domingo, 9 de noviembre de 2014

CONTATE UN CUENTO VII - MENCIÓN DE HONOR “¿Y dónde están mis zapatos?” Por Gladys Aguilar – alumna de 6º año de la E.S.Nº 1 “Antonio G.Balcarce”

- ¿Dónde están mis zapatos? - pregunté preocupado mientras los buscaba debajo de la cama. Eran mis zapatos favoritos, de un verde azulado, los necesitaba para poder ir a entrenar. Sabía que con la arterias clorosis de mi madre no los iba a encontrar, así había pasado con cada uno de los pares de zapatos que yo compraba, ninguno duraba más de dos meses en casa. Nunca sabía dónde terminaban, revolvía los rincones más insólitos de la casa y no estaban, abría los roperos, los cajones, desarmaba las cañerías, subía a los techos y hasta revisaba dentro de la aspiradora. Nunca obtenía resultados. Tenía más de 50 pares de zapatos perdidos, que yo haya contado.
- ¿Qué zapatos? - preguntó mi mamá, algo extrañada.
 Ella buscaba, pero nunca encontraba nada, o cambiaba las cosas de lugar y después desaparecían mágicamente de ese sitio.
- ¡¡¡¡LOS VERDE AZULADOSSSSSS!!!!! - grité desesperado, viendo que ya estaba llegando quince minutos tarde al entrenamiento. Todavía tenía que caminar 15 cuadras hasta llegar a la cancha. Revolví una vez más el desorden de mi habitación, quizá los zapatos estaban ahí tirados y yo no los había visto. Negativo. Opté por ir a entrenar con los mocasines del traje que usé en la fiesta de 15 de una amiga. Un mocasín y una pantufla. En la caja quedaba solo un mocasín, vaya a saber dónde estaba el otro.
- Los zapatos rojos están arriba del televisor de la cocina, tu padre los puso ahí - respondió mi madre. Fui a ver y arriba del televisor solo había un corpiño de mi bisabuela. Vaya a saber cómo terminó allí. Ni en mi más profunda borrachera iba a agarrarlo para sacarlo de ahí, preferí ignorarlo y salir para mi entrenamiento, que ya bastante tarde era.
Caminé las 15 cuadras y al llegar noté que no había nadie en la cancha. Sólo estaba el profesor guardando las pelotas, quien al verme me miró y enojado me reprendió: “Sexta semana que llegas cuando el entrenamiento termina.¿Querés que te expulse?” Pedí disculpas y volví a mi casa. Lo de siempre, mi mamá no cambió las pilas del reloj como me dijo que había hecho.
Cuando llegué a casa, recordé que al  día siguiente tenía evaluación de matemáticas,  y tenía que hacer el recuperatorio de geografía, que lamentablemente   reprobé y necesitaba  recuperarlo porque estaba en riesgo de llevarme  a diciembre la materia, esa vieja de mierda no me banca y a toda costa me la quiere hacer llevar, pero voy a estudiar y quiera o no, me va a tener  que aprobar.   
Empecé con matemática, me iba  bastante bien así que solo tenía que repasar, además el profesor era buena onda  y  me iba a ayudar, como siempre.  Leí las teorías  y algunos de los ejemplos que explicó y  fui a buscar  la carpeta  de geografía,  la encontré abierta y con unas hojas  llenas de garabatos que había  dibujado cuando era chico, no logré entender cómo habían llegado allí, además de que hacía varios años se los había regalado a mi vecina, que siempre insistía en que yo tenía que ser artista, pobre viejita, venía de la prehistoria. Me dispuse a estudiar del libro para después buscar la carpeta, leí los temas, llegó la noche,  y me acosté temprano a dormir porque me sentía agotado. 
A la mañana siguiente, mi mamá me despertó con el  desayuno, un té con una deliciosa torta de chocolate que ella misma había preparado durante la tarde de ayer. Observé detalladamente su cabello, lo tenía más corto, lleno de canas y su rostro  se veía algo arrugado, me empecé a preguntar en qué momento  había envejecido de esa manera, ya que  en la última foto familiar que sacamos 6 meses atrás, era morocha, con un cabello extremadamente largo y saludable,  y poseía una piel envidiable, suave, y sin imperfecciones, creo que el tiempo pasó muy rápido, y mi madre era testigo y víctima de ello, estaba muy cambiada.  Se notaba a la distancia que esas ganas  de vivir que ella siempre tenía habían desaparecido, y en vez de una sonrisa en su rostro, ahora había un gesto desganado y cansado en su cara.  Estaba un poco más agresiva que antes, bastante diría yo, se la pasaba diciendo que  estaba cada día más torpe y despistado.  ¿Yo despistado? No entendía por qué me decía eso a mí, si la que me perdía las cosas cada vez que las tocaba era ella, yo suelo ser muy ordenado, y gracias al  cielo nunca fui un chico torpe, desde pequeño solía ser un niño astuto y habilidoso.
Luego de esa serie de pensamientos, en los que no dirigí la palabra a nadie, decidí seguir repasando mi lección de geografía ya que había estudiado mal y sentía que tenía la mente en blanco.  No me acordaba nada, ni siquiera el título.  Algo raro en mí, siempre se me hizo fácil el estudio, leía una vez las cosas y las memorizaba perfectamente, debía estar algo desconcentrado mientras estudiaba. Sí, seguro era eso. Tenía motivos para estarlo, mi madre vivía perdiéndome las cosas y nunca  las podía encontrar nuevamente.
Mientras tanto yo seguía preocupado por mis zapatos verde azulados,  mientras ella, totalmente despreocupada,  se estiraba  en el sillón y miraba sus telenovelas brasileras. Esa era otra de las cosas  en las que notaba el paso del tiempo,  a mi madre nunca le gustaron esa clase de novelas, decía que eran para viejas, para que se sienten a no hacer nada  durante toda la tarde, y que encima después vayan a la casa de todo el vecindario a contarle lo que pasó en cada novela, si Pepito  se casó con  Menganita, pero  Menganita amaba a Fulanito, y Fulanito no la registraba, a nadie le interesaba.  De no gustarles, mi madre pasó a tener el culo pegado al sillón.  Otra de las cosas que parecía ser de siglos anteriores, el año pasado cuando se compró en la tienda,  era de una seda roja brillante, era  hermoso, ahora estaba marrón, sucio, rasguñado, y con agujeros en algunas partes.  Le cayó el tiempo encima a todo en esta  casa. La alegría que siempre hubo en mi casa se había transformado en un clima de asilo, de esos asilos donde no volaba una mosca y solo había olor a viejo, y cada tanto se escuchaba algún quejido, o alguna  tos ronca de algún anciano.
Los cambios que había en mi  casa eran increíbles,  no sé cuándo pasó  todo esto, hasta  hace un tiempo, nuestra situación  económica era buena, ahora,  parecía que mi padre jamás hubiese trabajado, no había nada de dinero en la casa, y siempre  estaba sentado en el sillón con mi madre,  no mirando las novelas, pero sí leyendo el diario y reprochándole que lo dejara ver el partido de  Independiente. Rarísimo, mi padre era de Boca, pero bueno, sobre gustos no hay nada escrito. Quizás por algún motivo había decidido cambiar de  equipo.  No entiendo, de todas maneras, cómo es posible que pase tanto tiempo en casa, si siempre estuvo más de la mitad del día en su oficina trabajando, tal vez lo despidieron y para no preocuparme, no me dijo  nada, siempre fue un tipo reservado. 
Mi padre también era otro al que el tiempo  le había caído encima, su bigote había pasado  a ser una barba espesa y larga, con una gran cantidad de canas,  la calva se le estaba empezando a notar,  y ya no era tan higiénico como siempre lo fue. No le importaba ir al baño con la puerta abierta, y ni hablar de tirar la cadena cuando salía, me daba asco. Antes no me dejaba ni tocar el suelo sin lavarme las manos luego.
-¡Ey! Despabílate un poco querido  -  la  voz de mi madre me despertó de mis pensamientos.
-¿Qué pasa má? – respondí totalmente desganado.  No quería hablarle.
- Ponete algunas zapatillas que encuentres, ya que no hallas las tuyas  y anda a la casa de la vecina a pedirle azúcar. Se terminó y no me alcanza el dinero para salir a comprar  algún paquete.
Me pareció extraño que no haya dinero para un paquete de azúcar, entiendo que haya mucha inflación en estos últimos años, pero no pensé que para tanto. Aunque quizá mi padre verdaderamente esté  sin trabajo, y no llegue con el dinero para abastecernos durante todo el mes.
Me puse las pantuflas de mi madre, que fue lo único que encontré, iba a la casa de al lado, así que no  iba a decir nada la gente porque salí en pantuflas, y si lo decían  tampoco me importaba. Nunca me importó lo que dijeran de mí.  Sin embargo cuando miré con detenimiento las pantuflas también la vi avejentada, era el gusto de mi vieja por la ropa, las pantuflas parecían haber sido compradas en el siglo 15 antes de Cristo, no se sabía ni siquiera cuál era de cada pie.     Al entrar a la casa de mi vecina observé  en un rincón de la mesa del comedor, mi carpeta de geografía, con la guía que tenía que estudiar marcada y  con los apuntes resumidos, listos para estudiar.  Arriba del televisor estaba el león de peluche que me había regalado mi tía  cuando tenía  cinco o seis años,  el sillón rojo de seda estaba como nuevo en  una esquina del living. Decidí ir al pasillo,  que terminaba en una habitación, donde había dos camas.  Se veían bastante ordenadas  y vaya sorpresa me pegué cuando vi que  debajo de una de ellas se veía la punta de uno de mis zapatos verde azulados.  Espantado, salí corriendo de esa casa antes de  que la vecina llegase a  darme el tarrito de azúcar que había venido a pedirle.  ¡ Qué chorra  mugrienta es esta mujer por favor, con gente como ésta el país está como está!, pensaba.  Al entrar  a la casa, mi madre como siempre,  estaba mirando la novela sentada en el sillón. Mi padre dormía. A los gritos y como pude le expliqué a mi madre que había que llamar a la policía, que la vecina nos estaba robando, que era una ladrona y  que no se merecía tener unos vecinos tan buenos como éramos nosotros, que si no la frenábamos ahora,  en un tiempo en vez de robar objetos como zapatillas, iba a venir a golpearnos para robarnos dinero, si es que ya no lo había hecho .
            Mi madre me miró  extremadamente sorprendida  y asustada, como para no asustarse con la clase de vecinos que teníamos. Luego de un rato recibí una respuesta. Con bastante enojo por cierto.
- ¡¡PEDAZO DE IDIOTA!! A  nosotros nadie nos robó el sillón, ni tus carpetas, ni tus zapatos,  ni nada. Los vecinos no son unos ladrones como vos decís. Son gente trabajadora.
- Mamá,  los vecinos nos están robando las cosas,  y vos no te das cuenta porque tenés una memoria espantosa y seguro ni te acordás de lo que estoy hablando.
Quizás habían vendido todas esas cosas,  y yo no me había dado cuenta,  y mi carpeta había terminado allá por alguna  equivocación y los vecinos no eran unos ladrones como yo decía, pero seguro que mi madre ni se acordaba  de las cosas que faltaban.

-¿MALA MEMORIA YO?  Acá el único bruto, torpe, desmemoriado y despistado sos vos. -  respondió completamente enojada. Y para demostrar  que yo tenía razón, llame a la vecina para que confiese su robo. Y lamentablemente, fue ahí cuando comprobé que el de las arterias clorosis era yo, el despistado  era yo, y el desubicado que vivió casi un mes en la casa de la vecina de 90 años, también era yo.

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