sábado, 10 de marzo de 2018

“Contate un cuento X” Mención de honor de Categoría D: “La rosa rota” Por Marcelo Mendiburu de Matheu

          La noche y el frío gélido se colaban por la negra boca de la ventana, sin vidrios del tren. Mi hija se acurrucaba contra mí como si su pequeño universo pudiera tomar calor del mío, el traqueteo de la formación actuaba como un sedante para el frágil cuerpo de la niña. Pronto sus ojos cansados se cerraron en un sueño profundo. El día había sido largo, pero pronto atravesaríamos las últimas paradas antes de llegar a Matheu, la pequeña ciudad que elegí para ver crecer a mi familia. Un lugar pequeño y tranquilo a la vera de la ruta veinticinco.
  Mayra dormía como solo los seres puros pueden hacerlo y yo perdido en mis pensamientos, apenas note la presencia de aquel hombre en el vagón casi vacío. Salió de la nada, como  si un fantasma se hubiera corporizado, sin decir una palabra se sentó frente a nosotros y pude observarlo bien. Su cara estaba cubierta de suciedad, el cabello desgreñado y largo se unía a una barba gris y maloliente. Su mirada estaba perdida en el marco de la abertura oscura, del vagón, como si terribles demonios, acecharan desde aquella siniestra entrada al hades. Un raído abrigo cubría la humanidad de aquel ser extraño, manchas indefinibles y pegajosas tapizaban la prenda. En sus sarmentosas manos el barro se había fundido como una segunda piel malsana. Los dedos de los pies asomaban de los múltiples agujeros de su calzado. Todo en él era la imagen de la degradación humana. Solo una maceta con una pequeña planta en flor era la única pertenecía de aquel hombre. La llevaba en sus palmas como si fuera el mítico santo grial.
Mi hija se revolvió en mis brazos y frunció su nariz, seguramente ofendida por la pestilencia de aquella criatura.  Y el vagabundo la miró. En sus ojos perdidos en el mar de la locura, un brillo nuevo encendió sus pupilas. Como quien despierta de un largo sueño aquel individuo fijó su mirada en la niña dormida en mis brazos. Pude ver como su cuerpo temblaba levemente. Sus facciones se suavizaron y creí ver tras su barba una sonrisa de dientes sombríos y opacos. Quizás solo fue una impresión. No lo sé. Una lágrima dejo surcos en la tierra que cubría la cara, y marchó altiva hacia el bosque ceniciento de su barba, donde se internó, perdiéndose para siempre. Él no dejaba de observar a la chiquilla y casi sin darme cuenta apreté a mi hija un poco más contra mí.
El sonido del tren anunciaba la proximidad de mi destino, un rayo cortó en dos el firmamento, iluminando por unos instantes un campo cubierto de arbustos, el retumbe ensordecedor  del trueno, rasgo las nubes fuera de aquel convoy. Pude ver como aquel mendigo lentamente se levantó ante mí, su mano se acercó a la dormida cabeza de Mayra y sin pensarlo lo tomé de la muñeca, arrojándolo  sobre el ajado cuero de los asientos. Mi instinto de padre surgió en ese momento. Dejé a mi princesa dormida y puse toda mi humanidad frente a aquel demente.
Él ni siquiera me vio, solo abrazó su flor y con un gesto extraño, señaló a mi bebé.
Un susurro casi imperceptible salió de sus labios, las luces de la estación se dibujaron en las ventanas del vagón marcando el final de mi viaje. Abrase a mi hija nuevamente y salí al pasillo de la formación, aquel andrajoso ser se interpuso en mi camino hacia la puerta, ofreciéndole a mi pequeña, que se había despertado en ese momento, la planta que llevaba. La niña sonrío y tendió sus manitas hacia el regalo. No sé porque lo hice, miles de veces lo he pensado y aun hoy, no tengo respuestas. Pero mi reacción fue instantánea, de un manotazo la maceta cayó al piso de la estación y se rompió en mil pedazos. Salí del tren, dejando atrás a aquel extraño personaje, sollozando lastimeramente sobre el andén, mientras de rodillas, levantaba entre sus dedos la tierra y pedazos de la planta caída.
Un solitario pasajero apuró el paso, en tanto las gruesas gotas de lluvia convertían en barro lo que fuera una rosa, en su apuro, aquel viajero ni siquiera se percató que tras de sí quedaba la flor rota.
Un taxi oportuno fue la salida de ese momento extraño. Al llegar a casa la calidez del hogar borró el momento y todo quedó en una simple anécdota. Una nota a pie de página de un día más, nada importante.
Pasaron algunos meses, un domingo cualquiera compré el diario zonal. Leí algunas notas de interés general hasta que una llamó mi atención. Había muerto un vagabundo, sin razón aparente, solo había muerto. Solía dormir en el andén de la estación Matheu. Se trataba de un hombre cuya familia pereció en un incendio, hacia algunos años, presumiblemente por un corto circuito mientras él volvía de trabajar en tren. Una foto de un hombre con su esposa e hija coronaba la noticia. Pude ver una pequeña abrazada a su padre, una pequeña casi igual a la mía. 
Las sonrisas eran alegres, de fondo una humilde casa de barrio obrero, y sobre las manos de aquella niña, una pequeña vasija con un roja rosa en ella. En un segundo todo fue tan claro, dejé escapar un largo suspiro. Mi esposa me miró extrañada, ¿Pasa algo? ,preguntó, le respondí que nada pasaba y me levanté del sillón. Encendí un cigarrillo, y le pedí a Mariela que saliera conmigo al patio donde jugaba Mayra .Miré a mi hija correr por el parque y tomé la mano de la compañera que elegí para compartir mi vida. Una melancolía profunda me invadió, recordando la mirada de aquel hombre. Imaginando su infierno. Mi mujer me miró en silencio, respetuosa del momento. Si nos quitan las razones de vivir, simplemente no lo hacemos. Estaba inmerso en mis cavilaciones cuando lo sentí, el ominoso sonido del tren alejándose llegó hasta mí en ese momento. Como un adiós, como un epitafio.

Fin.

1 comentario:

  1. Muy buena selección de cuentos. Felicitaciones a todos los autores, nóveles pero extraordinarios escritores. Les auguro mucho éxito literario.

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