jueves, 27 de junio de 2013

La historia no autorizada y que jamás autorizarán de....Cenicienta - Kazsyah Oliver

Había una vez, en un país remoto llamado Argentina, una cenicienta que no fue una copia fiel de la cenicienta francesa ni nada que se le pareciera, y su verdadero nombre (como todas las cenicientas lo poseen) era Ana Paula.
Cenicienta era bonita... a su manera. Chica sencilla, con tintes de una adolescente ocupada, pero de todas maneras simple. Como la historia francesa lo exige, Cenicienta tenía dos hermanas con las que se llevaba bastante bien llamadas Priscila y Pancracia, que, como comunes veinteañeras y treintañeras (Respectivamente)  solteras, iban a los bailes ofrecidos por La Casa de Gobierno.
La Casa de Gobierno daba bailes a nivel local y bailes a nivel nacional. El “príncipe” (o sea, el hijo del presidente) era uno de esos muchachos insoportables y vanidosos que llevan siempre espejo y peine en el bolsillo, y que lo único que les importa es verse bien...  Al Presidente lo  único que le interesaba era casarlo con la primera muchacha que encontrase, sólo para sacárselo de encima.
Con éste propósito se ofrecían sumas millonarias, pero ninguna chica se quería arriesgar. Era un final demasiado infeliz para un cuento de hadas. Esa noche se iba a realizar otro baile en La Casa de Gobierno y Cenicienta quería ir porque era el lugar de moda. La madrastra, Mónica, le exigió que arregle su cuarto antes de irse, y Cenicienta pensó que eso se lo exigía solamente a ella, porque a Prescila y a Pancracia nunca les pedía nada.   Así que, ordenó su cuarto y se dispuso a ir al baile. Pero, justo cuando tenía todo planeado, se dio cuanta de que había un problema; no tenía ni vestido, ni zapatos, ni las llaves de el auto porque todo se le había quemado cuando dejó calentando cera para depilarse y la cera se prendió fuego... igual que la pieza y todo lo que había allí.
       Cenicienta decidió entonces, llamar a la oficina de hadas “HADAS S.A”, quienes al rato le mandaron un hado padrino que era Diputado y que tardó varios días en hacer el hechizo, porque tuvo que hacer todo un papeleo donde se indicaba el gasto de polvo mágico para la varita y la asistencia y atención del Sr. Diputado, además del servicio de alumbrado, barrido y limpieza (que es lo que viene en todas las facturas). Por suerte el baile duraría hasta que el hijo del presidente se casara, o sea, casi eternamente. Y para colmo de los colmos, los cinco ratones se habían dispersado: uno hacía huelga, dos eran líderes piqueteros y los otros dos eran Ministros de Economía, es decir, ninguno hacía nada.
       Cuando el Hado Padrino volvió, y en vista de las circunstancias, le dijo a cenicienta que se pusiera cualquier cháchara que tuviera por ahí. Y cenicienta se puso una minifalda negra, un pullover blanco y las botas largas, todo lo cual tomó prestado de Priscila. El hado padrino la llevó en los hombros hasta la Casa de Gobierno, pero nunca llegaron, porque declararon al Hado Diputado Senador, entonces él se fue corriendo y la dejó plantada. Entonces Cenicienta se perdió en la avenida Colón, y nunca encontró su camino a casa.
En cuestión: nadie se casó y todos se murieron.


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