jueves, 27 de junio de 2013

En las sierras - Jorge A. Dágata

Subir hasta el origen de todos los crepúsculos
A descifrar los signos de un día y una noche.
Subir por donde bajan los misterios del agua
A encontrar el misterio persistente del hombre.

Despertar cada grieta remota del silencio,
ahuecar cada espacio que penetra las piedras.
A solas con el viento conocedor de vuelos,
dibujante perpetuo de caminos sin  huellas.

¿En qué húmeda sombra se detuvo la vida
a sembrar en las piedras un murmullo de helechos?
¿En qué punto el abrazo del horizonte vino
a clavar raíces y aprisionar el tiempo?

¿Cómo eran entonces los espacios de la luna
abiertos a una espera de asombrado silencio?
¿Dónde estaban entonces los nombres y las horas?
¿Dónde estaban los puños, los sueños y los besos?

¿Cómo un vértice apenas, sin espacio ni tiempo,
derramó lluvia y oro, cosechó llanto y surco?
¿Cómo abrió nuevas manos a la nueva labranza?
¿Por qué quiso cerrarlas? ¿Cómo fue? ¿Cómo pudo?

Emprender el descenso por los mismos caminos
que el polvo del futuro recorrió hacia los campos.
Por aquí borró el agua con su música antigua
las hirientes aristas de volcanes crispados.

Por aquí plegó un día su cansancio en la espina
y detuvo su angustia la soledad de un cardo.
Por aquí se alzó el triunfo del amor contra el hambre
y las barbas al viento, el maíz de hizo grano.

Por aquí madrugaron las gargantas profundas.
Por aquí subió el fuego. Por aquí bajó el rayo.
Por aquí, dos a dos, desplegaron sus alas
dos a dos emprendieron sus caminos los pasos.

Y agitarse en las redes destrozadas del tiempo.
Y sentir otro espacio más profundo, más ancho.
Polvo de otro futuro, alba de otros caminos,
encendida victoria de pasos liberados.


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