Naiara era una adolescente de quince años cuyo pelo rubio como los rayos de sol lucían como
relámpagos de belleza, en su interior las notas de alegría sonaban como el
susurro del viento, disfrutaba el día a día con sus amigos, ella era
simplemente feliz. Su brillo, su figura palpitaba entre las reinas del Olimpo.
En fin, ella era una chica que trasmitía
dulzura a todas las personas Su
casa se situaba en las afueras de la ciudad donde vivía junto a sus abuelos y
sus padres.
Una noche de mucho
frío, rozando la medianoche, su madre la llamó sollozante para que se levantara
porque su abuela estaba muy mal. Ella
preocupada se levantó sin decir una palabra, se encontraba abatida por lo que
estaba sucediendo ya que eran muy unidas.
Desesperados
fueron al hospital para atender a su abuela, cuando llegaron, los recibió una
enfermera . La anciana, pálida como la nieve, estaba descompensada. La entraron
a la dependencia y sus familiares muy asustados esperaron en el lugar. Horas
más tarde, la enfermera les comunicó
que su abuela no sobreviviría. Esa noche, muy preocupados y en silencio
aguardaron que algo pasara. Pocas horas después la enfermera temblando
pronunció lo que nadie quería escuchar: su abuela no había sobrevivido la
noche, tal y como le habían dicho los
médicos. La joven quedó anonadada y de su mejilla cayó una lágrima, seguida a
esa, varias más. El dolor recorrió todo su cuerpo, su expresión de joven alegre
se había diluido.
Dicen que el
tiempo pasa y las heridas sanan pero esta no había sanado. Seguía quedando en
ella esa amargura, esa oscuridad sombría. Nadie iba a devolverle a su abuela,
por más que una parte de ella, estuviera en su abuelo. No podía creer que ya no
la tenía más, se había ido en un abrir y cerrar de ojos.
Pasó el tiempo y
ella ya no tenía el mismo brillo ni la misma luz que antes. Estaba seria y
nunca se reía, ya no quería juntarse con nadie y que nadie la molestara. Se
sentía vacía. Más allá de que sus familiares estuvieran con ella, no era lo
mismo, su mundo había cambiado, su mundo se estaba agotando. Pasaba días enteros
recordando a su abuela, sin poder sacarse todos los momentos hermosos que
habían vivido juntas. La recordaba día a día, cada segundo, cada minuto.
Un día sus padres,
al ver que ella estaba siempre en la oscuridad, sin comer, sin dormir, sin
imaginar, sin soñar, la llevaron de viaje. Trataban de hacer todo para hacerla
feliz, pero aunque ella notaba el esfuerzo
no podía; su dolor era más grande de lo que imaginaba, de lo que podía
superar. Viajó con ellos el abuelo, que, lleno de dolor comprendía el
sentimiento de la dulce Naiara. La joven siempre tenía en sus manos una foto de
sus abuelos, su mirada era de pura nostalgia.
Cuando llegaron al
hotel, sus padres la anotaron en pequeños excursiones para que se distrajese ,
la niña iba solo por complacer a sus
padres. Su ánimo no era el mejor, pensaba que su vida ya no tenía sentido. Una
tarde, se sentó junto a su abuelo, se veía raro, triste, con una mueca de
desgaste en su rostro paternal.
-Hija – exclamó su abuelo
-¿Qué pasa abue? – contestó ella
-¿La extrañas verdad? – preguntó
- Sí, demasiado – respondió
- Cuando volvamos te prometo que
iremos a visitarla.
Semanas después
volvieron a la ciudad. El abuelo la llevó a ver a su abuela al cementerio tal
como se lo había prometido.
Naiara había bajado
sus notas en el colegio, sus padres se preocupaban mucho. Ella intentaba, pero
no podía sacarse los recuerdos de su abuela de la cabeza.
Pasaron tres años.
Su abuelo enfermó a causa de
la tristeza de no tener a su esposa. Su madre, muy angustiada, lo
internó. Los días pasaban y su salud no mejoraba. Su abuelo estuvo una semana
internado y ella lo iba a visitar todos los días. Veía como el anciano se deterioraba al pasar los minutos y las horas; ella sentía que también se moría,
no quería perderlo, ellos eran muy unidos, al igual que con su abuela.
Nairara aguardó junto a sus padres toda
la noche en la sala para recibir noticias, ya que esa misma tarde, no había
comido y no abría los ojos. La joven estaba muy cansada y dolida. Justo cuando
estaba por quedarse dormida sobre el hombro de su padre, escuchó que un doctor
les declaraba a sus padres que el paciente había fallecido. Sollozante se quedó
atónita y sin poder emitir palabra alguna. En el funeral, estuvo todo el tiempo
al lado del cajón de su abuelo, llorando . Había perdido, gran parte de su
alma.
Cuando llegó a su
casa se encerró en su cuarto, no quería que nadie la molestara. Sentía mucha
tristeza, ya no iba a sentir su calor nunca más. Desanimada, triste y
moribunda, agobiada por su pérdida no deseaba hacer más nada que encerrarse en
su habitación.
Nuevamente
pasó el tiempo, su corazón dormido no
emitía latidos, no emitía brisas, no le daba vida a su alma, los días en el
colegio eran agotadores, su concentración estaba perdida en algún sueño
inalcanzable. Se sentía sola, estaba vacía, vivía en su mundo, en su triste
mundo.
Un día sentada en el patio, en soledad como
todos los días, observó una sombra
acercándose, al levantar la mirada vio a un chico morocho de ojos marrones. Era
parte de su clase, nunca habían hablado, ellos no se conocían. La miró, sonrió
y se sentó a su lado, tranquilo, con una nota de sencillez y humildad en su voz
le preguntó:
-¿Qué te pasa?
-Extraño a mis abuelos- contestó
- Lo entiendo, lo puedo ver en
tus ojos. Mirá los míos, somos iguales ¿Por qué no tratas de pensar en otra
cosa? – dijo él
- Porque no puedo – respondió
ella
- ¿Querés tomar un helado después
del colegio?
- Mmmmm….no, no tengo ganas, otro día. – dijo ella
_ ¡Bueno! Está bien – contestó sonriendo
Al llegar a su
casa Naiara se encerró nuevamente en su
habitación y se quedó dormida. Su madre la llamó para comer, pero ella no tenía
apetito. Siguió durmiendo hasta el otro día. Cuando el despertador sonó se
levantó sabiendo que tenía que ir de nuevo a ese lugar que no quería, donde no
se sentía cómoda. A la entrada del colegio, el chico la estaba esperando. Ella
estaba sorprendida, entraron juntos, sin emitir palabras.
Con el correr de
los días se amigaron, se quisieron. Una tarde el chico, recordó aquella tarde
en la que la conoció, aquella tarde en que se cruzó con esa hermosa hada y con
una sonrisa enorme le preguntó a su doncella si le aceptaría un helado. Naiara
no rechazo la invitación y fue. Era una hermosa tarde, el sol brillaba, los
pájaros silbaban a la par del viento, las pocas nubes, creaban formas
especiales y ella se sentía un poco mejor.
Cuando llegó a su
casa, se acostó y, dejando de lado los pensamientos de sus abuelos, se puso a
pensar en ese chico. Cada vez que pensaba sentía flotar mariposas en su panza,
ella, luego de tanto tiempo, había vuelto a sonreír.
Corrían los
días, los meses, el chico, también
enamorado le declaró su amor y le pidió ser su novia. La joven no sabía qué
decirle. Le pidió que la esperara, que lo iba a pensar. Luego de dos semanas
Naiara lo buscó, lo confrontó y le
contestó, un suave y dulce sí.
Así pasaron los
años, había recobrado el humor, había vuelto a sonreír, su corazón, volvía a
palpitar y cada noche, antes de dormir, miraba el cielo y buscaba en su
imaginación a esas dos estrellas, que desde los más alto de la tierra, cuidaban
su encanto, cuidaban de su dulce flor, de la dulce y hermosa Naiara Cusenier.
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