domingo, 6 de noviembre de 2016

OFRENDA LÍRICA Por RABINDRANATH TAGORE (Selección)

27
¡Luz! ¿Dónde está la luz? ¡Enciéndela, ardor brillante del deseo!. Aquí está la lámpara, pero ¿y el aleteo de la llama? ¿Es este tu destino, corazón? ¡Ay, cuánto mejor fuera la muerte!. La miseria llama a tu puerta, y te dice que tu señor está desvelado; que te llama en cita de amor, entre la sombra de la noche. Los nubarrones cubren el cielo, la lluvia no para. ¡No sé qué es esto que se mueve en mí, no sé qué quiere decir esto que siento!. El resplandor momentáneo del relámpago me arrolla una sombra más profunda sobre los ojos. Mi corazón busca a ciegas por el camino que va a donde la música de la noche me está llamando. ¡Luz! ¡Ay!, ¿dónde está la luz? ¡Enciéndela, ardor brillante del deseo! ¿Truena, y el viento se abalanza clamoroso, y la noche está negra como la pizarra?. ¡No dejes que pasen las horas en la sombra! ¡Enciende la lámpara del amor de tu vida!

39
Cuando esté duro mi corazón y reseco, baja a mí como un chubasco de misericordia./ Cuando la gracia de la vida se me haya perdido, ven a mí con un estallido de canciones./ Cuando el tumulto del trabajo levante su ruido en todo, cerrándome el más allá, ven a mí, Señor del silencio, con tu paz y tu sosiego./ Cuando mi pordiosero corazón esté acurrucado cobardemente en un rincón, rompe tú mi puerta, Rey mío, y entra en mí con la ceremonia de un rey./ Cuando el deseo ciegue mi entendimiento, con polvo y engaño, ¡Vigilante santo, ven con tu trueno y tu resplandor!

50
Iba yo pidiendo, de puerta en puerta, por el camino de la aldea, cuando tu carro de oro apareció a lo lejos; como un sueño magnífico. Y yo me preguntaba, maravillado, quién sería aquel Rey de reyes. Mis esperanzas volaron hasta el cielo, y pensé que mis días malos se habían acabado. Y me quedé aguardando limosnas espontáneas, tesoros derramados por el polvo. La carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriendo. Sentí que la felicidad de la vida me había llegado al fin. Y de pronto, tú me tendiste tu diestra diciéndome: «¿Puedes darme alguna cosa?». ¡Ah, qué ocurrencia la de tu realeza! ¡Pedirle a un mendigo! Yo estaba confuso y no sabía qué hacer. Luego saqué despacio de mi saco un granito de trigo, y te lo di. Pero qué sorpresa la mía cuando, al vaciar por la tarde mi saco en el suelo, encontré un granito de oro en la miseria

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