Estaba mirándola cuando de repente
como una antigua hechicera o una moderna ministra,
tomó aquel rectángulo en su mano.
Inmediatamente, un fuego invisible la invadió por completo.
Su cuerpo giraba locamente sobre sí mismo,
mientras que sus brazos se agitaban
como aquellos molinos que dejaron en tierra al triste caballero.
La imaginaba
dirigiendo una orquesta sinfónica
de músicos tan sordos como aquel genio de Bonn.
O como un enloquecido agente que discutía con cada auto
de una infinita avenida.
De a ratos levantaba un corto vuelo,
para luego caer danzando frenéticamente
en medio de una tribu ya olvidada.
Toda esa magia, ese movimiento,
pasó ante mi vista como un extraño ensueño
dentro de mi vulgar existencia,
hasta que ese maravilloso objeto
desapareció rápidamente como devorado,
por algún dragón oculto en su bolsillo.
Y la mañana continuó siendo
la misma de siempre…
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