jueves, 27 de junio de 2013

Navidad sin Carlitos - Jorge A. Dágata

Para Ezequiel con quien comparto lo mejor de su fe


Me pasó lo que a tantas. Venía con la cartera colgando del hombro y una bolsa de papel con los regalos, pavaditas de cariño por costumbre. El chico me empujó, tiró de la cartera y como no pudo arrebatármela corrió con la bolsa.
-Lo hubieras dejado, che. ¡Mirá el lío que hiciste por una pavada!
¡Dejarlo! Claro, así anda todo. Si cada uno hiciera lo que debe estas cosas no pasarían.
Lo corrí, por supuesto. Pero el chico era una ardilla y desapareció entre la gente. Yo a los gritos, enfervorizada, revolucioné toda la zona. Por la justicia, claro. Que una vez, por lo menos una vez, ese mocoso de porquería no se salga con la suya.
-Eran chucherías. Vos misma lo dijiste.
-Chucherías no. Las compré con mucho amor. Cada una con su tarjeta y el mensaje del corazón. ¿Y los derechos de una? ¿Y la impunidad? Hoy esta pavada, mañana un banco y pasado arrasan con el país.
-Un policía me lo trajo colgando de la remera. Hice la denuncia, como corresponde.
-Justo un sábado a la tarde te tocó. ¡Y tenías que invocar mi apellido! La señora de...
-Me tomaron el nombre. Igual hubiera sido, si no. Todos tenemos el mismo derecho.
Ahí estaba Carlitos, en un calabozo de la comisaría del barrio, los mocos colgándole por la cara sucia. Baboseaba un pan que otros presos le tiraron entre bromas.
Yo, firme en el banco.
Hasta que no me atiendan no me voy. ¿Qué? ¿Los sábados a la noche no hay justicia?
-Mañana lo trasladamos. ¿Está segura de que quiere hacer la denuncia? Firme acá.
¡Pero mirá qué ojos grandes tiene ese mocoso! Me mira como un estúpido, sin mosquearse. Insisto también por él. Hay que demostrarle que no se puede hacer cualquier cosa sin castigo. Mañana...
-Mirá qué hora para ponerte a cocinar. ¿Y nosotros no comemos?
Es que debe tener hambre. Si vieras lo flaquito que está. Le llevo una frazada porque va a hacer frío. ¿Vos qué sabés? Estás en otro mundo. En la heladera hay queso y yogur. Por una noche no te vas a morir.
Carlitos miraba televisión en la guardia. Se devoró los sándwich de milanesa sin quitarme los ojos grandotes de encima. Se atoró con la gaseosa y empezó a toser.
-Así que está descalzo. ¡Qué linda hora para llamar a tus amigas y andar juntando zapatillas! ¿No podés dejarlo para otro día? ¡Pero que sos tozuda..!
A vos todo te da lo mismo, claro. Mañana no vamos a estar y el lunes cuando vaya lo habrán trasladado. Aunque el lunes, no sé, será el martes...
-¿Y después?
Están buscando a los padres. Aunque... ni siquiera tiene domicilio. No hay quien se haga cargo, ¿entendés? Le llevo éstas. Algunas le andarán.
¿Sabés que tiene piojos? ¿Que casi no habla? Apenas le sacaron el nombre. No se llama Carlitos. Alberto, Roberto, no le entendimos. Pero ya es conocido.
-¡Ah! Con prontuario. ¿Y cuántos años tiene?
Seis o siete. Por ahí más. Se me ocurrió preguntarle por la escuela. ¿De qué te reís? No, no me lo voy a traer acá. Que se hagan cargo los padres. Y si no, la justicia. Tienen que atenderlo en algún lugar. ¿Para qué se pagan impuestos? Le llevo el piojicida y vuelvo.
Le lavé al cara. Si vieras qué quemado está por el sol. Tiene lamparones por todos lados, moretones en los brazos y cicatrices en la espalda. ¿Sabés una cosa? Ni una sola vez lo vi sonreír. Me acordé de esos programas de televisión, los que muestran las clínicas de animales. Cómo los cuidan, qué lindo. Y digo yo, ¿no se podría hacer lo mismo por Carlitos? Alberto, digo. Si los monos aprenden tantas cosas... Los perros, los gatos. Es verdad: son indefensos. Puro corazón. Hay que ayudarlos. Pero Carlitos... Me imagino cómo vivirá. Debe dormir tapado con diarios. Seguro que alguno lo manda a robar.
-Eso también lo viste por televisión.
¡Andá, andá! No te hagas problema. Yo preparo las cosas para mañana y me voy a dormir.
Le lavamos la cabeza en el baño. Después de mucho lío conseguí que una policía joven me ayudara. Le pusimos ropa limpia. Las zapatillas. Cómo le gustan las golosinas. Le abrí la bolsa de los regalos y se puso a jugar con los muñequitos y las cintas. Hasta lo perfumé. Miraba las tarjetas al revés, claro. Le voy a dejar todo eso.  Se durmió en el banco y lo tapé con la frazada. Me quedé sentada ahí. ¿Y ahora qué hago?, pensé. Me abrazó y no me suelta. Debe soñar con que soy su madre, no sé. Cada tanto tiene como convulsiones. Si me voy, capaz que no lo vuelvo a ver. No sabía que en la guardia tenían tanto movimiento un domingo de madrugada. Trajeron varios borrachos. Unos adolescentes que se divertían rompiendo parabrisas. Después vinieron los padres, muy preocupados. ¡Cuánto papelerío! Firme el libro. Los policías parece que llevaran contabilidad. Pero son muy amables. Sí, señor. Si se molesta por aquí. A sus órdenes. Faltaba más. Se nota que está amaneciendo. Le traje a Carlitos un termo con leche. Alberto, bueno.
Hoy lo trasladan. Lo tratan bien, creo. Se va con mi bolsa arrugada. Me mira sin ninguna expresión, sin decir nada. Le di un beso en la frente. Qué carita más chica entre mis manos. Por qué no sonríe, aunque sea una vez.
Voy a dormir un rato. El viaje será largo. Nos esperan para el mediodía. Total, hasta la noche. Un poco dormiré. No tengo muchas ganas de reunión familiar y todo eso. Ya no me importan el arbolito y los regalos. ¿Sabés una cosa? Me pasó algo muy feo por dentro cuando lo dejé ahí, mientras se lo llevaban. Me sentí abandonada. ¿Preparaste todo? Mejor así. El viaje me va a distraer. La semana que viene le pido un turno a mi psicólogo. No se te ocurra ahora preguntarme por qué estoy con esta cara. Aunque te rías, yo no puedo. ¿Será contagioso?

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