jueves, 27 de junio de 2013

Truco en el "Alas Balcarceñas" - Por Enrique Spinelli

El truco era un deporte habitual en el club Alas Balcarceñas, también conocido como "La Colombófila". Aquí nunca se jugaba por plata; no porque tuvieran miedo de infringir ordenanza municipal alguna, sino porque el dinero allí era sólo una abstracción.  Igualmente se jugaba y fuerte.
Sólo estaba prohibido apostar almas y traiciones. Esta reglamentación se incluyó porque el diablo, un habitué del lugar, siempre se mandaba compadradas apostando traiciones y almas ajenas, pero los muchachos rápidamente advirtieron el escaso valor de estos bienes: nada más inútil que poseer un alma que nos es desconocida o una traición que no nos corresponde. Igualmente quedaban muchas cosas por apostar.
Un 25 de mayo, en una célebre partida de truco criollo, el Farmacéutico Ulises Garsú perdió sus ganas de trabajar; a partir de ahí cerró la farmacia que él mismo atendía las 24 horas y se dedicó a la investigación científica. Quien ganó esta apuesta fue el "Mirlo ": alguien a quien si algo le faltaba, esto era precisamente ganas de trabajar. Hecho con el pozo, el Mirlo terminó la pieza-cocina que venía construyendo en las últimas dos décadas, podó el laurel, aceitó la bicicleta y hasta llegó a limpiar las canaletas; cuando un día encontró al "Soguita" Andreu tomado e indefenso, y en una muy poco noble partida le endosó las ganas de trabajar. A los pocos días tuvieron que internar a Soguita con un grave cuadro inmunológico, debido a que su organismo rechazó al trabajo como un cuerpo extraño. Muchos médicos abordaron este caso e incluso llegaron a darle inmuno-depresores, pero no consiguieron mejora alguna. Quien finalmente logró curar a Soguita fue el mismísimo Dr. Garsú. La milagrosa y escueta receta librada por el profesional sólo indicaba: "Reposo".
La total ausencia del dinero no hacía más que incentivar el ingenio de los muchachos del Alas, que como diría el escritor Tomaz: "hacían virtud de sus limitaciones". Esto funcionaba verdaderamente bien, porque ellos eran tan ricos en virtudes como en limitaciones. Un ejemplo de las triquiñuelas que se creaban a diario es la maniobra "Gran Chuleta", creada por quien le diera su nombre.
Este individuo, cuando se la veía mal, enseguida apostaba a su hermana Susana; inmediatamente todos le dejaban ganar la partida y volvía a adquirir crédito.
Como podrán intuir, en el "Alas" no se admitían extraños y si alguien se animaba a ingresar era tratado en forma despiadada. En una oportunidad estaban jugando al truco gallo Marmorato, Chuleta Martinez y el Mirlo, cuando ingresó un forastero con aspecto de empleado municipal, preguntando por Farias, que no sólo era cantinero sino también albañil barrial. Contradiciendo todos los antecedentes previos, inesperadamente el negro Marmorato lo invitó a completar la mesa de truco y más inesperadamente aún, ninguno de los otros contendientes reaccionó, como si existiera entre ellos alguna comunicación celestial, por encima de la palabra y de lo gestual.
La partida se desarrollaba normalmente, es decir Chuleta perdía fiero, esta vez con Marmorato como compañero. En ese momento, en una obra maestra de actuación clásica, Martínez, con lágrimas en los ojos, apuesta a su hermana. El mirlo lo consulta al forastero: -Mire yo no puedo cubrir esa apuesta, pero si usted se anima, el pozo es suyo.  El forastero, mostrando que no tenía el alma noble de los colombófilos, cubre la apuesta con una bicicleta media-carrera de tres piñones. A Marmorato se le caían las babas al ver el rodado, pero ni dudó en irse al mazo con dos anchos de espada. Lo mismo hizo Chuleta, que por alguna perversa cabriola del destino en ese momento tenía en sus manos una flor de 38.
Así, el administrativo municipal se ganó a la Susana. En un primer momento, cuando el chuleta la fue a buscar y se la presentó, se advirtió en el administrativo un rictus de duda; pero Marmorato le explicó claramente que las deudas de juego son sagradas, que deben saldarse y que no podía dejarlos con la vergüenza de no haber cumplido con una apuesta. Así fue cómo en apenas una tarde -una insignificancia para el Alas donde no existe el tiempo-, Chuleta Martinez logró ubicar a su hermana. En los primeros tiempos de la pareja, Chuleta tuvo que intervenir un par de veces porque le pegaba, inclusive hubo que internar al municipal con fractura de mandíbula, pero finalmente logró calmar la ira instintiva de Susana y la convivencia mejoró.
Posiblemente por un profundo agradecimiento, o tal vez por una profunda lástima hacia el administrativo, se le fue permitiendo el ingreso y poco a poco también la permanencia al Alas Balcarceñas. Si bien tuvo que cebar mate, hacer de campana en invierno, y barrer cáscara de maní durante décadas, alcanzó algo muy difícil de conseguir: pertenecer.
Las reglas de ingreso a la cofradía del Alas eran cambiantes, desconocidas e imposibles de cumplir, digamos que no había ingresos. A cualquiera de los muchachos que se le preguntara sobre cómo ingresó a tan selecta institución, respondía de igual manera: -No sé,

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