Hugo había salido temprano en la mañana, estaba lloviendo
fortísimo, pero esto no detenía al hombre. Tenía que llegar a la tienda de arte
más cercana a su casa. Una vez allí
sacó apresuradamente el dinero de su bolsillo, compró la pintura que se le había acabado, pero esta vez adquirió
más cantidad.
Hugo era pintor,
siempre hacía obras de arte y los pedidos nunca cesaban en su agenda. Él vivía
de su arte, de lo que creaba sobre la tela y expresaba con sus manos, ya estaba
acostumbrado a la presión, pero esta vez era diferente, Hugo había recibido un
correo de una mujer extraña, esta pedía un total de ocho cuadros, de su propio
retrato, cada uno debía ser creado en un periodo no tan corto uno del otro y
todos debían ser exactamente iguales. Hugo no había experimentado el arte como
en ese tiempo, en que aquella mujer apareció en su casa presentándose como
Helena.
Helena era una
mujer que cruzaba los treinta años, morocha,
de ojos extremadamente azules, algo que encantaba al joven pintor. Hugo
había recibido muchas mujeres en su casa por su trabajo, pero esta era
especial, algo ocultaba que la hacía misteriosamente intrigante y hermosa. Y su
duda había crecido más aún, ya que, Hugo siempre necesitaba saber por qué sus
clientes querían tal pintura, pero Helena no vaciló en decidir no responder a
su pregunta, prefirió callar en todo momento y solo limitarse a posar para él.
En las pinturas,
Helena uso el mismo vestido azul que había comprado exclusivamente para las
obras, el cabello atado detrás de su espalda y un pequeño collar invisible a
simple vista. Se sentaba en un banco de madera de un marrón claro con la
compañía de un florero con rosas. Hugo había preparado detalladamente la escena
con especificaciones agregadas de Helena.
En una semana, Hugo
terminó la primera pintura, se la presentó a Helena que solo sonrió y arregló
con él inmediatamente la próxima cita para la siguiente obra.
Las semanas pasaron
y Hugo ya había completado las 5 pinturas, le faltaban tan solo 3 para satisfacerla y terminar el trabajo.
Pero, a partir de la visita de una colega, el joven pintor cayó en una realidad
que él había ignorado durante mucho tiempo. Esta luego de ver las cinco helenas
le preguntó ¿Has dejado la pintura y ahora te pones a dibujar? Hugo la miró
intrigado, la colega le señaló la cuarta y quinta pintura, escasas de colores,
con más trazos de carbonilla y lápiz que óleo. Hugo parecía estar perdido, sin
entender cómo había dejado los pinceles tan repentinamente, pero no supo cómo
explicarlo.
Hugo decidió
continuar la sexta pintura, trazando y perfeccionando los últimos detalles, pero
siempre continuaba el mismo error inexplicable. La pintura faltaba en sus
cuadros, no sabía cómo ni porqué. El estrés del error inexplicable hacía que
joven artista entrara en una frustración que jamás había sentido. La furia hizo
que tomara una pintura y hundiera
el pincel en ella listo para marcar con ira sobre el cuadro. El pincel
se iba a posar sobre los ojos de Helena para incrustar sin “peros” el rojo
sangre, pero algo lo detuvo. Él pintor se inmovilizó al ver la mirada de la
mujer, que lo observaba desde su tranquila postura al lado del florero, que
también, había dejado de tener flores. La observó durante varios minutos, con
el pincel. Sus ojos comenzaron a brillar, una lágrima y luego dos, comenzaron a
caer, haciendo que este se retirara de esa habitación hacia su cuarto, dada por
terminada la sexta pintura.
Las dos últimas
pinturas ocupaban su agenda, Hugo sentía la necesidad de renunciar, de negarse
a retratarla de nuevo, ya que, antes de adorarlo, Helena lo enfermaba, al igual
que a su arte. Pero la mujer fue insistente
Una mañana, el
hombre despertó y ya no podía crear.
Sin embargo ahí estaba ella, Helena. Al dejarla entrar, notó algo más peculiar
en la joven que de costumbre. Su piel era más pálida, sus ojos no brillaban y
su pelo solo crecía a la altura de sus orejas dejando un pequeño hueco desnudo
de cráneo en su nuca, Hugo no quiso preguntar, solo quería sacársela de encima.
Como era su rutina, Helena se sentó en el mismo banquito, al lado del mismo
florero que solo tenía agua de hace varias semanas, lo miró seria todo el
tiempo, mientras que la pesadilla de Hugo volvió a aparecer. Esta vez, apenas
uso el lápiz, solo hizo un par de rayas que apenas coincidían con el rostro de
Helena, sus manos temblaban, quería llorar y gritarle, gritarle a esa mujer que
no tenía la menor idea de lo que sucedía. Hugo soltó el lápiz expresando que ya
no seguiría el trabajo, y que la séptima pintura iba a finalizar el pedido.
Helena, sorpresivamente, no hizo nada, solo asintió, le pagó lo que debía por su
trabajo y se marchó cerrando la puerta lentamente dejando a Hugo, herido por su
frustración y por sus propios demonios sentado cerca de su caballete.
A los pocos días,
Hugo decidió ir a la casa de Helena con sus siete pinturas para entregárselas como habían acordado,
tocó la puerta hasta ser recibido por
un hombre, vestido en un traje formal negro, decaído en su mirada y con actitud
de pocos amigos, Hugo fue al grano, le pidió hablar con Helena, pero el hombre
lo interrumpió de inmediato, le tocó el hombro con una mano y le dio una
sorpresiva noticia: Helena había muerto. Hugo habló una sola vez, para
preguntar cómo había sucedido, el hombre secó sus pocas lágrimas y habló
tembloroso. Helena había contraído cáncer, un cáncer agobiante que había consumido
rápidamente a la mujer. Helena no había revelado nunca su secreto, era una
mujer solitaria que no compartía ni sus palabras con su sombra, se había
convertido en una mujer muy reservada.
Hugo sintió un
dolor en su pecho y una tristeza profunda por la muerte de la musa de su
destrucción. El hombre que se encontraba aun sollozando, por curiosidad,
interrumpió a Hugo preguntándole quién era él para Helena, el joven respondió
que se trataba de un pintor que había sido contratado por la difunta, para realizar
ocho cuadros, de los cuales, siete pudo terminar por obligación. Aquel,
interrumpió a Hugo estrechando su mano habiendo entendido que Helena había hecho un trato con un pintor y
que este debía entregar algo especial. Hugo le respondió que Helena le había
solicitado sus obras para llevarlas a su casa ese mismo día, el día de su
velorio, para sorpresa del pintor. El señor le pidió que pasase con sus
pinturas, lo guió por la sala y pidió ayuda de otros que se encontraban allí
para colocarlas en toda la habitación. Desde la primera, hasta la séptima, de
diferentes matices y colores, hasta lo blanco, negro y gris se encontraba en
las paredes, como una secuencia de tiempo cuando la vida viajó hacía la
muerte. Las personas a su alrededor no
entendían de qué se trataba esa “sorpresa”, más aún, creían que se trataba de
algo morboso y macabro. Hasta que uno de ellos, apareció con un sobre, que
decía en frente, “Para Hugo”, se lo entregó al pintor quien lo leyó en voz
alta. En aquella carta, Helena agradecía principalmente por haber terminado las
pinturas, por la paciencia con que la
había tratado , también por haber soportado aquellos sucesos que trastornaron
su mente y lo incapacitaron para continuar. Por haber sentido y descubierto su
destino poco a poco. Por haber expresado en su obra cada fase, cada aura y
pálpito que su musa transmitía, desde el apagón de sus ojos extremadamente
azules, el desgaste de su vestido, como la oscuridad amarga de sus cabellos
negros profundos hasta revelar el cáncer que la rodeaba. Hugo había sido
engañado, había entendido que Helena sabía toda la situación por la que él se enfrentaba al obedecer lo
que la mujer pedía, había sido usado para transmitir como decaía la vida de
Helena, había sido embrujado para fallar, para ser infiel a su arte y obedecer
a los sentimientos más extraños y desquiciados de su corazón.
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