sábado, 24 de agosto de 2013

La cuna - Por JUANA DE IBARBOUROU


Si yo supiera de qué selva vino 
el árbol vigoroso que dio el cedro 
para tornear la cuna de mi hijo. . . 
Quisiera bendecir su nombre exótico. 
Quisiera adivinar bajo qué cielo, 
bajo qué brisas fue creciendo lento 
el árbol que nació con el destino 
de ser tan puro y diminuto lecho.

Yo elegí esta cunita 
una mañana cálida de enero. 
Mi .compañero la quería de mimbre, 
blanca y pequeña como un lindo cesto. 
Pero hubo un cedro que nació hace años, 
con el sino de ser para mi hijo, 
y preferí la de madera rica 
con adornos de bronce. ¡Estaba escrito!

A veces, mientras duerme el pequeñuelo, 
yo me doy a forjar bellas historias: 
tal vez bajo su copa una cobriza 
madre venía a amamantar su niño 
todas las tardecitas, a la hora 
en que este cedro amparador de niños,
se llenaba de pájaros con sueño.
de música de arrullos y de píos.

¡Debió de ser tan alto y tan erguido, 
tan fuerte contra el cierzo y la borrasca, 
que jamás el granizo le hizo mella 
ni nunca el viento doblegó sus ramas!

Él, en las primaveras, retoñaba 
primero que ninguno. ¡Era tan sano! 
Tenía el aspecto de un gigante bueno 
con su gran tronco y su ramaje amplio.

Árbol inmenso que te hiciste humilde 
para acunar a un niño entre tus gajos: 
¡has de mecer los hijos de mis hijos! 
¡Toda mi raza dormirá en tus brazos!

De Las lenguas de diamante. 

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