domingo, 9 de noviembre de 2014

CONTATE UN CUENTO VII -GANADOR DE CATEGORÍA C “LA MUSA” Por Ana Clara de los Ángeles Romero – alumna de 5º año de la E.S.Nº 1 “Antonio G. Balcarce”

    Hugo había salido temprano en la mañana, estaba lloviendo fortísimo, pero esto no detenía al hombre. Tenía que llegar a la tienda de arte más cercana a su casa. Una vez allí  sacó apresuradamente el dinero de su bolsillo,  compró la pintura que se le había acabado, pero esta vez adquirió más cantidad. 
   Hugo era pintor, siempre hacía obras de arte y los pedidos nunca cesaban en su agenda. Él vivía de su arte, de lo que creaba sobre la tela y expresaba con sus manos, ya estaba acostumbrado a la presión, pero esta vez era diferente, Hugo había recibido un correo de una mujer extraña, esta pedía un total de ocho cuadros, de su propio retrato, cada uno debía ser creado en un periodo no tan corto uno del otro y todos debían ser exactamente iguales. Hugo no había experimentado el arte como en ese tiempo, en que aquella mujer apareció en su casa presentándose como Helena.
  Helena era una mujer que cruzaba los treinta años, morocha,  de ojos extremadamente azules, algo que encantaba al joven pintor. Hugo había recibido muchas mujeres en su casa por su trabajo, pero esta era especial, algo ocultaba que la hacía misteriosamente intrigante y hermosa. Y su duda había crecido más aún, ya que, Hugo siempre necesitaba saber por qué sus clientes querían tal pintura, pero Helena no vaciló en decidir no responder a su pregunta, prefirió callar en todo momento y solo limitarse a posar para él.
   En las pinturas, Helena uso el mismo vestido azul que había comprado exclusivamente para las obras, el cabello atado detrás de su espalda y un pequeño collar invisible a simple vista. Se sentaba en un banco de madera de un marrón claro con la compañía de un florero con rosas. Hugo había preparado detalladamente la escena con especificaciones agregadas de Helena.
  En una semana, Hugo terminó la primera pintura, se la presentó a Helena que solo sonrió y arregló con él inmediatamente la próxima cita para la siguiente obra.
  Las semanas pasaron y Hugo ya había completado las 5 pinturas, le faltaban tan solo 3  para satisfacerla y terminar el trabajo. Pero, a partir de la visita de una colega, el joven pintor cayó en una realidad que él había ignorado durante mucho tiempo. Esta luego de ver las cinco helenas le preguntó ¿Has dejado la pintura y ahora te pones a dibujar? Hugo la miró intrigado, la colega le señaló la cuarta y quinta pintura, escasas de colores, con más trazos de carbonilla y lápiz que óleo. Hugo parecía estar perdido, sin entender cómo había dejado los pinceles tan repentinamente, pero no supo cómo explicarlo.
  Hugo decidió continuar la sexta pintura, trazando y perfeccionando los últimos detalles, pero siempre continuaba el mismo error inexplicable. La pintura faltaba en sus cuadros, no sabía cómo ni porqué. El estrés del error inexplicable hacía que joven artista entrara en una frustración que jamás había sentido. La furia hizo que  tomara una pintura y  hundiera  el pincel en ella listo para marcar con ira sobre el cuadro. El pincel se iba a posar sobre los ojos de Helena para incrustar sin “peros” el rojo sangre, pero algo lo detuvo. Él pintor se inmovilizó al ver la mirada de la mujer, que lo observaba desde su tranquila postura al lado del florero, que también, había dejado de tener flores. La observó durante varios minutos, con el pincel. Sus ojos comenzaron a brillar, una lágrima y luego dos, comenzaron a caer, haciendo que este se retirara de esa habitación hacia su cuarto, dada por terminada la sexta pintura.
  Las dos últimas pinturas ocupaban su agenda, Hugo sentía la necesidad de renunciar, de negarse a retratarla de nuevo, ya que, antes de adorarlo, Helena lo enfermaba, al igual que a su arte. Pero la mujer fue insistente
  Una mañana, el hombre despertó y ya no podía  crear. Sin embargo ahí estaba ella, Helena. Al dejarla entrar, notó algo más peculiar en la joven que de costumbre. Su piel era más pálida, sus ojos no brillaban y su pelo solo crecía a la altura de sus orejas dejando un pequeño hueco desnudo de cráneo en su nuca, Hugo no quiso preguntar, solo quería sacársela de encima. Como era su rutina, Helena se sentó en el mismo banquito, al lado del mismo florero que solo tenía agua de hace varias semanas, lo miró seria todo el tiempo, mientras que la pesadilla de Hugo volvió a aparecer. Esta vez, apenas uso el lápiz, solo hizo un par de rayas que apenas coincidían con el rostro de Helena, sus manos temblaban, quería llorar y gritarle, gritarle a esa mujer que no tenía la menor idea de lo que sucedía. Hugo soltó el lápiz expresando que ya no seguiría el trabajo, y que la séptima pintura iba a finalizar el pedido. Helena, sorpresivamente, no hizo nada, solo asintió, le pagó lo que debía por su trabajo y se marchó cerrando la puerta lentamente dejando a Hugo, herido por su frustración y por sus propios demonios sentado cerca de su caballete.
   A los pocos días, Hugo  decidió ir a la  casa de Helena con sus siete pinturas  para entregárselas como habían acordado, tocó la puerta  hasta ser recibido por un hombre, vestido en un traje formal negro, decaído en su mirada y con actitud de pocos amigos, Hugo fue al grano, le pidió hablar con Helena, pero el hombre lo interrumpió de inmediato, le tocó el hombro con una mano y le dio una sorpresiva noticia: Helena había muerto. Hugo habló una sola vez, para preguntar cómo había sucedido, el hombre secó sus pocas lágrimas y habló tembloroso. Helena había contraído cáncer, un cáncer agobiante que había consumido rápidamente a la mujer. Helena no había revelado nunca su secreto, era una mujer solitaria que no compartía ni sus palabras con su sombra, se había convertido en una mujer muy reservada.

   Hugo sintió un dolor en su pecho y una tristeza profunda por la muerte de la musa de su destrucción. El hombre que se encontraba aun sollozando, por curiosidad, interrumpió a Hugo preguntándole quién era él para Helena, el joven respondió que se trataba de un pintor que había sido contratado por la difunta, para realizar ocho cuadros, de los cuales, siete pudo terminar por obligación. Aquel, interrumpió a Hugo estrechando su mano habiendo entendido que  Helena había hecho un trato con un pintor y que este debía entregar algo especial. Hugo le respondió que Helena le había solicitado sus obras para llevarlas a su casa ese mismo día, el día de su velorio, para sorpresa del pintor. El señor le pidió que pasase con sus pinturas, lo guió por la sala y pidió ayuda de otros que se encontraban allí para colocarlas en toda la habitación. Desde la primera, hasta la séptima, de diferentes matices y colores, hasta lo blanco, negro y gris se encontraba en las paredes, como una secuencia de tiempo cuando la vida viajó hacía la muerte.  Las personas a su alrededor no entendían de qué se trataba esa “sorpresa”, más aún, creían que se trataba de algo morboso y macabro. Hasta que uno de ellos, apareció con un sobre, que decía en frente, “Para Hugo”, se lo entregó al pintor quien lo leyó en voz alta. En aquella carta, Helena agradecía principalmente por haber terminado las pinturas,  por la paciencia con que la había tratado , también por haber soportado aquellos sucesos que trastornaron su mente y lo incapacitaron para continuar. Por haber sentido y descubierto su destino poco a poco. Por haber expresado en su obra cada fase, cada aura y pálpito que su musa transmitía, desde el apagón de sus ojos extremadamente azules, el desgaste de su vestido, como la oscuridad amarga de sus cabellos negros profundos hasta revelar el cáncer que la rodeaba. Hugo había sido engañado, había entendido que Helena sabía toda la situación  por la que él se enfrentaba al obedecer lo que la mujer pedía, había sido usado para transmitir como decaía la vida de Helena, había sido embrujado para fallar, para ser infiel a su arte y obedecer a los sentimientos más extraños y desquiciados de su corazón.

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