sábado, 31 de marzo de 2018

“Contate un cuento X” Mención de honor Categoría B: “El misterio de la fórmula perdida” Por Lara Suarez Mira Reija de España

El cuerpo inmóvil y en una extraña postura se encontraba en el suelo de la bodega. La policía no observó ninguna señal de violencia en él. A pocos centímetros había un hueco donde, horas antes, descansaba una botella legendaria, de esas que uno mataría por beber. Reconocieron fácilmente al muerto. Era Luis, el hijo del bodeguero, un joven inquieto e inteligente que ante la estupefacción de su padre, prefería leer un libro a colaborar en las faenas propias del mantenimiento de la bodega. De hecho, su lugar favorito era la antigua biblioteca de la casa donde se guardaban libros seleccionados desde el siglo XVIII y que habían sido traídos por su familia al instalarse en ella. El número de volúmenes había ido creciendo a lo largo de los años porque los descendientes se dedicaron a coleccionar y preservar todos los que les parecían interesantes.
Carlos, su padre, se desesperaba con su actitud y no comprendía por qué se pasaba tantas horas encerrado en aquel oscuro lugar leyendo continuamente viejos y anticuados libros. Lo consideraba una pérdida de tiempo y sufría porque Luis no mostraba el menor interés por mejorar las propiedades del vino que elaboraban según la fórmula tradicional heredada de sus antepasados. Su único hijo, heredero de su imperio, no había cumplido sus expectativas y solo estaba interesado en la ávida lectura y clasificación de los incontables volúmenes que caían en sus manos.
El policía se dirigió a él y, tras darle el pésame por su pérdida, solicitó su ayuda para poder entender lo sucedido. Carlos no salía de su asombro e intentó explicarle que no tenía ni idea de lo ocurrido y que no sabía por qué su hijo Luis estaba en la bodega, ya que era una estancia que no solía frecuentar, salvo por orden expresa. Realmente ni siquiera recordaba la última vez que había puesto los pies allí. Tras analizar las escasas pruebas halladas, se dirigieron a la biblioteca hábitat natural del muchacho para localizar nuevas pistas. Allí se toparon con un libro abierto por una página curiosa donde se explicaba que la fórmula secreta para fabricar el mejor vino estaba escondida en una determinada botella de la bodega (que era precisamente la que faltaba). Se dieron cuenta de que Luis había intentado hacerse con el secreto; lo que no  acertaban a comprender era lo que había sucedido con la botella y, sobre todo, por qué había muerto. Fueron a la habitación de Luis. Sorprendidos encontraron una especie de diario donde describía y anotaba todos los pasos que había dado hasta el hallazgo del preciado recipiente, con una minuciosa descripción de indicios, pistas y contraseñas. Averiguaron que, finalmente y tras muchas vueltas y decepciones, lo había conseguido. Y esa era la noche en la que iba a descorcharlo y obtener la fórmula mágica que a todos sorprendería. Todo lo demás son suposiciones que nunca pudieron confirmar ante la ausencia de pruebas o testigos de lo ocurrido. Pensaron que pudo haberla cogido y, al abrirla, sufrir un mareo y golpearse al caer, pero entonces, ¿dónde estaba la botella? La autopsia confirmó que había muerto por el golpe recibido en la caída, pero se mantuvo la incertidumbre sobre el destino final de la antigüedad de cristal que le había obsesionado durante los últimos meses de su vida.
Pasaron los años y Carlos decidió cambiar de lugar un enorme abeto colocado muy cerca del muro de la finca. Llevaba mucho tiempo plantado en ese lugar, lo habían hecho Luis y su padre como regalo de cumpleaños cuando el niño cumplió los tres años, y estaba provocando la aparición de enormes grietas en el muro protector. No querían que se muriese. Simplemente, cambiarlo de lugar. Al excavar para sacarlo, encontraron una botella deteriorada escondida entre sus raíces. Sorprendidos comprendieron que era, precisamente, la desaparecida la noche en la que el joven falleció. En su interior no había nada, absolutamente nada. Tras un análisis exhaustivo en el que no faltó ninguna de las pruebas que se conocían, los científicos determinaron que había contenido un pergamino. Lo dedujeron porque había dejado indelebles marcas de tinta en su interior: la fórmula que había costado la vida al hijo del bodeguero. Las respuestas a por qué estaba allí o cómo la habían enterrado se escapaban de sus posibilidades y se convertirían en una incógnita que no podría ser resuelta…de momento. Carlos por fin le comprendió y asumió lo sucedido. Entendió su necesidad de estar rodeado de libros, de bucear en sus páginas, de aprender sus contenidos…y se sintió fatal por no haberlo entendido antes, por no haber aceptado su manera de ser y haberle apoyado sin trabas.
Había intentado que su hijo fuera una persona diferente, sin valorar la que era realmente… y le había perdido para siempre sin haber podido decirle lo orgulloso que sentía de él y lo mucho que le quería. Por fin se daba cuenta de lo sucedido. A su hijo Luis no le gustaba el trabajo de la bodega pero deseaba hacerle feliz… y perdió su vida en el intento. Todos aquellos libros que él consideraba inútiles le habían servido para algo importante. Luis había conseguido la fórmula del vino perfecto, lo que más deseaba su padre, lo que lograría unirlos para siempre… aunque nunca llegó a entregársela. El papel en el que estaba escrita se descompuso en cuanto le dio el aire, como si el corcho de un buen vino estuviese agujereado y dejase entrar el aire en el caldo hasta avinagrarlo.

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