sábado, 29 de junio de 2013

EL OFICIO DE VIVIR Césare Pavese

Césare Pavese (1908-1950), poeta y novelista italiano. Estudió filología inglesa en la universidad de Turín. Sus escritos antifascistas, publicados en la revista La Cultura, lo condujeron a la cárcel, donde escribió sus propias obras. La narrativa de Pavese trata, por lo general, de conflictos de la vida contemporánea, entre ellos la búsqueda de la propia identidad, como en La luna y las fogatas (1950), considerada como su mejor novela. En cambio, su más bello y escalofriante poema es, quizá, Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (1951). Pavese se suicidó en una habitación de hotel después de haber recibido un premio literario por su libro El bello verano (1949). Algunas de las mejores y más conmovedoras páginas de Pavese se encuentran en su diario, que fue publicado póstumamente, en 1952, bajo el título El oficio de vivir.


1935 - 9 de octubre

Todo poeta se ha angustiado, se ha asombrado y ha gozado. La admiración por un gran pasaje de poesía no se dirige nunca a su pasmosa habilidad, sino a la novedad del descubrimiento que contiene. Incluso cuando sentimos un latido de alegría al encontrar un adjetivo acoplado con felicidad a un sustantivo, que nunca se vieron juntos, no es el estupor por la elegancia de la cosa, por la prontitud del ingenio, por la habilidad técnica del poeta lo que nos impresiona, sino la maravilla ante la nueva realidad sacada a la luz.
Es digna de meditación la gran potencia de imágenes como las de las grullas, la serpiente o las cigarras; o las del jardín, la meretriz y el viento; las del buey, del perro, de Trivia, etc. Ante todo, están hechas para obras de vasta construcción, pues representan la ojeada echada a las cosas externas en el curso de la atenta narración de hechos de importancia humana. Son como un suspiro de alivio, una mirada por la ventana. Con ese aspecto suyo de detalles decorativos que han brotado variopintos de un duro tronco, prueban la inconsciente austeridad del creador. Exigen una natural incapacidad para los sentimientos paisajísticos. Utilizan clara y honestamente la naturaleza como un medio, como algo inferior a la sustancia del relato. Como una distracción. Y esto ha de entenderse históricamente, pues mi idea de las imágenes como sustancia del relato lo niega. ¿Por qué? Porque nosotros hacemos poemas breves. Porque aferramos y martilleamos en un significado un único estado de ánimo, que es principio y fin en sí mismo. Y no nos está permitido por tanto hermosear el ritmo de nuestro condensado relato con desahogos naturalistas, que serían remilgos, sino que debemos, preocupados por otra cosa, o bien ignorar la naturaleza vivero de imágenes, o expresar justamente un estado de ánimo naturalista, en el que la mirada por la ventana es la sustancia de toda la construcción. Por lo demás, basta con pensar en alguna obra moderna de vasta construcción -en novelas, pienso- y he aquí que encontramos en ella, a través de una maraña de filtraciones paisajísticas debidas a nuestra insuprimible cultura romántica, nítidos ejemplos de imaginismo-distracción. Supremo entre los antiguos y los modernos -entre la imagen-distracción y la imagen-relato- es Shakespeare, que construye con vastedad y al tiempo es toda una mirada por la ventana; surge en una imagen retoñante de un tronco austero de humanidad y al tiempo construye la escena, el play [pieza de teatro] entero, como interpretación imaginista del estado de ánimo. Esto debe nacer de la felicísima técnica dramática, para la cual todo es humanidad -la naturaleza, inferior-, pero también todo, en el lenguaje imaginativo de sus personajes, es naturaleza.
Maneja fragmentos de lírica, con los que hace una estructura sólida. Narra, en suma, y canta indisolublemente, único en el mundo.

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