Mi nombre es
Daniel Coreley. He practicado el psicoanálisis durante más de cuarenta años… y
nunca en todo ese tiempo me tocó vivir una historia tan extraña y siniestra
como la que les voy a contar.
El lunes había
transcurrido normalmente, mi secretaria me había anunciado que aún quedaban dos
pacientes. Miré el reloj medio molesto, eran las 19:30 horas. Estaba agotado,
solo quería irme a casa, descansar un buen rato, y si era posible que la lluvia
no me sorprendiera en el camino.
El último paciente
era un hombre bajo, de unos 60 años de edad, calvo y llevaba puesto un suéter
color azul marino, unos Jean y unas zapatillas grises. Arrastraba los pies,
cosa que me molestaba un poco, sus ojos no tenía brillo, era como si estuvieran
apagados y sin vida. Su voz era un poco ronca. Durante la sesión me comentó lo que lo tenía tan preocupado:
Hechos extraños,
fuera de lo común, comenzaron a suceder en su casa, en su sala. Después de cenar le gustaba leer libros sentado en
una vieja silla que se encontraba
frente a la chimenea. Después de un rato, sus ojos comenzaban a cerrarse
y el libro caía a sus piernas y escuchaba ruidos que provenían del gran espejo.
Él intentaba no mirarlo, pero era imposible, era como si una fuerza magnética
atrajera su cuerpo hacia el espejo y ahí comenzaba su pesadilla: del espejo
salían sombras que se desparramaban por toda la sala. Él conocía muy bien esas sombras, ya que eran sus antepasados; su
abuelo con sus mismos anteojos caídos, su abuela con el rulero y sus padres como siempre, con un rostro
fruncido, como de enojo. Después se quedaba dormido hasta que los rayos del sol
lo despertaban y tenía que ir a la funeraria del pueblo, donde trabajaba desde
hacía años.
Al terminar la
charla decidimos que nos encontraríamos nuevamente al cabo de tres días. Camino
a mi hogar, en mi mente resonaba el relato, hasta que el aire frío y helado
borró todos mis pensamientos porque rápidamente tuve que levantar mi cuello para cubrirme un poco de
la lluvia.
El miércoles había
llegado temprano al consultorio y me sorprendí al ver allí a Amos Piper. Estaba muy pálido y sus manos
temblaban. Lo hice pasar y le cometé
que no esperaba verlo hasta antes del jueves. Me explicó que se estaba volviendo
loco.
La noche anterior
se habían repetido los hechos, pero esta vez
no pudo reconocer una de las sombras,
estaba convencido que jamás la había visto. No se trataba de ninguno de
sus parientes, ni viejos amigos de la familia. Era la silueta de un hombre
alto, que llevaba un sombrero muy
peculiar y un largo saco. Esta nueva
presencia lo intimidaba terriblemente.
Decidí que esa
noche lo iría a ver a su casa; me gustaba conocer el entorno de mis pacientes.
Le dije que apenas cuando terminara de trabajar iría a su hogar. Mi propuesta
lo tranquilizo bastante.
Esa noche abandoné
el consultorio a las 20:40 horas y me dirigí en auto hasta la casa de Piper,
siguiendo sus instrucciones. Tenía que tomar el camino por la colina, el cual
era desalojado y solitario, no había nadie en ningún lado.
Ya llevaba quince
minutos de viaje y no podía reconocer ninguna construcción; giré en la
siguiente curva hacia la izquierda y pude ver en casi toda su totalidad la
silueta de la vieja casona. La iluminación era muy escasa por esta razón no la
pude juzgar objetivamente, pero lo que sí sé es que su apariencia me inhibió.
Al acercarme a pie pude ver lo antigua que era. Estaba llena de ventanas y
algunas persianas parecían haber sido rotas por el viento. Toqué la puerta,
miré a mi alrededor y pensé que no era
acogedor vivir en una vieja casona, a veinte minutos del pueblo y al borde del
barranco con el mar enfurecido allá abajo. Inmediatamente mis pensamientos
fueron interrumpidos por una alta mujer, de unos 55 años que me hizo pasar y me
informó que el Sr. Piper vendría enseguida. Aproveché que estaba solo para
observar un poco. Les aseguro que si el exterior de la casa me dejó
boquiabierto el interior no hizo menos. De las paredes colgaban numerosos
retratos de miradas vigilantes, las habitaciones eran muy amplias y poco
luminosas. Sentí unos pasos que se aceraban y pude reconocer que era Amos,
quien me condujo a una sala muy alta.
Una araña inmensa
colgaba del desgarrado rascacielos y el tic tac de un reloj de péndulo cortaba
el silencio. Amos me mostró su silla; me contó que su abuelo por las noches le
contaba historias de asesinos. Él odiaba esos relatos, porque lo atemorizaban,
pero jamás se había atrevido a decir
algo. También odiaba ir a su dormitorio que se encontraba ubicado en la planta
alta, para llegar allí tendría que atravesar la escalera, que crujía. Y sentía
que a su alrededor los personajes de
los cuentos lo seguían. Su corazón latía muy fuerte hasta que lograba dormirse.
Ya de grande había tomado la costumbre de leer cuentos y quedarse dormido en la
sala.
Mientras él me
hablaba, mi curiosidad aumentaba cada vez más, cosa que me sorprendió
demasiado. Le mencioné que quería conocer el espejo, su dedo tembloroso se
movió lentamente señalando detrás de mí.
Giré y todo lo había visto hasta ahora se malgastó en un instante. El
espejo era majestuoso, calculé que aproximadamente mediría unos dos metros
cuadrados. Como Amos había desaparecido en busca de un té, aproveché y me
recosté en el sillón. La luz interrumpida del faro que iluminaba la sala,
acompañada de los truenos creó un clima aterrador. El viento se enfureció de
repente y las hojas de los árboles golpeaban con fuerza en las ventanas. Cerré
los ojos y solo sentía la tibieza del terciopelo en mi nuca. De pronto un
sonido extraño me volvió a la realidad. Creí que era Amos que se acercaba con
mi té, pero no se veía a nadie en el pasillo ni en la sala. Volví a escuchar
los sonidos .Me arrimé, debo confesar, un tanto nervioso, me acerqué al gran espejo; sin ninguna duda
provenían de él. En pocos pasos estuve parado ante él y es hasta el día de hoy
que no puedo explicarme por qué no me vi reflejado en él .Lo rocé con mi mano
muy despacio y una sensación muy extraña
me atravesó todo el cuerpo. Mis oídos
parecían hipnotizados por los ecos y voces que ahora podía asegurar que venían
del otro lado del espejo.
Cuando Amos entró
en la sala, mis nervios eran bastante evidentes, me despedí sin explicaciones y
me marché lo más rápido posible
Ya en mi casa,
tranquilo, pude repasar los hechos, me irrité
demasiado por mi actitud; mi profesión no me permitía esas falencias.
Nunca antes me había sucedido. Decidí que regresaría al día siguiente después
del almuerzo y así fue.
Al llegar, noté
que la puerta no estaba cerrada, sino sólo entornada. Golpeé y como nadie me
atendía decidí entrar. Un gran silencio fue interrumpido por mis pasos. Llamé a
Amos a los gritos, pero nadie respondió. Fui hasta la sala y ahí estaba él, en
su sillón. Creí que dormía, pero vi que sus ojos estaban abiertos; parecía inconsciente, estaba extremadamente
pálido y su pulso era escaso.
Llamé a Osvaldo
Sánchez, el médico del pueblo. Mientras
esperaba que llegara intenté revivir a
Amos, él me miró y enseguida me reconoció, me relató entrecortadamente lo que
había sucedido, la noche anterior las sombras comenzaron a salir del espejo, ya
no eran tres o cuatro eran miles y todas eran desconocidas para él. Dicho esto
se desmayó. Osvaldo lo trasladó hasta el hospital.
A la tarde llamé a Sánchez, este me informó que en los
estudios se había encontrado la
presencia de un veneno fatal y una droga utilizada mucho por las brujas y
curanderas: la verbana. También me dijo
que Piper no pasaría de esa noche. Corté un tanto confundido, ¿por qué Amos
querría envenenarse o tomar una droga alucinatoria?
Abandoné el
consultorio dispuesto a develar el misterio. Fui a la vieja casona, ésta había
quedado sin llave, así que pasé sin ninguna dificultad. Escuché una risa de
hombre acompañada por la voz de una mujer; provenían del primer piso. Me
acerqué silenciosamente, podía ver al ama de llaves desde mi escondite, pero no
a su acompañante. Llamé desde la sala al detective Sams. Había algo que no me
gustaba . Todavía estaban riendo y hablando cuando él llegó.
Junto con sus
oficiales revisaron la casa y detuvieron a Sarah y su cómplice, ya que encontraron en su cuarto frascos con veneno
y la droga que había acabado con la vida del Sr. Piper. Luego supe que Amos en
su testamento le había dejado todo a su ama de llaves. Por lo visto, ella
estaba enterada de esto y no quería esperar más tiempo.
A veces, camino a
la iglesia, puedo ver la parte alta de la casa, su torre; y no puedo evitar que
un escalofrío corra por mi espalda cuando recuerdo el gran espejo y mi imagen
no reflejada…
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