jueves, 27 de junio de 2013

Caprichos - Ezequiel Feito

I

Si, está bien.
Reconozco que esa noche tenía el sueño liviano y me despertaba con el menor ruido. Pero el colmo fue ese sonido horrible del piano. Si hubieran querido desafinarlo a propósito no hubieran encontrado mejor manera de hacerlo.
Me levanté, fui hasta la sala y encontré a mi gata caminando sobre las teclas. Creo que la levanté y la arrojé a un sillón. Volví a la cama, tomé una pastilla e intenté dormir.
En eso estaba cuando de repente volví a oír el piano. Alguien estaba tocando con total perfección el Concierto Italiano de Bach.
Nuevamente estaba la gata sobre las teclas.
La miro, me mira y sonríe.

II

Estaba esperando mi turno en una carnicería cuando una señora que estaba justamente delante mío pidió un kilo de carne. Para milanesas, creo.
El carnicero buscó por toda la heladera. Nada. Se fijó en otras más pequeñas. Tampoco.
Finalmente tocó un timbre. Del interior de la carnicería salió un joven empleado a quien la mujer le dijo algo al oído. El chico pareció decir “si” con la cabeza y de inmediato dejó parte de su cuerpo al descubierto.
Mientras el carnicero iba cortando el exacto kilo de carne ante la mirada indiferente de los clientes, el joven se volvió hacia mí, y con su mejor sonrisa, comenzó a explicarme las nuevas reglas del mercado laboral.

III

Paseaban dos señores de venerable edad por la avenida. Estaban discretamente vestidos y parecían personas muy respetables.
Caminaron un buen trecho con las manos en la espalda y sin cruzar palabra, hasta que uno le dijo al otro:
-¡Entre qué gente estamos, doctor! Recuerdo que cuando éramos jóvenes antes de hacer una mala acción lo pensábamos dos veces. ¡Hoy por hoy, toda la gente tiene una justificación para cualquier cosa en la punta de la lengua!
- Así es, licenciado  le respondió su acompañante, mientras ambos comenzaban a meter las manos en los bolsillos de un tercero que caminaba delante de ellos.





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