miró los brazos y con lágrimas en los ojos exclamó: "¡Verdaderamente, éstos ya están muertos!" ¡No son ellos los que están muertos, necio, sino tú, porque tú no te ennobleciste por ti mismo sino por tu espalda y tus brazos!
Creo que el orador no languidece por la vejez, función que no sólo depende de su ingenio, sino de la potencia de su voz e incluso de su energía. La palabra es el decoro del anciano sereno y sensato, si su discurso resulta elocuente meditado y suave para el que escucha Si esto no se puede conseguir, al menos es posible dar consejos a un Escipión y a un Lelio. ¿Por qué resulta tan grato a los ancianos rodearse de jóvenes estudiosos? ¿Acaso no se conserva en la vejez la capacidad suficiente para enseñar, formar y preparar a los jóvenes para desempeñar todo tipo de cargos? Por esta razón, los maestros de las buenas costumbres, aunque las fuerzas falten y desesperen, no deben creerse desgraciados. Debido a los vicios esta misma falta de fuerzas se produce con más frecuencia en la juventud que en la vejez. La juventud es libidinosa y malcriada y suele llegar a la vejez con el cuerpo ya agotado.
Ciro, ya un anciano y a punto de morir, afirma en la obra de Jenofonte "La Ciropedia", que él jamás había sentido que su vejez le proporcionara más debilidad que su juventud. Yo jamás he estado de acuerdo con aquel alabado y antiguo proverbio que advierte de que "se hace uno viejo prematuramente si se quiere ser viejo día a día". Yo nunca he querido ser anciano ni por un solo instante antes de llegar a serlo. También es verdad que tengo menos fuerzas físicas que vosotros dos. Tampoco vosotros tenéis las mismas fuerzas que el centurión Tito Pontus y por eso ¿vale más él que vosotros? Un uso moderado de las fuerzas es bueno y apoyarse en ellas lo que cada uno pueda, también. Se dice que Milón ingresó en el Olimpo porque en la competición corrió en el estadio con una oveja sobre sus hombros. Pero ¿acaso prefieres sus fuerzas corporales al ingenio que la naturaleza dio a Pitágoras? Uno debe servirse de este bien, mientras lo tenga, pero cuando falte, no lo busques. La adolescencia no debe buscar la infancia ni la edad media, la juventud. El curso de la edad está determinado y el camino de la naturaleza es único y sencillo. A cada periodo de la vida se le ha dado su propia inquietud: la inseguridad a la infancia, la impetuosidad a la juventud, la sensatez y la constancia a la edad media, la madurez a la ancianidad. Estas circunstancias se dan con la mayor naturalidad y se deben aceptar en las diferentes etapas de la vida.
Supongamos que no haya fuerzas suficientes en la ancianidad; pero tampoco se le pide fuerzas a la vejez. Las leyes y las instituciones excusan a nuestra edad de obligaciones que sin fuerzas no se pueden llevar a cabo. Así nos sentimos obligados a realizar lo que podemos y lo que no podemos. También es verdad que existen muchos ancianos incapacitados a quienes no se les puede exigir ningún trabajo ni obligaciones. Pero esto no sólo es debido a la vejez sino también a la falta de salud. ¡Qué grande fue la incapacidad del hijo de Publio Africano, el que te adoptó, y qué precaria, casi nula, su salud! Hubiera sido otra lumbrera de Roma si no hubiera sido así, pues a la grandeza de espíritu habría añadido una formación rica y profunda. ¿Por qué entonces nos sorprendemos de que los ancianos, de vez en cuando, caigan enfermos, cuando ni siquiera los jóvenes están libres de las enfermedades? Es propio de la vejez resentirse, pero sus achaques se compensan con la diligencia. Con el mismo ahínco que se lucha contra la enfermedad, se debe luchar contra la vejez. Se ha de cuidar la salud, se debe hacer ejercicio moderadamente, se debe tomar alimentos y beber cuanto se necesite para tomar fuerzas, pero no tanto como para quedar fatigados. Pues una cosa y otra han de ser remedio para el cuerpo, pero mucho más para la mente y el espíritu. Tanto una como el otro, mente y cuerpo, son como una lámpara, que si no se las alimenta gota a gota, se extinguen con la vejez. Los cuerpos pierden agilidad con la fatiga del ejercicio, en cambio el espíritu se hace más sutil con el adiestramiento mental. Cecilio llama "ancianos cómicos necios", a los que son crédulos, olvidadizos, apáticos, porque no son vicios propios de la vejez, sino de una vejez perezosa, indolente y amodorrada. La petulancia, la libido, que son más propias de los jóvenes que de los ancianos, no se dan en todos los jóvenes, sino en los réprobos, esa necedad senil, que suele llamarse chocheo, es propia de los ancianos frívolos, pero no de todos los ancianos.

sábado, 18 de agosto de 2018

¡Adiós Golondrina! Por Beatriz Vicentelo

¡Ah, golondrina mía, con revuelos en vena!
Con el barco velero diste tu despedida
se levaron tus anclas con pañuelos de pena
cruzándose intangibles besos en estampida

Y se fueron los sueños con añoranza en vela
por la ruta singlada de esperanza perdida
¡Ah golondrina mía con temores recela!
El dudoso regreso con hora suspendida

Irradiaste saudades por la senda ataviada
de nardos y azucenas, jazmines y azahares
¡Salpicaron tus lluvias, con nácares y espumas!

Reclamando en rincones, reclamando por brumas
caricias de mi otoño, surgidas por azares
de un poema en tus tardes, con letra enamorada.

Canto a la vida Por Tato Ospina

Una luz nació en la oscuridad
en un vientre virgen y sorprendido,
en un corazón grande y olvidado,
perteneciente a un ser joven y querido.

Dicha luz llegó de un mundo de esperanza,
de selvas y mares vírgenes sín testigos,
con latidos celestiales del alma,
con alas de poesía y aliento de trigo.

Esa luz de ternura le dio vida
a un jardín reseco ya olvidado,
a una vaga ilusión ya perdida,
a un sueño muerto, ya olvidado...

Y fue en una noche silenciosa y alunada,
de finos sueños y alegrías encendidas,
que esa luz, casi tímida y destellada,
con llanto de niño y gracia divina,
¡Le cantó a la vida!

El amor todo lo puede Por Nieves Mª Merino Guerra

Todo lo puede.
Todo es perfecto. Todo es posible

si el amor es cierto.

Todo florece,
hasta en el desierto,

cuando un leve rocío de amor
se derrama en los corazones…


Y la esperanza de la vida

en el amor verdadero
hace florecer un cactus
entre el dolor y el anhelo.

El Ayer Por Maria Isabel Campos Quijano

Ahora que no estas…
y que tu recuerdo he dejado en libertad
Ahora que retorna mi cordura…
Ahora que camino es soledad…
todavía permaneces en mis rincones…
ocupas mis espacios
me llegan tus aromas…
y el sabor de tu amor inunda mis sentidos
y tus sentidos se expanden en mis silencios…
entonces me gusta cerrar los ojos
para perderme en el ayer…

La corriente del agua es helada Por Hector Berenguer

La corriente del agua es helada
como la noche en los ojos de los peces
¿Quien quiere ver la luna en la noche sin tiempo ?
Dos niños nadan en lo profundo
una nada los crea y otra los sostiene.
¿ Donde está la tierra firme ?
La noche es sin orillas
tiene aromas de aliso y miel silvestre
almizclado aliento de la tierra en el agua.
Perfumes del agua.
La orilla es tan lejana
que nadie sabe si cruza o llega,
no hay retorno
a los arenales del Puntazo.
Las aguas llaman desde su imantado abismo.
¿De qué lado está el cielo en lo profundo?
¡ No pudimos soportar !
La belleza hiere más que la crueldad.
Siempre se espera el fin
de los que nacen con doble luz en la mirada.
Ese doble ser
que ve caminar juntos
el amor y la muerte.
Sé que te has cruzado a islas profundas
donde todo se pierde de vista
Y que parecías en paz,
como un señor al lado de su eterna amante .

RIÑAS DE GALLOS Por ALFREDO EBELOT (1889)

“Los conocía desde Buenos Aires, en que no pasan de ser tolerados, y tienen un edificio propio que recibe cada domingo un centenar de aficionados, verificándose las riñas con una seriedad escasamente pintoresca. ¡Qué distintas eran las cosas en la Banda Oriental! El reñidero se instalaba en el patio de una confitería, al pie de dos o tres raquíticos naranjos. Bastaba al efecto un pequeño circo portátil de lona, con tan liviana armazón de madera que podía llevarse con una sola mano.
En el fondo del patio estaban en línea las jaulas de los gallos de riña, cuidados con tanto esmero como un stud de parejeros. Cada habitante tenía su nombre y genealogía
-generalmente oral, sin duda-. Para que pueda llevarse un studbook en regla, será preciso que el leer y escribir se generalicen entre los apostadores.
Apenas armado el circo y guarnecido su interior con una capa de linda arena, los jugadores acudieron. Cada uno llevaba debajo del brazo su gallo tapado con un poncho, y se hicieron las apuestas: “¿Cuánto pesa su gallo? “Tantas libras”. “El mío pesa solamente tantas”. Tratan de oponer uno a otro dos gallos del mismo peso, cuando sus demás condiciones son análogas. Pero tal gallito todo nervios podrá competir ventajosamente con un gallo grande todo huesos.
Esto depende de la casta, de la preparación, de la destreza en la esgrima de la púa, de los antecedentes del padre, de gloriosa memoria. Son otras tantas cuestiones que se discuten horas enteras entre dueños de gallos. Los que quieren apostar miran, escuchan, toman apuntes mentales, palpan sus pesos de plata en el bolsillo, al establecer el cálculo de sus pollas, sin juego de palabras, absorto el pensamiento y relucientes los ojos.
En fin, se pusieron dos gallos en presencia. Uno era viejo, pelado y tuerto. Su dueño era un gaucho ya entrado en años que se le parecía bajo varios conceptos. Por lo demás bien en punto, nada cargado en carnes, superiormente preparado -el gallo, se entiende-, y diestro, según se decía, como el diablo para pegar en plena garganta al adversario.
El otro era un gallo nuevito que se estrenaba. Su padre había sido célebre, su madre era cualquier cosa. Le faltaba, aseguraba su propietario, cuatro o cinco días de preparación.
Un criador serio de gallos avalúa esto con una aproximación de horas. Pero el gaucho viejo sostenía que esta aserción no pasaba de un ardid, que se hallaba en el estado preciso. El gallito arrancó bien. Tenía furia. Abusaba tal vez del pico, ensangrentando la cabeza de su contrario; pero si no consiguen hundir el cráneo, tales golpes no son decisivos. Dos o tres puazos que dirigió el viejo, y que me parecieron firmes, determinaron, a pesar de esto, una baja en sus acciones. “Es torpe”, decían los  entendidos, y el viejo gaucho aumentaba sus apuestas, jugaba contra todo el mundo.
Su gallo, chorreando sangre, erizadas las plumas, se cansaba visiblemente. El gallo nuevito adquiría mayor fijeza a medida que se le apagaban los bríos. Los últimos cinco minutos -el asalto duró unos veinte- fueron palpitaciones. El gallo viejo, con su único ojo tapado por la sangre, ocultó su cabeza, que laceraba el terrible pico, debajo del ala del otro, y ambos dieron vueltas algún tiempo sin que hubiese forma que la sacase. Las apuestas se multiplicaban rápida y gravemente, en voz baja. Cuanto más impresionado y ansioso está el gaucho, tanto más impasibilidad demuestra su fisonomía.
El combate se armó de nuevo, con mayor encarnizamiento. De repente el gallo viejo dio con la coyuntura que buscaba, y le asestó su golpe de gracia, su estocada secreta. El otro siguió peleando un ratito. A veces le silbaba la garganta, a veces se sentía un glu-glu sordo. Lo ahogaba la sangre. En fin, no pudo más, disparó pidiendo merced. ¿A qué decir que no, si así es? Pidió merced, el desgraciado. Emitió dos o tres quejidos inarticulados. Esto se llama cacarear. Es la vergüenza de las vergüenzas. El viejo, mientras tanto, victorioso, ensangrentado, horroroso y soberbio, lo miró con desprecio e hizo sonar su canto triunfal.”

Ebelot, Alfredo. La Pampa, costumbres argentinas. Buenos Aires: Ciorda y Rodríguez, 1943, p. 79.

domingo, 12 de agosto de 2018

Soledad Por Rafael Serrano Ruiz


En mi soledad
veo llegar la luna
viviendo la historia
de este triste amor.

Escucha mi voz
que te lleva el viento
inútil intento
de mi redención.

Historia de amor
que cambió en un día,
rompiendo mi vida
una “sin razón”

Olvida, mi amor,
tanto sufrimiento
en un loco intento
de dar tu perdón.

En mis tristes días
sin tu compañía
lleno de nostalgia
me pongo a soñar;
de lograr un día
tenerte en mis brazos
sintiendo de nuevo
mi alma en tu paz.

Te tengo en mis sueños
hablando de amores
envuelta en mis brazos
sintiendo tu amor.
Profundo pesar
en el alma mía
pidiéndole al cielo
te vuelva a encontrar.

A nadie he querido
como yo te quiero
a nadie tanto he amado
ni amaré jamas;
perdóname ya
de haberte querido,
seguirte queriendo
sin poder parar.

Cuantas veces lloro
tenerte en mis brazos.
Cuantas veces lloro
por mi Soledad
sintiendo tu amor
en la lejanía
por sentir de nuevo
mi almo vibrar.

La luna se oculta
trayéndome el día
con la sinrazón
de la realidad.

Maldigo el momento
de mi cobardía
maldigo el momento
de mi terquedad
en triste lamento
de tu amor la ausencia
e invito a la luna
su pronta presencia
y soñar de nuevo
con mi Soledad.





sábado, 4 de agosto de 2018

EL SALTO DE LA MAROMA JOHN MILLER (1817) De “El gaucho a través de los testimonios de extranjeros.” Buenos Aires: Emecé, 1947

“Entre las cosas que hacen para divertir a los huéspedes, la destreza en montar a caballo es la ostentación favorita de un estanciero. Éste dispone que traigan unos cuantos potros sin domar y que los metan en el corral, que es un círculo cerrado de fuertes estacas clavadas en el suelo y atadas unas a otras con tiras de cuero; algunas veces son de tapias de tierra o de piedra. Colocan una barra a una altura proporcionada en la única entrada que tiene el corral, la cual es tan estrecha que no cabe más que un caballo a la vez. Un peón se pone encima,abierto de piernas, y se deja caer perpendicularmente sobre el lomo de uno de los potros que pasan a galope por debajo, y se sostiene en pelo, sin silla ni brida, asegurando sus largas espuelas contra la barriga del potro, el cual principia a hacer corcovos, a dar coces, levantarse de manos, dar brincos, saltos de carnero y cuantos esfuerzos puede para tirar al jinete, hasta que asustado y rendido, se deja manejar perfectamente. Si el peón desea desmontar antes que el caballo esté cansado, arma una especie de zancadilla poniendo un pie entre los brazuelos del potro, le aprieta debajo del pecho y, poniéndose derecho, cae el caballo a sus pies, sin hacerse daño el jinete [...].”