Las
verdaderas cosas no se compran
Desde pequeño fui criado con las mejores cosas, concurrí a los colegios más costosos, realicé los viajes
más caros, estaba rodeado de personas que
eran felices solo si estaban sentados en uno de los mejores lugares con
una de las bebidas más deliciosa en sus manos. Y así fue, como yo Julian
Storseneger terminé siendo feliz repleto de cosas materiales: vivía en una casa inmensa, colmada de lujos,
andaba en autos de alta gama guardados
en mi cochera, me atendían mucamas y mayordomos. Era el dueño de AGES, una de
las empresas más importante de todo el mundo.
Estaba feliz con
todo lo que tenia, o eso creía, hasta que un día me desperté normalmente, fui a
mi trabajo, pase ahí toda la mañana y almorcé en un lugar a unas cuadras de la
oficina. Allí me encontré con varios
vecinos de la infancia que me miraron fijo durante unos minutos pero no
me reconocieron o simplemente no les gustó la idea de volverme a ver, por eso
no me saludaron.
Más tarde regresé a la agencia y
pasé ahí toda la tarde; estaba muy atareado, tuve que asistir a miles de
reuniones, me contacté con agencias de otros países, hice informes. Mi día fue muy largo. Los trabajadores
terminaron su jornada laboral y el edificio poco a poco fue quedando solitario.
En ese momento ingresó a la
oficina un hombre que pertenecía al personal de maestranza. Me saludó como si
fuéramos viejos conocidos. Aunque hice el esfuerzo para recordarlo, no acudía a
mi mente ninguna imagen del individuo. Asombrado le pregunté:
-¿Tan tarde trabajando?
En ese momento me explicó que
hacía horas extras porque tenía una familia numerosa que mantener. Le pregunte
cuánto hacía que trabajaba en la empresa, y el hombre sonriente me contestó:
-Desde que eras muy chiquito, tu
papá fue mi primer patrón.
No podía creer como un hombre que
tenia que sacrificarse tanto se mostraba tan tranquilo y satisfecho.
Le dije que me perdonara, porque
no lo había reconocido. Juan, ese era su nombre, me habló de su familia y me dijo que su hija había hecho el
secundario conmigo. Era increíble la manera en la que nombraba a su esposa e
hijos. Los mencionaba con tanto amor y felicidad. Yo estaba en duda de porqué
tenía esa sensación extraña cuando el empleado me contaba parte de su vida-
Ya finalizando la conversación, él
me dijo que al día siguiente tenía un almuerzo familiar. Me invitó a su casa,
para conocer a su familia y disfrutar un momento con ellos. Al principio me
sorprendió mucho su propuesta, pero luego me di cuenta que fue un gesto muy
amable y acepté muy satisfecho. Así, me fui a mi casa, estaba raro, muy
pensativo pero en fin, feliz.
Al otro día desperté, compré una
buena botella de vino tinto y me encamine para el hogar de Juan. Allí me esperaba
junto a su esposa y sus tres hijos. Muy grata fue mi sorpresa al ver como se
trataban. Era demasiado extraño para mi sentirse acompañado durante una comida,
esa sensación de protección que me brindaba esta familia me era desconocida.
Cuando empezaron a conversar me
sentía incómodo, luego noté la confianza que me tenían y pude relajarme. Cuando
quise acordar ya había llegado la noche y no sentía ganas de irme.
Al llegar a mi mansión todo se me
hacia extraño, deseaba volver a lo de Juan, y poder compartir más tiempo con su
hija Manuela, quien había robado mi corazón. Impaciente esperé la llegada del
lunes para encontrarme con mi hospitalario empleado y agradecerle el domingo
diferente y hermoso que había pasado.
Desde ese momento supe lo que era el calor de la
familia y aprecié todo aquello que el dinero no puede comprar: amistad, amor,
risas, confianza, comprensión y respeto.
Alumna de 2º
año de Escuela de Educación Secundaria Nº 3 “Carmelo Sánchez”
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