sábado, 1 de marzo de 2014

La pérdida del lenguaje - Por Jaim Etcheverry

Aunque creemos vivir en la era de la información, estamos poco informados. La escuela no es la única causa. Sucede que cada día se desprestigia más el debate público.
 Se trata de convencernos de que la información lo hace innecesario, que discutimos cuando carecemos de datos. Cuando éstos aparecen, se nos dice, acaba todo debate.
En realidad, la situación parece ser la opuesta: sólo cuando nuestras preferencias y proyectos atraviesan la prueba del debate, llegamos a entender lo que sabemos y lo que todavía nos falta saber. Hasta que no formulamos las preguntas correctas, no advertimos en realidad qué cosas necesitamos saber. Y no podemos llegar a identificar las preguntas correctas si no confrontamos con los demás nuestras ideas sobre el mundo. Hasta que no defendemos nuestras opiniones, éstas son impresiones a medio formar, presunciones sin examinar.
Sólo llegamos a conocer nuestra propia mente cuando intentamos explicarnos a los demás. Esta decadencia de la discusión pública contribuye a que la gente esté cada vez menos informada, aunque viva sumergida en información.
Esta es en realidad un cúmulo de datos no vividos: sólo cuando nos comprometemos en una discusión que absorbe por completo nuestra atención, salimos ávidos a buscar la información que nos convenza y que ayude a persuadir a los demás. Pero para debatir necesitamos usar una herramienta que cada día manejamos peor: el lenguaje.
Resulta alarmante comprobar que quedan ya pocas personas, jóvenes y no tanto, capaces de articular frases simples con comienzo, desarrollo y final.
Este retorno a estadios primitivos constituye una seria amenaza para el futuro de nuestra civilización. Es que a través de la palabra el hombre intenta comprender el mundo, provisto de la palabra se lanza a la aventura de pensarlo y con la palabra expresa la concepción que se forma sobre los otros y sobre las cosas.
El lenguaje es un fenómeno cultural, un producto social.
Cada vez con menor frecuencia y destreza utilizamos esta herramienta imprescindible de la comunicación. Casi no nos reunimos a hablar, a debatir. No sólo se desalienta la discusión, sino que se crean activamente las condiciones para que, al encontrarse, las personas no puedan hablarse. En nuestras reuniones -desde las discotecas a las bodas-, el ruido atronador ahoga hasta los más empecinados intentos de practicar el acto intrínsecamente humano de dialogar, de intercambiar palabras. Las conexiones que se establecen escuchando el pensamiento vivo en desarrollo son mucho más estrechas que las logradas a través de la mirada. Con el habla y el oído se participa, mirando se es un espectador.
El lenguaje es la huella del espíritu. El hombre habla hasta consigo mismo, almacena su memoria en lenguaje y cifra en palabras el proyecto de lo que quiere ser.
Por eso es tan grave nuestro fracaso en preservar ese atributo humano por excelencia. Lo advertimos ante la cantidad creciente de jóvenes incapaces de sostener una discusión y que balbucean monosílabos deshilvanados, espejo fiel de un pavoroso vacío interior.
Debemos darnos cuenta de que les estamos robando la capacidad de pensar el mundo y de pensarse, de ser en verdad humanos.

Artículo extraído de “La Nación Revista”

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