jueves, 27 de junio de 2013

El humor en la poesía - Selección de varios autores

Muchas son, y sin embargo, poco conocidas, las poesías que tratan temas humorísticos o jocosos sin perder el encanto propio de esta tan particular rama de la literatura. Generalmente comparten algunos códigos con la sátira poética, pero aún así, son mucho más humanas y coloridas que aquellas, y no menos profundas en cuanto al conocimiento del lado cómico del hombre, quizás la única criatura capaz no sólo de pensarse a sí mismo, sino de reírse de sí mismo.
Para aquellos que creen que la poesía sólo es un arte “serio” y que sólo vale la pena leer cosas serias para no perder “profundidad”, les recomendamos leer algunas obras de ilustres poetas, desde Villón a Girondo, pasando por Cervantes, Vital Aza, Samaniego, Lope de Vega, Marechal, etc., escritores que han cultivado verdaderas obras de arte en este tan delicado y hasta a veces, desconocido género.



Diálogo entre Babieca y Rocinante
Miguel de Cervantes Saavedra


B. ¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado?
R. Porque nunca se come y se trabaja.
B. Pues, ¿Qué es de la cebada y de la paja?
R. No me deja mi amo ni un bocado.
B. Anda, señor, que estáis muy mal criado,
    pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.
R. Asno se es de la cuna a la mortaja.
    ¿Queréoslo ver? Miradlo enamorado.
B. ¿En necedad amar R. No es gran prudencia.
B. Metafísico estáis. R. Es que no como
B. Quejaos del escudero R. No es bastante.
    ¿Cómo me he de quejar de mi dolencia,
    si el amo y escudero o mayordomo
    son tan rocines como Rocinante?




Va de cuento
Luis Taboada

Con propósitos severos,
y en bien de la religión, 
hallábanse en una reunión
diferentes “caballeros”

Uno era subintendente;
otro, dueño de una tienda;
otro, ministro de hacienda
y así sucesivamente…

“Hay que contener la cosa 
con toda severidad,
porque cunde la impiedad
de una manera espantosa”

esto dijo el más anciano,
que era sastre; “¡Viva el clero!”
“¡Viva!”  repitió un casero;
“¡Viva!”  gritó el escribano.

Y, mientras la gente “pía”
se emociona y se arrebata…
¡falta el tintero de plata
que estaba en la escribanía!

“¡Señores! gritó, altanero
uno de los más fogosos-
todos sois muy religiosos…
¡pero aquí falta el tintero!

Y, como a nadie convenga
saber quién el caco fue,
yo la luz apagaré
y sáquelo quien lo tenga”.

Sopló: Por la sacristía
tendiese el negro capuz.
y…cuando encendió la luz…
¡¡ faltaba la escribanía!!



El agua (Poema veraniego a la manera de Leopoldo Lugones)
Leopoldo Marechal

El agua es elemento del gazpacho
y afrenta sin igual para el borracho,
el cual, diciéndolo de otro modo,
también se llama beodo.
Canta en los canalones
cuando forja el bienestar del paragüero;
es teniente coronel del puchero
y tiene sus razones
para lavar los pies de Leopoldo Lugones,
pies anhelantes de sosiego
tras escribir un Poema Solariego.
En el mar es un vasto complot
que hace naufragar el parquebot,
y es un pretexto un  tanto frío
para que exista el río.
El gañán ávido la chupa,
y sin ella no flota la chalupa,
aunque, tratándose de agua,
en lugar de chalupa mejor queda piragua. 



Oda al mar
Vital Aza

Pues señor; es preciso, indispensable,
escribir algo serio, algo notable.
Esos versos festivos y ligeros,
sin importancia, insustanciales, hueros
son baldón de la dulce poesía.
¡Habrá que “comprimirse” caballeros!
¡Nada de ligerezas! ¡Tontería!
Aquí se necesita  está probado- 
en vez de ser ligero, ser pesado.
Lo he decidido ya, nada me inquieta.
Mi inspiración a chorros se desata…
¡Hoy me siento poeta!
No sé si acaso meteré la pata;
posible es que la meta;
pero, en fin, por probarlo no quede.
Ya veremos después lo que sucede.
Mas aquí para brillar y darse tono,
es preciso entonarse, y yo me entono:
“¡Oh, mar! ¡Soberbio mar! Sobre la espuma
de tus rugientes olas, que el embate
sufren innobles de la densa bruma…”
Ya se me fue la pluma 
y acabo de decir un disparate.
Esto no vale nada.
Volvamos a empezar. Es lo prudente.
¡Ven en mi ayuda, inspiración sagrada!...
Ya la siento venir... Ya arde en mi frente
Lo que es ahora sé que ya no dudo:
¡Oh, mar! ¡Soberbio mar! ¡Oh, mar hirviente!
¡Oh, proceloso mar! ¡Yo te saludo!”
Así, perfectamente
me ha salido muy bien, ¡pues ya lo creo!
Ya sé que al mar le tiene sin cuidado
que lo salude o no, pero deseo
que vea el mar que estoy bien educado.
No quita lo cortés a lo inspirado.
"¡Yo te saludo, oh, mar! ¡Y no te temo!...”
“No te te” ..no está bien, en poesía
cometer tan atroz cacofonía.
Conocer los defectos ya es bastante.
Borremos el verso y adelante:
"No con temor, con amoroso anhelo
veo ¡oh, mar! que se elevan orgullosas,
hasta tocar en el azul del cielo
tus ingentes montañas espumosas”
El adjetivo “ingentes”,
por no estar al alcance de las gentes,
es aquí de un efecto extraordinario.
Las palabras vulgares y corrientes
no son para estas odas, convenientes.
¡Para algo ha de servir el diccionario!
"¡Humilla tu altivez, - ¡Oh, mar!  que inmolas
con loco orgullo tu pasión vencida;
que, al morir en la playa, son tus olas
imagen verdadera de la vida!”
Me gusta este cuarteto. Es muy bonito.
¿Qué hay dos ripios decís? ¡Pues no los quito!
Bien disculpa dos ripios, - ¡poca cosa!-
el decir una idea tan hermosa.
Yo  -a la verdad-  con nadie apostaría
a que la idea sea mía;
mas sea de quien sea ,
la originalidad en poesía,
está en el modo de expresar la idea.
Sobre estas dudas, pues, hagamos punto
y vayamos al fondo del asunto:
"Guardas ¡oh, mar! en tu profundo seno
- como guarda el avaro su tesoro-,
revuelto en el cieno
perlas, corales y lingotes de oro”
¡Qué atrocidad! No sé lo que me digo
“¡Oro en lingotes en el mar profundo!”
Puede ser que lo encuentre junto a Vigo
del cargamento aquel del Nuevo mundo!
¡En otra parte, no!¡La dulce lira
me ha obligado a decir una mentira!
(Mentira disculpable en un poeta,
pues mienten todos más que La Gaceta).
"Guardas, ¡oh, mar! en tu profundo seno..."
¡Cualquiera sabe lo que habrá en su fondo!
Pero yo he de insistir en mi manía...
"Guardas, ¡oh, mar! en tu profundo.."¡Bueno!
Que guarde lo que quiera, No respondo
de no decir alguna tontería.
"De tu insondable abismo, en lo más hondo;
de tus frías entrañas en el centro,
guardas, ¡oh, mar!...” Quisiera decir algo
y ¡nada!, no lo encuentro.
Me he metido en el fondo y ya no salgo.
Media hora hace ya que me chapuzo.
Ya no soy un poeta, ¡soy un buzo!
¡Vaya el mar al demonio! Estoy cansado.
No sirvo para el caso, ya lo veo.
Con tanto “¡Oh, mar!, ¡Oh, mar!” como he soltado,
estoy completamente “mareado”
Cuelgo la lira y vóyme de paseo
a ver si se me quita este “mareo”.


EL MUCHACHO SIN CARTA DE RECOMENDACIÓN - Por Ernesto Nelson

Un comerciante publicó un aviso en un periódico pidiendo un muchacho que le ayudara en su oficina. Unos cincuenta respondieron: pero él eligió uno, despachando el resto.
- Deseo saber  le preguntó un amigo- en qué basó usted su elección, pues el muchacho elegido no tenía recomendación alguna.
- Se engaña usted  respondió el comerciante.- Tenía muchas recomendaciones. Se descubrió y limpió los zapatos en el felpudo antes de entrar, cerró la puerta después de pasar, cedió su asiento al viejo, respondió a mis preguntas con precisión y prontitud, levantó el libro que de propósito yo había dejado en el suelo, y esperó su turno sin empujar a los otros. Sus vestidos estaban aseados, su cabello peinado y sus uñas limpias. ¿No le parece que esas eran buenas cartas de recomendación?

EL PEQUEÑO INDICIO

El señor Laffitte, gran banquero francés, se complacía a menudo en narrar la anécdota de sus comienzos:
“Éramos ocho los jovencitos que pretendíamos la vacante de aquel establecimiento comercial. El dueño, don Alfonso Lauson, nos iba despidiendo uno a uno hasta el día siguiente, después de hacernos muchas preguntas raras que nada tenían que ver con las compras y las ventas. Yo era el último. Respondí casi maquinalmente a las preguntas d rigor, saludé con una inclinación y me volví con el desaliento en el alma.
Al cruzar el  umbral vi brillar un alfiler en el suelo. Me incliné para levantarlo, pero me fue difícil porque estaba metido en la junta de dos tablas del piso. Cuando logré aprisionarlo me enderecé y, al mismo tiempo que echaba a andar, intenté fijarlo en el reverso de la solapa del saco.
- Oiga joven - llamó don Alfonso, que había estado observándome-; ¿está dispuesto a comenzar hoy mismo sus tareas?
- ¡Cómo no, señor! -Respondí con rapidez, al tiempo que, debido a la sorpresa, me clavaba la punta del alfiler en el pulgar.
- Bueno, pues; termine de una vez de fijar ese alfiler en la solapa y vaya ordenando estas cajas en el estante de arriba. Mañana se encargará usted mismo de despedir a los otros muchachos diciéndoles que la vacante ha sido llenada. Y si le preguntan cómo hizo para conseguir el puesto, dé vuelta la solapa y muéstreles el alfiler.”
Y al decir esto el señor Laffitte doblaba efectivamente la solapa de su levitón y mostraba a sus contertulios el alfiler de su lejana aventura.

Elbert Hubbard - Un mensaje a García

Nota preliminar:

Este artículo fue publicado por primera vez a comienzos del siglo XX. Fue escrito en solo una hora y para rellenar un espacio en la primera página de un periódico local. Se ha copiado millones de veces alrededor de todo el mundo. Pero aún hoy en día, sigue siendo difícil encontrar personas que puedan llevar Un Mensaje a García. 
Se dice que Elbert Hubbard, en el último año del siglo pasado (1899) se encontraba solo en la redacción de un pequeño periódico en el medio Oeste de los Estados Unidos un domingo por la tarde preparando la edición del lunes. Le faltaba llenar un espacio en la primera página, y como no existían las agencias de noticias se vio obligado a rellenar el espacio con un pequeño escrito que improvisó y tituló "Un Mensaje A García". Lo escribió en una hora. Unas semanas después recibió una carta del Presidente de la New York Central Railroad (otros dicen fue la US Steel), una de las compañías más grande de la creciente Nación, solicitándole 100000 copias de su escrito y que le enviara la factura por lo que fuera.
Como no tenía una imprenta disponible para producir un pedido tan grande, le contestó autorizándolo a reproducirlo solicitándole se especificara el nombre del autor. Meses más tarde, una delegación de Rusia visitó la NYCR y le interesó el pequeño escrito. Lo llevaron al Zar de Rusia el cual ordenó traducirlo y que se le entregara a cada empleado ruso. Pasaron los años y al comienzo de la Primera Guerra Mundial, los japoneses encontraron un pequeño papel amarillo que tenían todos los prisioneros rusos en el frente de batalla y entendiendo era un secreto militar lo enviaron a Tokio. Los japoneses lo tradujeron y ordenaron se le entregara a cada soldado y empleado japonés. Así pasó con los alemanes, españoles, turcos, chinos, franceses y los italianos, hasta regresar a los americanos. Luego se preparó hasta una película para el cine.
Para 1913 se habían distribuido más de 40 millones y traducido a todos los idiomas, constituyéndose “Un Mensaje a García” en el escrito más publicado estando vivo su autor hasta esa época. Quizás porque algunas de las ideas y conceptos del escrito "Un Mensaje a García" pueden resultar hoy día chocantes, pocos lo conocen hoy.
Pero entendemos que, además de ser uno de los escritos que más se ha publicado y leído, su valor hoy es incuestionable. Por eso reproducimos su traducción. Además de haber hecho el compromiso, como miles lo hicieron antes, de distribuir “el mensaje” en cada oportunidad que nos sea posible. Obviamente, esto no sólo incluye al hombre común, sino también a cualquier persona y condición social, sea éste un niño, un estudiante, un empleado, un patrón, un político, una ama de casa,  un religioso, un médico, un gobernante, un docente, etc. etc. Y es aplicable en cualquier tiempo y lugar, en Cafrería del siglo XIX como en el Balcarce del siglo XXI... Pero vayamos al artículo:  


Hay en la historia de Cuba un hombre que destaca en mi memoria como Marte en Perihelio.
Al estallar la guerra entre los Estados Unidos y España, era necesario entenderse con toda rapidez con el jefe de los revolucionarios de Cuba.
En aquellos momentos este jefe, el general García, estaba emboscado en las esperanzas de las montañas, nadie sabía donde. Ninguna comunicación le podía llegar ni por correo ni por telégrafo. No obstante, era preciso que el presidente de los Estados Unidos se comunicara con él. ¿Qué debería hacerse?
Alguien aconsejó al Presidente: “Conozco a un tal Rowan que, si es posible encontrar a García, lo encontrará”. Buscaron a Rowan y le entregó la carta para García.
Rowan tomó la carta y la guardó en una bolsa impermeable, sobre su pecho, cerca del corazón.
Después de cuatro días de navegación dejó la pequeña canoa que le había conducido a la costa de Cuba. Desapareció por entre los juncales y después de tres semanas se presentó al otro lado de la isla; había atravesado a pie un país hostil y había cumplido su misión de entregar a García el mensaje del que era portador.
No es el objeto de este articulo narrar detalladamente el episodio que he descrito a grandes rasgos. Lo que quiero hacer notar es lo siguiente: McKinley le dio a Rowan una carta para que la entregara a García, y Rowan no preguntó: “¿En donde lo encuentro?”
Verdaderamente aquí hay un hombre que debe ser inmortalizado en bronce y su estatua colocada en todos los colegios del país.
No existe un hombre que haya tenido que realizar una gestión donde se requiera de muchas otras personas, que no haya sido abrumado muchas veces por la imbecilidad del hombre común - la inhabilidad o desinterés de concentrarse en una cosa y realizarla. Requerir ayuda innecesaria, la desatención tonta, la indiferencia necia, y el trabajo a medias parece ser la norma; y ningún hombre puede realizar sus objetivos a menos que por la fuerza o engaño o amenazas obligue o soborne a otros para que le ayuden; o por extraño que parezca, Dios en su infinita bondad realice un milagro, y le envíe el Angel de la Luz como asistente.
Es esa incapacidad para obrar independientemente, esa incapacidad moral estúpida, esa blandenguería de la voluntad y el carácter, ese desinterés y falta de disposición para hacer bien las cosas de buena gana, ésas son las cosas que han pospuesto para lejos en el futuro la convivencia perfecta de los hombres. Si el hombre no actúa por su propia iniciativa para sí mismo, ¿qué hará cuando el producto de sus esfuerzos sea para todos?
El hombre que al entregársele un mensaje a García, tranquilamente toma la misiva, sin hacer preguntas idiotas, y sin intención de arrojarla a la primera alcantarilla que encuentre a su paso, o de hacer otra cosa que no sea entregarla a su destinatario, ese hombre nunca queda sin recompensa. La civilización busca ansiosa, insistentemente, a esa clase de hombres. Cualquier cosa que ese hombre pida, la consigue.
Porque no es erudición lo que necesita la juventud, ni enseñanza de tal o cual cosa, sino la inculcación del amor al deber, de la fidelidad a la confianza que en ella se deposita, del obrar con prontitud, del concentrar todas sus energías; hacer bien lo que se tiene que hacer. “Llevar un Mensaje a García”.
El general García ha muerto; pero hay muchos otros García en todas partes.
A un hombre así se le necesita en todas las ciudades, pueblos y aldeas, en todas las oficinas, talleres, fábricas y almacenes. El mundo entero clama por él, se necesita, ¡¡Urge… el hombre que pueda llevar un mensaje a García !!

Para mayor ejemplo, bástenos la aplicación que hace M. Guzmán Maturana en su libro “El libro de la egresada” (1945)

“En una casa comercial, un empleado antiguo pide permiso para ver al director.
- ¿Qué hay?
- Señor director, ayer ha sido nombrado X para ocupar la vacante de N. Soy cinco años más antiguo que X, señor, y X es dieciséis años más joven que yo...
El director lo interrumpe:
- ¿Quiere usted averiguar la causa de ese ruido?
Al poco rato el empleado regresa, diciendo:
- Son unos carros que pasan.
-¿Qué llevan?
Después de otra salida:
- Unos sacos.
- ¿Qué contienen los sacos?
Nuevo viaje a la calle:
- No se ve lo que llevan
- ¿Adónde van?
Cuarta salida:
- Van hacia el este.
El director llama al joven X y le dice:
- ¿Quiere averiguar la causa de ese ruido?
X sale y regresa quince minutos después:
- Son cuatro carros cargados con sacos de azúcar; forman parte de quince toneladas que la casa M remite a tal parte. Esta mañana pasaron los mismos carros con igual carga. Se dirigen a la estación Central.
El director, dirigiéndose al empleado antiguo:
- ¿Ha comprendido usted?...

Se necesita con toda urgencia y en todas partes un Rowan que sepa llevar un mensaje a García.

POR QUÉ LLORAN LOS SAUCES - Jorge A. Dágata

Los huaiques cubrían las márgenes de nuestros arroyos, desde siempre. Es una especie autóctona que no conoció otro nombre hasta que vinieron los europeos y la llamaron sauce. Cuando los botánicos se pusieron a clasificar, volvieron a bautizarlos de una forma a la vez nueva y antigua: Salix chilensis.
Pero a ellos no les importaba la cuestión de las palabras. Un árbol prefería llamarse huaique y un sauzal era huaiquequén. Tan importantes fueron en el paisaje de la pampa que con el andar del tiempo hasta un río tomó prestado el sonido de los sauzales: el Quequén.
Si los europeos sólo hubiesen traído nuevos nombres para viejas cosas, los huaiques seguirían dando sombra, leña y medicina, inclinando sus ramas verdes hacia el agua que nutría las raíces. Pero muchas otras cosas trajeron, entre ellas los caballos con los que el indio amplió su horizonte, antes limitado a la lentitud de los pies.
Las sierras tuvieron pobladores del norte, del oeste y del sur, que se fueron emparentando y no siempre de manera amistosa. Del este, por el océano, llegaron los nombradores que ya nombramos y hubo siglos de mezcla menos amistosa todavía.
En ese tiempo fue que vivía por esta zona una tribu, puelche de origen, tehuelche por parentesco, mapuche por idioma, creencia y costumbres. No habían perdido del todo su contacto con los paisanos, como les decían ellos, que poblaban la Patagonia. Tehuel significa bravío y che, gente. Pero para los serranos, tehuel era el sur desconocido, de donde provenían sus ancestros. Recorrer esas distancias llevaba semanas, con buena suerte. La tribu no recordaba que ninguno de sus miembros lo hubiese intentado. Sí sabían de muchos de sus parientes que venían del otro lado, pero sólo en tránsito y casi como desconocidos. Trababan amistad por muy poco tiempo y luego los veían partir, como extraordinarios jinetes, arreando hacienda en un desfile ensordecedor. Detrás solían pasar los blancos, persiguiéndolos. No siempre estos extraños trataban bien a los serranos, porque para muchos de ellos eran tan indios como los que se habían marchado con sus vacas.
Los huaiques, anclados junto al agua, veían pasar a unos y otros, para el norte o para el sur, les daban frescura y combustible para el fogón y los escuchaban hablar, sin comprenderlos.
Lonco era el jefe de la tribu serrana y tenía un hijo, al que había enseñado desde muy niño a montar por el lado del lazo, manteniendo la larga lanza en la mano derecha. Lo acompañaba a descubrir los secretos de la caza y le había regalado tres pares de boleadoras: uno colgaba del cuello, otro envuelto en la cintura y el tercero para la mano.
Lonco significa espiga. Así había sido el jefe en su juventud y así era ahora su hijo, que se llamaba Nehuén, fuerte. Nehuén había crecido con los ejercicios más exigentes, delgado y duro para cualquier faena, y era un jinete que no envidiaba a los que veía muy de tanto en tanto bajar de las sierras.
Salía a cazar con sus compañeros y una vez regresó con el cuero de un venado tan hermoso que se le ocurrió utilizarlo para una cincha. Su madre estuvo de acuerdo, se lo tiñó de rojo y lo cosió con tendones de ñandú. Con tanto empeño había trabajado ella que a Nehuén le pareció bien reservar esa cincha para alguna ocasión importante, cuando tuviera que montar como hombre que enorgulleciera a los suyos. No debió esperar mucho, porque uno de esos días volvió a ver a los tehuelches que cruzaban hacia el norte. Los serranos les dieron comida y un lugar protegido entre los cerros para los animales. Pronto siguieron su marcha y días más tarde aparecieron en las sierras sus exploradores o bomberos. Detrás volvían los demás, con el arreo. Lonco le explicó a su hijo que esa vez debía seguirlos, porque era hora de buscar una hueche, una joven de su edad, entre las hijas de los jefes tehuelches. Ya estaba arreglado el matrimonio y la elegida era Huépil, que significa arco iris. Mientras el padre le recordaba las dificultades del viaje y los deberes que iba a contraer con el matrimonio, Nehuén, sin contradecirlo, se entristecía porque estaba obligado a abandonar su hogar y al mismo tiempo se entusiasmaba por la aventura y por esa desconocida que tenía un nombre tan luminoso. En su imaginación, esperaba que lloviera para contemplar el arco iris, por ver si descubría cómo sería ella.
Pero los jefes apuraron la partida y Nehuén montó su mejor potro, que él mismo había amansado, ajustó el recado pampa con la cincha de venado que su madre le había teñido y se fue por la rastrillada,  después de una despedida tan rápida que no alcanzó a entristecerlo. Detrás venía una partida muy numerosa de españoles, mejor armados y más rápidos que los indios, a los que la hacienda demoraba.
 En medio de los gritos y mugidos, al caer la tarde se disponían a cruzar un arroyo arbolado, de grandes barrancas, por un vado.
Los huaiques los vieron llegar, como una polvareda que se iba agrandando hasta el cielo y un temblor que sacudía sus raíces. Más lejos, descubrieron otra nube que se les acercaba por detrás y los alcanzó en la bajada hacia el agua.
Los españoles avanzaron enérgicos, cerrándoles el paso, y atacaron con una descarga que pobló el aire de silbidos y de un humo agrio que los huaiques no conocían. Los tehuelches organizaron la defensa y replicaron con valentía, con boleadoras y lanzas, tapando los estampidos con sus gritos. Mandaron  adelante a los mejores jinetes con la hacienda, mientras el resto se enredaba con los perseguidores en una lucha sangrienta.
Los huaiques absorbieron el agua enrojecida, vieron alejarse hacia el sur la polvareda y en las barrancas del arroyo fueron testigos de la matanza de muchos indios y españoles, hasta que quedó un puñado de cada uno de ellos.
Nehuén se mantenía en pie, pero su potro encinchado de rojo estaba tendido sobre el pasto. Un blanco se acercó, levantó la mano derecha y se oyó otro estampido con olor agrio. Nehuén no sabía pelear así y no alcanzó a tirarle las boleadoras que todavía llevaba atadas a la cintura. Sintió un ardor atroz en el pecho. Cayó sobre el caballo, quebrado como una espiga segada. A su alrededor quedaban otros muertos, de los dos bandos.
Unos pocos tehuelches lograron montar y galoparon detrás de los suyos. Los enemigos, también en escaso número, recogieron las armas de sus muertos, plantaron dos ramas cruzadas y regresaron hacia el norte.
El huaiquequén, esa noche, veló en silencio a los que dormían inermes sobre el campo. Ahí estaba Nehuén, que ya no regresaría al hogar ni podría contemplar su Huépil, ni siquiera cuando la lluvia se transparentara contra el sol.
Algunos árboles no pudieron contener las lágrimas, que desde entonces gotean cuando recuerdan ese día en que las aguas cambiaron de color.
Con el tiempo, los nuevos habitantes los llamaron sauces llorones y por supuesto que detrás de ellos vinieron los botánicos a rebautizarlos: Salix babilónica, les pusieron, razonando que se trata de una especie distinta de la anterior.
Mucho después un jinete de paso encontró al borde del agua la cincha de Nehuén. Ahora ese arroyo se denomina Quelecintá, que en araucano significa cincha colorada.

BASURA - Artículo extraído de la “Enciclopedia del Siglo XXI“, de Jorge A. Dágata

El significado original de esta palabra ha sufrido alteraciones curiosas. La basura genuina se designa hoy con giros perfumados, tales como desecho o residuo, y las actividades relacionadas con ella se asocian obligadamente al reciclado o procesamiento ecológico.
El antiguo recolector o basurero desapareció para dar lugar a empresas que se disputan el manejo de lo que antes nadie quería tocar. Es sobre todo en los grandes centros urbanos donde su acumulación es objeto de sesudos debates, muy condicionados por los intereses en juego y no tanto por un limpio modo intelectual.
Aquella acepción se ha transferido, sin embargo, a otros aspectos de la realidad. Se llama hoy basura a lo que se pretende desprestigiar, ya sea para indicar que se percibe su mal olor, para cosificarlo con o sin posibilidad de reciclado o para indicar, de manera terminante, que su acción es ecológicamente perniciosa. Desde este punto de vista, es de observación común y diaria que el mundo se está convirtiendo en un inmenso basurero.
A pesar de estas alteraciones la antigua palabra sigue dando que hablar. Hoy se produce, en nombre del progreso, una calidad de basura cuyos efectos letales duran miles de años. La actitud censurable del vecino que barría la suya hacia la vereda colindante, o la de la mucama perezosa que solía esconderla debajo de la alfombra, ha sido copiada por sociedades enteras que las transportan hacia regiones lejanas o pretenden ocultarla bajo el mar.

A esta altura de los tiempos, hay quienes intuyen que cambiar de lugar un problema no lo soluciona. Brillante razonamiento que impide catalogar a quienes lo generan con el mote que titula este artículo. A la hora de las culpas la gran condenada sigue siendo la escoba, que de razonamientos poco o nada entiende y sigue en su tozudo empeño de limpiar ensuciando. Brujas abundan que quisieran montarla, pero ya nadie cree que existan.

Tigres huecos - Ezequiel Feito

I

Estaban en un rincón de aquella aldea.

En un rincón vacío, junto a una masa informe
de juguetes,
donde una luz tenue aplastaba suavemente aquellos rasgos casi humanos.
Eran unos tigres. Unos tigres huecos.
No había nada más frágil que aquella mezcla
de líquidas pieles que en otra infancia
proclamaban un cuerpo inteligible como la sombra de una idea
o el nervioso brillo de una mirada que proclamaba su gloria a lo que estaba cerca.
La gloria de ser. La gloria de estar vivo
bajo una piel capaz de soportar la explosión de la materia.

En el rincón azul. Allí estaban esos tigres
que parecían devorar el gusano que los lleva
a desgarrar el interior de aquellos que guardaban una pequeña eternidad de cieno y brea.

El rincón azul medían, devorándose
las pulpas magníficas, el fuego ajeno,
las alas que la tumba oculta entre la hierba
de una incertidumbre llamada carne.
Han vaciado los días, y hoy el caos de un crepúsculo amenaza su pobreza.

Sé lo que son. Son tan sólo
Tigres huecos.


II

En vano gastaron sus únicas mandíbulas,
y sus afilados dientes de certeza.
La comida escaseó, y en el invierno
una triste lentitud de árbol llegó a desampararlos
- sembraron polvo y cosecharon la pobreza -
Se lo que son. Son tan sólo
Tigres huecos.

Abandonados, sucios, rotos, arrumbados con desprecio
junto al insoportable hedor de una madera
que soporta sus cadáveres. Las estrellas
juegan con ellos hasta que arden
como ofrenda,
como incienso casi encendido en un altar cualquiera
que arde débilmente más allá de la penumbra,
como un espejo roto de abominables cuencas.
¡Ah, sÍ sé lo que son, ya recuerdo!
¡Ahora puedo entenderlos! ¡ Son tan sólo
tigres huecos!

Opus uno (Canción) - Por Jorge Dágata

Quítale el soplo al viento,
la ola al mar,
y qué será de ellos,
qué será…

Los ves pasar
con ese aire de inocente libertad,
qué solos van
adonde van,
quién guarda el sueño que otra vez los unirá.

Los dejas ir,
son como piedras que golpean al rodar,
porque el amor
se les quedó
en la estación de los deseos calcinados sin brillar.

Sóplales en el centro
del corazón
y volverán
con el oleaje de tu voz,
regresarán
por la cosecha del amor.

Saben luchar:
urden mil guerras pero no entienden la paz.
Quisieran ser felices
al despertar.

Quítale el soplo al viento,
la ola al mar,
qué será de nosotros,
qué será…

A un molino en la llanura - Ezequiel Feito

A la distancia, quizás como en un sueño
en la pampa vi su figura vacía
pacífica, gris, humilde, sombría,
ausente y feliz en su girar sin dueño.

Desde su torre, cuando la noche es sueño
como pájaro, más que de molino,
tritura el pastoso zinc de su trino
y del cielo infinito vuelve a ser dueño.

LA MÚSICA - Jorge A. Dágata

Nadie supo qué artefacto era ese. Una noche apareció sobre la mesa del club y mientras íbamos llegando lo mirábamos de un lado y otro sin comprender. Descansaba sobre la funda abierta, como una criatura abandonada con su descolorida sábana verde. Uno a uno dábamos la vuelta para apreciarlo, hasta que el más osado se atrevió a pulsar una de las cuerdas y ahí se produjo el primer indicio de milagro: no era guitarra, ni armónica, ni flauta. Era un poco de todo eso con algo de percusión. La nota quedó temblando en el aire frío, atravesó las volutas de humo azul y agitó las telarañas. El cantinero dijo que los vasos habían vibrado a sus espaldas. Pero lo miramos con la misma desconfianza que siempre le tuvimos para el café recién hecho, la estufa apagada y otros asuntos de limpieza que es mejor no recordar ni vienen al caso.
El artefacto desagradaba a la vista pero sonaba como los dioses. El mismo de antes sopló por una boquilla que asomaba de una bolsa panzona y blanda. Las doce cuerdas, por resonancia, acompañaron con un acorde extraño un aire dulce y prolongado que parecía salir de los despeñaderos de una montaña.
-Es una gaita sentenció un gallego de luto desde su rincón condenado, adquiriendo un protagonismo instantáneo que siempre le negábamos para evitar que nos diera la lata-. Una gaita como las de mi pueblo... ¡Empuja, aprieta y verás que suena a fiesta!
El audaz volvió a soplar por la boquilla pero no se oyó nada. El gallego le indicó con la mano callosa que apretara la bolsa y ahí sí: otra vez un susurro de piedra y valle que enamoró el río de las cuerdas hermanadas en esa brisa larga, misteriosa, llena de palabras que casi podían entenderse.
A esa altura habíamos rodeado la mesa, inclinados todos sobre el prodigio con la curiosidad de los no iniciados y la reverencia de los adoradores de lo desconocido. El intrépido, en quien habíamos delegado la facultad de experimentar, esta vez golpeó la caja de madera. Dos, tres veces. Se oyó el andar de una caravana, rítmico, mientras las voces combinadas de cuerdas y gaita daban a los pasos descalzos cadencia de destino, abrían un sendero entre colinas de arena reseca y se asomaban, esperanzadas, en un horizonte que atravesaba las paredes de la cantina, se extendía como un perfume violento por el barrio embellecido y se apagaba de pronto en cada gesto asombrado sobre la mesa.
Es imposible explicar lo que pasó después. Varias manos, entre ellas las mías,  se animaron al mismo tiempo. Empujamos, rasgamos. Soplaba el intrépido y apretaba el gallego que ya lagrimeaba y cantaba una letanía que siempre nos molestó. Pero no esa noche. Desde todos los rincones empezaron a sumarse las gargantas. Roncas unas por el tabaco y el alcohol, profundas otras por el cansancio del día, juveniles las nuestras, entusiasmadas en un coro imprevisto y deshilvanado, que el artefacto concentraba en su vórtice y nos devolvía en concierto, integrando la travesura a su naturaleza extraña de orquesta y solista. El cantinero hacía tintinear los vasos que sonaron con destellos de una luz tan límpida como no habían tenido ni volverían a alcanzar jamás. Era fresco el olor del café, cálida esa hora vacía del invierno, unidas las voces que hasta hace un rato disputaban centavos. Se enlazaban en las cuerdas, golpeaban la madera con la sangre encendida de instantes de lucha inútil. Eran voces de acero traídas de la distancia, más allá del mar, de un tiempo desconocido que ni siquiera habíamos vivido, de una bodega hacinada, de una oscuridad incomprendida. Soplaban, reían, marchaban al ritmo acelerado de un corazón de árbol que pisoteaba la arena liberada del cemento. Voces levantadas sobre la nube azul del techo enmarañado, en notas tan maravillosas como para extasiar los velos palaciegos que habían sido telarañas.
Eso fue, nada más. Sólo recuerdo que un hombre insignificante, ni joven ni viejo, cerró la puerta del baño, se acercó acomodándose los pantalones y apagó el artefacto. Lo sepultó en su funda de lona verdosa y dijo, entre amable y molesto:
-Es mío. Me lo llevo.
El cantinero, por hábito, repasó los vidrios. El gallego se fue a su soledad, cabizbajo. A la misma mesa trajimos las mismas cartas. En otra armaron su juego pero una mujer desgreñada se llevó al marido a los empujones y lo malogró. Hacía frío. Era media semana y casi fin de mes. Nos fuimos bastante temprano.

El agua sagrada - Ezequiel Feito

Escondida en la roca, como una fruta
brota ante la palabra que la despierta.
El río sin nombre, el agua pura
el agua fresca.
Agua que baña el inocente huerto
brotando del templo hacia la llanura
para ser bebida al mismo tiempo
que el sol y que la luna.

Yo soy, reflejado en esa agua
imagen de una imagen, y mi sed es una.

La preñadita - Por Manuel J. Castilla

Manuel J. Castilla, salteño, argentino por demás, nacido en 1918 y muerto en 1980. Publicó nada más que quince libros de poesía y prosa, trabajos que le valieron el Primer Premio Nacional de Poesía en dos trienios consecutivos (1970-1975), razón por la cual hoy es tan poco difundido. 
El poema figura en el libro El verde vuelve.

Y como está preñada es que no mira
y porque está desnuda no ve nada
y porque está como desmemoriada
al que la ve se le hace que suspira.

Yo sé que de sí misma se retira
madurada y herida y asustada
cuando inocente aún y desalada
siente que el vientre apenas se le estira.

Y sé que en ese hijo que la mece
es ella misma que desaparece
con el recuerdo cada vez más ralo

y que cuando ya esté deshabitada
a su ángel le dirá con la mirada:

-Toma este pan azul, te lo regalo.


Navidad sin Carlitos - Jorge A. Dágata

Para Ezequiel con quien comparto lo mejor de su fe


Me pasó lo que a tantas. Venía con la cartera colgando del hombro y una bolsa de papel con los regalos, pavaditas de cariño por costumbre. El chico me empujó, tiró de la cartera y como no pudo arrebatármela corrió con la bolsa.
-Lo hubieras dejado, che. ¡Mirá el lío que hiciste por una pavada!
¡Dejarlo! Claro, así anda todo. Si cada uno hiciera lo que debe estas cosas no pasarían.
Lo corrí, por supuesto. Pero el chico era una ardilla y desapareció entre la gente. Yo a los gritos, enfervorizada, revolucioné toda la zona. Por la justicia, claro. Que una vez, por lo menos una vez, ese mocoso de porquería no se salga con la suya.
-Eran chucherías. Vos misma lo dijiste.
-Chucherías no. Las compré con mucho amor. Cada una con su tarjeta y el mensaje del corazón. ¿Y los derechos de una? ¿Y la impunidad? Hoy esta pavada, mañana un banco y pasado arrasan con el país.
-Un policía me lo trajo colgando de la remera. Hice la denuncia, como corresponde.
-Justo un sábado a la tarde te tocó. ¡Y tenías que invocar mi apellido! La señora de...
-Me tomaron el nombre. Igual hubiera sido, si no. Todos tenemos el mismo derecho.
Ahí estaba Carlitos, en un calabozo de la comisaría del barrio, los mocos colgándole por la cara sucia. Baboseaba un pan que otros presos le tiraron entre bromas.
Yo, firme en el banco.
Hasta que no me atiendan no me voy. ¿Qué? ¿Los sábados a la noche no hay justicia?
-Mañana lo trasladamos. ¿Está segura de que quiere hacer la denuncia? Firme acá.
¡Pero mirá qué ojos grandes tiene ese mocoso! Me mira como un estúpido, sin mosquearse. Insisto también por él. Hay que demostrarle que no se puede hacer cualquier cosa sin castigo. Mañana...
-Mirá qué hora para ponerte a cocinar. ¿Y nosotros no comemos?
Es que debe tener hambre. Si vieras lo flaquito que está. Le llevo una frazada porque va a hacer frío. ¿Vos qué sabés? Estás en otro mundo. En la heladera hay queso y yogur. Por una noche no te vas a morir.
Carlitos miraba televisión en la guardia. Se devoró los sándwich de milanesa sin quitarme los ojos grandotes de encima. Se atoró con la gaseosa y empezó a toser.
-Así que está descalzo. ¡Qué linda hora para llamar a tus amigas y andar juntando zapatillas! ¿No podés dejarlo para otro día? ¡Pero que sos tozuda..!
A vos todo te da lo mismo, claro. Mañana no vamos a estar y el lunes cuando vaya lo habrán trasladado. Aunque el lunes, no sé, será el martes...
-¿Y después?
Están buscando a los padres. Aunque... ni siquiera tiene domicilio. No hay quien se haga cargo, ¿entendés? Le llevo éstas. Algunas le andarán.
¿Sabés que tiene piojos? ¿Que casi no habla? Apenas le sacaron el nombre. No se llama Carlitos. Alberto, Roberto, no le entendimos. Pero ya es conocido.
-¡Ah! Con prontuario. ¿Y cuántos años tiene?
Seis o siete. Por ahí más. Se me ocurrió preguntarle por la escuela. ¿De qué te reís? No, no me lo voy a traer acá. Que se hagan cargo los padres. Y si no, la justicia. Tienen que atenderlo en algún lugar. ¿Para qué se pagan impuestos? Le llevo el piojicida y vuelvo.
Le lavé al cara. Si vieras qué quemado está por el sol. Tiene lamparones por todos lados, moretones en los brazos y cicatrices en la espalda. ¿Sabés una cosa? Ni una sola vez lo vi sonreír. Me acordé de esos programas de televisión, los que muestran las clínicas de animales. Cómo los cuidan, qué lindo. Y digo yo, ¿no se podría hacer lo mismo por Carlitos? Alberto, digo. Si los monos aprenden tantas cosas... Los perros, los gatos. Es verdad: son indefensos. Puro corazón. Hay que ayudarlos. Pero Carlitos... Me imagino cómo vivirá. Debe dormir tapado con diarios. Seguro que alguno lo manda a robar.
-Eso también lo viste por televisión.
¡Andá, andá! No te hagas problema. Yo preparo las cosas para mañana y me voy a dormir.
Le lavamos la cabeza en el baño. Después de mucho lío conseguí que una policía joven me ayudara. Le pusimos ropa limpia. Las zapatillas. Cómo le gustan las golosinas. Le abrí la bolsa de los regalos y se puso a jugar con los muñequitos y las cintas. Hasta lo perfumé. Miraba las tarjetas al revés, claro. Le voy a dejar todo eso.  Se durmió en el banco y lo tapé con la frazada. Me quedé sentada ahí. ¿Y ahora qué hago?, pensé. Me abrazó y no me suelta. Debe soñar con que soy su madre, no sé. Cada tanto tiene como convulsiones. Si me voy, capaz que no lo vuelvo a ver. No sabía que en la guardia tenían tanto movimiento un domingo de madrugada. Trajeron varios borrachos. Unos adolescentes que se divertían rompiendo parabrisas. Después vinieron los padres, muy preocupados. ¡Cuánto papelerío! Firme el libro. Los policías parece que llevaran contabilidad. Pero son muy amables. Sí, señor. Si se molesta por aquí. A sus órdenes. Faltaba más. Se nota que está amaneciendo. Le traje a Carlitos un termo con leche. Alberto, bueno.
Hoy lo trasladan. Lo tratan bien, creo. Se va con mi bolsa arrugada. Me mira sin ninguna expresión, sin decir nada. Le di un beso en la frente. Qué carita más chica entre mis manos. Por qué no sonríe, aunque sea una vez.
Voy a dormir un rato. El viaje será largo. Nos esperan para el mediodía. Total, hasta la noche. Un poco dormiré. No tengo muchas ganas de reunión familiar y todo eso. Ya no me importan el arbolito y los regalos. ¿Sabés una cosa? Me pasó algo muy feo por dentro cuando lo dejé ahí, mientras se lo llevaban. Me sentí abandonada. ¿Preparaste todo? Mejor así. El viaje me va a distraer. La semana que viene le pido un turno a mi psicólogo. No se te ocurra ahora preguntarme por qué estoy con esta cara. Aunque te rías, yo no puedo. ¿Será contagioso?

Luces muertas - Ezequiel Feito

Difusas siluetas del camino
trazadas al acaso por las sombras,
son tan sólo, luces muertas.
Pálidos contornos dibujados por la muerte,
- una muerte capaz de eternizar el gesto calmo
 y contemplar el otro con el otro -
son tan sólo, luces muertas.

Pausa final, simetría transparente
de una vida breve o de un tiempo que amenaza
destruir lo que es, o al menos
hacer eterna su quietud, como una luz muerta.

Bailemos, pues. La tierra brinda
cadáveres amables de presurosas uñas y débiles entrañas
cuyo extinguido lodo niega su existencia.

Luces muertas,
en amplia lejanía, en la incertidumbre de horizontes,
corren sin vida, ríen sin sentido
mientras se resecan en un solo gesto
y en una sola idea jamás recuperada
como inmundas ropas.¡ Como
luces muertas!

ESCRIBIR: un desafío - Por Jorge Dágata

Muy interesante su planteo: vivir sin escribir, o escribir sobre lo que no se vive; dos caras de la misma moneda.
Se puede jugar con los recursos, apelar a la tecnología de la lengua y crear un cascarón vistoso; pararse sobre él para hacerse ver, ganar jurados y especialistas. El único problema es que si tiene suficiente peso específico se hundirá más pronto o más tarde en su propio vacío. De lo contrario, flotará sobre él vacuamente satisfecho con su futilidad, pero sólidamente disconforme con su escritura, que no lo alimentará a usted ni a nadie.
Se puede apelar a las probabilidades y perseguir las combinaciones más convenientes; a veces, hallarlas. Como es posible participar de un juego de azar y acertar alguna vez. ¿Se escribe entonces?
Llegar a la intersección entre vida y escritura: ahí está el desafío. Significa buscarse a uno mismo, en su interacción con los demás; muchas veces, enfrentarse, cuestionarse, obligarse al reconocimiento no siempre grato. También, integrar los recuerdos y las esperanzas; trascender el tiempo. Verse a una vez desde adentro y desde afuera, amarse y odiarse, destruirse mil veces y otras tantas renacer.
Se puede pensar en el lector o reconocerse lector. De última, no hay tanta diferencia; en uno están un poco los demás y viceversa. Se tratará de escribir lo que se quisiera leer, en la convicción de que todavía nadie lo logró. La alternativa: conformarse con el rol de lector, de buen lector; es decir, no escribir.
La inercia, la pobreza espiritual, la frivolidad, tiende muchas trampas: aprender a escribir es aprender a sortearlas y emerger libre. Libre no significa que no se tengan cadenas sino que las cadenas no lo tienen a uno.
Las pocas oportunidades en que esto se logra, se escribe. Letra a letra, como hace siglos, en la plenitud de su humanidad y en sus limitaciones; así ha sido siempre para quienes lo intentaron. Sin dejar de ser uno, se es la escritura. Puede significar un instante o abarcar, misteriosa e inexplicablemente, la huidiza eternidad de los filósofos.
¿Que usted no quería complicarse tanto la vida? Viva; no escriba. Si puede...

Poemas - por Baldomero Fernández Moreno

CARIDAD

Enfrente había una mujer hermosa,
y era una tarde cenicienta y cruda.
Yo estaba muy contento, con las manos
en los bolsillos, para que me viesen
bien modelado en la amplitud del tórax
un chaleco muy lindo que estrenaba.
Y pasó un muchachito estremecido
lleno de harapos y de frío y de hambre.
Deshaciéndose en flecos los calzones,
las pernezuelas rojas y desnudas,
y los pequeños pies amoratados
sobre el hielo terrible de la piedra.
Una vieja camisa sin botones
puesta sobre la carne; así que el viento
entrando por debajo se la inflaba.
Y se puso a mirar el desdichado,
- la nariz aplastada contra el vidrio-
una vidriera de confitería:
Y luego esas pirámides nupciales,
blancas arquitecturas temblorosas,
los caramelos varios, los bombones,
la infinidad de dulces y de masas
donde debe ser una delicia
hincar bien hondo los agudos dientes.
en cuya punta una gentil pareja
se toma dulcemente de los dedos.
Entré con él  que resistióse un poco-
y le compré de todo lo que quiso;
y al despedirle con un largo beso,
se llevaba una masa en cada mano,
y un caramelo gordo le hacía un bulto
ridículo y gracioso en su mejilla.

Yo estrenaba un chaleco muy bonito
y enfrente había una mujer hermosa.


UNO

Heredero de una estancia
no quiso nunca estudiar:
si algo aprendió, fue a guiar
un auto con arrogancia.

Cuando baja a la ciudad
entre nubes de bencina,
aturde con su bocina
a toda la vecindad.

Excelente parroquiano,
por las tardes se le ve
sentado en cualquier café,
rebenque o fusta en la mano.

Hay tan sólo dos momentos
en que muestra actividad,
entonces, a la verdad,
el hombre bebe los vientos:

por el medio de la calle
los días de Carnaval,
montado en brioso animal,
le gusta lucir el talle;

o, en trance de votaciones,
al amigo candidato,
como quien arrea un hato
arrearle los peones.

Sin hábitos de trabajo,
ni cariño por la herencia,
se deshace la querencia
y el monte se viene abajo.

A él que lo dejen en paz...
Vende su campo o lo arrienda,
o pone su poca hacienda
en manos de un capataz.

Si no lleva a la cintura
atravesado el facón,
no falta en su pantalón
la Browing ñata y oscura.

Juega al póker en el club,
a la taba en el suburbio,
al monte en el fondín turbio
y tiene, es claro, un stud

Si algo sabe es de caballos,
sólo lee la sección
Turf, de noche, en La Razón.
Y va a la riña de gallos.

Roído de aburrimiento
y harto de la travesía
desde su estancia vacía
al poblado polvoriento,

casarse un día decide;
le pone los puntos a una
niña que tenga fortuna,
la enamora, o no, y la pide.

Se realiza el casamiento,
da un gran baile, toma el tren,
y torna cambiado en
solemnísimo jumento.

Y vivirá en adelante
entre un respeto untuoso,
amarrete, malicioso,
cada vez más ignorante.

Sano, colorado, grueso,
a todo podrá aspirar:
a consejero escolar,
a la Intendencia, al Congreso.

Y cuando llegue la hora
del aceite alcanforado,
del Cristo crucificado
y la noche sin aurora,

dormirá tranquilamente
ante el enorme misterio...
Camino del cementerio
ha de ir un mundo de gente.




Poemas - de Bertolt Brecht

CARBÓN PARA MIKE

Me han contado que en Ohio,
a comienzos del siglo,
vivía en Bidwell una mujer,
Mary McCoy, viuda de un guardavía
llamado Mike McCoy, en plena miseria.

Pero cada noche, desde los trenes ensordecedores de la Wheeling Railroad,
los guardafrenos arrojaban un trozo de carbón
por encima de la tapia del huerto de patatas
gritando al pasar con voz ronca:
"¡Para Mike!"

Y cada noche, cuando el trozo de carbón para Mike
golpeaba en la pared posterior de la chabola,
la vieja se levantaba, se ponía,
soñolienta, la falda, y guardaba el trozo de carbón,
regalo de los guardafrenos a Mike, muerto
pero no olvidado.

Se levantaba tan temprano y ocultaba
sus regalos a los ojos de la gente,
para que los guardafrenos no tuvieran dificultades
con la Wheeling Railroad.

Este poema está dedicado a los compañeros del guardafrenos McCoy
(muerto por tener los pulmones demasiado débiles
en los trenes carboneros de Ohio)
en señal de solidaridad.

MUCHAS MANERAS DE MATAR 

Hay muchas maneras de matar.
Pueden meterte un cuchillo en el vientre.
Quitarte el pan.
No curarte de una enfermedad.
Meterte en una mala vivienda.
Empujarte hasta el suicidio.
Torturarte hasta la muerte por medio del trabajo.
Llevarte a la guerra, etc...
Sólo pocas de esta cosas están prohibidas en nuestro Estado.

PRIMERO COGIERON... 

Primero cogieron a los comunistas,
y yo no dije nada por que yo no era un comunista.
Luego se llevaron a los judíos,
y no dije nada porque yo no era un judío.
Luego vinieron por los obreros,
y no dije nada porque no era ni obrero ni sindicalista.
Luego se metieron con los católicos,
y no dije nada porque yo era protestante.
Y cuando finalmente vinieron por mí,
no quedaba nadie para protestar.

GENERAL SU TANQUE ES UN VEHICULO PODEROSO 

General, tu tanque es más fuerte que un coche.
Arrasa un bosque y aplasta a cien hombres.
Pero tiene un defecto:
necesita un conductor.
General, tu bombardero es poderoso.
Vuela más rápido que la tormenta y carga más que un elefante.
Pero tiene un defecto:
necesita un piloto.
General, el hombre es muy útil.
Puede volar y puede matar.
Pero tiene un defecto:
puede pensar.                    

EL HOMBRE PRIMITIVO DE AMÉRICA (Fragmento) - Por Juan María Gutiérrez (1809-1878)

Al acercarse Cristóbal Colón a las primeras playas por él descubiertas, “vínole un olor tan suave a flores y árboles que era la cosa más dulce del mundo”. Este perfume, nacido del seno de la naturaleza física, traía consigo la nueva de que el mundo recién aparecido era un mundo poético para los sentidos. La organización exquisita del inmortal genovés se abrió toda entera para gozar de estas sensaciones; pero ni él ni sus compañeros pudieron sentir ese otro género de perfume, más que etéreo, emanado de las costumbres , de la inteligencia, del alma del hombre primitivo de América, no menos simpático y bello que los demás seres del edén en que moraba.
Los árboles no han perdido su lozanía, ni la flor de la pasionaria su fragancia, ni las aves los iris de sus plumas, ni los ríos y cordilleras su majestad,  en este suelo privilegiado del nuevo mundo. No ha sucedido lo mismo con el hombre, criatura frágil y transitoria, a quien daña a veces la generosidad misma de sus pasiones enérgicas. El hombre tal cual Dios le había formado en América, fue despojado de todas las galas y los atractivos que adornaban su sencillez, y su historia es la del huérfano desvalido a quien la avaricia le arrebata su patrimonio y le apaga el hogar.
Si por el delito de ser bárbaro, cúpole esta suerte al indígena, la pena fue tan cruel como injusta por su desproporción con un delito, en el cual la voluntad que le permite cometerlo es nada menos que la del Creador. Este colocó al hombre en todas las regiones del mundo, imperfecto y bárbaro, pero dotado de los medios necesarios para ennoblecerse y civilizarse, con el trascurso del tiempo, a fin de que esta perfección  fuese obra y fruto de los esfuerzos de su propia inteligencia. Esta injusticia cometida en nombre de una civilización orgullosa de su poder, es tanto menos justificable cuanto que no ha querido tomarse en cuenta lo mucho que se le debe al hombre americano en el ensanche de la esfera de los recursos con que esa civilización invade, irresistible, todos los ángulos de la tierra. Porque si es verdad que el hallazgo del continente americano, duplicando la superficie del globo, multiplicó las transacciones, aumentó la masa de los metales preciosos, perfeccionó la navegación, estimuló las ciencias que en ella se ligan e imprimió a la actividad humana un impulso que la historia reconoce como uno de los más fecundos hechos de la edad moderna, no es menos cierto que la labor intelectual y manual de los indígenas contribuyó, a la par de la del europeo, a la realización de esas gloriosas adquisiciones de que con razón se engríen los pueblos civilizados.
Basta echar una mirada sobre el diccionario de la lengua castellana para advertir cuán copioso es el caudal de ideas, de usos y de objetos útiles al comercio y al bienestar del hombre, que debe nuestra antigua metrópoli al pobre indígena a quien exterminó el soldado y humilló el catequista durante esa matanza que se llamó “Conquista de América”.
Los puentes suspendidos, la hamaca higiénica y voluptuosa, mil ingeniosos aparatos para cazar y pescar, la canoa de una sola pieza, la atrevida jangada, el delicioso chocolate con la vainilla, la papa que apacigua el hambre del proletario, la quina que mitiga el calor enfermizo de la sangre, la zarzaparrilla y el copaibo, que habrían podido prolongar los días de nuestro primer fundador, don Pedro de Mendoza, si hubiera aplicado estos simples remedios a las dolencias que adquirió dentro de los muros de Roma; la coca, que restablece el sistema nervioso y vigoriza el espíritu tanto como el café. ¿No son todos éstos, y otros muchos que omitimos, inventos y productos americanos cuyo uso aprendió el europeo en su trato con el indígena?
Si este hecho es innegable, tampoco puede negársele a los hombres del nuevo mundo la parte que les corresponde en la civilización a que hemos llegado, y esta participación exige con justicia una palabra siquiera de agradecimiento.

De la “Revista del Río de la Plata”, año 1872

JUEGO SIN FINAL - Por Jorge A. Dágata


Era divertido, se entretenía; era peligroso, se arriesgaba.
Era bella como sus rosas rojas; era joven, simpática, seductora, infalible.
Dondequiera que jugara ya no quedaba quien no fuera lastimosamente derrotado; había frustrado más amores de los que había conquistado y había conquistado tantos como fuera su antojo.
Todos conocían sus cartas, pero las jugaba muy bien.  Era diestra jardinera y mejor apostadora; no había perdido nunca, ni una rosa ni un amante que no decidiera descartar.
Había jurado enamorar sin enamorarse, se jactaba de su decisión y de la firmeza con que podía mantenerla, sabía humillar y lo hacía con bastante insistencia.
Contaba veintisiete amantes, el mismo número de su edad, y para el próximo cumpleaños ambicionaba uno más; por cábala, confesaba sin piedad.
A todos mantenía sujetos y a todos a distancia, hábil, meticulosa, prolija, implacable.
No usaba cosméticos, siliconas, anteojos, perfumes, extensiones ni reductores de cintura; era perfecta.
No encajaba en la imagen de mujer fatal de los tangos, no toleraba el engaño y no lo practicaba, su juego estaba claro del principio al fin; ninguno que ella decidiera podía eludirlo; sabía elegir.
Su éxito se basaba en un principio tan simple como infalible: nadie creía que pudiera existir una mujer así, hasta que ya era demasiado tarde.
Su encanto no parecía extraordinario en la primera impresión, salvo por esos ojos verde oscuro que a veces se veían negros y otras tan claros como su voz, limpia, convincente, segura; salvo por el equilibrio ideal de todos sus pequeños encantos que lograban el grande, el irresistible, su arma total.
Su imposición de límites se sustentaba en las propias reglas del juego; sabía atraer con tal eficacia que dominaba por completo las situaciones; un paso más y el elegido se arriesgaba a perderlo todo; ninguno se animaba a darlo.
Ese era el punto peligroso de su juego, lo que más le gustaba; estaba segura de no fallar; la duda era una carta mala.
Él apareció en su coto de caza tan envanecido como ella pero tan desnudo de defensas como un ciervo rengo ante una leona que lo viene olfateando y se relame.
Conocía perfectamente a qué se exponía, sabía casi todo lo que debía saber, no era un novato aunque no alcanzara el alto nivel de la que creía su presa, se jactaba de estar muy bien provisto de todo menos de un corazón, venía de triunfo en triunfo, ninguna se le había negado, sólo una había logrado sujetarlo, se vengaba estirando la soga hasta el límite y llamaba a eso liberarse.
El cultivo de rosas rojas le parecía cursi, el amor con límites anticuado, el amor a secas descartable, el electrocardiograma una palabra difícil y decorativa, el género mujer un mal necesario, la derrota una abominación de débiles y fracasados, el matrimonio la tumba del placer, el juego un entretenimiento para imbéciles, la casualidad el nombre de lo ignorado, la virtud una virtud en desuso, el engaño un recurso más  y tan frecuente como fuera necesario.
Se conocieron en un vivero, ella eligiendo fertilizantes y hormiguicidas y él preguntando con interés exagerado por las variedades de rosas, su época y mejor cuidado, el lugar conveniente para plantarlas, el momento de la poda. Ella genuina, él actuando; él apreciándola, ella calculando; ella atrayéndolo, él dejándose atraer.
Comienzo del juego.
Mintió que él mismo estaba armando su jardín, mintió que era soltero, mintió que vivía donde dijo, mintió que no advertía que se le caía un documento con su número de celular, mintió no darse cuenta de que ella lo alzaba y se lo quedaba sin decir nada, mintió que estaba apurado.
Esa noche se perfumó sutilmente, se vistió discretamente, se liberó hábilmente, se instaló ante el celular cómodamente, se rascó varias veces pacientemente, se dijo seguramente, seguramente.
La primera mano vino con suerte: un mensaje; él ya tenía el número útil porque ella tenía el documento inútil; no lo necesitaba para nada y la llamó para decirle que nada le era más imprescindible; ella le respondió que estaba a su disposición, él se dispuso a recibir otra carta buena: su dirección; era lo que esperaba, ella lo esperaba.
La puerta precavida, las palabras formales, la invitación a pasar cortés, la dubitación riesgosa y necesaria, la negativa impensable, la aceptación cantada, la declaración de soledades casual, el café inevitable, el primer roce accidental, el siguiente fatal, las primeras miradas cautelosas, las demás insistentes, la demora reveladora, la postergación excitante, la atracción mutua.
De noche no se aprecian los jardines, Roma no se hizo en un día, el mundo en siete, Eva de Adán, el exilio de una manzana, los cuentos de la fantasía, el recurso de la necesidad, la próxima vez de la primera, la hora del acuerdo.
Él la deseaba de noche, ella lo requería bien sujeto; él conocía el valor de la paciencia, ella la urgencia del sexo; él contaba con la debilidad de la oponente, ella con la fortaleza de su decisión; ella no dudaba, él tampoco.
A la luz de la tarde era más rojo el rojo de esos pétalos y más verde el verde de esos ojos, al aire tibio ella exhalaba su propio perfume, tras su estela él navegaba desprovisto de antídotos; ella explicaba, él atendía a las curvas que acentuaban cada movimiento, ella demostraba prácticamente, él asentía estúpidamente, ella lo mantenía a raya, él pisaba la línea de largada, ella pasaba al tema inevitable del suelo, él se arrastraba miserable a sus pies, ella ensayaba una poda, él se sentía cortado.
Acordaron una segunda lección de jardinería, decidieron que él necesitaba practicar; por la tercera o cuarta la tierra estaba removida, cada raíz regada, cada tallo rociado con insecticida, cada flor despejada; ella ordenaba desde la reposera, él se afanaba sin reposo; él se mostraba diligente, ella descansaba inteligente; el pasto cortado para que no invadiera, el cuerito de la canilla cambiado para que no perdiera, el paso al patio de paso reparado ya que estás, la enredadera desenredada; él sentía en todo el cuerpo dolores que nunca imaginó, ella imaginaba futuros ejercicios de jardinería que nunca practicó, él preguntaba cuándo cenamos juntos, ella lo degustaba con calma y se relamía con dulzura por ahora no, él pensó ya la tengo en la mira, ya casi es mía, ella apuntó veintiocho, ya casi es mi cumpleaños.

EL TIO SAM

Ciertamente el tío Sam, auténtico símbolo de los estadounidenses, no tuvo precisamente lo que puede decirse un origen noble.
Durante la segunda guerra entre los Estados Unidos y Gran Bretaña, en 1812, Samuel Wilson, un inspector que aprovisionaba carne al ejército, imprimió en los barriles de salazón las iniciales U.S., que significaban United States. Sin embargo, los soldados las interpretaron peyorativamente como Uncle Sam (tío Sam).
A partir de entonces este personaje empieza a tomar carta de naturaleza entre las gentes de la zona norte de Nueva York y Vermont, que se oponían a la guerra. Por primera vez aparece en las páginas de un periódico en Troy, en el estado de Nueva York, en 1831. Tres años más tarde se publica un libro titulado, precisamente, Las aventuras del tío Sam. Poco a poco fue ganándose las simpatías del pueblo norteamericano, hasta que en 1961 el Congreso de los EE.UU. lo reconoce como símbolo nacional. Su traje repleto de barras y estrellas, se remonta a los años treinta del siglo XIX, tomando la imagen de las caricaturas que de Seba Smith, ensayista político de humor del momento, se hicieron en aquel entonces. Dan Rice, un célebre payaso, se encargó de popularizarlo.

Julio Cortázar escribía: "La coma, esa puerta giratoria del pensamiento"

Lea y analice la siguiente frase: 

"Si el hombre supiera realmente el valor que tiene la mujer andaría en cuatro patas en su búsqueda".
Si usted es mujer, con toda seguridad colocaría la coma después de la palabra mujer.
Si usted es varón, con toda seguridad colocaría la coma después de la palabra tiene.

ELECCIÓN - María Dolores Foschiatti, de Reconquista, Santa Fe

¿A quien no le ha pasado alguna vez
tener  que elegir
entre un minuto de locura,
un milenio de rutina,
una esquina
que florezca la ropa
o simplemente
estacionarse en la acera
con el cansancio en los brazos?

Y  ese perfil canoso
de todos los tiempos..

¿A quien no le ha pasado alguna vez
 morir de amor,
de miedo
al costado de los huesos,
bajo el agua del silencio
en la raíz del desconsuelo?

¿A quien no le ha pasado alguna vez?

MAREA BAJA - María Dolores Foschiatti, de Reconquista, Santa Fe

Las palabras apretujadas
de este día
se quedan quietas
en las grietas del silencio

hay que poder
escalar el muro
medir los pasos
escapar de su estampida
darle tiempo
sin medida
aprisionarlos en un vaivén

nadie vive en la garganta
trazando soles
hasta envejecer…
hay que atravesar
el puente roto
saberse frágil
sueltos  de escombros

y en la marea baja
libre de enojos
arrodillarse…un día después

La torre encantada - Ezequiel Feito

I

Estoy en una torre donde las palabras suenan casi huecas.
Donde tengo tanto miedo como tú de mi lenguaje,
un lenguaje que parece hoy fuera de tiempo
y que en su resurrección va buscándome preguntas sin respuestas
o del todo imposibles,
porque el verbo escribe en paredes secas
que absorben toda la pintura como si nada se hubiera escrito.
Hasta la última gota, hasta la última letra…

¿Cómo escribirle a quien recién aprendió a leer
lo que creo verdadero?
¿Cómo decirle a usted, erudito o cómico,
que el lenguaje más profundo seguirá siendo el más sencillo?
¿Cómo escribir para el que busca en el desierto
alguna razón, o al menos una excusa
para su existencia?
¿Buscaré palabras bellas para que alguien las recorte
y las ofrezca a esa mujer que ama infantilmente?

¿Cómo hablarte a ti, sobreviviente de la masacre
y a él, que aún no tiene
un domicilio cierto después de su muerte?
¿Cómo articular palabras
para los que han muerto, para los que siguen muriendo, los sin trabajo,
y los que alimentan su propia sombra con los árboles de las catedrales
o beben su propio fermento?

¿Cómo hablarle a sus sombras?
Ni siquiera sus contornos
son agradables.
No tienen gusto, tacto ni olfato
ni pueden resonar ante las palabras.

II

¿Cómo, pues, escribiré desde esta torre
para el que sufre? ¿Le hablaré de su sufrimiento
desde esta altura?
¿Le pondré un agua de metáforas
a aquel que un caldo claro es toda su comida,?
¿Le bastarán mis palabras para enriquecer su sangre?


Todo me es ajeno desde esta torre
pues, ¿no mido más que el vacío que se encuentra
entre la voz y la palabra misma,
entre la acción y la rigidez de un verbo
pinchado en el papel como una mariposa de tinta?

¿Puedo bendecir o maldecir desde estas nubes?
Mis gestos no llegan abajo, y desde lejos
se confunden con grotescas sombras
y obscenos gestos.
Siquiera puedo distinguir los colores:
La sangre derramada para mí es un lago
de profundo azul, como en una postal de invierno,
y el desesperado que pide ayuda
es como si me saludara amablemente…

Me da lo mismo lo justo que lo injusto;
porque estoy solo, y en esa soledad
soy mi propio rey, juez y verdugo,
y todo dolor, alegría, vida o muerte
me es ajena.

III

¿Ya me has juzgado, hombre inquieto?
¿Aun no sabes
que estoy aquí como un prisionero,
y que no puedo bajar ni tampoco puede subir nadie?
¡No me juzgues! ¡Es tan terrible mi destino
como el tuyo! Ambos no sabemos hacer otra cosa
ni podemos estar en otro lugar que en el que estamos.
¿Destruirás mi torre? Eso es imposible.
¿Rellenarás el cielo? Sería una locura.

IV 

Estoy en la torre encantada. Aun suenan como huecas
estas palabras,
y eso es inevitable, como lo es la muerte o el olvido
la riqueza y la miseria,
el odio o el amor, lo bueno y lo malo.
Por siempre, para siempre, sin rencor. ¡Déjame
en esta torre!
¡Deja que siga viviendo en ella
con la plenitud vacía de mis palabras!

TODO ORDENADO - Liliana Colavita

El dispositivo indicó que era hora de levantarse. Apretó el botón de la derecha y los chorros de aire que mantenían su cuerpo suspendido pararon lentamente. Hacía tiempo se había descubierto que era más saludable dormir suspendido en estos chorros de aire que en antihigiénicos colchones de plumas, lana o poliéster.
Apoyó los pies en el suelo y aseguró el equilibrio. Fue al baño. En el espejo había pegado una foto de muchos años atrás para recordar cómo era originalmente. La miró como todos los días comparándola con lo que se reflejaba ahora. Era cuestión de aceptar el cambio. En realidad, la imagen del espejo era mucho mejor. Se le veía joven, agradable, el modelo requerido. No era su propia imagen, pero esto no le importaba a nadie ya. Ahora se le conocía de esta manera. Era obligación ser así: un patrón para cada necesidad. Alguien se encargaba de darle a cada uno el aspecto y la inteligencia convenientes.
Una vez en el baño, entró a la casilla de purificación hermética. Cuando la cerró, una especie de llovizna con un bien logrado aroma a fresco rodeó su cuerpo. Al salir, recordó remotamente la ducha. Desde que había empezado a escasear el agua, habían instalado estos sistemas de higiene y desinfección.
Apoyó su mano derecha en una pantalla y a los pocos segundos se encendió la luz verde, que indicaba que Alguien le daba el visto bueno de salud y preparación para salir de casa. No tenía que preocuparse por elegir ropa: cuando se encendía la luz verde, a la vez, se abría la gaveta donde se guardaban los uniformes con la fecha correspondiente. Estaban desinfectados.
En un rato pasaría el transporte que se acoplaría a la puerta de su casa para evitar que el aire le contaminara o enfermara. Se había terminado el peligro de contagios, el atascamiento en las rutas, no había asaltos ni piquetes, los enfermos y los diferentes estaban aislados. El viaje sería cómodo y seguro.
Estaba todo muy bien organizado. Desde el trabajo hasta la comida apropiada, acorde a la tarea a cumplir por cada uno. Había una tecla y un código para cada cosa que siempre funcionaban.
Cada día, Alguien entregaba un chip con instrucciones precisas para aprovechar los momentos de ocio.
Los sistemas nunca se caían.
Había llegado la época del orden. Se habían terminado los desórdenes en todos los órdenes. Ahora imperaba el orden. El orden se había logrado impartiendo órdenes que quienes ordenaban hacían cumplir ordenadamente.
Qué increíble que se sintiera tan mal esta mañana...

Antonio Berni, poeta

Antonio Berni murió el martes 13 de octubre de 1981. Antes, había pintado a Graciela en tres enormes cuadros memorables (uno de ellos inconcluso). Por este motivo, con un enorme orgullo, ella se considera “su última Ramona”. A veinte años de la muerte del maestro, Graciela autorizó a la revista ramona (recientemente distinguida por la Asociación Argentina de Críticos de Arte como “revista del año” y con el Premio a la Difusión de la Actividad Plástica) a reproducir, con exclusividad, a reproducir algunas de los poemas y cartas que Berni le escribió entre marzo y septiembre de 1981. Para Graciela, Ramona es mucho más que una prostituta, es un arquetipo femenino más amplio, que obviamente tiene que ver con el sexo: una mujer vulnerable que vive una vida marginal porque no tiene la protección oficial de un hombre. Del número 18 de ramona, que acaba de aparecer, reproducimos uno de los textos de Berni. 

Diez y veinte cien años pasarán
tus huesos y los míos
reposarán alejados un día
en columbarios
o en la tierra
silenciosos y extraños.
Derrumbada la morada del amor
con sus escombros muertos
no se la puede ya reconstruir.
En un lugar, levantará el amor,
otras mansiones
con otros materiales
en perpetua metamorfosis
de la vida
el espíritu
la carne

y el corazón.

29-3-81

Los virtuosos y los que destruyen - Por Gerardo Alfredo Barbieri

En algún momento de nuestras vidas, quienes tuvimos la dicha de  saborear parte del  valor de los sesenta pudimos también encontrar -al menos en teoría- una clara diferencia entre el bien y el mal. Más aun, sabíamos por qué era importante hacer el bien o al menos esgrimirlo como el fin último de nuestros afanes.
Los sesenta eran buenos tiempos en cuanto desde diferentes sectores y con una amplísima participación de la juventud se planteaba el no a la guerra, el repudio a la explotación del hombre por el hombre, la emancipación de la mujer, la condena absoluta al apartheid, el regreso a la vida natural, el enaltecimiento del amor, la revalorización de las culturas postergadas...
Pero, por sobre todo, porque buscar el bien era bueno en sí mismo. Tan solo por ejercer el legítimo derecho, inherente a todo ser humano, de disfrutarlo. Porque ese era el premio luego de  una existencia digna. La anhelada cumbre alcanzada merced al sacrificio.
El bien tenía que ver con la libertad: de vestirse, de moverse, de vivir. Era en muchos casos el fruto de una lucha colectiva, la cual muchos emprendieron desde el más rotundo  pacifismo. Y si bien hubo otros que lo hicieron desde la violencia,  en términos generales se puede afirmar que en su discurso esos valores ocupaban el lugar central. Eran el sentido sublime impreso a la vida. Así, se discrepaba sobre cómo conseguir aquello y cómo mantenerlo, pero no se abrigaban muchas dudas sobre la meta.
Se sabía que  para buscar el bien debían desplegarse aptitudes, saberes y  trabajo. Había que construir el camino a esa Meca y solo los virtuosos podían hacerlo.
Sí, el esfuerzo enaltecía a las personas. Iba de la mano junto a las buenas obras. Estaban de moda.
En nuestras familias se valorizaba a quien trabajaba y estudiaba. En el barrio se respetaba al buen vecino, al hombre de palabra... Los buenos triunfaban siempre en aquellas series de TV en blanco y negro, importadas a las pantallas de nuestros hogares desde los suntuosos estudios norteños, líderes en  industria cultural.
Es más, en la escuela se destacaba al mejor compañero. Se premiaba al más estudioso. Y aunque se pueda discrepar con la ideología esgrimida por el Estado en ciertos momentos de nuestra historia desde la institución escolar, o con la autoridad del docente a cargo de la clase, es interesante recordar la noción de respeto que había hacia al ser humano entre esos muros públicos durante aquella década tan especial.
Hay al respecto una historia que me agrada recordar y que espero pueda ilustrar un poco esta idea. Sucedió en 1965, cuando cursaba primer grado superior en la escuela de mi barrio, en Lomas de Zamora. Nuestra maestra, cansada de la indisciplina de un compañero, mandó llamar a su abuelo para conversar sobre el tema. Los padres del chico no aparecían por el colegio. No sabíamos por qué y sería injusto hacer ahora conjeturas imprecisas. Lo cierto es que el abuelo llegó puntual a la cita. Era un hombre de mirada mansa y de porte cansado. Aquel día, simplemente se acercó a la puerta con  vidrios trasparentes del aula y pidió permiso para ingresar. Cuando la maestra abrió, noté un detalle que deseo no se olvide jamás... Aquel hombre mayor de edad, se había vestido de traje para concurrir  a la cita con la maestra del grado. Tal vez fuera, muy probablemente, su único traje. No hacía falta preguntar para hacer esta deducción. El corte estaba pasado de moda, el color azul lucía descolorido y en la pierna derecha del pantalón estaba la huella de una vieja mancha. No obstante, aquel señor se vistió con su mejor prenda para acudir al llamado. De pie y en silencio, escuchó con atención las quejas contra su nieto. Luego lo reprendió, con una voz suave que denotaba fatiga. El niño asintió con leves movimientos de su cabeza, sin mirar a los ojos de sus interlocutores. No obstante, luego habría de repetir algunas de sus travesuras, pero eso es otra historia. Esa vez, sin más que hacer allí, el hombre se retiró.
Cuando vemos hoy el menoscabo sufrido en el ámbito educacional y la degradación de la sociedad en general, se me ocurre que esta historia parece emanar desde una borrosa época legendaria. ¿Tanto tiempo pasó desde aquello?
Parece que sí.
¡Cuántas ganas de progresar se notaba en la gente! ¡De ser libre! ¡De vivir! Recuerdo a jóvenes amigos que deseaban ser maestros de frontera para desempeñarse en comunidades de las zonas más alejadas de nuestro país. Aquellos que estudiaban filosofía sólo porque amaban la búsqueda de la verdad. A los que deseaban ser médicos para terminar con las epidemias y los males que aquejan los cuerpos. A quienes abrazaban la religión para llevar el evangelio a los pobres. A muchos de nuestro círculo más íntimo, quienes se retiraban al campo, a los montes, a una granja al pie de la cordillera de los Andes, para estar cerca de la naturaleza y lejos del ruido mundano.
Sí. Eran tiempos copados. Mi ciudad estaba limpia. Los robos eran rarísimos y se confiaba en un futuro mejor para toda la humanidad... Hasta que una tormenta de fuego arrasó con todo... Al despejarse lentamente las nubes de humo, se escucharon las voces de aquellos que anunciaban el fin de la historia, y aseguraban que todos los males serían arreglados por la mismísima fuerza del todopoderoso mercado. He aquí el resultado.  Está a la vista.
La marginalidad alcanza niveles increíbles. La bestialidad avanza a grandes pasos. Donde quedan selvas se las tala, donde hay una llanura capaz de brindar alimento a multitudes incontables se la abandona. El mundo se envenena de manera sistemática.
En este contexto ¿Qué metas persiguen lo jóvenes de hoy en día? Mejor dicho ¿Cuáles modelos se les ofrecen como ejemplos para comenzar a esculpir sus vidas?
Por dar solo un ejemplo, podemos mencionar que en el mundial de fútbol próximo pasado fue notoria una práctica vergonzosa: barrabravas recorriendo estadios del mundo sin gastar un centavo de su bolsillo para presenciar los partidos disputados por la selección nacional. ¿Cuál fue su mérito para obtener este beneficio? Sin mucho esfuerzo intelectual, podemos afirmar con escaso margen de error, que tan sólo habrá hecho falta  ser chupamedias incondicional de algún dirigente futbolero, enroscado éste -en algún rincón de los laberintos donde el poder se oculta- con algún politiquero de turno.
Ningún jubilado que pasó su vida trabajando de sol a sol fue premiado con ese viaje. Ninguna trabajadora que luchó contra viento y marea obtuvo ese galardón.
Ningún promedio destacado de ninguna carrera. Ningún científico....No. Quienes tuvieron el privilegio de asistir a los partidos del mundial fueron aquellos que no construyen nada, los que simplemente destruyen al amparo de los vericuetos legales.
Es sabido que quienes no pueden crear nada se divierten destruyendo. Triste. Pero real.
Ese es uno de los ejemplos palpables a la hora de señalar el horizonte de nuestros jóvenes.
Pero estos vericuetos legales que mencionábamos ¿De dónde emanan? Cuando vemos trastocados aquellos valores que antes resultaban fundamentales. Cuando sentimos que no avergüenza ser ñoqui, ladrón o criminal, comprobamos que hemos importado, como tantas veces en el pasado, más de lo que no nos conviene y hemos dejado intacto aquello que nos perjudica: La violencia, la inoperancia, la banalidad. Así padecemos robos, atropellos e injusticias. Así vemos cómo la sana juventud peligra. Así vemos cómo "señoritos bien" van al exterior a matar el tiempo asesinando a un compatriota. Cómo los "nenes" que festejaban el vivir holgazaneando a costa de quienes trabajan, atacan a meretrices luego de negarse a pagar por sus servicios en una fiesta privada en la provincia de Entre Ríos.
¿Quién legitima este estado caótico? Decía Simone de Beavoirs que: "lo más escandaloso que tiene el escándalo es que uno se acostumbra". Típico de muchos integrantes de nuestra sociedad fue avalar con su indolencia esta caída en picada de nuestro país a la ciénaga maloliente del escándalo. Así pudimos ver a muchos conciudadanos jactarse de comprar mercadería a bajo precio aunque fuese dudosa su procedencia. Total -habrán pensado- los rateros roban en barrios bajos, lejos de nuestra vista. Mirar para otro lado ante la presencia de un menor mendigando en la calle, la culpa es de los padres se escuchó por ahí.
Pudimos comprobar cómo gente inmersa en nuestro entorno se desentendía ante la destrucción sistemática de la escuela pública. Total -habrán dicho- están los establecimientos privados. De la caída del hospital público, pues con una módica suma se puede acceder a una cobertura prepaga. La visión no parecía estar para detectar los problemas inmediatos que nos acuciaban a todos, sino para planificar el consumo personal a ultranza. Para observar con esmero el bombardeo publicitario que a mansalva se dispara sobre la población.
Y surgen así interrogantes cruciales entre los jóvenes. ¿Cuándo llegarán a ganar lo suficiente para consumir todo lo que les ofrecen día tras día? ¿Por qué demostrar idoneidad si sobran mediocres encumbrados? ¿De qué sirve ahorrar si los bancos se negaban a devolver el dinero de la gente? ¿Para qué obrar bien?
Cuesta responder con las premisas de entonces. Inclusive no falta quien las considera utópicas sin -por supuesto- haber leído jamás a Tomás Moro. Es fácil tildar de utópico aquello que molesta a la burocracia. No obstante, alguna luz de esperanza se abre, obstinada, allá lejos. A pesar de todo, de un dispositivo montado exclusivamente para detenerla, en Argentina la verdad emerge a la superficie para quién desee oírla. Hay gente que cuestiona el despilfarro, la injusticia, el deshonor, la contaminación ambiental... Y recupera fábricas y trabaja y desea estudiar y progresar. No los dejemos abandonados a sus suertes. A pocos días de un nuevo mundial ¿Asistiremos de nuevo a ese escándalo? ¿O por uno de esos extraños fenómenos habremos de enterarnos que asistirán en primera fila aquellos que lo merezcan por su labor? Muy probablemente no sea así. Pero valdría la pena exigirlo. Sería una  muestra tal vez pequeña, pero que exprese nuestras aspiraciones de ver el justo premio al esfuerzo. Con ello contemplaríamos el nacer de una nueva esperanza. La de revalorizar a quienes trabajan, y -de paso- creer de nuevo en que un futuro más justo es posible.
¿Podrá ser cierto? ¿O la suerte ya está echada de antemano, una vez más?


Caprichos - Ezequiel Feito

I

Si, está bien.
Reconozco que esa noche tenía el sueño liviano y me despertaba con el menor ruido. Pero el colmo fue ese sonido horrible del piano. Si hubieran querido desafinarlo a propósito no hubieran encontrado mejor manera de hacerlo.
Me levanté, fui hasta la sala y encontré a mi gata caminando sobre las teclas. Creo que la levanté y la arrojé a un sillón. Volví a la cama, tomé una pastilla e intenté dormir.
En eso estaba cuando de repente volví a oír el piano. Alguien estaba tocando con total perfección el Concierto Italiano de Bach.
Nuevamente estaba la gata sobre las teclas.
La miro, me mira y sonríe.

II

Estaba esperando mi turno en una carnicería cuando una señora que estaba justamente delante mío pidió un kilo de carne. Para milanesas, creo.
El carnicero buscó por toda la heladera. Nada. Se fijó en otras más pequeñas. Tampoco.
Finalmente tocó un timbre. Del interior de la carnicería salió un joven empleado a quien la mujer le dijo algo al oído. El chico pareció decir “si” con la cabeza y de inmediato dejó parte de su cuerpo al descubierto.
Mientras el carnicero iba cortando el exacto kilo de carne ante la mirada indiferente de los clientes, el joven se volvió hacia mí, y con su mejor sonrisa, comenzó a explicarme las nuevas reglas del mercado laboral.

III

Paseaban dos señores de venerable edad por la avenida. Estaban discretamente vestidos y parecían personas muy respetables.
Caminaron un buen trecho con las manos en la espalda y sin cruzar palabra, hasta que uno le dijo al otro:
-¡Entre qué gente estamos, doctor! Recuerdo que cuando éramos jóvenes antes de hacer una mala acción lo pensábamos dos veces. ¡Hoy por hoy, toda la gente tiene una justificación para cualquier cosa en la punta de la lengua!
- Así es, licenciado  le respondió su acompañante, mientras ambos comenzaban a meter las manos en los bolsillos de un tercero que caminaba delante de ellos.





El modernismo y la búsqueda de un tono americano en la expresión - Compilación: Jorge Dágata

Influenciado por el parnasianismo y el simbolismo francés, el nicaragüense Rubén Darío (1867-1916) inicia, con Azul, el primer movimiento literario de origen americano que se proyecta al mundo: el Modernismo.
Pero la filiación americana de la renovación modernista no depende de elementos aborígenes, locales o indigenistas. Se trató de un movimiento cosmopolita, refinado. Su lenguaje sobrevivió largamente al proyecto modernista organizado en escuela.
En la primera etapa, el Modernismo no se interesó por la realidad latinoamericana, y si apeló a esos elementos fue con el mismo criterio exotista con que hacía referencia al Oriente o a la antigüedad grecolatina. Este Modernismo americano, que tanto aportó al nivel expresivo, no hizo aportes a la cuestión temática, y en su afán cosmopolita eludió sistemáticamente el medio circundante. Esta posición se explica dentro de la ideología de la época: es el momento en que surgen los grandes centros urbanos y en que la economía latinoamericana entra en el circuito de los mercados internacionales; el comercio se universaliza y las oligarquías se vuelven cosmopolitas, como la literatura que produce el período.
Recién en una segunda etapa los modernistas vuelven los ojos a América (Ariel, del uruguayo Rodó, 1900); Cantos de vida y esperanza de Darío, 1905; Odas seculares del argentino Leopoldo Lugones, 1910). No es casual que estos tres libros aparecieran luego de que los Estados Unidos emprendieran dos intervenciones en América Latina: Cuba y Puerto Rico (1898), Panamá (1903). Lo que intentan es preservar los valores espirituales constituidos por la lengua, la nacionalidad, la religión y la tradición frente a la inquietante presencia norteamericana. Sin embargo, no se trata de una oposición fundamental, pues admiran a los Estados Unidos como bien se puede ver en Rubén Darío, en la primera parte de su poema A Roosevelt  (“Los Estados Unidos son potentes y grandes”) y, sobre todo, en la Salutación al águila. Se trataba más bien de una rivalidad nacional ante el creciente poderío norteamericano. La posición de los modernistas no tiene, pues, nada que ver con el programa latinoamericano de la generación anterior, y la visión del continente es superficial, exotista o estetizante (los términos y nombres americanos con que Darío salpica algunos poemas son utilizados sólo por su riqueza fonética o por extrañeza).


El pensamiento antiimperialista en Latinoamérica


Desde la lucha por la independencia de Cuba (con los escritos de José Martí) hasta la causa de Augusto Sandino en Nicaragua, se desarrolla en América Latina la corriente de pensamiento antiimperialista. La crítica y la denuncia del avance imperial norteamericano estuvieron presentes en la Reforma Universitaria de 1918, y tuvieron su expresión cultural en el modernismo literario de Rubén Darío, José Enrique Rodó, José Vasconcelos y José Ingenieros, que adhirieron también a los ideales latinoamericanistas.
Como ha destacado Néstor Kohan, podemos comprender el modernismo en un sentido amplio, no limitado únicamente al movimiento literario. Los modernistas criticaron la arrogancia materialista del imperialismo. Esto se ve claramente en Ariel, del escritor uruguayo José Rodó, que contrapone la cultura latinoamericana a la civilización yanqui imperialista, “síntesis del materialismo económico, de la ética utilitarista, del reino mediocre de la sociedad de masas urbana, anónima, rutinaria y vulgar, y del predominio despiadado de la cantidad dineraria”.


(De “Historia Latinoamericana 1700-2005: Sociedades, culturas, procesos políticos y económicos”, capítulo 7. Marisa Gallego, Teresa Eggers-Brass, Fernanda Gil Lozano. Editorial Maipue, 2006). 


EL MAS HERMOSO PRIVILEGIO (Fragmentos) - Aurelio Osuna Jau

Cuando otros callan
Y esquivan la mirada,
Cuando quieren ocultar
Sus conciencias intranquilas
Con sonrisas monótonas y vanas,
Cuando otros caminan por las calles
Con gesto hosco y van de prisa;
Yo voy camino a un campo
Sembrado de nuevas esperanzas,
Hacia la mañana que empieza a germinar.

¿Y quién soy? Que gozo el privilegio
de hundir las manos en la tierra,
hurgar en su pecho,
tocar su corazón y adivinar su canto,
para dejarlo luego
en las manos de los labios,
en los ojos inocentes que se abren a la vida,
que buscan su sendero?
¿Quién soy? Que soy dueño de
ese hermoso privilegio?
No puede ser posible
Que aún no lo hayan adivinado.
Yo soy el artesano
Que forja el barro de la vida,
Soy el orfebre que rompe su alma de barro,
Para dejarla repartida
En las mentes y en los brazos
De los que son ahora los que serán mañana.
Esa es mi vida cada día,
Buscar con la sonrisa reflejos de sonrisas,
Buscar con la ternura la ternura,
Buscar con la paciencia la respuesta,
Y darle forma poco a poco a nuevos pensamientos
De horizontes abiertos a la espera.
Para luego volver a casa
Con la satisfacción suprema,
Con el alma revivida,
Con la alegría inmensa de la misión cumplida,
Que nadie puede arrebatarme,
Ni el odio, ni la corrupción, ni la mentira,
Ni la amargura, ni la envidia.
Soy sembrador, navegante, artesano y obrero...
¿Aún no lo saben?
¿No han visto en mis ojos el alma que se escapa.
Que grita con el viento?
Soy poseedor del más hermoso privilegio.
¿Saben quien soy?... ¡Soy maestro!
Ahora y siempre, alzo la voz,
Para decir con el orgullo más auténtico,
Delante de ustedes y el mundo entero:
¡Soy maestro! ¡Soy maestro!

¡Mi corazón de maestros!
Forjador de almas y conciencias,
Orfebre del pensamiento,
De fracasos y de éxitos,
De alegrías y tristezas,
Dejando los ojos en los libros,
Para encender la luz en la mente de los niños.
¡No soy mártir, ni apóstol!
¡Ni héroe, ni guerrillero!
Simple y sencillamente,
Repito con orgullo: ¡Soy maestro!
¿Acaso iluminar los horizontes,
modelar los pensamientos,
romper la oscuridad y el silencio
no es el más hermoso privilegio?
¿Acaso alguien puede quitarnos las mil satisfacciones,
que a pesar de injusticias, de sufrimientos y calumnias,
hemos ganado siendo maestros?

Por eso, cuando otros callan,
Cuando esconden su conciencia,
Cuando pintan sus rostros de mentiras y silencio,
Yo alzo la voz y digo con orgullo,
Con legítimo orgullo,
Porque esta es mi bandera y mi credo: ¡Soy maestro!
¡Soy maestro!
¡Por fuera, por dentro!
¡de pensamiento,
de conciencia,
de sentimientos,
de corazón, de acciones!
Le grito al mundo entero:
¡SOY MAESTRO!
¡Aquí estoy!
Por vocación, por convicción,
Por amor... ¡SOY MAESTRO!

CASI NO PRODUCIMOS NADA - Sergio Navarro

Señor... mi sueldo no lo aumentan por no producir,
No soy como los petroleros que producen petróleo
Ya que yo solamente produje petroleros...

Me dicen que no producimos como lo hacen los obreros
Pero con mis manos día a día produje miles de obreros.
Me dicen que no producimos como los electricistas
Pero en las aulas también fui creando electricistas.

Nosotros no producimos como lo hacen los mineros
Pero también en las aulas fuimos formando mineros.
No producimos como los ingenieros grandes construcciones
Pero formamos generaciones de miles de ingenieros.

No somos como los grandes políticos que gobiernan
Pero en nuestras aulas también llegamos a formar políticos.
Nosotros no somos como los médicos que luchan por salvar la humanidad...
Pero en nuestras escuelas también formamos médicos.

Nosotros no producimos como los abogados
Pero también ellos fueron conducidos por maestros.
Nosotros no producimos como los diputados
Pero con nuestras enseñanzas formamos diputados.

Nosotros no producimos como los senadores
Pero también en nuestras aulas ellos se formaron.
Nosotros no producimos como los ministros
Pero también son ellos el producto que formamos.

Nosotros no producimos como los diplomáticos
Pero ellos son también producto de nuestro trabajo.
Nosotros no producimos como los locutores y comunicadores,
Pero también ellos tuvieron como sus guías a los maestros .

Nosotros no producimos como los periodistas
Pero con nuestras letras formamos periodistas,
Nosotros no producimos como el señor presidente
Pero también en nuestras aulas se formaron presidentes.

¿Quisiera preguntar a toda la opinión pública,
Si eso no es producir?
¿Qué es lo que quieren que hagamos los maestros...
para que con nuestra familia honradamente logremos sobrevivir?

¿QUÉ ES UN MAESTRO? - Ewi Turi

No es maestro...
Quien sólo cuida y entretiene alumnos;
Quien orienta sus actividades hacia el lucro;
Quien se apropia del mérito, voz y peculio de otro;
Quien miente por conservar el puesto;
Quien tiene miedo a mancharse de pueblo;
Quien ignora el sufrimiento de esa masa anónima
Que hizo posible su nivel de vida actual;
Quien se inclina, se arrastra y se humilla
Ante el líder en turno; quien trata de justificar
La desigualdad en derechos, en oportunidades
Y en la distribución de la riqueza;
Quien cierra ojos y oídos a los clamores
De los pueblos que han decidido marchar
Hacia su liberación:
Quien dedica su vida a escalar puestos
Para parasitar en el presupuesto nacional;
Quien a su alrededor sólo ve, o incondicionales
Para usar o enemigos para agredir;
Quien permite pasivamente
Que lo despojen de sus derechos civiles,
Laborales, sociales y políticos;
Quien no alce firme su puño frente a los “charros”
Gritando ¡Democracia sindical!
Quien no vibre emocionado
Ante las manifestaciones del pueblo
Y no se una hasta fundirse con ellas;
Quien jure fidelidad eterna a su bandera nacional
Mientras se toma una coca cola;
quien espera con ansia el mes de diciembre
Para recibir el “aguinaldo” y el día del maestro,
para  emborracharse.
Y como antes de ser maestro
Se debe tener calidad humana...
No es un maestro quien no es hombre.

ANTE LA TUMBA DE UN MAESTRO - Fidencio Escamilla Cervantes

No es maestro...
Quien sólo cuida y entretiene alumnos;
Quien orienta sus actividades hacia el lucro;
Quien se apropia del mérito, voz y peculio de otro;
Quien miente por conservar el puesto;
Quien tiene miedo a mancharse de pueblo;
Quien ignora el sufrimiento de esa masa anónima
Que hizo posible su nivel de vida actual;
Quien se inclina, se arrastra y se humilla
Ante el líder en turno; quien trata de justificar
La desigualdad en derechos, en oportunidades
Y en la distribución de la riqueza;
Quien cierra ojos y oídos a los clamores
De los pueblos que han decidido marchar
Hacia su liberación:
Quien dedica su vida a escalar puestos
Para parasitar en el presupuesto nacional;
Quien a su alrededor sólo ve, o incondicionales
Para usar o enemigos para agredir;
Quien permite pasivamente
Que lo despojen de sus derechos civiles,
Laborales, sociales y políticos;
Quien no alce firme su puño frente a los “charros”
Gritando ¡Democracia sindical!
Quien no vibre emocionado
Ante las manifestaciones del pueblo
Y no se una hasta fundirse con ellas;
Quien jure fidelidad eterna a su bandera nacional
Mientras se toma una coca cola;
quien espera con ansia el mes de diciembre
Para recibir el “aguinaldo” y el día del maestro,
para  emborracharse.
Y como antes de ser maestro
Se debe tener calidad humana...
No es un maestro quien no es hombre.