sábado, 24 de agosto de 2013

ECONOMÍA - Por Eusebio BLASCO

El tío del puesto de libros, había observado la curiosidad del joven que se detenía todas las mañanas a leer títulos de las obras en venta.
Se pasaba las horas repasando los libros. Algunas veces los sacaba de los estantes, leía las portadas, miraba por dentro de las cubiertas, y volvía a dejar el tomo de a peseta en su sitio, con gran cuidado.
Era un muchacho de aspecto modesto, vestido con suma sencillez. Un día, en que llovía mucho, el tal se detuvo como siempre delante del puesto, y la mujer del librero que ya le conocía, salió a la puerta y se atrevió a decirle:
- ¿Pero, por qué no abre usted el paraguas que tiene debajo del brazo?
El muchacho le respondió:
- ¡Porque se estropea!
- ¡Qué estudiante más raro!  decían allá en la trastienda marido y mujer.
Porque sin duda ninguna era estudiante.
Siempre venía en la dirección de la calle de San Bernardo a la hora en que se acaban las clases, con varios libros en manos y bolsillos. Y las dos o tres veces que compró libros en el puesto fueron de los que sirven de texto en la Universidad central.
Pues una tarde, en vez de detenerse a leer en los lomos de las obras expuestas en la acera, el joven desconocido entró resueltamente en la tienda, y dirigiéndose al amo, le dijo con suma cortesía :
- Muy buenas tardes. ¿Cómo está usted ?
- Muy bien, ¿y usted?
- Muy bien, muchas gracias.
- ¿Y en qué puedo servir a usted?
El estudiante, después de mirar en derredor como quien busca algo dijo:
- ¿Tiene usted el Tratado de economía política de...? (y dio el nombre del Autor del libro que buscaba).
- Sí, señor; tengo un ejemplar muy hermoso, encuadernado a todo lujo.
Fue a buscarlo a la trastienda y lo trajo.
Estaba, en efecto, primorosamente empastado en chagrín con los cantos dorados.
Al estudiante le gustó mucho.
- ¿Cuánto vale? - le preguntó.
- Por ser para usted, que ya es parroquiano, se lo pondré en setenta reales.
El comprador miró y remiró el ejemplar por todos lados, empleando en ello mucho tiempo.
- En efecto, es hermoso, pero es muy caro para mí. Si tuviera usted otro, aunque fuese de menos lujo...
- Sí, señor; tengo aquí otro con pasta española, nueva, que para manejarlo a diario es muy útil. Vea usted, parece que se ha empastado ayer.
Vuelta a mirarlo, y a volver a mirar, y a examinar si le faltaba alguna hoja...
- No,  no le  falta nada,  es el   Tratado de economía completo. Este se lo pondré a usted en cincuenta  reales, y es regalado.
El estudiante suspiró.
- No, no puedo tampoco gastar eso. ¿ No tiene usted uno en rústica ?
El librero, ya un poco nervioso, arrojó el tomo sobre el mostrador y dijo:
- ¡Si hubiera usted empezado por ahí!... Sí, señor, lo tengo en rústica al precio corriente de los libros de texto. El precio corriente es el que ponen en las librerías. - - - Como esto es un puesto de libros, ya me lo dará usted en algo menos.
- Bueno, no hay inconveniente; su precio es treinta reales, y para que vea usted que quiero vender, se lo pongo a usted en un duro. ¡Lo que es ahora no tiene usted nada que decir!
- Es verdad; pero este ejemplar en rústica está nuevo. ¡Y tan nuevo!¿Y no tendría usted uno usado?
El librero ya tembloroso:
- Tengo uno muy viejo, mírelo usted, éste se lo doy a usted en catorce reales.
- ¿No le falta nada?
- Nada.
El estudiante, después de mirarlo con la calma acostumbrada, lo dejó sobre un montón de libros, y dijo:
- Vamos,  que ya  tendrá usted uno más usado que éste... aunque le falten las cubiertas, o la portada, no importa, con tal de que lo demás se pueda leer... a ver si encuentra usted uno más barato...
El librero, pálido, con los ojos feroces, cogió al estudiante por el brazo, le puso en el arroyo, y le dijo:
- ¡Vaya usted con Dios, y no me estudie usted economía, que ya sabe usted bastante!

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