Distendida, deambulando por el sendero que serpentea y cada tanto desaparece en la espesura del bosque, la joven de caperuza roja, algo raída por el tiempo, mece la canasta acompasando su paso aburrido.
El follaje presenta a veces, pequeños huecos sombríos que prometen sorpresas desagradables. Sin ansiedad, sus ojos escrutan en ellos alguna presencia; pero…
Más adelante, el sendero se bifurca y por fin: allí está el animal. Sentado sobre una piedra. Su mirada tiene el reflejo de una inteligencia malvada.
La adolescente se detiene y echa para atrás la caperuza, dejando libre una dorada y larga cabellera que cae sobre la descolorida capa. El minúsculo vestidito, que en otro tiempo quedara largo y con más vuelo, no alcanza a cubrir totalmente el bombachón decorado con puntillas. La canasta, inmóvil, cubre púdicamente las rodillas.
La bestia la observa con detenimiento, reteniendo el ataque inminente. La curiosidad puede más…
-¿A dónde te diriges, cruzando sola por este tenebroso bosque?
Ella lo mira, frunce los labios poniendo provocadora entre ellos un dedo. La otra mano hamaca la canasta. Baja la vista al contestar.
-Voy a la casa de mi abuelita. Dice. En lo profundo del bosque.
Dos ojos inyectados siguen cada movimiento de la joven.
-¡Ah! ¡Sí, sí! ¡La cabaña! No pensé que estuviera habitada. ¿Así que allí vive tu abuelita?
Ella asiente mientras abanica sus largas pestañas.
-Sí. En la canastita le llevo algo de comida, Se la manda mi mamita; porque mi abuelita está muy enferma. ¿Sabe?
Estira la garra como para alcanzar a la joven; quien retrocede un paso. Detiene, mirando contrariado, la zarpa.
-¿No tienes miedo de cruzar sola por el bosque?
-¡Uy! ¡Sí! Pero no tengo otra forma de llegar.
-Es cierto. Pero, ¿ves este otro sendero? Es más corto. Sí. Al menos, podrás llegar más rápido.
-¡Oh! Muchas gracias señor lobo.
-¡No! No hay de que. ¡Es un placer…nenita!
-Adiós.
-Hasta pronto.
Caperuza se aleja alegre, saltando; y en cada salto la pollerita flamea dejando al descubierto el bombachón.
El animal con su larga lengua limpia la baba que cuelga de sus fauces.
La cabaña, en el centro de un hermoso claro muy profundo en el bosque, está iluminada por un tímido rayo de sol.
La joven, al aproximarse, no logra escuchar ningún sonido que provenga de su interior.
Cansada, sube los peldaños de madera. Se detiene en el pórtico y espera en silencio. Lenta, cuidadosamente, empuja la apenas abierta puerta. El interior le devuelve una lóbrega oscuridad.
Entra. La vista tarda unos segundos en acostumbrarse a la semipenumbra en que se encuentra el único y amplio ambiente.
A su derecha, acodado sobre una pequeña barra, un corpulento hombre bebe de un vaso de vidrio. A su lado, contra la pared, se apoya un hacha.
En el fondo, la luz que deja entrar un ventanuco ilumina la figura de la anciana mujer que, vestida con un ensangrentado camisón, está terminando de desollar sobre la mesa el cuerpo exánime del animal.
Caperuza toma una silla y se sienta, cruzando sus largas y contorneadas piernas, junto a la mesa. El hombre recostado en la barra la mira a través del vidrio en el fondo del vaso. Ella ignorándolo se inclina hacia un costado, y de la canasta saca un paquete de cigarrillos. Toma uno, y luego de encenderlo da dos profundas chupadas que aspira con placer.
-Tardaste mucho. Dice la anciana, terminando, con un tirón, de desprender el cuero.
-Estoy cansada. Mira a la bestia muerta sobre la mesa. Van a tener que ir consiguiéndose otra carnada. ¡Ah! Recuerda. Decile a ese inútil de tu amante que despeje un poco esos senderos. Están intransitables. Otra vez me enganché las medias.
Excelente versión de Caperucita, muy original y fresca.
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