jueves, 27 de junio de 2013

Poemas - por Baldomero Fernández Moreno

CARIDAD

Enfrente había una mujer hermosa,
y era una tarde cenicienta y cruda.
Yo estaba muy contento, con las manos
en los bolsillos, para que me viesen
bien modelado en la amplitud del tórax
un chaleco muy lindo que estrenaba.
Y pasó un muchachito estremecido
lleno de harapos y de frío y de hambre.
Deshaciéndose en flecos los calzones,
las pernezuelas rojas y desnudas,
y los pequeños pies amoratados
sobre el hielo terrible de la piedra.
Una vieja camisa sin botones
puesta sobre la carne; así que el viento
entrando por debajo se la inflaba.
Y se puso a mirar el desdichado,
- la nariz aplastada contra el vidrio-
una vidriera de confitería:
Y luego esas pirámides nupciales,
blancas arquitecturas temblorosas,
los caramelos varios, los bombones,
la infinidad de dulces y de masas
donde debe ser una delicia
hincar bien hondo los agudos dientes.
en cuya punta una gentil pareja
se toma dulcemente de los dedos.
Entré con él  que resistióse un poco-
y le compré de todo lo que quiso;
y al despedirle con un largo beso,
se llevaba una masa en cada mano,
y un caramelo gordo le hacía un bulto
ridículo y gracioso en su mejilla.

Yo estrenaba un chaleco muy bonito
y enfrente había una mujer hermosa.


UNO

Heredero de una estancia
no quiso nunca estudiar:
si algo aprendió, fue a guiar
un auto con arrogancia.

Cuando baja a la ciudad
entre nubes de bencina,
aturde con su bocina
a toda la vecindad.

Excelente parroquiano,
por las tardes se le ve
sentado en cualquier café,
rebenque o fusta en la mano.

Hay tan sólo dos momentos
en que muestra actividad,
entonces, a la verdad,
el hombre bebe los vientos:

por el medio de la calle
los días de Carnaval,
montado en brioso animal,
le gusta lucir el talle;

o, en trance de votaciones,
al amigo candidato,
como quien arrea un hato
arrearle los peones.

Sin hábitos de trabajo,
ni cariño por la herencia,
se deshace la querencia
y el monte se viene abajo.

A él que lo dejen en paz...
Vende su campo o lo arrienda,
o pone su poca hacienda
en manos de un capataz.

Si no lleva a la cintura
atravesado el facón,
no falta en su pantalón
la Browing ñata y oscura.

Juega al póker en el club,
a la taba en el suburbio,
al monte en el fondín turbio
y tiene, es claro, un stud

Si algo sabe es de caballos,
sólo lee la sección
Turf, de noche, en La Razón.
Y va a la riña de gallos.

Roído de aburrimiento
y harto de la travesía
desde su estancia vacía
al poblado polvoriento,

casarse un día decide;
le pone los puntos a una
niña que tenga fortuna,
la enamora, o no, y la pide.

Se realiza el casamiento,
da un gran baile, toma el tren,
y torna cambiado en
solemnísimo jumento.

Y vivirá en adelante
entre un respeto untuoso,
amarrete, malicioso,
cada vez más ignorante.

Sano, colorado, grueso,
a todo podrá aspirar:
a consejero escolar,
a la Intendencia, al Congreso.

Y cuando llegue la hora
del aceite alcanforado,
del Cristo crucificado
y la noche sin aurora,

dormirá tranquilamente
ante el enorme misterio...
Camino del cementerio
ha de ir un mundo de gente.




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