domingo, 9 de noviembre de 2014

CONTATE UN CUENTO VII- MENCION DE HONOR: “ANGELES SIN ALAS “ Por Viviana Martínez - Balcarce

Esa mañana del 21 de julio marcó mi vida para siempre, aunque no del modo que yo esperaba.
Durante mucho tiempo había anhelado esa entrevista de trabajo. Era la posibilidad de poder hacer algo con mi vida. La verdad es que me había resultado difícil descubrir mi verdadera vocación. Me embarqué en varias carreras y oficios pero ninguno me había satisfecho completamente. Es por ello que cuando leí en el periódico local que convocaban aspirantes  para trabajar en el hospital, pensé “es para mí”. De algo tenían que servir los títulos que había acumulado. Pero esa bendita mañana, parecía que todo en el universo se había complotado  para evitar que llegase a tiempo. El despertador del celu no sonó, no había agua en el edificio porque se había roto un caño, mi auto nunca arrancó y el taxi que conseguí me dejó varada a mitad de camino por un desperfecto técnico. A esa altura yo buscaba la cámara creyendo que era una broma de Tinelli. Me retrasé más de media hora, pero llegué al hospital  justo cuando mis piernas parecían no poder sostenerme por más tiempo. Y allí conocí a Marta; fue quien me entrevistó. Después de contarle acerca de todos mis títulos y capacidades, me  preguntó si sabía para qué servicio era la convocatoria. Ante mi evidente desinformación, me invitó a dar un paseo por el lugar. Mientras caminamos me comentó que había llegado allí al igual que yo, con varios títulos y habilidades, y que en ese hospital había encontrado su lugar.

Marta era la hija mayor de una familia de madre separada y padre ausente.  Siendo  muy pequeña asumió la responsabilidad de cuidar a su hermano. Debía entonces administrar “interinamente” la casa mientras la mamá estaba trabajando. Desde entonces conoció la austeridad y aprendió a fabricar una comida con lo poco que contaba, a hacer su propio pan; aprendió que si un corte de energía eléctrica era antecedido por un ruido de escaleras, significaba que no habían pagado a tiempo la boleta de la luz. Y aprendió que las lágrimas de su hermano sentado delante de una tele apagada, no modificaban esa situación, sólo entristecían el rostro de su madre cuando llegaba agotada de limpiar pisos ajenos.
Marta y su hermano aprendieron que a Papá Noel y a los Reyes Magos no había que pedirles mucho, de manera que también les alcanzase  el dinero para regalarle a otros niños, y  a veces no llegaban a tu casa si vivís lejos.  Y aprendieron que la ropa y los juguetes nuevos  no son  los que se compran en los negocios, sino que son la que te dejan los primos más grandes…

En este punto, mis lágrimas caían como lluvia sobre mi rostro, la emoción me invadía  y me sorprendía ver a mi compañera de paseo, relatar su historia con una enorme sonrisa. Pero supe después  que no siempre pudo ver su vida de esta manera:

Ella había crecido rodeada de mucho amor, pero mirando las cosas que otro tenían y ellos nunca podrían tener. Entonces le reprochaba a Dios hasta cuándo deberían hacer tanto sacrificio, y por qué la vida era tan difícil para ellos.
            Apenas egresada de la escuela secundaria, estudió la carrera de Maestra Jardinera, ya que era una de las pocas ofertas académicas de su ciudad. Pero nunca pudo acceder a un cargo, ni siquiera como suplente. Y también por ello le reprochaba a Dios por qué si hacía las cosas con tanto amor y dedicación, todo seguía siendo tan difícil.
Para  sobrevivir vendía las artesanías que realizaba y ayudaba a su mamá a confeccionar tortas de cumpleaños que vendían a pedido.
Pasaron algunos años, se casó y estudió al fin una carrera universitaria que ofrecían temporalmente en su ciudad: Enfermería. Con el título en su mano comenzó a trabajar en un hospital.
Si bien algunas carencias ya no existían, otras comenzaron a aparecer en su matrimonio: la rutina había consumido el respeto, el buen trato y el  amor que en algún momento habían disfrutado.  Y llorando le continuaba reprochando a Dios porqué la seguía abandonando, hasta cuándo sufriría.
El matrimonio de Marta terminó y ella pudo encontrar un amor verdadero, que se transformó en su compañero de ruta, en su amigo, y un padre maravilloso para sus hijos.

Interrumpí el relato de la enfermera diciendo “Bueno, al menos tanto sufrimiento y sacrificio terminaron en algo lindo. Al fin Dios se acordó de usted”
Marta me sonrió y me dijo con su tono más dulce: “Dios nunca se había olvidado de mí. Estaba trabajando conmigo, me estaba preparando para mi tarea. Y me comentó que un día había recibido un mail ofreciéndole un trabajo en ese Hospital, en el servicio al que nos dirigíamos.
Cruzamos entonces un enorme parque lleno de flores, árboles frondosos y juegos de plaza. Me sorprendió encontrar un lugar tan agradable en medio de un hospital.  No es lo que imaginaba.
Llegamos a una casa con grandes ventanales y un cartel en la puerta que decía “Servicio de Oncología Pediátrica”. Me paralicé y por un momento pensé en decirle que prefería no entrar.
No pude hablar y la puerta se abrió. Y entonces quedé más muda que antes. Aquello tampoco era como lo hubiera imaginado. Había muchos pequeños con pañuelos o gorros cubriendo sus cabecitas desnudas, otros conectados a equipos de oxígeno, otros con sus sueros a cuestas. Pero aquel lugar no era sombrío ni triste. Marta había ideado aquel hogar. Estaba pintado de colores y todos jugaban o realizaban distintas actividades, incluso acompañados de sus papás o hermanos. Ella sabía lo importante que era la unión y el apoyo de la familia para atravesar las situaciones adversas. Había una cocina enorme donde realizaba distintos platos con los niños y algunas madres. Los mismos amiguitos confeccionaban con la ayuda de Marta las tortas de cumpleaños y armaban grandes fiesta.
La sala contigua era un aula, Marta les daba clase y hacían sus tareas escolares. En la “sala de arte”, confeccionaban artesanías que vendía la Cooperadora del Hospital para recaudar  fondos para el Servicio. Y en las vacaciones de invierno, comenzaban con el “Taller Lúdico”, donde confeccionaban y restauraban juguetes para regalar el día del niño, o que enviaban en diciembre a los Servicios de Pediatría de los Hospitales cercanos. A ese proyecto lo llamaban “Papá Noel y Reyes para todos”. Había otra sala de Música, de Teatro… Marta había utilizado todos sus conocimientos y todas sus herramientas en aquel  lugar, con aquellos niños. Pero el proyecto se había extendido tanto que necesitaba colaboradores. Sin duda me uní a esa gran familia. Y apliqué mis conocimientos de Psicología, Servicio Social y hasta el curso que hice de Decoración de Interiores.
Entonces comprendí las palabras de aquella enfermera cuando me dijo que Dios no la había abandonado nunca y la había estado preparando para su tarea. Todo lo que vivió la enriqueció tanto que ahora podía hacer cosas maravillosas.
Los ángeles, también pueden ser simples seres humanos, imperfectos, que sólo le abren a Dios su corazón y se ponen al servicio de sus hermanos. Cada uno con las herramientas que tiene.

Señoras y señores, yo conocí ángeles sin alas, y viven todos en una casita de un hospital.

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