miércoles, 28 de agosto de 2013

"Contate un cuento V" - MENCIÓN DE HONOR CATEGORÍA B - Eugenia Busccichio

Las verdaderas cosas no se compran


Desde pequeño fui criado con las mejores cosas, concurrí a  los colegios más costosos, realicé los viajes más caros, estaba rodeado de personas que  eran felices solo si estaban sentados en uno de los mejores lugares con una de las bebidas más deliciosa en sus manos. Y así fue, como yo Julian Storseneger terminé siendo feliz repleto de cosas materiales: vivía  en una casa inmensa, colmada de lujos, andaba en  autos de alta gama guardados en mi cochera, me atendían mucamas y mayordomos. Era el dueño de AGES, una de las empresas más importante de todo el mundo.
 Estaba feliz con todo lo que tenia, o eso creía, hasta que un día me desperté normalmente, fui a mi trabajo, pase ahí toda la mañana y almorcé en un lugar a unas cuadras de la oficina. Allí me encontré con varios  vecinos de la infancia que me miraron fijo durante unos minutos pero no me reconocieron o simplemente no les gustó la idea de volverme a ver, por eso no me saludaron.
Más tarde regresé a la agencia y pasé ahí toda la tarde; estaba muy atareado, tuve que asistir a miles de reuniones, me contacté con agencias de otros países, hice informes.  Mi día fue muy largo. Los trabajadores terminaron su jornada laboral y el edificio poco a poco fue quedando solitario.
En ese momento ingresó a la oficina un hombre que pertenecía al personal de maestranza. Me saludó como si fuéramos viejos conocidos. Aunque hice el esfuerzo para recordarlo, no acudía a mi mente ninguna imagen del individuo. Asombrado le pregunté:
-¿Tan tarde trabajando?
En ese momento me explicó que hacía horas extras porque tenía una familia numerosa que mantener. Le pregunte cuánto hacía que trabajaba en la empresa, y el hombre sonriente me contestó:
-Desde que eras muy chiquito, tu papá fue mi primer patrón.
No podía creer como un hombre que tenia que sacrificarse tanto se mostraba tan tranquilo y satisfecho.
Le dije que me perdonara, porque no lo había reconocido. Juan, ese era su nombre, me  habló de su familia y me dijo que su hija había hecho el secundario conmigo. Era increíble la manera en la que nombraba a su esposa e hijos. Los mencionaba con tanto amor y felicidad. Yo estaba en duda de porqué tenía esa sensación extraña cuando el empleado me contaba parte de su vida-
Ya finalizando la conversación, él me dijo que al día siguiente tenía un almuerzo familiar. Me invitó a su casa, para conocer a su familia y disfrutar un momento con ellos. Al principio me sorprendió mucho su propuesta, pero luego me di cuenta que fue un gesto muy amable y acepté muy satisfecho. Así, me fui a mi casa, estaba raro, muy pensativo pero en fin, feliz.
Al otro día desperté, compré una buena botella de vino tinto y me encamine para el hogar de Juan. Allí me esperaba junto a su esposa y sus tres hijos. Muy grata fue mi sorpresa al ver como se trataban. Era demasiado extraño para mi sentirse acompañado durante una comida, esa sensación de protección que me brindaba esta familia me era desconocida.
Cuando empezaron a conversar me sentía incómodo, luego noté la confianza que me tenían y pude relajarme. Cuando quise acordar ya había llegado la noche y no sentía ganas de irme.
Al llegar a mi mansión todo se me hacia extraño, deseaba volver a lo de Juan, y poder compartir más tiempo con su hija Manuela, quien había robado mi corazón. Impaciente esperé la llegada del lunes para encontrarme con mi hospitalario empleado y agradecerle el domingo diferente y hermoso que había pasado.
Desde ese momento supe lo que era el calor de la familia y aprecié todo aquello que el dinero no puede comprar: amistad, amor, risas, confianza, comprensión y respeto. 


Alumna de 2º año de Escuela de Educación Secundaria Nº 3 “Carmelo Sánchez”

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