domingo, 9 de noviembre de 2014

CONTATE UN CUENTO VII Ganador de Categoría A "EL AMOR DESPUÉS DEL AMOR" Por Milagros Johana López – alumna de 1º año de la E.S.Nº 1 de Napaleofú

    Naiara era una adolescente de quince años cuyo  pelo rubio como los rayos de sol lucían como relámpagos de belleza, en su interior las notas de alegría sonaban como el susurro del viento, disfrutaba el día a día con sus amigos, ella era simplemente feliz. Su brillo, su figura palpitaba entre las reinas del Olimpo. En fin, ella era una chica que trasmitía  dulzura a todas las personas  Su casa se situaba en las afueras de la ciudad donde vivía junto a sus abuelos y sus padres.
   Una noche de mucho frío, rozando la medianoche, su madre la llamó sollozante para que se levantara porque su abuela  estaba muy mal. Ella preocupada se levantó sin decir una palabra, se encontraba abatida por lo que estaba sucediendo ya que eran muy unidas.
   Desesperados fueron al hospital para atender a su abuela, cuando llegaron, los recibió una enfermera . La anciana, pálida como la nieve, estaba descompensada. La entraron a la dependencia y sus familiares muy asustados esperaron en el lugar. Horas más tarde,  la enfermera les comunicó que su abuela no sobreviviría. Esa noche, muy preocupados y en silencio aguardaron que algo pasara. Pocas horas después la enfermera temblando pronunció lo que nadie quería escuchar: su abuela no había sobrevivido la noche, tal y  como le habían dicho los médicos. La joven quedó anonadada y de su mejilla cayó una lágrima, seguida a esa, varias más. El dolor recorrió todo su cuerpo, su expresión de joven alegre se había diluido.
   Dicen que el tiempo pasa y las heridas sanan pero esta no había sanado. Seguía quedando en ella esa amargura, esa oscuridad sombría. Nadie iba a devolverle a su abuela, por más que una parte de ella, estuviera en su abuelo. No podía creer que ya no la tenía más, se había ido en un abrir y cerrar de ojos.
   Pasó el tiempo y ella ya no tenía el mismo brillo ni la misma luz que antes. Estaba seria y nunca se reía, ya no quería juntarse con nadie y que nadie la molestara. Se sentía vacía. Más allá de que sus familiares estuvieran con ella, no era lo mismo, su mundo había cambiado, su mundo se estaba agotando. Pasaba días enteros recordando a su abuela, sin poder sacarse todos los momentos hermosos que habían vivido juntas. La recordaba día a día, cada segundo,  cada minuto.
   Un día sus padres, al ver que ella estaba siempre en la oscuridad, sin comer, sin dormir, sin imaginar, sin soñar, la llevaron de viaje. Trataban de hacer todo para hacerla feliz, pero aunque ella notaba el esfuerzo  no podía; su dolor era más grande de lo que imaginaba, de lo que podía superar. Viajó con ellos el abuelo, que, lleno de dolor comprendía el sentimiento de la dulce Naiara. La joven siempre tenía en sus manos una foto de sus abuelos, su mirada era de pura nostalgia.
   Cuando llegaron al hotel, sus padres la anotaron en pequeños excursiones para que se distrajese , la niña iba solo por complacer a  sus padres. Su ánimo no era el mejor, pensaba que su vida ya no tenía sentido. Una tarde, se sentó junto a su abuelo, se veía raro, triste, con una mueca de desgaste en su rostro paternal.
-Hija – exclamó su abuelo
-¿Qué pasa abue? – contestó ella
-¿La extrañas verdad? – preguntó
- Sí, demasiado – respondió
- Cuando volvamos te prometo que iremos a visitarla.
   Semanas después volvieron a la ciudad. El abuelo la llevó a ver a su abuela al cementerio tal como se lo había prometido.
   Naiara había bajado sus notas en el colegio, sus padres se preocupaban mucho. Ella intentaba, pero no podía sacarse los recuerdos de su abuela de la cabeza.
   Pasaron tres años. Su abuelo  enfermó a  causa de  la tristeza de no tener a su esposa. Su madre, muy angustiada, lo internó. Los días pasaban y su salud no mejoraba. Su abuelo estuvo una semana internado y ella lo iba a visitar todos los días. Veía como el anciano  se deterioraba al pasar los minutos y  las horas; ella sentía que también se moría, no quería perderlo, ellos eran muy unidos, al igual que con su abuela. Nairara  aguardó junto a sus padres toda la noche en la sala para recibir noticias, ya que esa misma tarde, no había comido y no abría los ojos. La joven estaba muy cansada y dolida. Justo cuando estaba por quedarse dormida sobre el hombro de su padre, escuchó que un doctor les declaraba a sus padres que el paciente había fallecido. Sollozante se quedó atónita y sin poder emitir palabra alguna. En el funeral, estuvo todo el tiempo al lado del cajón de su abuelo, llorando . Había perdido, gran parte de su alma.
   Cuando llegó a su casa se encerró en su cuarto, no quería que nadie la molestara. Sentía mucha tristeza, ya no iba a sentir su calor nunca más. Desanimada, triste y moribunda, agobiada por su pérdida no deseaba hacer más nada que encerrarse en su habitación.
   Nuevamente pasó  el tiempo, su corazón dormido no emitía latidos, no emitía brisas, no le daba vida a su alma, los días en el colegio eran agotadores, su concentración estaba perdida en algún sueño inalcanzable. Se sentía sola, estaba vacía, vivía en su mundo, en su triste mundo.
   Un  día sentada en el patio, en soledad como todos los días,  observó una sombra acercándose, al levantar la mirada vio a un chico morocho de ojos marrones. Era parte de su clase, nunca habían hablado, ellos no se conocían. La miró, sonrió y se sentó a su lado, tranquilo, con una nota de sencillez y humildad en su voz le preguntó:
-¿Qué te pasa?
-Extraño a mis abuelos- contestó
- Lo entiendo, lo puedo ver en tus ojos. Mirá los míos, somos iguales ¿Por qué no tratas de pensar en otra cosa? – dijo él
- Porque no puedo – respondió ella
- ¿Querés tomar un helado después del colegio?
-  Mmmmm….no, no tengo ganas, otro día. – dijo ella
_ ¡Bueno! Está bien – contestó sonriendo
   Al llegar a su casa Naiara  se encerró nuevamente en su habitación y se quedó dormida. Su madre la llamó para comer, pero ella no tenía apetito. Siguió durmiendo hasta el otro día. Cuando el despertador sonó se levantó sabiendo que tenía que ir de nuevo a ese lugar que no quería, donde no se sentía cómoda. A la entrada del colegio, el chico la estaba esperando. Ella estaba sorprendida, entraron juntos, sin emitir palabras.
   Con el correr de los días se amigaron, se quisieron. Una tarde el chico, recordó aquella tarde en la que la conoció, aquella tarde en que se cruzó con esa hermosa hada y con una sonrisa enorme le preguntó a su doncella si le aceptaría un helado. Naiara no rechazo la invitación y fue. Era una hermosa tarde, el sol brillaba, los pájaros silbaban a la par del viento, las pocas nubes, creaban formas especiales y ella se sentía un poco mejor.
   Cuando llegó a su casa, se acostó y, dejando de lado los pensamientos de sus abuelos, se puso a pensar en ese chico. Cada vez que pensaba sentía flotar mariposas en su panza, ella, luego de tanto tiempo, había vuelto a sonreír.
   Corrían los días,  los meses, el chico, también enamorado le declaró su amor y le pidió ser su novia. La joven no sabía qué decirle. Le pidió que la esperara, que lo iba a pensar. Luego de dos semanas Naiara lo  buscó, lo confrontó y le contestó, un suave y dulce sí.
   Así pasaron los años, había recobrado el humor, había vuelto a sonreír, su corazón, volvía a palpitar y cada noche, antes de dormir, miraba el cielo y buscaba en su imaginación a esas dos estrellas, que desde los más alto de la tierra, cuidaban su encanto, cuidaban de su dulce flor, de la dulce y hermosa Naiara Cusenier.


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