domingo, 9 de noviembre de 2014

CONTATE UN CUENTO VII MENCIÓN DE HONOR CATEGORÍA A: “No vi mi sombra reflejada” Por Agustina Leguizamón – alumna de 2º año de E.S.Nº 3 “Carmelo Sánchez”

   Mi nombre es Daniel Coreley. He practicado el psicoanálisis durante más de cuarenta años… y nunca en todo ese tiempo me tocó vivir una historia tan extraña y siniestra como la que les voy a contar.
  El lunes había transcurrido normalmente, mi secretaria me había anunciado que aún quedaban dos pacientes. Miré el reloj medio molesto, eran las 19:30 horas. Estaba agotado, solo quería irme a casa, descansar un buen rato, y si era posible que la lluvia no me sorprendiera en el camino.
  El último paciente era un hombre bajo, de unos 60 años de edad, calvo y llevaba puesto un suéter color azul marino, unos Jean y unas zapatillas grises. Arrastraba los pies, cosa que me molestaba un poco, sus ojos no tenía brillo, era como si estuvieran apagados y sin vida. Su voz era un poco ronca. Durante la sesión  me comentó lo que lo tenía tan preocupado:
  Hechos extraños, fuera de lo común, comenzaron a suceder en su casa,  en su sala. Después de cenar le gustaba leer libros sentado en una vieja silla que se encontraba  frente a la chimenea. Después de un rato, sus ojos comenzaban a cerrarse y el libro caía a sus piernas y escuchaba ruidos que provenían del gran espejo. Él intentaba no mirarlo, pero era imposible, era como si una fuerza magnética atrajera su cuerpo hacia el espejo y ahí comenzaba su pesadilla: del espejo salían sombras que se desparramaban por toda la sala.  Él conocía muy bien esas sombras, ya que eran sus antepasados; su abuelo con sus mismos anteojos caídos, su abuela con el rulero  y sus padres como siempre, con un rostro fruncido, como de enojo. Después se quedaba dormido hasta que los rayos del sol lo despertaban y tenía que ir a la funeraria del pueblo, donde trabajaba desde hacía años.
   Al terminar la charla decidimos que nos encontraríamos nuevamente al cabo de tres días. Camino a mi hogar, en mi mente resonaba el relato, hasta que el aire frío y helado borró todos mis pensamientos porque rápidamente tuve que  levantar mi cuello para cubrirme un poco de la lluvia.
   El miércoles había llegado temprano al consultorio y me sorprendí al ver allí  a Amos Piper. Estaba muy pálido y sus manos temblaban. Lo hice pasar  y le cometé que no esperaba verlo hasta antes del jueves. Me explicó que se estaba volviendo loco.
  La noche anterior se habían repetido los hechos, pero esta vez   no pudo reconocer una de las sombras,  estaba convencido que jamás la había visto. No se trataba de ninguno de sus parientes, ni viejos amigos de la familia. Era la silueta de un hombre alto, que llevaba un  sombrero muy peculiar y un largo saco.  Esta nueva presencia lo intimidaba terriblemente.
   Decidí que esa noche lo iría a ver a su casa; me gustaba conocer el entorno de mis pacientes. Le dije que apenas cuando terminara de trabajar iría a su hogar. Mi propuesta lo tranquilizo bastante.
  Esa noche abandoné el consultorio a las 20:40 horas y me dirigí en auto hasta la casa de Piper, siguiendo sus instrucciones. Tenía que tomar el camino por la colina, el cual era desalojado y solitario, no había nadie en ningún lado.
  Ya llevaba quince minutos de viaje y no podía reconocer ninguna construcción; giré en la siguiente curva hacia la izquierda y pude ver en casi toda su totalidad la silueta de la vieja casona. La iluminación era muy escasa por esta razón no la pude juzgar objetivamente, pero lo que sí sé es que su apariencia me inhibió. Al acercarme a pie pude ver lo antigua que era. Estaba llena de ventanas y algunas persianas parecían haber sido rotas por el viento. Toqué la puerta, miré a mi alrededor y  pensé que no era acogedor vivir en una vieja casona, a veinte minutos del pueblo y al borde del barranco con el mar enfurecido allá abajo. Inmediatamente mis pensamientos fueron interrumpidos por una alta mujer, de unos 55 años que me hizo pasar y me informó que el Sr. Piper vendría enseguida. Aproveché que estaba solo para observar un poco. Les aseguro que si el exterior de la casa me dejó boquiabierto el interior no hizo menos. De las paredes colgaban numerosos retratos de miradas vigilantes, las habitaciones eran muy amplias y poco luminosas. Sentí unos pasos que se aceraban y pude reconocer que era Amos, quien me condujo a una sala muy alta.
  Una araña inmensa colgaba del desgarrado rascacielos y el tic tac de un reloj de péndulo cortaba el silencio. Amos me mostró su silla; me contó que su abuelo por las noches le contaba historias de asesinos. Él odiaba esos relatos, porque lo atemorizaban, pero  jamás se había atrevido a decir algo. También odiaba ir a su dormitorio que se encontraba ubicado en la planta alta, para llegar allí tendría que atravesar la escalera, que crujía. Y sentía que a su alrededor  los personajes de los cuentos lo seguían. Su corazón latía muy fuerte hasta que lograba dormirse. Ya de grande había tomado la costumbre de leer cuentos y quedarse dormido en la sala.
  Mientras él me hablaba, mi curiosidad aumentaba cada vez más, cosa que me sorprendió demasiado. Le mencioné que quería conocer el espejo, su dedo tembloroso se movió lentamente señalando detrás de mí.  Giré y todo lo había visto hasta ahora se malgastó en un instante. El espejo era majestuoso, calculé que aproximadamente mediría unos dos metros cuadrados. Como Amos había desaparecido en busca de un té, aproveché y me recosté en el sillón. La luz interrumpida del faro que iluminaba la sala, acompañada de los truenos creó un clima aterrador. El viento se enfureció de repente y las hojas de los árboles golpeaban con fuerza en las ventanas. Cerré los ojos y solo sentía la tibieza del terciopelo en mi nuca. De pronto un sonido extraño me volvió a la realidad. Creí que era Amos que se acercaba con mi té, pero no se veía a nadie en el pasillo ni en la sala. Volví a escuchar los sonidos .Me arrimé, debo confesar, un tanto nervioso,  me acerqué al gran espejo; sin ninguna duda provenían de él. En pocos pasos estuve parado ante él y es hasta el día de hoy que no puedo explicarme por qué no me vi reflejado en él .Lo rocé con mi mano muy despacio y una sensación  muy extraña me atravesó  todo el cuerpo. Mis oídos parecían hipnotizados por los ecos y voces que ahora podía asegurar que venían del otro lado del espejo.
  Cuando Amos entró en la sala, mis nervios eran bastante evidentes, me despedí sin explicaciones y me marché lo más rápido posible
   Ya en mi casa, tranquilo, pude repasar los hechos, me irrité  demasiado por mi actitud; mi profesión no me permitía esas falencias. Nunca antes me había sucedido. Decidí que regresaría al día siguiente después del almuerzo y así fue.
   Al llegar, noté que la puerta no estaba cerrada, sino sólo entornada. Golpeé y como nadie me atendía decidí entrar. Un gran silencio fue interrumpido por mis pasos. Llamé a Amos a los gritos, pero nadie respondió. Fui hasta la sala y ahí estaba él, en su sillón. Creí que dormía, pero vi que sus ojos estaban abiertos;  parecía inconsciente, estaba extremadamente pálido y su pulso era escaso.
    Llamé a Osvaldo Sánchez, el médico del pueblo.  Mientras esperaba que llegara intenté  revivir a Amos, él me miró y enseguida me reconoció, me relató entrecortadamente lo que había sucedido, la noche anterior las sombras comenzaron a salir del espejo, ya no eran tres o cuatro eran miles y todas eran desconocidas para él. Dicho esto se desmayó. Osvaldo lo trasladó hasta el hospital.
  A la tarde  llamé a Sánchez, este me informó que en los estudios se había  encontrado la presencia de un veneno fatal y una droga utilizada mucho por las brujas y curanderas: la verbana.  También me dijo que Piper no pasaría de esa noche. Corté un tanto confundido, ¿por qué Amos querría envenenarse o tomar una droga alucinatoria?
  Abandoné el consultorio dispuesto a develar el misterio. Fui a la vieja casona, ésta había quedado sin llave, así que pasé sin ninguna dificultad. Escuché una risa de hombre acompañada por la voz de una mujer; provenían del primer piso. Me acerqué silenciosamente, podía ver al ama de llaves desde mi escondite, pero no a su acompañante. Llamé desde la sala al detective Sams. Había algo que no me gustaba . Todavía estaban riendo y hablando cuando él llegó.
  Junto con sus oficiales revisaron la casa y detuvieron a Sarah y su cómplice, ya que  encontraron en su cuarto frascos con veneno y la droga que había acabado con la vida del Sr. Piper. Luego supe que Amos en su testamento le había dejado todo a su ama de llaves. Por lo visto, ella estaba enterada de esto y no quería esperar más tiempo.

  A veces, camino a la iglesia, puedo ver la parte alta de la casa, su torre; y no puedo evitar que un escalofrío corra por mi espalda cuando recuerdo el gran espejo y mi imagen no reflejada…

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