Para Giselle era inexorable el
paso del tiempo, un tormento diario e ineludible que la tornaba cómplice
durante todas sus mañanas. De aspecto lánguido y a merced de reiteradas burlas
por parte de algunas compañeras del aula, no esperaba grandes cambios en su
vida. De pelo trigueño, corto y enraizado dejando ver sus ojos tristes color
café, a la sombra de unas enormes cejas cuasi rectas. De orejas
desproporcionadas al tamaño de su cara, emergían como paletas de caramelo
siendo el blanco de algunas manos que jalaban de ellas dejando atrás las risas
y carcajadas. El aire se tornaba turbulento en su nariz respingada y un tanto
chata que producía cosquillas en sus labios delgados, al salir de ella.
Giselle sobresalía además en
estatura lo que la dejaba aún más expuesta ante situaciones que ella misma
quería esconder, como por ejemplo sus pechos pequeños y una delgadez, que sin
ser extrema, alimentaba más aún sus complejas e internas sensaciones de no ser
feliz, de sentirse desvalida, descartada y aislada por la mayoría del alumnado.
Pero no todo era tan sobrio e
inhumano, tenía amigas y amigos que la estimaban y la incluían en sus salidas,
como toda adolescente, siendo ella misma la que se rehusaba a compartir
recluyéndose en sí misma, pues su sufrimiento iba más allá de los buenos
momentos que pudiese compartir. Las miradas ajenas la incomodaban sobremanera,
dibujando en su mente todo tipo de supuestos pensamientos que la otra persona
pudiese esbozar acerca de su apariencia física.
Esa noche del 13 de Septiembre,
22:37 horas, y como todas las noches en su habitación, terminó con sus tareas y
se fue a dormir. En la mañana siguiente, como todas sus mañanas, se dispuso a
ir al colegio, y tras un abrazo a sus padres preocupados por su estado de
ánimo, caminó hacia la puerta, atravesó un pequeño corredor lleno de plantas
recién florecidas en vísperas de la primavera que se asomaba y abrió la puerta
de rejas, invadida de una hermosa enredadera, para esperar su colectivo
escolar. En ese período de espera temporal observa que en su buzón de correos
hay un sobre, sin remitente y tras darlo vuelta, observa su lectura “Para
Giselle”. Rápidamente y tras sentirse acorralada por sus propios fantasmas que
la observaban diariamente, toma el sobre y lo guarda en su mochila.
El día transcurre como el resto
de los días y al retornar a su casa, sin mediar saludo, y tras la sorpresa de
sus padres, corre presurosa a su habitación para abrir el misterioso sobre.
Dentro del mismo, había una
pequeña fórmula incompleta conformada por una serie de “pasos” y “sellos”. El
paso era una instrucción a ejecutar de manera simple pero precisa y el sello,
como corolario del paso ejecutado. Giselle no entendía muy bien y tuvo que
recurrir al diccionario en Internet para comprender. Advirtió que “corolario”,
en resumidas cuentas, es un término que se utiliza en lógica y Matemática para
evidenciar algún hecho, es decir una consecuencia de cierre del “paso” que
debía ejecutar.
El primer paso: “Tomarás un
espejo donde tu figura sea reflejada en forma completa. Todas las mañanas y a
la espera del sello y nuevo paso, deberás observarte sin pestañar durante
treinta segundos exactos.”
Giselle pensó que era otra burla
más de sus compañeras, sería demasiado cruel someterla diariamente al tormento
de observarse, a sabiendas de lo que más odiaba en su vida. Pasaron algunos
días y la idea del “paso” se sacudía irremediablemente dentro de ella -¿qué
tenía que perder?- se cuestionaba. Es así que va a la casa de su abuela de
donde toma un espejo antiguo de las dimensiones de ella, es decir largo y
delgado. La abuela se lo prestó gustosa,
Giselle adujo un experimento de ciencias. El problema fue justificarlo
en su casa, donde se valió del mismo discurso, “por la ciencia”. Es así como
Giselle cumplía todas las mañanas el paso, se observaba durante treinta
segundos, y luego iba a la escuela no sin antes escudriñar su buzón a la espera
del “sello” y un eventual nuevo paso.
Giselle comenzó a advertir
cambios en su físico de manera mágica, sus “paletas de caramelo” cambiaron su
forma y descansaban acariciando suavemente su pelo, ahora más ligero y suelto
que comenzaba a invadir su cara con un flequillo liviano y seguro con un toque
muy personal de distinción. Las cosquillas sobre sus labios ya no eran por el
aire turbulento sino por su pelo en movimiento permanente. Su nariz se volvió
cálida y sensitiva que acompañaba sus primeros intentos de sonrisa. Sus
compañeros y amigos le preguntaban si se había sometido a alguna operación, a
la cual respondía que no, como tampoco daba detalles ni siquiera a sus mejores
amigas. El tiempo pasó.
El primer sello: “Dibujarás el
contorno de tu silueta actual sobre el espejo con un lápiz labial color negro y
lo guardaras junto al espejo por siempre.”
El segundo paso: “Comprarás tres
sostenes de color rojo intenso, el primero a tu medida, el segundo con la
medida siguiente al primero y el tercero a la siguiente medida del segundo.
Deberás utilizarlos los tres al mismo tiempo y sin quitártelos a menos que sea
necesario por naturaleza, y hasta la espera del sello.”
Giselle, se sentía más a gusto,
veía su entorno diferente y sus fantasmas se desvanecían. Sus padres cada vez
más sorprendidos, no alcanzaban a comprender y se reprimían el hecho de someterla
a un interrogatorio, - parece que el experimento de ciencias le sienta bien-,
se decían. Giselle sonreía, comenzaba a salir con sus amigas, tenía
pretendientes y en la escuela la invitaban a desfilar en los cierres de la
clásica competencia deportiva intercolegial o “estudiantina”. ¿Cómo iba a
negarse al segundo paso?, se preguntó. Tomo el lápiz labial, contorneó su
silueta en el espejo y guardó ambos bajo su cama. Todas las mañanas, cerraba su
habitación para que sus padres no advirtieran su experimento. Se colocó los
tres sostenes y con el correr de los días y tras soportar el hecho de no
quitárselos nunca, advirtió que el sostén número uno comenzaba a ajustarle
demasiado. Como el paso indicaba no quitárselos salvo por naturaleza, pues
bien, naturaleza obliga y se quitó el primero. Así ocurrió lo mismo con el
segundo y el tercero.
Sus amigas pensaban que estaba embarazada dado el crecimiento
evidenciado, pero ella indicaba simplemente, -nada que ver-. Se volvió la más
bella, la más deseada.
Segundo sello: “Tomarás los tres
sostenes usados, los pintarás de negro y los guardarás junto al espejo”
Pero no todo era tan bello como
parecía, Giselle no era burlada, más bien odiada por sus competidoras “las
lindas de la escuela” y sus amigas habían perdido a su antigua Giselle, se
distanciaban y la marginaban. Nuevas personas se acercaban para acoplarse a la
“sensación del momento” solo por apariencias y muchos engaños. No tardó mucho
en volver la tristeza a su rostro, se escondía nuevamente y lloraba desconsolada,
extrañando a sus amigas, la sinceridad y pureza de quienes se preocupaban por
ella, incluso, extrañaba a sus padres de quién se había escondido durante mucho
tiempo.
Ultimo sello: “Has cumplido con
tus pasos y logrado lo que tanto buscabas. Definitivamente permanecerás así, si
y solo si, guardas durante toda tu vida el espejo, los sostenes y el lápiz
labial, sin que nadie ni nada altere su condición.”
Transcurría el tiempo y su fama era creciente, no necesitaba
estudiar para aprobar, su belleza estaba por sobre cualquier situación, mas su
soledad era aún mucho mas temible.
Un día cualquiera, corre a su habitación y siendo las 22:37 horas, se arroja bajo su cama, observa
su espejo y lo rompe en miles de pedazos que luego junta en una bolsa de
consorcio. Los sostenes y el lápiz sufren el mismo destino. Arroja la bolsa a
un contenedor de basura y se va a dormir.
El sol de la mañana, como
delgadas sedas, se filtra por las grietas de su habitación acariciando la piel de Giselle. Un
sobresalto la trajo a la realidad, y sus ojos buscaron desesperadamente bajo su
cama. No había nada. Otro suspiro la llevó a tomar su celular y sacarse una
foto propia para observar su apariencia, estaba realmente feliz y contenta.
Besó a sus padres con una gran sonrisa,
caminó hacia la puerta, atravesó el corredor de plantas regalando una
caricia a cada una, abrió la puerta de rejas para esperar su colectivo escolar,
- vaya sueño que tuve-, pensó.
Un niño de la calle, como los hay
tantos, juega a ”encandilar” con un pequeño trozo de espejo que encontró en la
basura.