Hacía cerca de veinte minutos que
esperaba el colectivo, debajo del techo de chapa de la parada. Llovía
desconsoladamente, y allí en el medio del campo solo restaba esperar fumando.
Estaba ojeando un inútil libro de pedagogía, cuando escucho una voz que me
sorprende:
-Profe, ¿no me convida un
cigarrillo?- Yo estaba cagado de frío, no me quiero imaginar cómo habría estado
ese chico con las alpargatas empapadas, el pelo mojado, y sin siquiera una
campera.
Ya no quedaba nadie ni en el
colegio ni en los alrededores, lo niños corrieron bajo la lluvia y los demás
profesores partieron en sus autos propios, ninguno se ofreció a llevarme,
después de todo era solo un profesor suplente de inglés, una materia de segunda
para el resto de los docentes.
A pesar de que muchos no dudarán
en juzgarme por esta actitud, accedí a su pedido, después de todo no fui yo
quien lo inició en el vicio y hacía tiempo que el pibe fumaba, se notaba.
-¿Sabe una cosa? Me cae bien
usted, y no lo digo solo por el cigarrillo, ojalá pudiera continuar con las
clases aquí, la profesora titular es mucho más severa y amargada, viene sin
ganas, obligada. Ya sé que ésta fue su última clase, pero quería decirle que me
gustó tenerlo como profesor.- Era la primera vez que recibía un comentario
positivo de un alumno, no sabía si lo decía realmente por convicción o solo por
ser condescendiente, de todas maneras una palabra de ahínco es una satisfacción
que regocija el alma entre ese mar de desinterés, desagravio y mala conducta
que inunda las escuelas públicas de hoy en día.
Hay algo mágico en compartir un
cigarrillo con alguien, algo que sincera y acerca a las personas, aunque sean
desconocidas, se forma un vínculo circunstancial pero poderoso. Una efímera
intimidad que permite tanto las más profundas declaraciones, como los chistes
más soeces o las pavadas más grandes.
-¿Cuánto hace que fumás? Sos muy
chico, no seas boludo mirá que te va a hacer mierda. Para cuando tengas veinte
vas a estar reventado- No era mi intención sermonearlo, más bien era un
consejo, yo todavía me arrepiento de aquellos primeros cigarrillos en el baño
del colegio secundario, hasta el día de hoy que sigo luchando con el vicio.
-Hace un par de años ya, mi viejo
me convidó los primeros.- Tendría cerca de catorce años, y estaba en esa
maravillosa edad en la que se está a punto de perder la inocencia pero todavía
se mantienen los juegos de la niñez. -Mi mamá se fue hace un par de años, según
papi se fugó con un vecino y nos dejó. La verdad no recuerdo mucho de ella,
solo he visto una o dos fotos que guarda papá en su mesa de luz, junto al
revolver 22 corto, cuando él no está me meto en la pieza y las miro. Las miro y
me pregunto, qué habrá pasado por su cabeza en ese momento en que decidió irse.
¿No habrá pensado en nosotros? ¿No habrá pensado en mí? Quizás ella esté en
este mismo momento en algún lugar, mirando la lluvia igual que yo, y
extrañándome.- Un trueno lejano interrumpió ese incomodo silencio. Terminó el
cigarrillo y lo arrojó lejos. El niño miraba el horizonte, con el
guardapolvos roído, y yo sin saber qué
decirle. Tenía su gastada mochila de Mickey apoyada en el suelo, embarrada, le
faltaba una oreja al ratón y era una perfecta metáfora de una infancia rota,
manchada. Para ser sinceros, ni me acordaba el nombre del nene, creo que el
apellido era Cingolani, pero no estaba seguro.
- A veces las personas tienen
motivos extraños para hacer las cosas, motivos que solo el que los vive conoce.
Sé que debe ser difícil de comprender, pero lo importante no es entender las
causas, sino aprender para no cometer los mismos errores.- Hasta yo me
sorprendí con esa frase que me salió no sé de dónde, quizás un recuerdo latente
de una conjunción de películas pedorras y novelas adolescentes. El pendejo se
quedó un rato en silencio, como pensando en lo que yo le había dicho,
analizando palabra por palabra.
En eso llegó el colectivo, subimos, le pagamos al chofer y
nos sentamos en los primeros dos asientos. Había pocos pasajeros, solo un par
de viejas allá al fondo. El nene fue mirando por la ventanilla todo el viaje,
en silencio, no se lo veía triste, más bien pensativo.
-Gracias por todo, ha sido muy
bueno conmigo, ojalá vuelva a la escuela en algún momento, o quizá algún día
volvamos a vernos si Dios quiere, tal vez nuestros destinos se crucen en algún
punto- Fue lo único que dijo, antes de ponerse de pie y bajar en la tranquera
de un campo, que para mí hubiera sido imposible de identificar, allí en el
medio de la nada.
En eso el chofer me dirige la
palabra, sin quitar la vista de la peligrosa ruta mojada.
- Se nota que es buenísimo el
pibe, siempre muy respetuoso. Pobre, me da lástima a veces. El padre lo hace
laburar como negro en la época de cosecha, y después se gasta la guita en
chupi. El nene dice que la madre se fue, pero lo cierto es que el viejo la
mató, todo el mundo por aquí lo sabe, le pegó un tiro en la cabeza un día que
estaba borracho, hace como diez años, el nene era chiquito en ese entonces.
Nadie sabe dónde está enterrada, por eso está suelto el asesino.- Durante la
media hora restante de viaje hasta llegar a Lobos, no pude dejar de pensar en
aquel pobre pibe, en la vida de mierda que parecía llevar, y en el asesinato de
su madre.
Hace unos días volví a
encontrármelo en la municipalidad, estábamos haciendo cola para hacer unos
trámites, y me vio. Yo le encontré cara conocida cuando se me acercó, pero no
lo pude ubicar hasta que me dijo -Hola profe, cómo está.-
El pibe era un tipo grande ya,
tenía veinticinco me dijo, parece mentira que ya hayan pasado once años de
aquel día de lluvia. Me contó que tenía dos hijos, que estaba casado y a pesar
de las necesidades eran felices.
- Che, mira… no sé cómo
decírtelo, pero en el campo se rumoreaba que a tu vieja la había matado tu
papá. No es problema mío pero quería que lo supieras. Todos estos años me quedó
eso dando vueltas en la cabeza y quería decírtelo.
-Ya conocía ese chusmerío, no se preocupe, en el campo la
gente tiene tiempo libre e inventa boludeces. Mi viejo falleció hace cerca de
seis años, y hasta arreglar el tema de la venta del campo y todo lo legal,
estuve un tiempo quedándome en la casa de mi abuela paterna, la cual no
recordaba tener. Ella me contó la verdad, me mostro más fotos y me dio datos.
Resulta que mi vieja se calentó con otro tipo y se fue a la mierda, nada de
misterioso.
Hace poco la ubiqué por Facebook,
tiene dos hijos grandes, y ya es abuela, vive aquí en Lobos. Un día me la
crucé, aquí en el centro, yo iba con uno de mis hijos y ella pasó por al lado,
ni me conoció. Tal vez hubiera sido mejor la versión que le contaron a usted,
quizás si la hubieran asesinado no hubiera sido tan hija de puta de abandonarnos,
no hubiera tenido la posibilidad de dejar un hijo atrás.- Se me hizo un nudo en
la garganta. Pobre flaco había soportado demasiadas cosas en su vida, desde el
frio despiadado del invierno en el campo, hasta un corazón roto.
-¿Sabe una cosa? Todavía recuerdo
lo que usted me dijo aquel día en el colectivo (yo sinceramente no me acordaba
que pavada le habría dicho), que lo importante no es entender las causas, sino
aprender para no cometer los mismos errores. Yo hoy en día tengo una familia,
dos hijos hermosos y una esposa divina, y son lo más importante del mundo para
mí. Incluso dejé de fumar, hace años que no toco un pucho. Gracias.- Me dio un
abrazo y se fue. Ya no soy más profesor, pero es la más linda anécdota que
tengo, la satisfacción de haber influido positivamente en alguien, y de haber
ayudado sin siquiera imaginarlo.
Lo vi marcharse, de la mano de su
hijo. El niño llevaba una mochila de Mickey, pero esta vez estaba sana.
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