De ningún modo la vejez carece de estas cualidades, por el contrario éstas aumentan con los años, a menos que os parezca que yo haya puesto fin a mi actividad porque no participo en ninguna guerra. Se me argüirá que la memoria se pierde. Creo que así es si no se ejercita o si estuviera enferma. Nunca he oído decir que un anciano se haya olvidado del lugar donde guardó su tesoro.
Recuerdan todos los asuntos que les interesan y el día del encuentro con sus acreedores y deudores. ¿Qué diremos del jurisconsulto, de los pontífices o de los augures? ¡Cuántas cosas recordaron los antiguos filósofos! Lo mismo que el afán de conocimiento y de actividad, las facultades permanecen en los ancianos, tanto en su vida social de hombres ilustres y venerables como en su vida familiar y privada. Sófocles escribió una tragedia en su ancianidad. Precisamente por ese interés de estudio parecía que se despreocupaba de su patrimonio familiar, y fue demandado judicialmente por sus hijos. Los jueces decidieron quitarle la gestión del patrimonio familiar como si fuera un loco, igual que acostumbramos a imposibilitar a los cabeza de familia que no gestionan bien sus bienes. Se dice que, para defenderse, el anciano recitó de memoria la obra que en ese momento tenía entre manos, la recientemente escrita, ¡nada menos que "Edipo en Colono"! ¡Y se atrevió a preguntar a los jueces, si eso era propio de un anciano demente! Fue absuelto por los mismos jueces, una vez recitada la tragedia.
¿Acaso la vejez obligó a enmudecer en sus discursos a éste, o a Homero, Hesíodo, Simónides, Estesícoro, o a Isócrates, Gorgias a quienes anteriormente cité; o a los príncipes de los filósofos, Pitágoras, Demócrito, o a Platón, Jenócrates, o, posteriormente, a Zenón Cleanto, o Diógenes Estoico, a quien vosotros mismos
conocisteis en Roma? ¿Acaso, no fue en todos ellos tan duradera la ilusión por los estudios como su vida?
Prosigamos pues. Aún prescindiendo de intereses intelectuales, puedo citar el nombre de muchos romanos rústicos, procedentes del campo, vecinos, familiares míos, quienes jamás están ausentes de las faenas propias del agricultor, como la siembra, la siega o la recolección de los frutos. Aunque en ellos es menos digno de admiración, pues en realidad nadie se considera tan viejo que no piense que puede vivir un año más, trabajan sus campos sabiendo que probablemente no van a ver sus frutos: "Planta árboles para que los disfruten las generaciones venideras", afirma nuestro Estacio en su obra "Sinéfebis"
La adolescencia con frecuencia desea ver muchas cosas y también otras que no. El propio Cecilio, ya anciano, afirma: La adolescencia con frecuencia desea ver muchas cosas y también otras que no. El propio Cecilio, ya anciano, afirma: ¡La vejez puede ser más agradable que odiosa! Igual que los ancianos sabios disfrutan con los jóvenes mejor preparados y son venerados y queridos por la juventud, y la vejez se hace más llevadera, igualmente los jóvenes disfrutan de los consejos de los ancianos y se dejan guiar para adquirir experiencias. Sin embargo podéis constatar que la vejez, no sólo no es debilitada y vulnerable, sino que por el contrario, la vejez es laboriosa y lleva siempre algo entre manos con igual inquietud que en las etapas anteriores de su vida. ¿Y qué decir de los ancianos que estudian cosas nuevas de interés para ellos? El ilustre Solón, dice él mismo en sus versos, que cada día que envejece aprende algo. Cuando oí contar que Sócrates aprendió a tocar el arpa, ya anciano, quise hacer yo lo mismo y trabajé con ahínco en el aprendizaje de la lengua griega.
En mi juventud deseaba la fuerza del toro y del elefante. Con toda seguridad, ahora, no deseo tener las mismas fuerzas de la juventud. Éste es otro de los tópicos de los achaques de la vejez. Esto es lo que hay: actuar según las fuerzas del momento y servirse de ellas, hagas lo que hagas. ¿Puede haber queja más despreciable que la que formuló Milón el Crotonio? Se dice que siendo ya anciano vio a los atletas que se preparaban para las carreras. Se miró los brazos y con lágrimas en los ojos exclamó: "¡Verdaderamente, éstos ya están muertos!" ¡No son ellos los que están muertos, necio, sino tú, porque tú no te ennobleciste por ti mismo sino por tu espalda y tus brazos!
Creo que el orador no languidece por la vejez, función que no sólo depende de su ingenio, sino de la potencia de su voz e incluso de su energía. La palabra es el decoro del anciano sereno y sensato, si su discurso resulta elocuente meditado y suave para el que escucha Si esto no se puede conseguir, al menos es posible dar consejos a un Escipión y a un Lelio. ¿Por qué resulta tan grato a los ancianos rodearse de jóvenes estudiosos? ¿Acaso no se conserva en la vejez la capacidad suficiente para enseñar, formar y preparar a los jóvenes para desempeñar todo tipo de cargos? Por esta razón, los maestros de las buenas costumbres, aunque las fuerzas falten y desesperen, no deben creerse desgraciados. Debido a los vicios esta misma falta de fuerzas se produce con más frecuencia en la juventud que en la vejez. La juventud es libidinosa y malcriada y suele llegar a la vejez con el cuerpo ya agotado.
Ciro, ya un anciano y a punto de morir, afirma en la obra de Jenofonte "La Ciropedia", que él jamás había sentido que su vejez le proporcionara más debilidad que su juventud. Yo jamás he estado de acuerdo con aquel alabado y antiguo proverbio que advierte de que "se hace uno viejo prematuramente si se quiere ser viejo día a día". Yo nunca he querido ser anciano ni por un solo instante antes de llegar a serlo. También es verdad que tengo menos fuerzas físicas que vosotros dos. Tampoco vosotros tenéis las mismas fuerzas que el centurión Tito Pontus y por eso ¿vale más él que vosotros? Un uso moderado de las fuerzas es bueno y apoyarse en ellas lo que cada uno pueda, también. Se dice que Milón ingresó en el Olimpo porque en la competición corrió en el estadio con una oveja sobre sus hombros. Pero ¿acaso prefieres sus fuerzas corporales al ingenio que la naturaleza dio a Pitágoras? Uno debe servirse de este bien, mientras lo tenga, pero cuando falte, no lo busques. La adolescencia no debe buscar la infancia ni la edad media, la juventud. El curso de la edad está determinado y el camino de la naturaleza es único y sencillo. A cada periodo de la vida se le ha dado su propia inquietud: la inseguridad a la infancia, la impetuosidad a la juventud, la sensatez y la constancia a la edad media, la madurez a la ancianidad. Estas circunstancias se dan con la mayor naturalidad y se deben aceptar en las diferentes etapas de la vida.
Supongamos que no haya fuerzas suficientes en la ancianidad; pero tampoco se le pide fuerzas a la vejez. Las leyes y las instituciones excusan a nuestra edad de obligaciones que sin fuerzas no se pueden llevar a cabo. Así nos sentimos obligados a realizar lo que podemos y lo que no podemos. También es verdad que existen muchos ancianos incapacitados a quienes no se les puede exigir ningún trabajo ni obligaciones. Pero esto no sólo es debido a la vejez sino también a la falta de salud. ¡Qué grande fue la incapacidad del hijo de Publio Africano, el que te adoptó, y qué precaria, casi nula, su salud! Hubiera sido otra lumbrera de Roma si no hubiera sido así, pues a la grandeza de espíritu habría añadido una formación rica y profunda. ¿Por qué entonces nos sorprendemos de que los ancianos, de vez en cuando, caigan enfermos, cuando ni siquiera los jóvenes están libres de las enfermedades? Es propio de la vejez resentirse, pero sus achaques se compensan con la diligencia. Con el mismo ahínco que se lucha contra la enfermedad, se debe luchar contra la vejez. Se ha de cuidar la salud, se debe hacer ejercicio moderadamente, se debe tomar alimentos y beber cuanto se necesite para tomar fuerzas, pero no tanto como para quedar fatigados. Pues una cosa y otra han de ser remedio para el cuerpo, pero mucho más para la mente y el espíritu. Tanto una como el otro, mente y cuerpo, son como una lámpara, que si no se las alimenta gota a gota, se extinguen con la vejez. Los cuerpos pierden agilidad con la fatiga del ejercicio, en cambio el espíritu se hace más sutil con el adiestramiento mental. Cecilio llama "ancianos cómicos necios", a los que son crédulos, olvidadizos, apáticos, porque no son vicios propios de la vejez, sino de una vejez perezosa, indolente y amodorrada. La petulancia, la libido, que son más propias de los jóvenes que de los ancianos, no se dan en todos los jóvenes, sino en los réprobos, esa necedad senil, que suele llamarse chocheo, es propia de los ancianos frívolos, pero no de todos los ancianos.
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